Mujeres campesinas de la Pampa de Pocho: hacia una transición energética justa, situada y feminista
El viernes 17 de noviembre, un equipo de productoras rurales de la Pampa de Pocho e investigadoras, militantes y artistas de la provincia de Córdoba presentaron la cartilla “Energías Vivas”, una herramienta gráfica y didáctica que reflexiona sobre las desigualdades energéticas que las comunidades rurales enfrentan diariamente. El foco está puesto en revalorizar las estrategias, saberes y tecnologías que se ponen en práctica, y “el estrecho vínculo que tiene la energía proveniente del viento, el sol, los animales, el monte, la comunidad y de nuestros propios cuerpos”.
La publicación, que es un proyecto colectivo de difusión, forma parte de “Experiencias de mujeres campesinas de Traslasierra: Hacia una transición energética justa, participativa y situada”, un proyecto de investigación de la Asociación de Vivienda Económica (AVE), financiado por el Programa MiniGrants 2022 – Iniciativas para una transición justa en América Latina, de Chile, junto a integrantes del grupo de trabajo Nuestras Granjas Unidas (NGU), y forma parte de un conjunto de proyectos que integran la Red de Estudios de Hábitat Rural (RedHaR).
“Somos quienes realizamos tareas de cuidado, habitamos, estudiamos y conocemos el hábitat rural-campesino, y nos reunimos movilizadas por el deseo de construir territorios menos desiguales y aportar a una vida digna en el campo. Somos quienes, ante la inminente transición energética a nivel global y local, nos preguntamos y preocupamos por el acceso, uso y control de la energía en zonas rurales y campesinas”, dicen desde el equipo.
La Pampa ‘e Pocho y la desigualdad energética
En la región de Traslasierra, al noroeste de la provincia de Córdoba, se encuentra la “Pampa de Pocho”, territorio donde se encuentra Nuestras Granjas Unidas (NGU), una organización formada por familias que viven y trabajan en los departamentos de San Alberto y Pocho. Es un grupo de trabajo comunitario con un proceso organizativo de 11 años, cuyos integrantes viven de su fuerza de trabajo en su propio predio: ganadería menor (porcina, caprina y ovina), avicultura (carne y huevos); horticultura; ganadería mayor (vacuna); siembra de pastura para alimentación del ganado y elaboración de chacinados, quesos, dulces y conservas. NGU tiene como objetivo generar condiciones de vida digna en el campo, apuntando a que los jóvenes puedan permanecer en el campo, pero también cumple otras funciones que van más allá de los objetivos meramente económicos, como la contención y construcción de lazos sociales, cuentan en diálogo con La tinta.
La desigualdad energética se hace presente en la Pampa de Pocho, afirman las investigadoras: “En cuanto a lo urbano y lo rural, hay un diferencial en la calidad, asequibilidad y valor. Es decir, se presenta no solo la dificultad en el acceso, sino que, cuando se llega a acceder, se hace a costos muy altos, quedando exclusivamente mediado por el dinero que puede generar la familia. En cuanto al género, consideramos que las políticas públicas de acceso a la energía están destinadas a paliar necesidades energéticas en espacios productivos y no así a lo reproductivo, a la cocción de alimentos, el aseo de viviendas y ropa, a la obtención de agua caliente. No hemos observado políticas que tengan en cuenta heladeras, lavarropas, transporte a escuelas públicas y centros de salud, siendo todas tareas feminizadas en su mayoría”.
La provincia de Córdoba sancionó en 2020 la Ley 10.721 de promoción y desarrollo para la producción y consumo de biocombustibles y bioenergía, y “adoptó un discurso de transición energética y reducción de la dependencia fósil en un concepto de 360°, es decir, toda la política provincial orientada hacia la transición energética. Sin embargo, observamos que detrás del discurso de la “economía verde” existe un compromiso mercantil y en beneficio de los sectores económicos concentrados de la provincia, en detrimento de las poblaciones expuestas a las consecuencias del modelo de agronegocio. La Pampa de Pocho no está exenta de esto, ya que el monocultivo, las fumigaciones y la desertificación son parte de ese paisaje rural”, explican.
