Brasil: elegir entre democracia y autoritarismo
Con Lula Da Silva como claro favorito y Jair Bolsonaro apostando a la radicalización para mantenerse en carrera, el país sudamericano se encamina hacia la elección presidencial más importante de su historia reciente.
Por Ana Dagorret, desde Brasil, para La tinta
La elección de octubre en Brasil no será una más en la historia del país. Tras cuatro años de gobierno de Jair Bolsonaro, considerado por muchos analistas como la peor gestión desde la vuelta a la democracia, la apuesta para modificar al ocupante del Palacio del Planalto a partir de 2023 tiene al ex presidente Lula Da Silva como principal candidato de la oposición.
Según muestra la última encuesta Ipespe, realizada por teléfono a 1.000 electores y electoras, Lula encabeza la intención de voto con un 44 por ciento, mientras que el actual mandatario alcanza el 31 por ciento. En el total de votos válidos (que consideran los votos nulos y blancos), el ex presidente llega a sumar el 48,8 por ciento de los votos, lo cual lo dejaría a 1,2 puntos de vencer los comicios en primera vuelta. Si bien existe una clara diferencia entre el ex y el actual mandatario, el camino hacia la elección y la estrategia adoptada por Bolsonaro anticipan una disputa caldeada hasta al 2 de octubre, fecha en la cual está prevista la primera vuelta.
Así como en el resto del mundo, la inflación ha perjudicado, y mucho, a grandes sectores de la población en el país sudamericano. El aumento del precio de los combustibles, sumado a la liberación de los stocks de granos para exportación con el fin de beneficiar al agronegocio, generó un aumento de precios superior a la inflación y, en consecuencia, un crecimiento de la inseguridad alimentaria en más del 50 por ciento de la población.
Según la Investigación Nacional sobre Inseguridad Alimentaria en el Contexto de la Pandemia de COVID-19, desarrollada por la Red Brasileña de Investigación en Soberanía y Seguridad Alimentaria (Rede Penssan), el total de hogares con restricciones alimentarias pasó de 36,7 por ciento en 2018 a un 55,2 por ciento en 2020. Estos números muestran que cerca de 117 millones de personas no tienen acceso pleno y permanente a alimentos.
La gestión de la pandemia también es un punto en contra para el actual presidente y candidato a la reelección. El negacionismo acerca de la peligrosidad del virus -expresado en frases como “Todos nos vamos a morir un día” y “¿Qué me importan las muertes? Yo no soy enterrador”-, la necesidad de adoptar medidas restrictivas y la falta de celeridad a la hora de adquirir vacunas para inmunizar a la población, elevaron el número de fallecimientos, dejando un saldo de 664.000 muertos a la fecha, y posicionando a Brasil al top tres del ranking de países con más casos del mundo durante varias semanas. Dicha situación fue investigada por una comisión del Senado, que llegó a presentar una denuncia contra Bolsonaro en la Corte Penal Internacional (CPI) por crímenes contra la humanidad.
A este repertorio, se le suman los altos índices de deforestación en la selva amazónica y en otros biomas del país, situación que perjudicó la inversión económica en el país y, principalmente, a los pueblos originarios que habitan esos territorios. Ante este panorama, no es de extrañar el índice de rechazo a la figura de Bolsonaro, que actualmente llega a un 55 por ciento y lo aleja de la posibilidad de reelección. A pesar de estos números, el actual presidente no demuestra interés en desistir de un segundo mandato, motivo por el cual hace meses comenzó su ofensiva.
La radicalización como estrategia
Desde su época como diputado federal, Jair Bolsonaro ya hacía uso de su inmunidad parlamentaria para defender la liberación de armas para la población y a la dictadura militar que gobernó el país por más de 20 años. Ya como presidente, ese discurso se volvió muletilla y las amenazas contra las instituciones de la democracia pasaron a ser constantes.
