Prender velas para que no estalle: inventario de temores sobre el escenario electoral
A pocos días de la primera vuelta electoral, repasamos algunas de las preocupaciones que, con independencia del resultado, anticipan distintos desafíos que deberá atravesar la sociedad argentina en los próximos meses.
Tirarse de cabeza al ajuste. Esa parece ser la consigna de los tres candidatos con posibilidades de ganar la elección o, al menos, de entrar al ballotage. Si bien la economía argentina ingresó en una fase de repliegues y recortes hace ya una década –recortes, por cierto, sobre una población que ni en sus mejores momentos logró romper el 25% de pobreza heredado, desde la última dictadura en adelante, como límite a cualquier programa de redistribución del ingreso–, ahora el recetario del ajuste se presenta sin ambigüedades en los propios discursos de cada candidato.
Aunque con diferencias, que van desde las propuestas más moderadas de Sergio Massa y Patricia Bullrich a la motosierra de Javier Milei, la valoración del ajuste se hizo explícita ya en el primer debate presidencial, debido a que los tres candidatos esgrimieron la hipótesis que identifica al déficit fiscal como la única causa de la inflación.
La lectura, por supuesto, es discutible, ya que aunque se trata de una problemática que exige respuestas urgentes, el déficit apenas constituye uno entre los varios factores que alimentan la suba de precios. Por lo tanto, antes que a la fortaleza argumental de la hipótesis, a lo que hay que atender es a lo que la hipótesis proyecta hacia el futuro. Es decir, a la estrategia y al programa político que asoman debajo de esa valoración de la crisis.
En una economía asediada por los dictados del Fondo Monetario Internacional, el ataque al déficit, en tanto máxima estrategia de combate a la inflación, blanquea que en los próximos meses asistiremos a un recorte acelerado del gasto público. La primera pregunta del millón, entonces, es a qué sectores castigará el Estado con una merma de fondos; o mejor: qué canillas se van a cerrar y si el cierre se realizará de manera gradual o sin concesiones.
En el caso de una hipotética victoria de Milei, probablemente los primeros defraudados sean quienes creen que al ajuste “lo pagará la política”. En su carácter de novedad derivada de la bronca frente al fracaso –y las miserias– de las tres últimas gestiones nacionales, el «libertario» es apenas un fenómeno televisivo: carece de estructura partidaria y no tiene ni tendrá presencia considerable en el Congreso.
Es más, ni siquiera la mano de dudosa generosidad de Mauricio Macri le garantiza, per se, que contará con el volumen político indispensable para aplicar un programa de reformas del Estado. Por lo tanto, si su deseo es gobernar, primero tendrá que construir gobernabilidad, ya que no existe reformismo viable sin pactos ni concesiones, es decir, sin “rosca”; sobre todo en la situación de orfandad política en la que se encuentra el líder de La Libertad Avanza.
Es por eso que, de ser presidente, el resultado de su gestión dependerá en buena medida de su capacidad para negociar cargos y presupuestos. De ahí, la incertidumbre y las paradojas entre lo que el Milei grita ante las cámaras y lo que trama fuera de los sets de televisión.
Si bien su alianza con Luis Barrionuevo parece esclarecer las inquietudes, el dato particular es que, para Milei, en la encerrona de su discurso sectario, no hay triunfo sin disyuntiva: o bien pacta con “la casta” y desradicaliza su programa de gobierno, con el riesgo de defraudar al sector más recalcitrante de su electorado, o bien aplica a rajatabla su discurso televisivo e ingresamos en una situación de conflictividad tan impredecible como imprevisible.
Gobernabilidad y conflicto social
Decíamos que, gane quien gane, la coincidencia entre los candidatos conduce a presumir que, a partir de diciembre, se profundizará el ajuste del gasto público. En la historia argentina, esa receta tiene una única traducción: el incremento de la liberalización económica, la privatización de las empresas públicas y el aumento de los recortes tanto en los ingresos de los jubilados y de los empleados estatales como en los presupuestos de la obra pública, la salud y la educación.
Resultado cantado: a esta economía de la miseria, nuestra cotidiana misiadura, le espera una mayor recesión y un consecuente incremento en la precarización de la vida.
El régimen de vacas flacas a vacas escuálidas plantea, entonces, otras dos preguntas del millón: quien gane, ¿logrará construir los consensos necesarios para ajustar a una población ya agotada por la progresiva pauperización de su calidad de vida? Y aún más: ¿de qué manera se evitará que se incremente la conflictividad en las calles: con gradualismo y concesiones en el ajuste o con represión de la protesta social?
El revuelo de inquietudes también abarca las enormes incógnitas que plantea la distancia entre la primera vuelta electoral y el 10 de diciembre, fecha en la que se realizará el traspaso de mando. Cincuenta días que parecen eternos en un contexto que, como nunca antes, trae al presente los ecos del 2001.