El suministro de gas en la zona es de tipo envasado y principalmente se lo utiliza para las heladeras (no todas las viviendas tienen, en ocasiones hay una por grupo de viviendas) y para las cocinas al interior de las casas. La leña también es muy usada para calentar agua durante el proceso de faena, en el que muchas mujeres realizan esta labor, la cocción de alimentos y en la utilización del calefón a leña; no es de fácil acceso por el avanzado desmonte en la zona y los frecuentes incendios, además de que su costo aumenta durante las épocas de frío. Hay una estación de servicio para la carga de combustible (nafta y gasoil) ubicada en la ruta provincial 15 y una estación con GNC en el ingreso de Mina Clavero.
En la presentación de la cartilla en la escuela de Ambul, las mujeres de NGU -quienes asumen liderazgos en las tareas de organización y toma de decisiones- dejaron bien claro: “Queremos mostrar un poco la realidad en que vivimos… En el pueblo o la ciudad, se está acostumbrado a tener energía eléctrica o todo más fácil. En el campo, para conseguir las cosas, tenemos que viajar. Por ejemplo, para conseguir una garrafa, tenés que viajar 30 km y, si querés tener agua, un molino o un generador a nafta. Es difícil conseguir la energía, tenés que tener dinero para viajar”.
La importancia -y la esperanza- de estar organizados
“Desde el proyecto, se buscó articular los aportes de varios sectores mediante el diálogo de saberes, con el objetivo de lograr una reflexión crítica e integral de la problemática de la transición energética en la región que permita generar acciones concretas que sean factibles de aplicar en la región. La estrategia propuesta pretende poner en valor los saberes y las capacidades de las comunidades, y de las mujeres en particular, recuperando y poniendo en valor estrategias energéticas que despliegan y/o reconocen como valiosas para la reproducción y cuidado de la vida”, detallan las investigadoras.
Además de la realización de la cartilla, hubo diversas instancias tanto formativas como de diálogo, de producción y difusión de saberes. El taller de diálogo y reflexión sobre energía, la participación de jornadas de intercambio con mujeres campesinas de Argentina y Abya Yala en Tilcara y en San Luis en el Encuentro plurinacional de MLTTBINB, un mapeo de saberes y prácticas campesinas, son algunos ejemplos.
El impacto positivo puede verse en el fortalecimiento de la organización y el vínculo con diferentes actores estatales (como el INTA y el CEVE) junto a quienes vienen realizando iniciativas locales como el armado de cocinas y estufas eficientes, la producción agroecológica de los alimentos, los circuitos cortos/locales/internos de comercialización, la construcción de herramientas eficientes y adaptadas a las condiciones y recursos de la zona.
La dirección del proyecto está a cargo de la Dra. arquitecta María Rosa Mandrini y la licenciada Guadalupe Huerta, quienes coordinan a las investigadoras Noelia Cejas, María Ines Sesma, Romina Bocco, María de los Ángeles Ordóñez y Daiana Geremia.
María de los Ángeles Ordóñez señala que si bien la cartilla trata acerca de las desigualdades energéticas, también se habla de las estrategias, saberes y prácticas que se llevan adelante de manera comunitaria -y no solo individualmente- para sobrevivir en el campo: «Cómo mejorar las condiciones de vida y trabajo para poder seguir viviendo en el campo de la mejor manera. Vivir el campo y vivir bien. Siempre estas instancias fortalecen o aportan elementos a la organización, pero además nos permiten salir y contar qué es lo que la organización hace. Hicimos la presentación en la escuela de Ambul, donde estudian hijos e hijas de las familias que integran NGU. Ese día, estaban las mamás, las abuelas exponiendo su trabajo y esos jóvenes escuchando, participando, analizando, reflexionando a partir de eso que habían construido sus propias madres y abuelas. Es muy interesante, muy valorable también ese diálogo en un espacio como la escuela pública. Un estudiante del séptimo año se animó y contó qué es lo que hace la organización, qué es lo que él ha podido vivir a lo largo de muchos años, porque, cuando su familia se integra a las redes comunitarias, era un niño, y transmitió al resto de esos jóvenes la importancia del estar organizados. Dijo: ‘Sabemos que estando todos juntos o comunitariamente, nuestra voz llega más lejos‘. Y esa es otra gran ganancia, cómo una organización también va formando a esos jóvenes en esa manera del hacer comunitariamente. De hecho, cuando estábamos reflexionando sobre las políticas públicas que llegaban, este mismo joven decía: nosotros logramos los invernaderos como parte de la organización, logramos construir cisternas de placa para almacenar agua, nos dieron bolleros solares. No lo hizo solo él o su familia, sino que es mediante esa organización que se hacen esas gestiones con el Estado y se logran obtener algunos elementos para de nuevo mejorar esa vida y esa forma de trabajo en el campo”.
