Abriendo la cancha comenzará un nuevo ciclo del taller de fútbol femenino en Bouwer
La semana pasada, la Asociación Civil y Deportiva y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de la Provincia firmaron un convenio para realizar un taller de fútbol con mujeres privadas de su libertad. Los entrenamientos estarán a cargo de la organización de fútbol feminista Abriendo la cancha, que ya sostuvo una primera experiencia de este proyecto en Bouwer durante 2022.
Entre la última semana de agosto y la primera de septiembre, la organización Abriendo la cancha comenzará un nuevo ciclo del taller de fútbol en la cárcel de mujeres de Bouwer. Esta será la primera experiencia en el marco de un convenio del que también participan la Asociación Civil y Deportiva, y el Ministerio de Justicia y Derechos Humanos de Córdoba. Sin embargo, en 2022, ya realizaron una prueba piloto y el proyecto viene gestándose desde hace varios años.
Desde La tinta, conversamos con Florencia Bracco, integrante de Abriendo la cancha y una de las coordinadoras del espacio junto a Mariana Magliano y Pato Ruiz. Ella nos cuenta que, en 2019, comenzaron a pensar un proyecto que quedó trunco a raíz de la pandemia. En 2021, retomaron la idea y le dieron forma hasta implementarla por primera vez en 2022. Dentro de Bouwer, las mujeres privadas de su libertad realizan actividades educativas, recreativas y productivas. A través de la escuela, pudieron incorporar el proyecto del taller de fútbol, un espacio recreativo y de aprendizaje en torno al deporte.
“Sabemos que son contextos bastante duros por lo que significa estar privada de la libertad y todo lo que se propone muchas veces tiene que ver con lo artístico, con el estudio y demás. Nos pareció que estaba buena la recreación y, específicamente, el fútbol porque muchas mujeres son de barrios populares y se nota mucho que han jugado o tienen alguna trayectoria vinculada a ese deporte”, explica la integrante de Abriendo la cancha. A la vez, destaca la importancia que cobra proponer una actividad al aire libre, en ese contexto: “La vida de las pibas no es solamente el encierro de estar en la cárcel, sino el encierro de estar todo el tiempo adentro, entonces el aire libre, a una hora en que hace calorcito, jugar, correr, hacer un poco de actividad física vinculada al deporte nos parecía que estaba bueno”.
Durante seis meses, aproximadamente, se encontraron una vez por semana, los miércoles a la siesta, y la experiencia tomó forma propia: “Para nosotras, desde el fútbol se pueden trabajar un montón de cosas y eso es lo que hicimos, un espacio para mujeres que tenga que ver con la salud, que les ayude también a hacer grupalidad. Lo que también sucede es que muchas de ellas no se vinculan en otros espacios porque son de diferentes módulos que no tienen contacto entre sí, por distintas causas. Y ahí estaban todas las que les gusta jugar al fútbol, entonces ya hay una movida linda. Nos dimos cuenta de que les servía para encontrarse, planear cosas, muchas veces se quieren dar mensajes unas a otras, entonces termina siendo un espacio que les permite estar vinculadas”, explica Bracco.
El taller funcionó como un espacio voluntario, donde se anotaron todas las personas interesadas. Después, la institución realizaba una selección de 20, que era el cupo permitido de acuerdo al espacio disponible, y para eso incorporaron un criterio de buena conducta. En este sentido, Flor destaca que para ellas también implicó un desafío adaptarse a la lógica de un espacio reglado como la cárcel, diferente al trabajo territorial que siempre realizan, donde los roles son muy estrictos y hay muchas cosas que no están permitidas. En ese marco, siempre apuntaron a que las mujeres sintieran pertenencia con el espacio y celebran lo bien que fueron recibidas por la institución y la forma en que las participantes cuidaron y valoraron la propuesta en las devoluciones que les compartieron.
“Fue muy zarpado para nosotras, no sabíamos con qué nos íbamos a encontrar. Las vivencias de las pibas, siempre nos encontramos con historias, te cuentan que juegan en tal lado, algunas en un club, cómo se vincularon con el fútbol, de alguna manera, siempre salía esa información o esas historias de vida. Fue bastante flashero para nosotras y siempre fuimos confirmando esa apuesta. Es una satisfacción saber que nos encontramos con un grupo y con personas que también estaban dispuestas a esto. Ellas mismas nos devolvieron, por ejemplo, que no pensaban que nosotras íbamos a querer hacer el taller. Siempre les parecía raro, ‘estas personas que vienen de afuera a darle clases a 10 o 20 pibas un miércoles a las tres de tarde, en esa institución que es súper represiva’. Y no, al contrario, ahí es donde tenemos que estar. Y para esas pibas, ese espacio es un montón, en un montón de aspectos”.
Flor destaca que también se encontraron con muy buenas jugadoras, algo imposible de prever, y que comprendían fácilmente las propuestas que ellas llevaban: “Muchas de nosotras estamos dando clases o estamos en el fútbol y nos lo tomamos así. La Pato se armó un plancito de preparación física preventiva para trabajar en un metro cuadrado, que es el espacio que tienen, para que puedan hacer algo en la semana y que no se lastimen jugando. Yo les armaba ejercicios que hago con juveniles o con primera, que tienen complejidades en la ubicación y en las cuestiones más tácticas. Cosas que por ahí nunca habían visto, que nadie se puso a explicarles y que pueden hacer o pueden aprender sin importar la edad que tengan. Fueron muy piolas con nosotras, siempre escuchándonos como profes -así se referían a nosotras- y esos roles y cuidados de ambas partes aseguraron que el espacio se sostenga”.
A lo largo del proceso, realizaron dos encuentros con más integrantes de Abriendo la cancha, donde jugaron un partido y compartieron un tercer tiempo. Esto también les permitió conocerse y dialogar desde otros lugares, además de practicar lo entrenado y sumar un poquito de competitividad para mejorar el juego.
Este año, con el convenio en mano, la experiencia se retomará a partir de la última semana de agosto e incluye nuevas expectativas. “El desafío ahora es que ese espacio, que empezó siendo una apuesta para ver qué pasaba, tenga continuidad. Queremos armar un logo, un nombre, una camiseta y pensar algo que las proyecte. Aunque sea el objetivo de jugar con un equipo que está en otra cárcel, eso nos permite poder avanzar en la construcción”, explica Flor.
La organización refuerza su apuesta y entusiasmo en este nuevo ciclo, profundizando en el sentido de su trabajo territorial y colectivo. Así, también se plantean la posibilidad de trascender la experiencia del taller y seguir construyendo vínculos que se proyecten más lejos: “Algunas personas van saliendo, una ya nos contactó por Instagram, estando afuera. Ahí no tenemos teléfonos ni nada, pero ellas saben que somos de Abriendo la cancha. Y la idea que hablamos con la gente del Estado es que nos tengan en cuenta para algunos proyectos de continuidad, que hagamos algo que permita un vínculo posterior. A veces son jóvenes, salen sin laburo, sin saber para dónde ir, porque capaz que estuvieron cinco o seis años ahí adentro, y tienen que empezar de nuevo. Y ahí está piola que las organizaciones ocupemos un lugar en lo comunitario, en la red que una pueda hacer para que haya una reinserción real”, concluye Flor.
*Por Jazmín Iphar para La tinta / Imagen de portada: Abriendo la cancha