#ColumnaTrava: No te disfraces de travesti
En el mundo de la actuación, circula esta idea de que todxs podemos hablar de todo, porque el arte es arte y lxs artistas, artistas, y los discursos traspasan los cuerpos. Sí, ok, eso en otro mundo… En este, hay cosas que ya no pueden hacerse o decirse con esa liviandad. ¿Qué pasa cuando un chabón se pone peluca y tacos para actuar «de travesti»? ¿Cuáles son las historias que la heterosexualidad viene contando sobre nuestras vidas?
Por Vir del Mar para La tinta
Me escribe un excompañero del mundo escénico para pedirme prestados unos zapatos de taco. Me dice que está por estrenar una obra en la que tiene que interpretar a una travesti. Los pelos en mi nuca se crispan, mi respiración se vuelve densa, la vena que cruza mi frente se hincha. Miro el celular imaginando insultos que viajan a mil doscientos kilómetros por hora de mi cabeza hasta mis dedos. Decido, de todos modos, calmarme. Aclarar: esto que te voy a decir no es personal con vos, es personal con nosotrxs, las personas trans. ¿Cuál es el rollo con la “representación” trans?
Nuestros cuerpos en el cine
A lo largo de la historia, las identidades “corridas” de la hetero-cis-norma hemos sido cooptadas para las grandes narraciones en un intento de contar ese horror: el de ser homosexual, trans, mujer y gustar del sexo, ser gordx y deseante, entre otrxs. Esos relatos –en general, escritos, guionados y/o dirigidos por varones cis, heterosexuales, blancos, etc.– se construyeron desde la perspectiva de la aberración y con la idea de explicarse por qué está taaaan mal no responder a los mandatos sociales. Se disfrazaron de la intención científica del psicoanálisis para patologizarnos y terminaron siendo unos chabones apuntando a lxs raritxs para poder decir: “Miren, ese es un maricón, pero yo soy perfectamente blanco, heterosexual y coso”. Bueno, chicos, no se enojen, estoy hablando de la historia, no quiere decir que tooooodos sean así y que #MuerteAlMacho. ¡Se calman! Mejor lean, a ver si así logramos desentrañar la cuestión.
Las olas de cancelación, aunque hoy aprendimos de su doble filo punitivista y odiante que siempre se va de las manos, nos sirvieron para entender qué cosas ya no podían hacerse ni decirse con tanta liviandad. Entre ellas, representar algunas identidades históricamente oprimidas. Así como un actor blanco no puede pintarse de negro para “interpretar” a una persona afrodescendiente ni una actriz flaca puede ponerse un traje de gomaespuma para “interpretar” a una mujer gorda, ni un actor heterosexual puede sesear a propósito y voguear para “interpretar” a una marica, un chabón no puede ponerse tacos y pretender “interpretar” a una travesti. No se puede, lo siento. Nuestras identidades no son personajes ni disfraces ni son imitables. Por más buenx y sensible que seas, por más a favor de nuestros derechos, por más que tu hermana sea travesti: no, gracias, me puedo representar sola.
No somos personajes
Seguramente, en algún trayecto educativo, viste la diferencia entre un sustantivo y un verbo. Veamos la distancia enorme que hay entre las palabras travesti y trasvestir. En un principio, sí, la ilegalidad y la criminalización obligaba a las travestis a vivir una doble vida: de día o en el espacio público, a transitar como varones y, de noche o en la intimidad, a trasvestirse para, por fin, poder ser libremente. Hablo particularmente de las feminidades porque es de quienes más conozco la historia, pero con las transmasculinidades la cosa debe ser más o menos análoga.
“Usar las ropas del género opuesto” tenía un sentido vinculado a la supervivencia. Los años de lucha lograron que la palabra travesti no designe solo una acción, sino una identidad política: yo no soy varón ni mujer, soy una travesti, soy esta identidad que se construye en fuga de esas formas, a veces en un entre, a veces más allá, pero nunca afirmando el binomio que se alinea a la genitalidad varón-masculino-pene, mujer-femenino-vulva.
Entonces, travesti y trasvestirse son dos palabras que están vinculadas, pero marcan dos cosas distintas. Y cuando alguien que no es una persona travesti o trans se “trasviste”, lo que queda resonando es la idea de que nuestras identidades son una especie de disfraz o de máscara debajo de los cuales está la verdad, una verdad biológica de la que nunca podremos escaparnos. Nada más cercano a la moral religiosa y más alejado de nuestras formas de ser estos cuerpos. Incluso cuando un actor hace una interpretación, a primera vista, “sensible” y “atenta”, como en La chica danesa, está anteponiendo la transformación de su imagen y su supuesta capacidad interpretativa para “encarnar” experiencias que no son simples anécdotas, sino procesos identitarios complejos y particulares. Termina por parecer que somos algo parecido a una máscara que se pone y se saca, y listo. Vale si es un juego, una caricatura, y después se vuelve a la norma. Entonces… ¿es sensible interpretarnos? ¿O están siendo una manga de forros?
¿Qué se cuenta de nosotrxs?
No casualmente, nos encontramos con miradas que abrazan la condescendencia o el susto. Las películas nos retratan desde la burla, la patologización, la criminalización y la pena. Sobre esto habla del documental Disclosure: ser trans más allá de la pantalla (lo encuentran googleando). En las imágenes que se construyeron desde el cine, la televisión y la literatura, las personas trans somos lxs enemigxs del género y debemos ser castigadxs y encerradxs. ¡Ay, qué exagerada! Sí, pero con razón.
El documental particulariza sobre dos situaciones. Una es la caricaturización de las personas trans, donde vemos personajes que erran en el intento de construir una masculinidad o una feminidad, que son torpes y develan permanentemente el disfraz. La otra es sobre el concepto de disclosure –“revelación” en inglés–; donde encontramos una persona trans que pasa desapercibida como tal y es una más en el mundo heterocis, pero llega el momento en que “la verdad” se revela y todo el mundo se siente estafado, engañado, con la confianza rota. En la mayoría de las historias, terminamos así: solxs y muertxs.
¿Y entonces?
En este mundo, y en este momento de la historia, quienes hemos sido identidades oprimidas estamos exigiendo ser parte de los modos en que se narran y construyen nuestras mitologías en el cine, el teatro, la radio, la fotografía, entre tantas disciplinas. Si sos una persona cis, o sea, si te identificás con el género que te asignaron al nacer, por más sensible que seas, no podés «hacer de trans». Si querés ir más allá de tus límites corporales, hacé de árbol, hacé de puerta, hacé de tu mamá, no sé, fijate. Pero no me interpretes.
Afortunadamente, las cosas van corriéndose de lugar, un poco. Hay cada vez más producciones audiovisuales con personas trans representando a sus comunidades. Algunos ejemplos son Mía, La viuda de Rafael, Pose, Veneno, Orange is the new Black, Historias de San Francisco, Heartstopper, Euphoria, etc. Esa es la respuesta, que contraten personas trans, no solo para actuar, sino también para estar en el equipo de producción y creación.
¿Querés dirigir una obra o una película que retrate a transmasculinidades? Invitá a un varón trans a codirigir y aprendé. ¿Querés escribir un guion sobre la vida de una trava? Bueno, invitá a una travesti a coescribir o a que te lea y te corrija. Y así… infinitas posibilidades. Sean creativxs y no quieran ser buenxs y sensibles: sean concretxs; si les interesan nuestras vidas, tomen decisiones que realmente nos involucren. Y páguennos por trabajar, como a cualquier hijx de vecinx.
*Por Vir del Mar para La tinta / Imagen de portada: fotograma serie Pose (Netflix).