Combate y autodefensa, una propuesta transfeminista en barrio San Martín
En el corazón de barrio San Martín, un espacio de entrenamiento abre camino, con técnicas de deportes de contacto y desde la autodefensa para mujeres cis e identidades trans y disidentes. Coral Club de Combate es una alternativa a los espacios académicos y tradicionales de las artes marciales.
Por Verónika Ferrucci para La tinta
La entrevista que comparto a continuación sucedió en el Tatami, previo al sparring -día de lucha- en el Club de Combate Coral, un espacio de entrenamiento a partir del uso de técnicas de distintos deportes de contacto y con saberes de la autodefensa. Una práctica colectiva que excede el entrenamiento físico, hay también, mente y corazón. La conversación comienza mientras enrollan las vendas, que luego revestirán sus manos. Alguien dice que estuvo todo el día esperando la hora para llegar: “Estoy nerviosa, adrenalínica”, y alguien le responde: “Yo no tenía ganas pero sé que después de la clase seré una mejor versión de mi, saco afuera todos los demonios”.
El combate es una forma de dar lugar a lo que pasa en el espacio, donde convergen distintas disciplinas que sirven a lo defensivo y más allá de la especificidad de cada una: Muay thai, Jiu Jitsu brasilero, Boxeo y Kickboxing y desde la autodefensa. “Todas las disciplinas que practicamos son consideradas como artes marciales o deportes de contacto, hay distintas maneras de llamarlo y un montón de especificidades, pero fundamentalmente están vinculadas al entrenamiento del cuerpo en pos de responder y generar instancias de combate físicas. El combate no implica sólo una cuestión física, sino otros aprendizajes, poner el cuerpo en escena junto con otro para desplegar las herramientas y las técnicas que aprendes. Hay un trabajo de integración de mente cuerpo, pensar como de aprender a pegar y activar acción”.
La violencia cruza y marca de manera diferencial según el género, la violencia en tanto mecanismo colectivo de dominación atraviesa la vida de las mujeres y las identidades trans, no binarias, lésbicas. Y la defensa personal es una forma de praxis política y una herramienta certera para responder a un ataque físico. “Autodefenderse es supervivencia, por más que suene muy fuerte, y no es que vas a salir de acá a pegarte con gente, la autodefensa no tiene que ver con competir con otra persona, sino más con une misme y con posicionarse para dar o recibir una piña, responder o prevenir que no te paralices ante un hecho violento y de agresión. Seguimos siendo castigadas y la autodefensa es una respuesta colectiva. También es un ejercicio de disfrute. Y lo digo así para quitarle el estigma a la idea de hacer combate por gusto, porque sobran los comentarios que suman a la estigmatización sobre ciertas identidades que no fuimos socializadas para poder ejercerlo”, afirman desde el espacio.
Los martes trabajan sobre técnicas y los jueves las ponen a relucir, es el día de lucha. Se llama sparring, van rotando y cambiando de pareja, el tiempo en combate es de 3 minutos -que dura el round- y 1 de descanso. Usan todas las extremidades del cuerpo: piña, patada, codo, rodilla. “Es un deporte violento, que hace uso del ejercicio de la violencia, comparado con otros, como el tenis -que lo practiqué toda mi vida-, máximo recibes unos pelotazos, acá te pegan en la cara y es algo para lo cual no fuimos criadas. El mundo es muy hostil y lo es de manera diferenciada según el género, y poder aprender a pegar una piña y a recibirla es parte de hacerse cargo de esa diferenciación de hostilidades”.
El combate muchas veces está asociado a algo negativo y masculinizado, y en realidad, es un deporte que implica aprendizajes y disciplina para otros ámbitos de la vida, “aprendes a manejar los pensamientos y combatir con une misme, te das cuenta de tus fortalezas y debilidades. Es una disciplina que me sirve para otros ámbitos, laborales por ejemplo. Vine por una necesidad concreta: aprender a poner límites”.
Un Club de Barrio
La idea de club es central en la definición del espacio, sin embargo no están en un club -tal como lo imagino-, el espacio funciona en la casa de Entrepiernas. Y tiene sentido, ahí radica la nueva potencia de pensar casas clubes. Plantearlo como un Club de Combate no cierra sino que abre: “Es distinto a lo que pasa en una academia de artes marciales, que tienen lógicas de organización jerárquicas, otros modos vinculares y otra relación con la marcialidad, los exámenes, el espacio y la disciplina en sí. Acá acontecen otras experiencias, hay encuentro y lo que sucede es más laxo al incluir otras disciplinas y experiencias”.
Se despegan de las lógicas de una academia tradicional de artes marciales y se ligan a lo territorial y en eso construyen pertenencia. Hay quienes son del barrio o alrededores y quienes no, pero van exclusivamente para las clases. Remarcan que no les da lo mismo dónde es: “A veces vas a un gym porque está a la vuelta y es cómodo, pero no por pertenencia. Para venir acá, hago media hora en bici ida y vuelta y elijo hacerlo por el espacio, es mi forma de habitar este barrio”.
