Desperonizados
Por Luchino Sívori para La tinta
En los últimos meses, se viene escuchando desde distintos medios de comunicación y sectores más o menos politizados aquello de «volver a peronizar» a la sociedad, hoy desencantada o directamente ajena a las «20 Verdades Peronistas». Militancia, cuadros, asambleas barriales, ateneos: como un mantra, vuelven antiguos conceptos y figuras históricas que otrora parecían olvidados a nuestras redes sociales y conversaciones. Por ahora, todos estos vocablos retóricos y sentimentales sólo nos devuelven un reflejo débil e inseguro que no acaba de volverse premisa.
Asumamos esta suerte de bloqueo post-Alberto Fernández como una crisis de militancia más o menos común a todas aquellas formaciones político-sociales flojas de papeles y liderazgo. Asumamos que la caída en este agujero negro espacio-temporal es algo más bien usual cuando el gobierno en el cual se depositaron las esperanzas de miles no terminó de estar a la altura. Bien, ahora supongamos que, por un momento, nuestra intención es ir al contenido y no a la forma de esta deriva militante, escapándole a la «zona de confort» de la dichosa «crisis identitaria peronista».
¿Cómo hacer esto?
Se ha dicho mucho (demasiado quizás) sobre el movimiento nacional-popular por excelencia, desde casi cualquier punto de vista y a través de casi todas las disciplinas científicas. Sin embargo, en los últimos años, vienen pululando versiones con más impacto que otras y esto, ay, repercute en el plato fuerte del menú.
Cuando nos preguntamos con el cejo fruncido cuáles pudieron llegar a ser las causas de esta nueva deriva des-peronizada de la sociedad argentina, las respuestas suelen ser del estilo de «la clase trabajadora ha perdido el conocimiento de sus propios intereses», «el abandono de los pobres lleva tiempo fraguándose en la clase política» o «el neoliberalismo lo ha copado todo, incluidos nosotros mismos». Por supuesto, hay muchas otras aquí y allá, de mayor o menor intensidad, pero estas tres serían de las más altisonantes en los círculos politizados dentro del movimiento.
Como se puede apreciar, para unos cuantos, el problema de la pérdida de hegemonía radica fuera, en la misma sociedad y sus individuos; para otros, la cuestión tiene su origen dentro, en el sistema político tradicional y la representación institucional. A primera vista, puede parecer un revival de antiguas luchas en los 70, pero si miramos con más detalle, veremos que no es tan así.
Una de las diferencias más radicales es que a partir de esos marcos de autocrítica, conceptuales algunos y emocionales otros, surgen líneas de acción dispares que, por lo que estamos viendo estos últimos meses, son más bien «raccontos en diferido» para capear el impasse, desesperante para algunos y antinatural para otros. Guillermos Morenos, Bernis, influencers nac & pop, neo-pejotismos, desarrollistas de última hora aparecen en el escenario de la famosa esfera pública para intentar canalizar, casi siempre piramidalmente, a una ¿audiencia? hoy heterogénea, uberizada.
¿Cómo llevan a cabo esto en una época post-mass media? De muchas maneras, algunas más sofisticadas que otras, pero todos, por no contar con otras herramientas catch all (necesarias, por otra parte, en la escuela de pensamiento populista), recurren en última instancia a lo más antiguo del manual del pragmatismo: al dinero y al miedo que este despierta en todas sus versiones y registros, procurando devolver solidez a aquello que la tokenización y algún que otro ismo pulverizó hace años.
Previsiblemente, el mecanismo no alcanza y el «público objetivo», que ya no es el mismo ni volverá a serlo, aún en la carencia, elige sublimar sus desdichas en otros «significantes vacíos». Esa clase social predestinada a seguir a tal o cual peronismo circula presuntamente por una senda mucho más zigzagueante, atomizada y da la sensación de que, una vez agotados los insumos de siempre, la política les pasa por otro lado.
Resulta más fácil (¿más reconfortante?) desestimar esta última frase y pensarlo todo bajo el paraguas discursivo del cinismo, imaginar a las nuevas subjetividades como confabulaciones conspiranoicas llevadas por un algoritmo, personas rotas, rencorosas, individualistas. Esto por nuestra parte. Por la parte de ellos, pisan el palito de vez en cuando farfullando modernidad, como suele pasar siempre que se está comenzando algo. Lo que subyace en este escenario fragmentado y de teléfono descompuesto, sin embargo, no es más que un juego dialéctico sin fin donde todos peleamos por lo mismo: defender una verdad que se sostenga. Y es que al final, y por motivos opuestos a los que unos y otros aducimos, a la postre, algo nos asemeja.
Nosotros, luego de un mal gobierno y con algo más que una simple crisis de representación, caminamos día sí y otro también por un desierto lleno de espejismos, cargando sobre nuestras espaldas con un peronómetro que ya no funciona con mercurio, pero tampoco con ceros y unos. Ellos, encontrándose con proyectos de sociedad del siglo XIX a través de la post verdad y las redes, que no son otra cosa que los mecanismos modernos para volver a los metarrelatos.
Por supuesto, no podemos aventurar cómo acabará esta osadía de unos y otros en medio de (¿o deberíamos decir «a causa de»?) un sistema neoliberal en fase terminal. Lo que sí podemos hacer es cambiar de rail en la próxima rotonda. Contenido, luego forma.
*Por Luchino Sívori para La tinta / Imagen de portada: CEDOC.