El gobierno de los dueños
En el gobierno de La Libertad Avanza, se evidencia una marcada subordinación del poder político al poder empresarial, destacando la preferencia por los designios de élites globales. A diferencia de otros populismos de derecha, la corriente argentina carece de un enraizamiento nacionalista. La paradoja de llegar al poder con un discurso antiestablishment y luego alinearse con élites empresariales globales refleja similitudes con fenómenos políticos internacionales.
Si el de Cambiemos, entre 2015 y 2019, fue el gobierno de los CEO, el de La Libertad Avanza es el gobierno de los dueños. Sin pudor ni precedente alguno. Nunca se vio tan patente la subordinación del poder político al poder real y exhibido con orgullo. El sueño del gobierno pareciera ser retrotraer a la Argentina a una etapa tan idílica como irreal, el Xanadú liberal, cuando supuestamente el país era “potencia mundial” -algo que no es verdad-, pero cuando además contaba con una concentración de riqueza altísima en una pequeña minoría concentrada por un puñado de familias, sin derechos laborales ni protección social de ningún tipo. Con lógica de empleados, los funcionarios avanzan con los designios de sus verdaderos jefes, no el pueblo argentino en su conjunto, sino los dueños de las empresas que los pusieron ahí.
A nadie se le escapa la paradoja de llegar con el discurso de “la casta”, sirviéndose de la furia -más que justificada- del pueblo contra los políticos y contra el establishment, para después hacer un gobierno completamente basado en los designios de las élites empresariales, no solo argentinas, sino globales, como el caso de Elon Musk, a quien el presidente nombró directamente en su cadena nacional del miércoles 20 de diciembre y suele decir con orgullo que habla por teléfono con él, sin ocultar que le “interesa mucho” todo lo concerniente a la cuestión del litio, debido a la necesidad del mineral para la fabricación de baterías para sus autos eléctricos. Más allá de que el litio es un recurso natural propiedad de la provincia, el Gobierno nacional se muestra dispuesto a avanzar sobre este.
No son pocos quienes señalan la poca propensión del Poder Ejecutivo a negociar con la oposición parlamentaria, algo que se vio en la publicación y anuncio de un Decreto de Necesidad y Urgencia por Cadena Nacional, cuyas normas tranquilamente podrían haber sido discutidas -y hasta aprobadas en muchos casos- por el Congreso Nacional en caso de ser mandado como un proyecto de ley, como se decía.
Sin embargo, el gobierno prefirió avanzar por su cuenta, escudado en la legitimidad que le dio el 56% de los votos obtenidos en el ballotage del 19 de noviembre. Al igual que Donald Trump o Jair Bolsonaro, el desprecio por los mecanismos tradicionales de la política -la casta- se vio desde el momento uno de asumir hablando de espaldas al Congreso y se volvió a repetir con la jugada del DNU.
Los CEO negocian, los dueños no
En el análisis de los distintos populismos de derecha que han emergido a nivel global, resulta intrigante observar las particularidades del fenómeno en Argentina. A diferencia de líderes como Meloni, Trump, Orbán, Bukele y Bolsonaro, cuyos discursos se enraízan en un marcado nacionalismo, la corriente argentina carece de tal orientación. La ausencia de una inscripción en una tradición popular nacional evidencia una singularidad, ya que los referentes históricos, tales como la década de los 30 o la última dictadura, resultan impopulares y, por ende, inapropiados para su reivindicación. Notablemente, dentro de este movimiento amplio, se destaca la reivindicación del menemismo, fenómeno con origen en el peronismo, pero con un discurso abiertamente antinacional.
De manera llamativa, gran parte de la militancia libertaria, pero también sus dirigentes, exhiben un desdén hacia la nación argentina, sugiriendo una percepción de deuda por parte del país hacia ellos. La idealización de naciones extranjeras, particularmente Estados Unidos, en contraste con la falta de entusiasmo hacia Europa, distingue este movimiento de otros análogos surgidos recientemente en el ámbito global. Esta idealización constituye un diferenciador del movimiento libertario argentino respecto de otras corrientes de ultraderecha internacionales.
Pocos días después del golpe de Estado contra Juan Domingo Perón, que se autodenominó Revolución Libertadora, un grupo de sindicalistas de la Confederación General del Trabajo (CGT) se encontraba en Casa Rosada esperando una audiencia con el primer presidente de facto del gobierno golpista, el general Eduardo Lonardi. Entonces, apareció el contralmirante Arturo Rial, solo recordado ante la historia por la frase que les dijo en aquel encuentro: “Sepan ustedes que esta gloriosa revolución se hizo para que, en este bendito país, el hijo del barrendero muera barrendero”.
Hoy ya no necesitan de los golpes, sino que llegan a través de las urnas, con una gran legitimidad otorgada en elecciones democráticas transparentes. Una legitimidad para ajustar a “la casta”. pero no necesariamente a lxs trabajadores y al pueblo. Hoy, vuelven al uso de la palabra “libertad” de manera constante y hasta totalitaria. Libertad de los poderosos para ser todo lo crueles que puedan frente a lxs débiles. Los planes económicos no difieren demasiado, adaptados cada uno a su época, pero con la misma visión de lo que debe ser el país. El objetivo nunca dejó de ser el mismo: que el hijo de barrendero muera barrendero.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Imagen de portada: Marcelo Capece.