El punto más alto de dichas amenazas se dio el 7 de septiembre de 2021, cuando, por motivo del aniversario de la independencia del país, Bolsonaro convocó una movilización en San Pablo y Brasilia, donde proclamó la desobediencia civil ante las decisiones de la Corte Suprema -principal foco de resistencia a decretos y medidas impulsadas por el Ejecutivo- y anticipó que desconocería el resultado de la elección de este año de no aprobarse en el Congreso la propuesta de voto impreso, por considerar que la urna electrónica podría alterar el resultado.
Si bien posteriormente Bolsonaro llegó a pedir disculpas a los miembros de la Corte Suprema a través de una carta escrita por el ex presidente Michel Temer y a desentenderse de sus propios dichos sobre un posible fraude de no alcanzar un segundo mandato, el comienzo del año electoral y los números desfavorables en las encuestas lo obligaron a redoblar la apuesta y optar nuevamente por la amenaza de golpe.
“Yo creo que, hasta el momento, él no tiene la capacidad de llevar eso a la calle, porque el año pasado, en el feriado del 7 de septiembre, hizo un ensayo y claramente se vio que no tenía fuerza para llevar esas amenazas a la calle”, explica el analista político y autor del libro El colapso de la democracia en Brasil, Luis Felipe Miguel. “Pero es claro que eso aumenta la tensión y aumenta también la agresividad de su base militante”, agrega.
Si bien Bolsonaro buscará hasta octubre apostar a medidas electoralistas para lograr un aumento de su popularidad, las amenazas de golpe y acusaciones de fraude ante un resultado desfavorable, anticipan un escenario de violencia que ya se palpita. “Él tiene una base del 25 por ciento y cuanto más mantiene ese discurso de que ‘el sistema está contra mí, van a robar mi reelección’, más estimula la agresividad de esa base. Entonces, existe un riesgo grande de que haya olas de violencia durante la campaña”, sostiene Miguel.
Lula y una alianza para la gobernabilidad
La vuelta de Lula Da Silva generó un cimbronazo en el tablero político brasileño. Tras el impedimento de participar en la elección de 2018 por haber sido condenado por corrupción, la decisión de la Corte Suprema de anular sus condenas, en mayo de 2021, le devolvió los derechos políticos al ex líder sindical, que ya se presentó como precandidato para la disputa de este año.
Si bien, en un principio, hubo intentos de forzar una tercera opción, lo cierto es que varios de los precandidatos desistieron al percibir la polarización que muestran las encuestas. Al momento, esa opción está representada en el candidato Ciro Gomes, quien aparece en las encuestas con un 8 por ciento de intención de voto.
La alianza que encabeza Lula tiene como candidato a vicepresidente al ex gobernador de San Pablo y ex candidato presidencial en 2018, Geraldo Alckmin, figura que llegó a incomodar a un sector importante del progresismo brasileño por tratarse de un nombre del mercado financiero que apoyó el golpe parlamentario contra Dilma Rousseff y la elección de Bolsonaro en la segunda vuelta de 2018. “Se sabe que esa alianza no rinde votos, pero sí puede garantizar que no se intentaría inmediatamente un nuevo golpe contra el gobierno de Lula”, explica Luis Felipe Miguel.
El autor del libro El colapso de la democracia en Brasil insiste en que la alianza con Alckmin “implica que vamos a encontrar los mismos impases que encontramos en la década pasada”, donde la negociación con la clase política, el mercado financiero y las elites limitaron el proyecto con el cual se eligió al gobierno y terminó generando las condiciones tanto para el golpe de 2016 como para la elección de Bolsonaro en 2018.
En ese sentido, la alianza con Alckmin implica, para el analista, “la reproducción del mismo camino de extrema prudencia que, a mediano plazo, no es capaz de garantizar la estabilidad prometida”.
A pocos meses de los comicios, Brasil se prepara para lo que, sin duda, será la elección más importante desde la vuelta a la democracia. Con el favoritismo de Lula, la duda que prevalece es de cuánto será capaz el ex presidente en un eventual tercer mandato, en un contexto de radicalización creciente y ante las limitaciones que se desprenden de la alianza con sectores que ya le fueron hostiles.
*Por Ana Dagorret para La tinta / Foto de portada: Nelson Almeida – AFP