Los antipluralistas: una vuelta por el discurso de los dirigentes libertarios
Ir al súper, quedarse congelado frente a la góndola, jugar a Nicolino Locche con estos precios que pegan a lo Tyson. Como sucede en toda etapa de agitación política, enero fue revivir la distancia entre las palabras y las cosas.
¿Cuántos hechos caben en un mes? Enero arrastró su lastre de calor, inundaciones y mosquitos entre la megadevaluación y el intento de reforma constitucional por decreto. En el medio, pasamos de los mimos con Elon Musk a los episodios de histeria virtual contra los disputados «dialoguistas» y del furor internacional por la pasarela de Davos al relativo interés que generó en la prensa de nuestro país el último ensayo militar de la OTAN, el más grande desde el fin de la Guerra Fría, exhibicionismo en el que no faltaron declaraciones de funcionarios europeos y estadounidenses que anticipan, como nunca, la posibilidad de un conflicto bélico a gran escala con Moscú.
¿Qué calamidades nos esperan a la vuelta de la esquina? ¿Cómo las afrontará nuestro país? ¿En el marco de qué alianzas, con qué costos, con qué riesgos?
Hay meses o veranos en los que no pasa nada, pero hay otros en los que pasan décadas, podría decirse, parafraseando a Lenin, ese nervio del pasado que hace quince días cumplió su siglo de momia sin que casi nadie lo recuerde. Salvo el presidente y su séquito de intelectuales, empecinados como están en meter en la misma bolsa del estalinismo todo lo que no coincida, lo que desentone, lo que discuta la única de las libertades libertarias: la libertad de mercado, supuesto agente neutral e independiente de los intereses individuales que promete retribuirnos a todos de justa manera, pero que se materializa en ese paquete de arroz que ya pisa los dos dólares.
“Ganassa” fue el adjetivo con que el historiador italiano Loris Zanatta, por cierto, liberal, calificó la exposición de Javier Milei en el foro de Davos. Traducido del milanés a nuestra jerga de calle, un “ganassa” es un “versero”, un “chamuyero”, un “vende humo”. Viva imagen del tipo que quiere explicarle al resto del mundo cómo funcionan las cosas: «Vení, pibe, que yo te la voy a contar», dice el narciso de redes sociales.
Lejos de las connotaciones aplicables al transa de barrio que vende gato por liebre, chamuyos que quizás se ajustan menos a Milei que a la figura de su antecesor, Alberto Fernández, “el crooner del abasto”, Zanatta hace referencia al rictus dogmático de Milei, a su condición de tótem y profeta de un supuesto paraíso por venir que cuenta, nada más y nada menos, con el aplauso espiritual de las fuerzas del cielo.
Si bien esa pretensión milenarista y revolucionaria –sí, las derechas también hacen sus revoluciones– no es del todo original en la historia política de un país en el que no hay líder que escape a la seducción del personalismo y el culto de parroquia, sí pueden observarse novedades, tendencias o al menos curiosidades que prometen animar la peregrinación libertaria hacia el fin de los tiempos.
Una ¿nueva? derecha
Para empezar, existe un punto de quiebre entre La Libertad Avanza y la tradición de las derechas argentinas. Pese a los lazos de familia, estamos frente a una agrupación que ganó elecciones democráticas y que supo hacer un uso eficaz de todos los ámbitos y recursos del debate público. Más allá de su virulencia discursiva, Milei y los intelectuales que secundan su gobierno consolidaron sus figuras mediante la publicación de libros y artículos periodísticos. Se trata de una clásica estrategia de posicionamiento que les permitió, por un lado, construir audiencias cada vez más numerosas y, por otro, establecer redes de relaciones en el sólido entramado de think tanks y oenegés conservadoras que financian el activismo de derechas a escala regional.
Es esa práctica de la escritura, extendida en simultáneo en conferencias, presentaciones de libros, intervenciones permanentes en redes sociales y entrevistas en medios de comunicación, la que les permitió instalar el conjunto de ideas que, poco a poco, los consolidó como analistas del presente.
Por supuesto, hablamos de intelectuales orgánicos, ya que las obras de Milei, Agustín Laje y Nicolás Márquez, por mencionar dos referentes de su espacio político, no se proponen abordar los hechos sociales en toda su complejidad. Sus textos no distinguen matices ni apuntan a poner en debate sus propios argumentos. Muy por el contrario, estos autores parten de un cuerpo doctrinario de consigas que se asumen como verdades autocomprobadas y, por lo tanto, indiscutibles, al punto que ajustan el análisis de lo real a la medida de esas ideas.
Dicho de otro modo, en sus obras, la voluntad de análisis siempre corre detrás de los dogmas, subordinándose al dictado de sus propias convicciones. Por eso, allí no hay nada para discutir ni tampoco hay dudas, inseguridades e inquietudes. Todo está prescrito de antemano, sea por fuerza de la convicción o por la necesidad de construir un relato –un montaje de los hechos– que coincida con los intereses de su espacio político y que resulte eficaz para interpelar las emociones del público.
