¡Muévete! O de la dócil carrera de los runners, hacia la meta del rendimiento
Medios, redes, aplicaciones y novedades tecnológicas promueven una política de autocontrol y vigilancia sobre nuestros cuerpos que, para alcanzar estándares de belleza, se someten a la lógica de la productividad.
Por Nemesia Hijós para Revista Plaza
Es verano y atravesamos una nueva ola de calor. Extremos propios del calentamiento global, pronósticos que serán cada vez más frecuentes e intensos. Se prevén días consecutivos con picos históricos de temperaturas y lxs especialistas recomiendan desde los medios no exponernos entre las 10 y las 18 horas, tampoco hacer ejercicios violentos y menos al sol. Advierten que realizar actividades físicas puede ser un peligro, un riesgo. Sin embargo, algunxs parecen no atender las recomendaciones. Quizá no les afecte tanto. Tal vez es una cuestión de adaptación… al mandato de la cultura del rendimiento que pregona no detener el movimiento de nuestros cuerpos, desafiados por la autosuperación y la gestión de sí, encontrando satisfacción en romper las barreras, superar los límites, pensar que no hay imposibles, ir por más o solo hacerlo, como alientan los eslóganes y mantras publicitarios.
Estas personas experimentan el ocio corriendo sin importar el clima o el día que fuere. Su sensación placentera y su satisfacción se vinculan con rendir y alcanzar metas. Entrenan con un objetivo físico, estético o deportivo específico. Tanto se deleitan que pueden hacerlo a las 8:00 de la mañana un 31 de diciembre para correr “San Silvestre”, la carrera de 8 kilómetros que larga desde el Obelisco y atraviesa el centro de la Ciudad de Buenos Aires. Para algunxs puede resultar una locura correr con 32 °C, además de pagar $2.899 para participar, pero el evento ya tiene once años de historia en Argentina y, en esta última edición, contó con 12 mil inscriptxs. Esto nos muestra que el deporte deja de ser solo juego y actividad recreativa; el espectro del “tiempo libre” se trackea, se cuantifica, se gamifica, y se postea, porque tiene valoraciones morales asociadas al éxito y la realización personal.
Después de un año en que se transformaron en actores políticos de la pandemia, lxs runners siguen en agenda mediática. En la mañana del segundo día del año, la noticia fue que un conductor había atropellado a ciclistas y corredores que estaban ejercitándose en los Bosques de Palermo. Días después del choque que terminó con una de las mujeres fallecidas y otras cinco con fracturas expuestas, en las redes sociales, un aficionado al running contaba su experiencia: “¿Quién dijo que no existen los runners asesinos?”. C5N publicaba que el corredor, con domicilio cercano al vial costero de Vicente López, relató que fue atacado por dos corredoras con las que había salido a correr, quienes le partieron algo en la cabeza al llegar a la puerta de su casa, ingresaron y le desvalijaron el departamento: “Aprendí que no debo dar más confianza a nadie, que mi mundo termina en la puerta de casa y el vaso de agua lo deben tomar de la canilla del portero”.
Las posturas de intolerancia no son una novedad. Ya las vivimos durante la primera fase de la cuarentena por el avance del COVID-19. Mientras los gobiernos analizaban las medidas de prevención y las siguientes flexibilizaciones del protocolo sanitario, algunos sectores buscaban obtener autorizaciones de circulación y otros ejercían presión para el regreso de la actividad deportiva. El debate giró entre el incumplimiento de normas cívicas elementales –la libertad y la salud física y mental– y la obligación de responder al “cuidado del otro” en pos de la salud pública y colectiva.
En tanto, lxs runners se transformaron en el colectivo que protagonizó la polémica. La pandemia expuso que las condiciones y prioridades no son las mismas para todxs, y reveló la supremacía del mandato neoliberal de que, pese a la incertidumbre, no importa cómo, hay que seguir. Una forma de demostrar que estamos preparadxs y dispuestxs a adaptarnos a cualquier contexto. Hacer algo, aprovechar el tiempo, ocuparnos de nuestro cuerpo y salud. Correr en balcones, entrenar en terrazas o completar maratones adentro de departamentos fue considerado en términos positivos, interpretado como tener actitud. De esta manera, hacer ejercicio significa superarnos a nosotrxs mismxs y superar la adversidad. Porque en tiempos de la cultura del rendimiento está mal visto “no hacer nada”.
Alerta de inactividad
Enero. La preocupación por el cuerpo y las exigencias estéticas pesan tanto como el calor. El reloj que llevo en la muñeca vibra. Miro la pantalla y el dispositivo me ordena: ¡Muévete! Una alerta preestablecida, entre otras vinculadas a la frecuencia cardíaca, la nutrición o la hidratación, incorporada en las tecnologías digitales de intervención personal.
