Irán, Arabia Saudita y Venezuela ante el conflicto ruso-ucraniano
La guerra entre Rusia y Ucrania desató una fuerte tensión con respecto al mercado energético. Varios países productores de petróleo y gas reacomodan sus políticas y buscan posicionarse en el tablero mundial.
Por Marko Alberto Sal Motola para La tinta
El reciente conflicto ruso-ucraniano se ha posicionado como un punto de quiebre para el equilibrio de poder del sistema internacional contemporáneo. El impacto de la invasión rusa en Ucrania ha desencadenado una serie de consecuencias inesperadas en la historia de las relaciones internacionales, especialmente la reacción del bloque occidental ante el desenvolvimiento de las operaciones militares ordenadas por el presidente de Rusia, Vladimir Putin. En coalición, Estados Unidos, la Unión Europea (UE), Australia, Nueva Zelanda, Reino Unido, Japón e incluso Taiwán (República de China) se han coordinado para imponer una serie de sanciones en contra de Rusia, las cuales abarcan diversos sectores como instituciones financieras y bancarias, a los grupos oligárquicos rusos, sanciones directas a Putin y al ministro de Relaciones Exteriores, Sergey Lavrov, y la prohibición de importaciones provenientes de Rusia, principalmente el consumo de hidrocarburos exportados por la potencia eslava. Este último elemento ha llevado a la comunidad internacional a enfrentar una escalada nunca antes vista en los precios del petróleo crudo y el gas.
El impacto de la política exterior energética de Rusia y la influencia que logró consolidar con el paso de los años ha visibilizado el golpe negativo de las sanciones en la realidad globalizada interdependiente, por lo que Occidente ha reformulado su diplomacia hacia estados productores de hidrocarburos para estabilizar los precios del mercado y diversificar el consumo de este recurso. No obstante, en estos tiempos turbulentos, la diplomacia normativa occidental buscará el equilibrio del mercado de hidrocarburos a través de actores que han tenido encuentros y desencuentros con Occidente: la República Islámica de Irán, el Reino de Arabia Saudita y la República Bolivariana de Venezuela. Lo anterior recuerda el enunciado de Alexander Wendt que dice que “la anarquía es lo que los Estados hacen de ella” (2005), demostrando que, con la finalidad de restablecer el statu quo, los Estados redefinen sus interacciones y transforman las estructuras sociales internacionales.
Política energética de Rusia
La política exterior de la Federación Rusa tiene la exportación de energéticos como uno de sus pilares fundamentales. Rusia es el principal país en términos de reservas de gas natural, con 47,8 billones de m3 (metros cúbicos), y el segundo productor mundial de este recurso después de Estados Unidos, con 635,5 mil millones de m3. Por otro lado, se posiciona como uno de los principales productores de crudo con 11 millones de barriles por día y el octavo país en reservas con 80 mil barriles. Las capacidades energéticas de la potencia eslava se han postrado como el recurso más efectivo para ejercer su influencia en el sistema internacional y restablecer su postura como actor relevante de la era post-soviética.
Aunque Rusia no es el único socio exportador de hidrocarburos que llegan a Europa (la cual importa el 90 por ciento de sus recursos energéticos), se posiciona como el mayor suministrador de gas natural de la región, lo que la convierte en garante de seguridad energética. Lo anterior llevaría a deducir que Europa y Rusia tendrían relaciones armónicas por la interdependencia formada. No obstante, la expansión de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), así como el esparcimiento de los valores promovidos por la UE, han afectado el esquema de seguridad de Rusia. Para hacer frente a estas amenazas, Rusia ha utilizado los hidrocarburos como arma geopolítica que pone en riesgo la integridad energética europea.
En la estrategia geopolítica de la exportación de energéticos, Ucrania ha formado parte de la fórmula desestabilizadora de la política energética rusa. A lo largo del territorio ucraniano, hay una serie de gasoductos que trasladan el gas natural ruso a los consumidores europeos, lo cual focaliza la importancia geoestratégica de este país para Rusia y Occidente. En específico, la integridad de Ucrania es de suma prioridad para la UE, ya que, en ocasiones anteriores (como las crisis de 2006 y 2009), Rusia cortó el suministro de gas a Ucrania y, en ambas situaciones, Kiev tomó la decisión de acaparar el gas dirigido a Europa. Lo anterior representó un impacto negativo para los receptores de gas de la UE y sigue demostrando el interés de la comunidad europea por la estabilidad de Ucrania.
