Ucrania: laboratorio de guerra psicológica
Ucrania no solo está siendo el escenario de una lucha geopolítica entre Estados Unidos y Rusia, sino que también es el teatro de operaciones de una guerra psicológica y cognitiva a nivel global, donde el territorio en disputa son las cabezas y los corazones de las masas.
Por Pedro Bonet para La tinta
Cuando nos referimos al conflicto en Ucrania, lo primero que hay que decir es que esta guerra no surge de un repollo, sino que es el producto de la propia naturaleza del capitalismo como sistema de muerte que está en crisis. En una profunda crisis que agudiza las contradicciones y las disputas entre los distintos bloques imperialistas, creando así las condiciones sociales, económico-financieras y militares para las guerras por el control de los mercados del petróleo, el gas y otros bienes comunes. Pero también, en paralelo, hay una guerra psicológica y cognitiva global por la colonización de las conciencias, mucho más difícil de percibir que la confrontación militar que hoy se desenvuelve en Ucrania.
Malcolm X afirmaba que quien no está prevenido de los intereses que hay detrás de cada medio de comunicación, termina amando al opresor y odiando al oprimido. Y efectivamente, el conflicto en Ucrania viene desarrollándose desde hace ocho años con miles de muertes en la región del Donbass, mientras el gran aparato comunicacional de Occidente, sistemáticamente, lo ha invisibilizado. Sumado a esto, debemos decir también que son muchísimos los rincones del mundo que desde hace varios años están en guerra -Palestina, Siria, Yemen, Sahara Occidental- y también son invisibilizados de manera interesada por las grandes cadenas que tienen el monopolio de la comunicación a escala global.
Por eso, aunque en la actualidad todos los medios de propaganda ideológica del imperialismo anglo-sionista nos vendan la guerra como si Rusia la hubiera iniciado recientemente, al origen de este conflicto debemos situarlo desde que Estados Unidos y la OTAN lograron la instauración de un gobierno títere y abiertamente neo-nazi en Ucrania en 2014, que llevó adelante todo tipo de crímenes de lesa humanidad contra la población civil en general y persiguió, ilegalizó y mató a todxs aquellxs que se opusieran al régimen.
Quizás el ejemplo más conocido de la barbarie perpetrada por los nazis en Ucrania sea el caso de Vadim Papura, un militante del Partido Comunista de 17 años de edad que, el 2 de mayo del 2014, fue quemado vivo junto a otras 47 personas que se encontraban en la Casa de los Sindicatos de la ciudad de Odessa, edificio que incendiaron los grupos neonazis armados y financiados por la OTAN, y que hoy son parte del ejército ucraniano, como el Batallón Azov.
Sin embargo, lo que despertó la indignación de la “opinión pública” internacional y puso en la agenda mediática el conflicto fueron los bombardeos que Rusia realizó el pasado 24 de febrero contra objetivos militares ucranianos, luego de que el gobierno de Vladimir Putin (motivado por sus propios intereses geopolíticos) reconociera la independencia de las Repúblicas Populares de Donetsk y Lugansk (RPD y RPL), en la región del Donbass.
Entonces, cabe preguntarse: ¿por qué no ha despertado la misma indignación la masacre que el gobierno neo-nazi de Ucrania y la OTAN han perpetrado durante ocho años contra la población del Donbass? Masacre que ya lleva un saldo de más de 15.000 personas muertas desde 2014 hasta la actualidad. ¿Por qué no se habla en los grandes medios de comunicación sobre la cadena de laboratorios que el Pentágono tiene en Ucrania para la elaboración de armas biológicas? O, ¿por qué no hay un repudio generalizado hacia Fahrudin Sharafmal, presentador de una de las principales cadenas de televisión ucraniana, que hizo un llamado a “degollar a todos los niños rusos”?
Si hay algo que deja nuevamente en claro el conflicto en Ucrania es que los medios de comunicación (y, cada vez más, las redes sociales) cumplen un rol estratégico como arma de guerra psicológica y cognitiva: manipulando la información para tergiversar la realidad y divulgarla masivamente. Este es el modus operandi permanente para producir y propagar determinadas emociones y pensamientos en la población mundial, como el terror en la población civil, la empatía hacia los nazis presentados como víctimas o héroes de guerra, o el odio hacia el pueblo ruso. El meollo de esta guerra se expresa en el momento de procesar toda la información que recibimos. Dado que, en el proceso de asimilación del flujo informativo, se pone en juego el conjunto de creencias y prejuicios que conforman nuestro “inconsciente colectivo”, y que nos predisponen a considerar como verdadera toda clase de información falsa.
Ahora bien, el desarrollo de toda esta guerra no-convencional no es espontáneo ni tampoco está librado al azar. Por el contrario, es estudiada y aplicada de manera científica: hace poco más de un año, la OTAN financió un estudio sobre la guerra cognitiva llevado adelante por el almirante francés François du Crozel. En ese estudio, se establece que el objetivo de esta nueva modalidad de guerra ya no es solo cambiar el contenido de lo que pensamos, sino la forma en la que pensamos y procesamos la información, y, por lo tanto, el objetivo militar es toda la población que usa las modernas tecnologías de la información, a quienes sistemáticamente busca dañarles sus habilidades cognitivas.
Como parte de toda esta guerra psicológica y cognitiva, se debe destacar lo que ocurrió hace algunas semanas cuando recorrieron el mundo las fotos de una mujer embarazada, envuelta en mantas y con la cara ensangrentada, bajando por las escaleras de un hospital de maternidad de la ciudad de Mariupol. Se trataba de la modelo e influencer Marianna Podgurska, quien supuestamente “estaba huyendo” de los bombardeos rusos. La imagen generó una gran conmoción y se convirtió en un “símbolo del horror” de la guerra. Luego se comprobó que se trataba de una gran puesta en escena propia de una escena de Hollywood, ya que ese hospital estaba siendo ocupado por los neonazis del Batallón Azov, quienes habían expulsado de las instalaciones a todo el personal y sus pacientes al convertir el lugar en una base militar.
Para que este tipo de noticias sean asimiladas como verdaderas de forma masiva, se deben silenciar a todas aquellas versiones que no se encuentren alineadas al discurso de Estados Unidos y la OTAN. Esto explica por qué el imperialismo anglo-sionista está imponiendo una censura vehemente y despótica, principalmente hacia las cadenas de noticias Russia Today (RT) y Sputnik. Agencias de noticias rusas que fueron sacadas de la televisión y bloqueadas por las principales compañías de internet como Google, YouTube, Facebook y TikTok en todos los países de la Unión Europea (UE). Censura que ahora también empieza a extender sus fronteras hacia América Latina con el bloqueo de la empresa YouTube al canal de televisión Russia Today.
Pero como si todo esto fuera poco, otro ejemplo de que en esta guerra no existe la libertad de expresión es el encarcelamiento del periodista vasco Pablo González, en Polonia, detenido por los servicios de inteligencia polacos mientras ejercía su trabajo en la frontera con Ucrania. Al día de hoy, Pablo González se encuentra desde hace un mes completamente incomunicado y en absoluto aislamiento por el mismo Estado que recientemente le ha dado refugio a Artyom Bonov, estrafalario neo-nazi, segundo jefe de la policía de Kiev y miembro del Batallón Azov, que ha huido del conflicto.
*Por Pedro Bonet para La tinta / Foto de portada: Getty Images.