Sólo así pueden asociarse cambio climático y marxismo, progresismo y fascismo, o socialdemocracia y nazismo. O bien, sólo de esa manera puede definirse al Estado de bienestar como un fenómeno estalinista. Justo el Estado de bienestar, que fue la estrategia de desarrollo con que el Occidente capitalista intentó impedir el estallido de procesos revolucionarios en Latinoamérica, hecho que puede constatarse en los discursos que caracterizaron a los ideólogos de la Seguridad Nacional, como el teniente coronel argentino Osiris Villegas, funcionario de la dictadura de Juan Carlos Onganía, que abogaba por el desarrollo económico como un proyecto necesario para frustrar la denominada «infiltración» de las izquierdas en los sectores pobres.
Las palabras y las cosas
La falta de rigor, la condición “ganassa”, sin embargo, no les quita el mérito de haber encandilado a una audiencia trasversal y notablemente masiva. Los muchachos, después de todo, hicieron política y contaron a su favor con el hartazgo y la bronca frente a la crisis económica, frente a la ineficacia de los sucesivos gobiernos, frente a los casos de corrupción y frente a las idealizaciones de un Estado que, en los últimos años, no hizo más que mímica de igualdad.
A ello, hay que añadir un último factor que analizan de manera brillante los autores de Está entre nosotros. ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir?, libro publicado en diciembre de 2023 por la editorial Siglo XXI, bajo la coordinación del sociólogo Pablo Semán.
A criterio de sus autores, ese factor es el neoliberalismo: filosofía económica y moral que nunca se fue, que estuvo presente en las gestiones kirchneristas –entre otras cosas, a partir del énfasis en las bondades del consumo–, que ganó cuerpo con el discurso antiestatista del macrismo y que, sobre todo, hizo músculo en la rutina de ciudadanos obligados a convertirse en empresarios de sí mismos, en gestores de sus propias circunstancias de precariedad.
Semán califica como “mejoristas” a los jóvenes entusiasmados con la prédica libertaria. Su símbolo es menos la bandera de Gadsden que la bicicleta de Rappi: el sueño de ser tu propio jefe, el propio dueño de tu destino.
Un destino con menos impuestos y menos intermediarios, así sean políticos, sindicalistas, jefes o supervisores. Un destino con menos asaltos a la vuelta de la esquina y con menos Estado –que no significa lo mismo que sin Estado–, pero con presencia de mayor calidad.
Se trata de chicos y chicas que se piensan como unidades emprendedoras, que despliegan ejercicios de cálculo sobre sus actividades, que se definen como «inversores» y que afrontan el desastre económico mediante estrategias de motivación y auto-optimización del yo.
Son los nuevos héroes: los «héroes del mercado». Jóvenes que moralizan los riesgos de vivir en crisis y que se consideran éticamente superiores a quienes tienen trabajo estable, sobre todo si se trata de empleos en el sector público.
¿Quién más los había escuchado? ¿Qué otra cosa les ofreció la política en estos años más que un salvavidas roto para campear este presente miserable?
Por eso, se piensan como los últimos representantes de la cultura del esfuerzo, como los verdaderos opositores a la comodidad de los privilegios y al conformismo del plan social.
A ellos, precisamente, les hablaron y les hablan Milei y sus intelectuales. Y es ese el motivo por el que allí, en esa alianza, pueden surgir las contradicciones que definan el futuro de esta nueva experiencia de gobierno.
¿Hasta qué punto es capaz de construir mayorías un discurso relativamente democrático en lo formal, pero notablemente antipluralista en su contenido? ¿Podrá el emprendedorismo congeniarse definitivamente con el conservadurismo social que propone La Libertad Avanza? Y junto con esto, ¿qué sucederá si la ansiada prosperidad económica no se materializa, sobre todo luego de un mes en el que se derrumbó la fantasía de que al ajuste lo iba a pagar “la casta”? ¿Derivarán las sensaciones de esperanza que supo movilizar Milei en otra frustración colectiva?
Las preguntas no admiten ingenuidades. Si la oposición estatista luce desarticulada e, incluso, hastiada de su propio discurso, el fracaso libertario no necesariamente implicará un retorno de las viejas melodías.
En esto, Marx se equivocó: la historia nunca se repite, ni como farsa ni como comedia ni como tragedia. Todo lo que llega lo hace para quedarse, a la espera del solista que logre sintonizar su canto.
Por eso, más que un retorno al pasado, podría suceder lo opuesto, lo temible. En palabras de Semán: «La posibilidad latente de que a futuro, en el mediano plazo, la masiva adhesión que en la actualidad conquista la prédica libertaria logre ser fidelizada y activada en la dirección de un proceso de redefinición autoritaria del sujeto y los alcances de la democracia».
*Por Gabriel Montali para La tinta / Imagen de portada: A/D.