#ColumnaTrava: Normalicemos no normalizar
En el afán de deconstruir los discursos heredados, terminamos por repetir como loras algunas reflexiones que se extienden en todos nuestros debates progres. Alzamos la voz para normalizar esto y lo otro, y caemos, sin cuidado, en una nueva moral que también es policía. ¿Qué se esconde detrás de este deseo? ¿Por qué nos validamos a partir de la norma? Un repaso por la serie irlandesa Normal People y una defensa a la rareza.
Por Vir del Mar para La tinta
Desde hace un tiempo, estoy atenta a cómo se instalaron en nuestros círculos progres y jóvenes algunas reflexiones sobre los modos heredados de vivir y pensar. Sobre todo, nos dedicamos a deconstruir ⎼pues, claro, hasta tenemos este neologismo⎼ los discursos que, durante siglos, se instalaron en nuestras prácticas. En el podio de estas preguntas, está, sin dudas, el amor romántico. También la aceptación de la diversidad de cuerpos y la equidad de género. Consignas políticas que se forjan a base de luchas colectivas y debates sociales, y que se extienden hasta los rincones más recónditos de la discusión. Todxs podemos opinar de todo, ¿será eso un devenir de la cultura pop? ¿Serán las redes sociales que nos dan un medio para expresarnos? ¿Será el algoritmo?
Me refiero, más específicamente, a tres expresiones que repetimos cada vez que podemos: “Todo es un privilegio”, “Todo está romantizado” y “Hay que normalizar todo”. Permítanme, amores, desconfiar de semejantes afirmaciones.
Quiero hablar, en este caso, de la normalización. Vamos con unos ejemplos que, en principio, tienen una intención positiva, transformadora o revolucionaria en cuanto a los cánones que manejamos: normalicemos ponernos bikini y tener rollitos, normalicemos tener vellos en las axilas, normalicemos ser intensxs con nuestros vínculos, normalicemos quedarnos en casa con nuestro perro en lugar de salir. Ok, sí, re, de una, me sumo a todas, pero… ¿Por qué insistimos con la normalidad?
Gente normal
Hace unas semanas, empecé a ver una serie que me recomendaron bajo la advertencia de es hermosa, pero es muy paki, no sé si te va a gustar. Bueno, me encantó y ahora les cuento por qué y qué tiene que ver con esta columna. La serie es Normal People, basada en el libro homónimo de Sally Rooney, dirigida por Lenny Abrahamson y Hettie Macdonald, con solo 12 capítulos de 30 minutos promedio. Devastadora, tremenda, hermosísima, es la historia de amor de un chico y una chica desde que son adolescentes hasta su juventud. Como lo anuncia el nombre, normal, todo muy normal y reconocible. A primera vista.
Lo que lleva una profundidad inesperada es que el vínculo que forman Marianne y Connell, lxs protagonistas, no es normal o no entra del todo dentro de las reglas sociales. Es un vínculo que, con el tiempo, ellxs reconocen como excepcional y que se sostiene por mutación, cambia su forma por la intención que tienen de estar cerca. Esto trae rispideces con nuevas parejas, la incomodidad de sus grupos de amigxs y sus familias. Incluso, ellxs están incómodxs por momentos con esa mutación, sin embargo, la sostienen.
En el crecimiento que vemos del vínculo, también vemos cómo Connell y Marianne se enfrentan a una vida adulta con problemas muy dispares. Algo lxs separa en ese sentido y, como es normal, se malentienden, suponen cosas, se sobreprotegen. Sí, eso en nuestro mundo es normal, digo, es lo que comúnmente pasa en los vínculos. ¿Normalicemos hablar más de nuestras emociones? Mmm, ya lo veremos. En esa complejidad que toman sus vidas, les suceden cosas “normales” por no dialogar bien con lo que se espera de ellxs: de Marianne, que sea sumisa y menos brillante que un hombre (su hermano), y de Connell, que sea un varón sociable y que demuestre afecto, pero sin dar rienda suelta a su sensibilidad.
Ya sé, estoy siendo buena con un mundo heteronormativo que nos subyuga al estado de minorías sin derechos a un montón de personas. Pero es que la norma, en muchos sentidos, no le sirve a nadie. Es muy alto el precio a pagar por tener que cumplir con el estándar de ser varón, con el estándar de ser delgada, con el estándar de ser mujeres bellas y fuertes. Marianne y Connell encuentran en ese vínculo una comunicación excepcional y una fuga: entre ellxs, desarrollan -con todos los conflictos que a veces son necesarios para entenderse- un conocimiento mutuo que es su salvataje. Su vínculo muta a lugares que son realmente luminosos, inesperados para la norma que nos dice cómo funcionan las cosas.
¿Y cómo funcionan las cosas? Ahre
Pienso, entonces, de dónde vendrá esta necesidad de encajar en la norma cuando decimos “normalicemos esto o lo otro”. Ya lo sabemos, la norma está en todos lados y estar dentro de sus parámetros nos promete cierta estabilidad o tranquilidad, un pasar desapercibidxs. Son culturales y las establecen distintas instituciones que nos reglamentan: la iglesia, el Estado, la familia, la escuela, etc. Lo normal está en esa tensión entre las normas y lo que es común, un comportamiento generalizado. Y ahí está su mayor problema, la norma no entiende de singularidades.
Cuando decimos “normalicemos esto o lo otro”, nuestra intención es poder existir en tranquilidad. “Normalicemos tener estrías” tiene sentido en un mundo en el que las campañas publicitarias nos muestran pieles tersas; “normalicemos llevarnos bien con nuestrxs ex” tiene sentido en un mundo que exige al amor romanticismo, dolor y drama; “normalicemos quedarnos en casa en soledad” tiene sentido en un mundo que nos pide ser sociables, tomar alcohol y pretender juventud. Pero, más allá de que tener estrías, llevarte bien con tus ex y quedarte en casa un sábado sean cosas que atravesamos muchas personas, ¿tienen que tener un estatus normativo para ser válidas? ¿Tanto nos molesta la posibilidad de hacer/ser algo raro?
Yo no soy una persona normal ni quiero serlo. Digo, ser travesti me pone por fuera de esos márgenes. Se dice de mi cuerpo que es disidente, que es diverso, que es distinto, que es raro, etc. Todas esas cosas son, para mí, rasgos que constituyen mi potencia. A veces me pesa la rareza y no tengo ganas de sostenerla, pero lo cierto es que soy rara, como lo es cualquier persona que se corre del binario sexogenérico o que es neurodiversa, o que disfruta de su cuerpo sin culpa o de sus vínculos sin atender a los mandatos. En mi caso, esas cosas son también las que me han guiado a enrarecer mis prácticas, a desconfiar de lo que debería ser normal para mí y para el resto.
Esta columna es una invitación a validar nuestras rarezas como fugas que nos permiten existir en un mundo que es normativamente hostil. Quizás la respuesta no está en intentar que todxs entiendan como normal lo que hacemos, sino en entender que no tenemos por qué usar la norma como vara para medirnos entre nosotrxs. El problema no está en si tengo estrías o no, el problema es que alguien se arroje el derecho a opinar sobre mi cuerpo o sobre cualquier otro cuerpo. Entonces, no intentemos normativizar lo lúdico de nuestras expresiones, juguemos, prometo que, del otro lado, solo hay asombro.
*Por Vir del Mar para La tinta / Imagen de portada: Fotograma de la serie Normal People (2020).