De visita en Plutón: lecturas sobre el escenario electoral
La sorpresiva victoria de Sergio Massa modificó la disputa por la próxima presidencia. El ballotage se polariza entre una propuesta de esperanza y otra que promete sangre, sudor y lágrimas. Javier Milei abraza la estrategia perdedora de Patricia Bullrich y los votos de Juntos por el Cambio serán los que definan el remate de la película. ¿Acompañarán los radicales la institucionalidad que propone el peronismo o se inclinarán por un candidato que los desprecia?
Al igual que el primer Micky Vainilla –el hiperbólico Dr. Strangelove, de Stanley Kubrick–, Milei no pudo, no supo o probablemente no quiso domar el sectarismo de su propuesta y de su figura. La familia Benegas Lynch y algún que otro u otra candidata pintoresca le patearon el acelerador: privatizar hasta el mar, porque las pobres ballenas encontrarían así la chance de sobrevivir tal cual lo hacen, privilegiadas, vacas y gallinas. Y de paso despaternizar, descristianizar y militarizar. Toda una seguidilla de tiros en el pie para inquietud de un electorado en el que prima la indecisión, no el fanatismo.
En tanto hijo de la polarización, el “libertario” apostó desde el comienzo a elevar la grieta a su máximo nivel de furia. Y en consecuencia, reprodujo –y reproduce– con mayor énfasis el mismo modo de hacer política que predominó en la última década.
Puede decirse que habla y trafica en el mismo lenguaje, sólo que más desmesurado: una suerte de sentido común sin ataduras.
Por eso, como todo personaje dogmático, preso de un discurso fundamentalista, el domingo por la noche decidió profundizar en esa senda y quizás se equivocó: la polarización siempre implica el riesgo del nicho, de la sábana corta, del grupo de votantes fieles, pero de baja densidad, paradoja de la que no lograron huir Cristina y Mauricio.
La tiene difícil, Milei, porque ahora le toca salir a pescar los votos del espacio que más detesta: la UCR, a la que maltrató hasta el cansancio en los últimos meses con eso de que el país se jodió en 1916, con don Hipólito y la ley Sáenz Peña, y con eso de que en su oficina tiene un retrato de Alfonsín al que le tira dardos todas las mañanas. Ahora, además, los trata de traidores: culpables de la magra performance de Patricia Bullrich, que pasó de montonera tirabombas en jardines de infantes a ser la figura más codiciada por el staff “libertario”.
Pero cuidado, que el circo no tape la función: Milei logró instalar una agenda, una lectura del país –como enorme regalito de las últimas gestiones nacionales– que al menos en el corto plazo llegó para quedarse y que quizás encuentre en él la máxima opción de recambio para 2027, en caso de que se produzca una victoria massista en el ballotage y salvo que Juntos por el Cambio rebrote a partir de los diez distritos que gobernará desde diciembre: nueve provincias –seis de ellas en poder del radicalismo– más la Capital Federal.
¿Y qué decir de Sergio Massa? El ministro de economía de la inflación, que logró que la malaria económica y los yates de lujo pesen menos que otros temores, ahora corre con ventaja, pero tampoco la tiene fácil: le tocará pescar votos reacios tanto a la extrema derecha como al peronismo. Ciudadanos que prefieren votar en blanco o hasta cortarse una mano antes que entregarle la boleta al Partido Justicialista. Su discurso, basado en la idea de unidad nacional y en una probable propuesta de gabinete que intentará refrendar esa promesa, conforma la apuesta más acertada o tal vez la única opción que tiene.
Pero sea Massa o sea Milei, el que gane tendrá un pasar más que complejo. En un país que ya tuvo a Macri como primer presidente democrático que pierde una reelección y a “baladita” Fernández como el primero que ni siquiera logra presentarse a reelegir, llegar a 2027 con el gobierno en pie será el principal motivo de festejo. Sobre todo porque el panorama económico no pinta favorable para revertir el malhumor de una sociedad cansada de perder calidad de vida.
Y aquí los dos la tienen difícil: la complejidad del escenario obligará al ganador a construir coaliciones de gobierno. Y en la historia argentina, como se sabe, la palabra coalición suele ser garantía de tironeos, empantanamientos e indecisiones que hacen estallar a los oficialismos.
Dicho de otro modo, quien asuma tendrá que construir poder, porque su base de sustentación real apenas será de un tercio del electorado. Números que anticipan que el próximo presidente, en simultáneo a la aplicación de su programa de gobierno y como condición necesaria para que dicho programa resulte exitoso, enfrentará el desafío de fortalecer su liderazgo tanto dentro como fuera de su espacio político.
A modo de breve radiografía emocional: en la Argentina del presente, «futuro» no deja de simbolizar incertidumbre y temor.
Ojalá que al menos nos toque ser testigos de dos ansiadas jubilaciones. La jubilación del periodismo de trinchera: ya en las PASO quedó demostrada su incidencia relativa en el electorado y, desde entonces, vivió varios velatorios “ao vivo”, con caras largas en los sets de televisión. Una estrategia que puede que garpe en pauta, detalle no menor en estos tiempos de derrumbe del modelo broadcasting, pero que por lo visto no garpa en audiencia ni mucho menos en prestigio.
La otra jubilación, acaso más difícil, es la de las interpretaciones elitistas –“miserabilistas”– del voto ciudadano. Ni los jóvenes son tontitos lobotomizados que votan a Milei por supuesta falta de neuronas carcomidas por el celular, ni los conurbanos del país son golems del clientelismo político que reaccionan de manera lineal y automática a los regalos eleccionarios.
¿Podremos tirar por la borda, de una vez y para siempre, una cultura política rancia que gusta de ver amenazas allí donde un sujeto no sintoniza con las preferencias o creencias propias?
Difícil. Pero nos tocará tomarnos un poco más en serio a nosotros mismos si acaso queremos enfrentar lo que viene con algo de seriedad.
Mientras tanto, seguimos de visita en Plutón, al sur del sur del sistema solar y en órbita distópica por un planeta que dejó, hace tiempo, de ser un planeta. A bordo de nuestra nave país que parece estar a un paso, ella también, de convertirse en otra cosa.
*Por Gabriel Montali para La tinta / Imagen de portada: Peter Capusotto y sus videos.