Haru vive en el barrio hace 20 años, empezó compartiendo sus conocimientos pegando a su bolsa en el medio del living de su casa, era pandemia, estaba todo cerrado a la vez que no tenía ganas de acercarse a los típicos espacios de marcialidad. “Me daba miedo y amigues trans me decían que no tenían ganas de ir a bancar las dinámicas que allí sucedían. De boca en boca, se fueron sumando más y del living pasamos al garaje. El año pasado me convocaron desde la casa de Entrepiernas, que está a la vuelta de la mía y no lo dudé”.
“Cuando escuché que era un club, me sentí invitade desde lo amateur, no tenía ninguna experiencia y no sentí una presión de tener que saber algo previamente, no hubiese ido a una academia, justamente por las barreras técnicas o el mandato de perfeccionarte todo el tiempo. El Club te hace sentir parte, más allá de la práctica en sí misma, es el entorno que se genera. El compañerismo es central -y no lo digo como lo políticamente correcto- hay algo de la esencia de lo barrial que te hace sentir, que lo pasa acá, es más allá de lo físico”.
Al estar por fuera de los circuitos de la competencia, el ejercicio y la evolución de la disciplina es mucho relajada y placentera, deja de ser una presión y acompaña los tiempos de cada quien. Hay personas que están hace más tiempo entrenando o vinculadas con la marcialidad y otras menos pero el aprendizaje es desde las diferentes corporalidades, las experiencias de esos cuerpos y de lo que pueden o no pueden.
“En el sparring pasan cosas que son re simbólicas, Haru me corrige si voy con la cabeza hacia adelante, claro a mí me pasa eso en la vida. Acá aprendí a controlar los miedos o la furia de cuando recibo un golpe y me enoja y quiero pegar”. La defensa personal, explicita María Teresa Garzón, fundadora del Comando Colibrí en México, “es una disciplina corporal donde te enfrentas al miedo, la frustración y el trauma acompañada por otras que son soporte y red; es un reconocimiento a las destrezas individuales y como colectivo. Un sistema de defensa personal real no debe limitarse exclusivamente a trabajar con tus destrezas y adaptación, evolución y revolución de los aspectos técnicos en tu cuerpo, además debe construir acuerdos, protocolos de seguridad, estrategias de cuidado colectivos y hasta amistad política… algo así como coaliciones”.
Los golpes duelen, no es novedad. “La primera vez que recibí un golpe en la cara me salieron unas lágrimas y me sentí rara, después me enteré que todo el mundo había llorado con las primeras piñas”. Hay una idea del deporte en general como un espacio donde hay que tener la mente muy fría, como si fuera fácil poder desafectarse de lo que nos pasa. En Coral reconocen un lugar cuidado donde descargan lo que sienten, el peso del día. Rompen la idea de un cuerpo que todo lo puede, un cuerpo victorioso muy asociado al deporte y a las artes marciales sobre todo, que tenés que poder, tenés que escalar, federarse o competir.
Un espacio seguro
En las academias de artes marciales, la mayoría de quienes asisten, son varones. Si bien desde los 80 se han transformado algunos espacios y prácticas, o más bien, han surgido otros tipos de espacios, aún son escasos. Que no haya varones cis es otro de los motivos por los asisten muches, “en otros lugares me incomodaba por esas presencias. La motivación es vincular y física, venir y encontrarme a practicar en una situación distinta a otros tipos de vínculos, alguien con quien me encuentro dos veces por semana para pegarnos y de repente, eso se vuelve un vínculo, un tipo de relación, una manera de conocer a la otra persona”.
Les pregunto a quién invitaría, quizá desde el prejuicio de no saber a quién le interesaría, y en un collage de voces dijeron: “A alguien que piense mucho, quien tenga miedos y problemas de inseguridad, que haya tenido alguna situación agresiva o de acoso en la calle, yo invité gente después de un robo. Lo recomiendo para quien esté en un proceso de transición, de lo que sea, porque es una manera de entrenar y habitar un espacio de incomodidad , porque todos los cambios en las transiciones te llevan a un espacio incómodo. Quien disfrute y quiera practicar artes marciales. No está bueno invitar a nadie por contraposición a otro espacio, pero siento que me re curtí en las academias que me hicieron mierda y que no sé cómo a veces como si sería evitar el mal mayor”.
Pueden sumarse personas mayores de 18, menos varones cis y no hace falta tener conocimientos previos. La propuesta es el encuentro de los cuerpos y la exploración de los mismos en diferentes tiempos. Terminamos la conversación y el Tatami vibra con los saltos de la entrada en calor, la música acompaña la adrenalina de esos cuerpos que empiezan el combate. Cuando veo a esos cuerpos recibiendo y dando golpes, entiendo que hay una invitación evidente a no acostumbrarse a vivir con miedo, a percibir situaciones de riesgo y cómo se pone el cuerpo esos momentos, a tener herramientas para no paralizarnos, para poner límites y aprender que cuidarnos es nuestra defensa.
“No solo debemos prepararnos para pelear, debemos prepararnos para ganar.
Porque no nacimos para sobrevivir, nacimos para vivir”.
Comando Colibrí
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Diana Segado para La tinta