Te estás portando mal, estás subsidiada
Hernán Lacunza -el último ministro de Economía de Macri- fue a una juntada de empresarios la semana pasada y los trató de subsiplaneros. Se picó.
Por Gonzalo Assusa para La tinta
El chiste se contaba seguido en mi familia, en tiempos en los que la corrección política importaba todavía menos que en la actualidad. El sargento tenía que comunicarle sutilmente al soldado Martínez que su padre había fallecido.
Expeditivo, el sargento da la orden:
—Dé un paso al frente todo aquel que tenga a su padre vivo.
Y cuando Martínez avanza como todos sus compañeros, el Sargento le grita:
—¿A dónde cree que va, Martínez? Vuelva a su lugar.
La escena que protagonizó Lacunza la semana pasada en un evento empresarial fue un montón. Pidió que, entre las personas presentes en la sala, levantaran la mano los que no cobraran subsidios. Acto seguido, les mostró que estaban muy equivocados: “¿Alguien vino en Aerolíneas a la reunión? Bajá la mano, estás subsidiado. ¿Alguien vino en auto y cargó en YPF? Está subsidiado. ¿Alguien tiene un familiar que entró en una moratoria previsional? Está subsidiado”.
Hay un déjà vu en volver a ver el desfile de políticos que definen al empresariado como su principal audiencia y su única ciudadanía ante la que rendir cuentas. ¿Se acuerdan de Esteban Bullrich de ministro de Educación autopercibido gerente de recursos humanos hablando de la escuela como una máquina de hacer chorizos y pidiendo el sacrificio del chancho? Como todo el humor, lo que dice Lacunza tiene un reducto de verdad y, al mismo tiempo, pone algo fuera de su lugar natural.
Subsidio, como “plan”, es una de esas palabras mágicas (pero de magia negra) del lenguaje político contemporáneo. Es casi como jugar a la mancha. “Yo, argentino”, se podría traducir algunos días como: “Yo no cobro un plan”, “Yo no estoy subsidiado” o “A mí nadie me regaló nada”. Estar subsidiado es estar contaminado, ser cómplice, ser demasiado argentino.
Pasado el furor Milei, en las últimas semanas, al centro de la escena de derecha la vienen ocupando los candidatos de Juntos por el Cambio. Con otro nivel de pragmatismo, la discusión ya no corre por el carril de poner una bomba el 5 de noviembre y borrar de la historia al Banco Central, sino por uno más conocido (y reciente): el de la modernización y la austeridad. Se está volviendo a instalar el “así no va” en referencia al estado (estadazo) del Estado argentino.
El “Bajá la mano” de Lacunza es casi un reto y nos hace reír porque dice en parte -desde otra posición, con otra legitimidad y desde otra vereda ideológica- algo que comúnmente nosotros tratamos de instalar. Hace tiempo que venimos intentando mostrar que el Estado no es una máquina de reproducir pobres con planes sociales, sino que el sector público es una especie de malla que mantiene unido el tejido social con cuidados, seguridad social, educación y salud. Que garantiza -la mayoría de las veces como puede, no como desearíamos- el acceso a lo básico, lo esencial, lo elemental, cuando el mercado cobra una entrada tan exclusiva que deja al 90% de las personas fuera. ¿Vos creías que estabas exento? Sólo de impuestos. Vos también estás subsidiado.
Hay otra verdad entremezclada en esa especie de stand up para hombres de negocios que hacen los cuadros de Juntos por el Cambio y es que los sectores medios altos tienen sus mecanismos para acceder a servicios a los que no accederían en esa cantidad ni en esa calidad en caso de que el distribuidor fuese el mercado. El caso paradigmático es la clase media (alta) y su vínculo con la educación universitaria. Ya hace años vienen diciendo que no existen las clases populares en la universidad pública. Y hace años venimos discutiéndolo con datos. Pero, si dejamos de lado por un rato ese punto de desacuerdo y suponemos que estamos de acuerdo en que nos faltan estudiantes en las escuelas, y más aún en las universidades: ¿cuál es la salida de esa situación?
Hay una diferencia más fuerte que en el diagnóstico. Su planteo es “hasta ahora, les hicimos creer que las cosas son gratis y no, entonces…” -y ahí llega esa especie de espasmo involuntario del diafragma monetarista que tienen adentro- “hay que recortar”. ¡Pero no, muchachos! Si alguien, en algún lugar del territorio nacional, les cree por un segundo que a ustedes lo que les preocupa es que falte pueblo en la universidad o pueblo viajando en avión por el país, o pueblo calentando la casa en invierno, o pueblo moviéndose por la ciudad en transporte público… si el problema es que todavía nos falten tantos y tantas, la solución no es recortar. Nunca lo ha sido. Evidencia de sistemas universitarios de todo el mundo lo demuestran.
Por eso, el discurso se pronuncia en ese evento. Lacunza escenifica también ese olfato policial distributivo: “En esta sala de 1.000 personas, donde -por cómo estamos vestidos, por dónde estamos- somos del 10% de mayores ingresos y de mayor educación”. El subtexto dice: si nos acompañan en recortar el gasto para todos -incluidos ustedes-, podemos bajar los impuestos para todos -sobre todo, para ustedes- y todo lo que no gastan en funcionamiento del Estado lo van a poder usar como quieran -como ustedes decidan- en el mercado. La elipsis que le da solidez a toda la argumentación: solamente ustedes (quienes estamos en la sala, los que estamos arriba) van a poder decidir y seguir accediendo. El resto de los deciles (el 90% de la población) va a empezar a vivir en la realidad (una realidad que ustedes y nosotros nos estamos ocupando de construir).
Una experiencia positiva: si faltaba que tantas niñas y niños del país tuviesen garantizados derechos con esos recursos económicos que llamamos “Salario Familiar”, no eliminamos el Salario Familiar para trabajadores formales, sino que creamos la Asignación Universal por Hijo. ¿Falta? Seguro. Necesitamos más. No menos.
Otra experiencia positiva: tu abuela laburó toda la vida, dentro y fuera de la casa, pero como tenía empleo informal, de vieja no cobraba su jubilación. ¿Se te ocurre que la solución sería eliminar el sistema previsional para todo el empleo registrado? No: crear una moratoria previsional es reconocer un derecho vulnerado y repararlo apenas en parte. Salvo que juegues a la mancha en política: ¿tenés un familiar que accedió a una moratoria previsional? ¡Subsidiado! ¡Contaminado! ¡Cómplice!
Una invitación mayéutica para Lacunza: que en su próximo TEDx pregunte quién cree que se ganó todo lo que tiene y responda: “Bajá la mano, estás heredado”, mientras de fondo suena la canción de Tik Tok: «Mi mami, mi papi, me compran mis cosas. Lo quiero; lo compran (…) Soy hijo de mami, soy hijo de papi». Nacer no es mérito.
*Por Gonzalo Assusa para La tinta / Imagen de portada: A/D.