Por su parte, Guadalupe Huerta remarca: “Junto con las compañeras de NGU, nos propusimos reflexionar y abrir un espacio de diálogo en torno a cómo podía ser una transición justa, situada y feminista. ¿Qué quiere decir esto? Justa, que sea para todes, cómo accedemos al uso, al control de la energía. Situada, porque creemos que realmente la energía está estrechamente vinculada al territorio. En la Pampa de Pocho, el sol y el viento son energías vitales que permiten la vida ahí. Los saberes en torno al manejo del viento son increíbles. Y por último, también la transición energética feminista, porque reconocemos que, hoy en día, la energía es pensada desde ámbitos muy masculinos, sin embargo, en esta sociedad donde las mujeres se hacen cargo o tienen la mayor responsabilidad de las tareas reproductivas y de cuidados, son ellas quienes siempre están atentas… Esto no quiere decir que sean las únicas y que los varones no lo hagan, pero sí que estén atentas a que haya leña para calefaccionar, que haya cómo cocinar, si es a leña, si es a gas. Son las mujeres las que llevan, las que están a cargo y tienen la responsabilidad de tener la energía. Son ellas las que se encargan de las tareas reproductivas, que implican siempre energía: tener combustible para llevar a los chicos a la escuela, llevar al médico, hacer la comida. Energía para calentar el agua. Energía para calefaccionar un hogar”.
El equipo que lleva adelante este proyecto es un equipo muy diverso, conformado en su totalidad por mujeres y cuerpos feminizados, explica Huerta y agrega: “Mujeres rurales, mujeres productoras, mujeres investigadoras de la ciudad, mujeres investigadoras que residen en el campo, mujeres diseñadoras, ilustradoras. Es central pensar esto desde lo que Raquel Gutiérrez Aguilar habla de entre mujeres, de reconocer ese entre mujeres como un lenguaje otro y un hacer que pone en el centro la vida”.
Las investigadoras explicitan que otro aspecto para revalorizar en el proyecto es que, frente a un contexto de crisis multidimensional -una crisis climática, una crisis económica, energética, de los cuidados de todos- que “a veces nos deja un poco inmóviles o como esperando una respuesta o una solución que nos traiga la tecnología, o el saber de la universidad”, podemos ver en la cartilla que “hay una multiplicidad de acciones cotidianas que se están haciendo, hay un montón de saberes, un montón de tecnología que se recrea, que se adapta para hacer un uso más eficiente, más cuidadoso. Frente a todas estas narrativas, es urgente saber que hay cosas que están en movimiento, que se están generando, que no implican crear cosas nuevas, sino que implica ver esos saberes que eran ancestrales, tradicionales, que hoy se recrean, se mueven, se revalorizan, se transforman y que están ahí, en territorio, haciéndose cuerpo, haciéndose movimiento”, enfatiza Guadalupe.
“Escuchar a estos jóvenes, que estén ahí presentes, que estén dialogando con sus propias mamás y abuelas, que generaron esto para contarles, genera mucha esperanza, ¿no? Es difícil hablar de esa palabra justo en este contexto, pero tiene que ver con eso y con una apuesta a que estos jóvenes, hoy en día, puedan expresar de este modo la centralidad que tuvo la comunidad en su formación de vida. Entonces, me parece que el sentimiento es de esperanza y también de alegría, de haber podido culminar con un proceso”, concluye María de los Ángeles.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: Ilustración de Inés Cademartori para la cartilla «Energías vivas».