No hay neoliberalismo sin conservadurismo o por qué Milei visita al papa y Fátima habla de hijos
Por María Teresa Maisy Piñero* para La tinta
En algún momento, el neoliberalismo muestra su cara conservadora porque es el único modo de hacer de la teoría liberal un ancla en las políticas prácticas. Un neoliberal puede estar en contra del aborto y de la homosexualidad, y no por eso traicionar sus postulados liberales y neo, porque estos son conservadores de las leyes que sostienen un orden social.
Cuando Milei visitó al papa, debe de haberle hecho llegar que coincide con su eminencia en la defensa de la vida, que no acuerda con el aborto y que con Fátima defienden la idea de familia.
Milei, en este caso, nos sirve para desmontar el mito que comienza con la idea del liberalismo originario y es que siempre protege el derecho del individuo a decidir su plan de vida en todo momento, a ejercer su libertad y que, si tiene o tuvo un credo religioso, es el libre mercado y la competencia.
Pero el liberalismo real, el que se utilizó para las políticas prácticas, se centró en la familia y no en un individuo atomizado. La familia era y es ―con el neoliberalismo― el centro desde el cual se ordena la reproducción de los valores del liberalismo. Así, vida, libertad y propiedad privada están destinados a ser la ley moral de una sociedad liberal. En esta, el Estado debe abstenerse de intervenir y la familia ocupará su lugar, de este modo, lo público ―identificado en el discurso liberal con un maléfico socialismo― será sustituido por el ámbito privado.
En el auge del liberalismo en el siglo XIX, la llamada derogación de la vieja ley de pobres es conocida por quitar la ayuda del Estado a los pobres en Inglaterra y centrarla nuevamente en la familia, por caridad o filantropía. En el discurso liberal, estas medidas son para integrar a los sujetos al mercado laboral, aprendiendo mismo a competir por sus recursos. De este modo, el Estado no “gasta” en ayuda social y «encauza» a los pobres a prescindir del mismo.
Este modo de leer el liberalismo y el neoliberalismo ya como hermanos y socios del conservadurismo viene de autoras feministas como Nancy Fraser o Melinda Cooper que, a través de las nociones de reconocimiento y distribución en relación a los derechos, evidencian las vinculaciones de la función social del Estado con los patrones de sexo, género o raza. Cooper, en su libro Los valores de la familia, recorre el discurso de los autores liberales y neo- en sus vínculos entre los valores, la libertad que pregonan y la tradición, la moral y la religión. Ya en Tocqueville ―autor liberal clásico― está presente la ley moral conservadora del liberalismo, en este caso, la religión se afirma en el autor como vector de integración social, dirigido a crear un humanismo cívico en el individuo, en la conciencia de que, para pensar en la democracia, primero, es necesario que el individuo esté dispuesto a relegar en algún punto sus intereses individuales en pos de la construcción de lo común. Locke y otros liberales defendían la esclavitud ―o sea, nada de libertad para todos los hombres― y, en general, pregonaban alguna religión. La idea del progreso infinito liberal no era incompatible con un status quo conservador sobre tradiciones, costumbres y valores. Más bien, esa incompatibilidad fue mostrada por el socialismo.
Ya con el neoliberalismo, la familia vuelve a ser el lugar donde radica la posibilidad de liberarse del Estado del bienestar, acorde al plan neoliberal que diagnostica la crisis en el excesivo intervencionismo estatal. En ese momento, se da una interacción consciente entre el neoliberalismo y el conservadurismo, defendiendo los valores en crisis contra la revolución cultural de la izquierda y los movimientos defensores de otros derechos . Cooper rastrea en los teóricos neoliberales, como Friedman, Buchanan y otros, la idea presente en sus propuestas de que el tejido moral había sido resquebrajado por el Estado ―que desplazaba el rol del padre proveedor, incentivaba los divorcios y favorecía las posibilidades para las madres solteras― y era necesario rearmarlo. Por ello, la reconstrucción de la familia estadounidense luchando contra los valores de liberación de los movimientos de mujeres por sus derechos en los 70 es parte del mismo plan económico de asegurar derechos familiares como el de la herencia para la familia, moverse dentro del mismo sistema patriarcal que asegura el control parental y, por supuesto, disminución de asistencia a vulnerables ni por clase, sexo o raza.
La serie «Mrs. América», con Cate Blanchett encarnando a Phyllis Schlafly como la principal oponente a la ratificación de la Enmienda de Igualdad de Derechos (ERA) y mujer del sector conservador estadounidense, muestra la lucha emblematizada por Gloria Steiner en la década del 70, del movimiento feminista en conquista por los derechos de la mujer. Si bien se aclara que algunos de los hechos son ficticios, la mayoría de las escenas refleja, de una manera bastante similar, los acontecimientos verdaderos de ese entonces.
Phyllis no es una ama de casa furiosa con las feministas, no defiende la vida doméstica, ella misma quiere ejercer su libertad y sabe que necesita ejercer poder, por eso, sostiene: «Defendemos la libertad de las mujeres a elegir cuidar las familias, núcleos de los valores estadounidenses», y para ello es candidata republicana a la Cámara de Representantes. Es una mujer con la claridad de que los valores familiares son los únicos capaces de defender un sistema en el que la vida, la libertad y la defensa de la propiedad privada propios del neoliberalismo son esenciales para sostener al sistema estadounidense. Maravillosa la escena de la serie en la cual, para justificar su lucha, dice Phyllis Schlafly ―con la voz quebrada y la angustia en su rostro―: «¿Por qué Dios pondría este fuego en mi interior si no es porque quiere que actúe por él?».
Tiene una misión que siente que Dios le da, de ese modo, la ley moral de su dios le permite significar y redimir la desposesión de derechos que el neoliberalismo económico presupone y que ya tanto conocemos.
Así se cierra y abre un círculo que permite encontrar el hilo entre las derechas que propugnan líderes autoritarios, misóginos, patriarcales, antidemocráticos, pero que se casan o muestran que son heterosexuales y que tienen familias. Niegan algunos derechos de libertad, sobre todo, los de género como el aborto, pero siempre protegen los de la herencia y el prestigio de las familias, se alían con las religiones y justifican la violencia económica que presupone el neoliberalismo. De Trump, Bolsonaro, Meloni, Macri, Milei y los que vendrán.
A ver al papa con una rubia en el avión.
*Por María Teresa Maisy Piñero para La tinta / Imagen de portada: Vatican Media / REUTERS.
*Docente e Investigadora de la UNC.