Ante la invasión rusa en territorio ucraniano, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, sin coordinarse con sus homólogos europeos, confirmó la prohibición a las importaciones estadounidenses de energía rusa, produciendo que el precio del barril Brent superara los 130 dólares, un máximo histórico desde 2008. Ante esta escalada de precios, los líderes de la UE han propuesto una eliminación total de la dependencia de hidrocarburos rusos. La comunidad europea se ha comprometido a reducir la demanda de gas ruso dos tercios para fin de año (esto como sanción a las exportaciones rusas), aumentar la compra de gas licuado transportado por barco y diversificar su consumo de gas y petróleo proveniente de otros países.
De acuerdo con datos de la bolsa de Londres (ICE), la posibilidad de establecer sanciones en Moscú por parte de Europa ha incrementado los precios del gas natural más de 38 por ciento en los futuros contratos de este recurso, superando los 3.000 dólares por 1.000 m3, según informaron las agencias Sputnik y Europa Press. Lo anterior superó el estimado de 2.000 dólares por 1.000 m3 del 4 de marzo de 2022. Aunque Estados Unidos es el mayor productor de petróleo crudo y de gas natural del sistema internacional, requiere de la diversificación de este sector por la alta demanda de estos recursos dentro de su país y para no caer en otro esquema de interdependencia energética, como el caso ruso-europeo.
Escenario diplomático en Oriente Próximo
Cuando se piensa en Oriente Próximo, resalta su importancia económica y política en el sector energético. Su cercanía con el Mediterráneo y su conexión con el mar Rojo a través del canal de Suez, su salida al océano Índico y el estrecho de Ormuz (zona donde se encuentran el golfo Pérsico y el golfo de Omán) hacen de esta región un escenario de dinámico tránsito de petróleo que puede generar perturbaciones económicas en el mercado global de hidrocarburos, en el caso de alguna interrupción comercial o de producción.
Actualmente, la región tiene un definido equilibrio de poder por el desenvolvimiento de interacciones y relaciones de dos grandes potencias económicas, políticas e ideológicas: el Reino de Arabia Saudita, cuyo papel ha sido mantenerse como potencia tradicional y principal aliado de Estados Unidos en Oriente Próximo; y la República Islámica de Irán, la cual ha buscado extender su influencia por la región bajo sus preceptos revolucionarios (progreso y democracia bajo los principios islámicos). El statu quo actual de Oriente Próximo ha sido posible gracias a la participación de Occidente en la aplicación de medidas de equilibrio de poder sobre Irán, acto que permite a Arabia Saudita mantener su presencia hegemónica. Entre estas, la más significativa es el estancado Plan de Acción Integral Conjunto (Joint Comprehensive Plan of Action o JCPOA, por sus siglas en inglés).
Considerado un hito para las iniciativas de desnuclearización durante la gestión de Barack Obama, el JCPOA es un acuerdo multilateral de desnuclearización firmado por Irán, China, Francia, Alemania, Reino Unidos, Rusia y Estados Unidos el 14 de julio de 2015, respaldado por la Resolución 2231 del Consejo de Seguridad de la ONU y custodiado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA). El tratado tuvo como objetivo reducir las reservas de uranio enriquecido iraní en un 98 por ciento; reducir drásticamente el número de centrífugas a no más de 5.060 de las 20.000 originales para el enriquecimiento de uranio; prohibir las actividades encubiertas de desarrollo nuclear y evitar la construcción de más reactores de agua pesada, cuyo combustible contiene plutonio con el potencial de desarrollar un arma nuclear.
No obstante, la llegada de Donald Trump fue crucial para la alteración del equilibrio de poder establecido por Occidente en Oriente Próximo. El 8 de mayo de 2018, el ex presidente norteamericano retiró unilateralmente a Estados Unidos del JCPOA, a pesar de que Irán siguió con la normatividad del acuerdo, e impuso una serie de sanciones dirigidas al sector energético, bancario y financiero iraníes. Como reacción, el gobierno iraní anunció que dejaría de respetar el acuerdo y sus limitaciones, maximizando sus actividades de investigación, desarrollo de infraestructura y enriquecimiento de uranio.
Con posterioridad, el 3 de enero de 2020, el comandante de la Fuerza Quds del Cuerpo de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní, Qassem Soleimani, junto con el jefe adjunto de la Movilización Popular iraquí, Abu Mahdi al-Mohandes, fue asesinado por un misil bajo órdenes directas del ex presidente Trump. El atentado en contra de estos oficiales de alto rango demostró una violación al Derecho Internacional en diversas aristas: el incumplimiento del U.S.-Iraq Status of Forces Agreement (SOFA), en el cual Estados Unidos se había comprometido a coordinar sus operaciones militares con el gobierno iraquí; y los principios fundamentales estipulados en la Carta de las Naciones Unidas, como la proscripción del uso de la fuerza y el respeto a la soberanía.