Como inmediata y recurrente pesadilla, la duda terrible apunta al gobierno en este caso. Si acaso se produce una victoria de Milei en primera vuelta y, por lo tanto, la última razón de ser de la (indi)gestión de Alberto Fernández, la candidatura de Massa, queda en el camino, ¿qué escenario cabría esperar para los días siguientes, con el valor del peso probablemente herido una vez más en su frágil línea de flotación frente a otra previsible corrida cambiaria?
El pirómano Milei agita desde hace meses el principal terror del peronismo. Recordemos que, en la semana posterior a las PASO, el “libertario” afirmó que estaba preparado para asumir ya mismo en caso de que debiera adelantarse el traspaso del poder. Sus pronósticos sobre una hiperinflación en ciernes que facilitaría, a su juicio, su programa dolarizador funcionan como la chispa sobre un bidón de nafta.
En su ingenuidad de panelista televisivo, que quizás piensa que el próximo gobierno no pagará ningún costo frente a un escenario de derrumbe sociopolítico, sus declaraciones irresponsables deben leerse en sintonía con sus apreciaciones amenazantes sobre la democracia.
Pequeño inventario de temores: Milei afirma que la Argentina se jodió con la Ley Sáenz Peña, en 1916; lo que equivale a decir que los problemas del país son el resultado de la progresiva consolidación del Estado de derecho.
Sus ataques a la idea de justicia social, que encarnan en un delirante fundamentalismo de mercado, sumados a su reivindicación de la última dictadura, plantean la peor de las inquietudes: ¿qué podría suceder con el sistema democrático en un eventual gobierno de La Libertad Avanza? ¿Qué cambios, qué continuidades y qué rupturas cabría esperar en nuestras formas de convivencia?
Y no se trata de un oxímoron. En la tradición filosófica de las extremas derechas de nuestro país, las ideas de libertad y república son compatibles con el autoritarismo radicalizado. El pueblo se les presenta como una masa despreciable de ignorantes que está disponible para cualquier manipulación –porque se trata de un pueblo que no está capacitado para tomar decisiones correctas–, a la vez que definen a la democracia como un sistema débil e ineficaz para garantizar el orden, ya que brinda canales de expresión y participación que habilitan la amenaza de quienes creen tener derecho a algún tipo de reclamo contra el statu quo.
Milei no oculta estas apreciaciones. Como afirmó en una entrevista que le realizaron en 2019: “El problema en sí mismo es la democracia. En el sentido de que las reglas de las mayorías no necesariamente conducen a algo bueno. Por ejemplo, si un candidato propone matar a todos los que se le oponen y saca el 70% de los votos, ¿eso le da derecho a matar al 30% restante? Lo que digo es que no idealicemos la democracia. La democracia, en sí misma, llevada a su máxima expresión, deriva en el populismo. Entonces, básicamente, habría que trabajar para construir otra estructura de funcionamiento”.
En sus prácticas de terraplanismo discursivo, Milei suele recurrir a la hipérbole para negar el conjunto. El mismo procedimiento puede observarse en su repudio a los políticos. Si bien el protagonismo de los partidos en el colapso del país es un hecho innegable, centrar la crisis en el funcionamiento de la política constituye una suerte de reduccionismo estratégico, ya que la clave de su discurso no está en lo que el candidato coloca en la superficie, sino en lo que busca traficar como consigna de fondo.
Y como no encuentra, en la historia de la humanidad, ejemplos reales con los que le resulte posible comparar su programa de gobierno, suele recurrir a los casos de Australia, Suiza, Nueva Zelanda, Alemania y Estados Unidos como símbolos de un modelo de sociedad “más libre”.
¿Hace falta aclarar que se trata de sociedades democráticas en el sentido occidental y tradicional del término: capitalismos de Estado, con elecciones periódicas y división de poderes?
En el fondo, que es lo que parece estar en juego, el ataque de Milei supone un doble desprecio radical: a la democracia como sistema y a la política como actividad que la hace posible, es decir, como actividad que nos organiza la vida y de la que participamos todos, no únicamente los funcionarios públicos.
Aunque resulte paradójico, en su visión prediluviana de la modernidad, el «libertario» quizás prefiera un sistema de castas o elites, como sus adorados Hayek, Rothbard y Friedman.
Es por eso que, suceda lo que suceda, el primer desafío de la Argentina que viene será replantearnos –y replantearnos y replantearnos– qué hicimos para llegar hasta acá, con el país quebrado, la discusión pública degradada y el sistema político vaciado de sentido.
*Por Gabriel Montali para La tinta / Imagen de portada: Agustín Marcarian / Associated Press.