En contraste, las relaciones entre Trump y la Casa de Saud se estrecharon para hacer frente a Irán. En septiembre de 2018, Trump logró un acuerdo armamentístico valorado en 110 mil millones de dólares, para contrarrestar la influencia iraní en diferentes frentes, y reafirmó su apoyo a los saudíes en la guerra civil yemení, conflicto en el que Irán también está involucrado con el apoyo de los hutíes chiitas. Además, es relevante mencionar el acercamiento Trump-Saud a pesar del asesinato del periodista saudí, Jamal Khashoggi, en el consulado de Arabia Saudita en Estambul, el 2 de octubre de 2018.
Tomando en cuenta la postura actual de Biden, los negociadores estadounidenses se encuentran en una disyuntiva que demuestra un resultado de suma cero. Por un lado, Biden se ha comprometido a regresar a la mesa de negociaciones en Viena para renegociar el JCPOA, respondiendo a las exigencias iraníes. Sin embargo, Ebrahim Raisi, actual presidente de Irán, ha exigido el levantamiento “real” de las sanciones impuestas a Teherán, para garantizar el regreso de la diplomacia iraní a la mesa de negociación.
Por otro lado, a dos años del asesinato de Soleimani, Raisi se ha mantenido firme en exigir que Donald Trump sea sometido a juicio y que Estados Unidos rinda cuentas por el atentado en contra de la soberanía tanto de Irán como de Iraq. Lo anterior también abre la posibilidad de una reconfiguración del esquema de seguridad regional exigida por Irán, dada la presencia militar de Estados Unidos en Iraq.
La participación de Rusia también es crucial en la renegociación del acuerdo nuclear, siendo uno de sus principales promotores. Aunque el ministro de Exteriores de Irán, Hosein Amirabdolahian, ha declarado que Rusia no obstaculizará llegar a un acuerdo con Estados Unidos, también ha exigido a la diplomacia norteamericana evitar demandas “excesivas” y reiterar su compromiso con la normatividad internacional. Por su parte, el canciller Lavrov ha instado a Estados Unidos a levantar las sanciones “ilegales” impuestas sobre Irán.
En el caso de que Estados Unidos levante las sanciones impuestas sobre el sector energético iraní, la República Islámica podría suministrar petróleo rápidamente con un millón de barriles diarios en el mercado. En adición, pese a las sanciones impuestas por Estados Unidos, Irán se mantiene como el tercer más grande productor de gas natural, lo que representa un área de oportunidad para la UE en su búsqueda por diversificar sus fuentes de este recurso en estos tiempos de crisis.
Desde otro punto de vista, si Biden mantiene su compromiso con la diplomacia normativa, las buenas relaciones estrechadas con Arabia Saudita comenzarán a erosionarse. Aquí se desenvuelve un conflicto entre republicanos y demócratas por el manejo de la política exterior. Mientras Biden apoya el restablecimiento del acuerdo nuclear, los republicanos se verán negligentes de aproximarse a Irán y preferirán un acuerdo tradicional con Arabia Saudita, la cual junto con Emiratos Árabes Unidos podría colocar dos millones de barriles diarios adicionales en el mercado, produciendo aproximadamente 16 millones de barriles de crudo por día. Si bien es factible, el compromiso de Biden de vincular a Mohammad bin Salman por el asesinato de Khashoggi es un factor que afecta la congruencia de la política exterior demócrata a nivel internacional.
Mientras más tarda Estados Unidos en negociar el acuerdo nuclear, será más difícil de convencer a la diplomacia iraní y habrá un mayor acercamiento de Irán hacia Rusia. Por otro lado, un mayor acercamiento con Irán por el JCPOA y el posible levantamiento de sanciones al sector energético iraní dificultará las relaciones con Arabia Saudita. Por ende, los resultados logrados de la diplomacia energética en este escenario podrán ser un parteaguas para el tablero geopolítico de Oriente Próximo.
Posible restauración de relaciones Biden-Maduro
La Venezuela bolivariana se ha convertido en un actor con gran impacto para el panorama político, económico e ideológico de América Latina. La abundancia de recursos energéticos en su territorio le permite desempeñar una política exterior dinámica e influyente en los procesos regionales. La política exterior de Venezuela se ha caracterizado por aspirar a un mundo multipolar y de frenar la influencia estadounidense en las dinámicas latinoamericanas. Gracias a su discurso anti-neoliberal y anti-imperialista, Venezuela ha logrado impulsar diversas iniciativas multilaterales como la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA), que ha tenido un impacto significativo en la producción de petróleo con las iniciativas PetroCaribe y el Tratado Energético ALBA.
En cuanto a sus relaciones con Estados Unidos, el ascenso de Hugo Chávez en 1998 representó un parteaguas para una serie de desencuentros con Washington que perduran en la actualidad con el liderazgo de Nicolás Maduro, quien asumió el poder en 2013. Sin embargo, apartados de las diferencias políticas e ideológicas, Venezuela se ha manifestado como un actor estratégico para Estados Unidos en el contexto energético actual.
Para entender el desenvolvimiento de la posición de Biden ante Venezuela, es importante analizar las gestiones de Barack Obama y de Donald Trump. En 2010, durante la gestión de Obama, Venezuela y Estados Unidos dejaron de tener embajadores, por lo que sus relaciones comenzaron a desenvolverse gracias a encargados de negocios. Posteriormente, tras el ascenso de Maduro, Obama impuso sanciones a altos funcionarios venezolanos acusados de violentar derechos humanos y de prácticas de corrupción en 2014.
El ascenso de Trump representó la posibilidad de normalizar relaciones con el gobierno de Maduro. No obstante, el gobierno estadounidense aplicó medidas que terminaron con este optimismo: la imposición de sanciones sobre el vicepresidente, Tareck El Aissami, acusado de tener vínculos con el narcotráfico internacional; y la reunión de altos funcionarios estadounidenses con Lillian Tintori, opositora del gobierno de Maduro y esposa del preso más conocido en Venezuela, Leopoldo López. Además, en 2019, Washington y diversos países latinoamericanos apoyaron la autoproclamación de Juan Guaidó como “presidente encargado” del país. Sin embargo, los intentos de apoyar el movimiento de Guaidó no rindieron frutos, permitiendo a Maduro continuar con su discurso anti-neoliberal y anti-capitalista, con apoyo de Rusia y China.
En la realidad actual, el acercamiento de Biden con Venezuela se manifestó como un acto inesperado y contrario a la actitud que Estados Unidos estuvo desempeñando desde la gestión de George W. Bush. Diplomáticos estadounidenses entablaron las primeras conversaciones bilaterales en años el sábado 5 de marzo de 2022, con la finalidad de que Venezuela incrementara su producción de crudo. De esta reunión de alto nivel, se pueden destacar dos tipos de condiciones: las exigencias tradicionales de la diplomacia normativa occidental (elecciones libres y transparentes, y la liberación de presos políticos) en el largo plazo; y permitir un regreso inmediato del petróleo venezolano a los mercados de consumo, permitir a Petróleos de Venezuela (PDVSA) incorporarse al sistema SWIFT y la liberación de al menos dos de nueve prisioneros estadounidenses que se encuentran en Venezuela.
Aunque la portavoz de la Casa Blanca, Jen Psaki, declaró el 14 de marzo de 2022 que Estados Unidos no ha tenido negociaciones activas con Venezuela y que por ahora pedirá a Colombia que aumente su suministro de crudo, el acercamiento histórico entre Washington y Caracas demuestra ser mucho más pragmático que la situación en Oriente Próximo. Mientras uno de los principales promotores de Venezuela se encuentra subyugado en sanciones de diversa índole, Estados Unidos podrá aprovechar el impacto de la interdependencia ruso-venezolana para apoyar a la estancada producción de crudo de Venezuela y, de esta manera, sustituir las importaciones rusas.
Aunque lo anterior puede conllevar mayores exigencias por parte del gobierno estadounidense sobre el gobierno de Maduro, no debemos ignorar una posible legitimación del Ejecutivo venezolano por su participación en la estabilización de los precios del mercado de hidrocarburos. Si bien lo anterior representa un área de oportunidad, un mayor acercamiento entre Biden y Maduro tomará tiempo en estructurarse. Por último, no se debe dejar de lado la influencia de China en Venezuela, lo cual puede llevar a tensiones entre Estados Unidos y el gigante asiático en el largo plazo por esta iniciativa diplomática.
A manera de conclusión, la diplomacia energética occidental se enfrenta a diversos retos en sus zonas de interés. La búsqueda de Occidente de diversificar sus fuentes de hidrocarburos impulsará un cambio sustancial en la estructura del sistema internacional, permitiendo la incorporación de economías como Irán y Venezuela a los mercados globales, y convirtiéndolos en actores cruciales ante la crisis global provocada por el conflicto entre Kiev y Moscú.
*Por Marko Alberto Sal Motola La tinta / Foto de portada: Reuters.