En el escenario actual de elogio al rendimiento, entrenar de forma disciplinada –como un deber individual– se vuelve una ética moral que sostiene un mecanismo de autocontrol y una vigilancia programada sobre nosotrxs mismxs. No es fortuito, entonces, encontrarnos con toda una industria que estimula la incorporación de dispositivos que nutren el management de sí como herramientas facilitadoras para “gestionar mejor”, (auto)vigilar, cuantificar y optimizar nuestras acciones para generar una especie de rentabilidad de los esfuerzos realizados: relojes que registran kilómetros y celebran nuestras metas alcanzadas, aplicaciones que cuentan pasos y calorías quemadas, dispositivos que sondean nuestro nivel de estrés y nos proponen ejercicios de meditación guiada “para restablecer nuestro bienestar”, mientras monitorizan el descanso y el sueño para hacernos “más eficientes”, y, por lo tanto, más productivxs.
Los sensores de uso personal son una característica de este tiempo. Durante mis años de trabajo de campo en grupos de corredorxs, mis interlocutores fueron manifestando las ventajas que los dispositivos de monitoreo les proveen para conocer las distancias, ritmos y tiempos realizados, indicadores de cambios fisiológicos (como la menstruación), útiles para controlar los entrenamientos, explotar al máximo sus capacidades y límites, con la finalidad de lograr sus objetivos. Una forma de autorregulación encadenada con los postulados de vigilancia del paradigma de productividad.
Es que el cronómetro ya cumplió su ciclo. Quienes practican deportes se sirven del smartwatch o –en su defecto– de las aplicaciones que permiten monitorear y registrar datos “biométricos”. Modos de auto-trackeo y cuantificación para conocer y entender –por medio de números– el propio cuerpo y sus comportamientos, con el fin de mejorar en cuestiones de salud, productividad y performance. Simplificadores de la cotidianidad que prometen la optimización de nuestro rendimiento. Una promesa de más y mejores resultados. Como si el cuerpo fuera un dispositivo de información que objetivamente se puede medir, controlar, regular, planificar, diseñar o moldear.
El show del yo
Además de oficiar de sponsors en las carreras organizadas, las empresas encargadas de elaborar estas tecnologías trabajan los sentidos compartidos entre sus usuarixs. Crean comunidad con quienes forman parte (a quienes luego les ofrecen productos customizados a partir de las necesidades detectadas en ellxs). Aunque, en cierta medida, no deja de ser una comunidad imaginada: porque la racionalidad neoliberal promueve estas formas de autocuidado inscriptas en proyectos éticos que deben ser asumidos de manera individual.
La obligación moral que recae sobre nosotrxs es tener conciencia y realizar los ajustes necesarios para alcanzar los estándares de belleza, salud y vida buena valorados socialmente. Más allá de la ilusión de comunidad, está la propuesta de diversión a través de la gamificación, es decir: interactuar a través de sistemas de puntos y niveles, siendo parte de rankings, participando de misiones, competencias y challenges con la comunidad global de usuarixs, obteniendo recompensas para que “nos animemos” y rindamos más. Un estímulo, una forma “amigable y divertida” de presentar y promocionar una subjetividad que se nos arraiga, que termina siendo en buena parte naturalizada, interiorizada, coercitiva y, en definitiva, autoimpuesta.
La deriva consecuente es “mostrar esos datos”, compartirlos con otrxs usuarixs haciendo el juego del “show del yo” en las redes sociales, donde se exponen habilidades, el rendimiento físico y de lo que son capaces. En el ciberespacio se autopromocionan y se autovalidan poniendo en circulación sus propias métricas. La visibilización de los parámetros de rendimiento se valoriza positivamente: así, fotos de relojes o capturas de pantallas de las aplicaciones son posteadas en stories de Instagram dando consistencia a lo realizado, realzando su estatus como runners y mostrándolxs competitivxs, marcando su distinción frente a la mirada externa.
En todo este proceso, los medios de comunicación, las redes sociales, las marcas y lxs influencers juegan un papel central al seducir a los públicos para que incorporen diversas formas de autocontrol y las compartan con los demás. De este modo, se construye y reconstruye una imagen ideal del yo, que circula en los medios, a la que buscamos acercarnos.
Como dijimos, esta lógica neoliberal promueve el trabajo de nosotrxs mismxs. Se nos invita a hacer algo para cambiar y transformarnos, como si todo dependiera de nuestra actitud. Mientras buscamos alcanzar ese “yo ideal”, empleamos con más frecuencia métricas de control, medición y dataficación digital que funcionan socialmente como elementos de validación identitaria y modelación del ser (hacia un yo flexible, modular, plástico, capaz de adaptarse a las exigencias de un contexto incierto). Aunque se disfrazan como motivaciones personales, la búsqueda de esa “mejor versión” no es más que otro mandato del neoliberalismo, una promesa de felicidad.
A diferencia de lo que acontecía bajo racionalidades anteriores, ya no son (solo) las instituciones las que disciplinan la vigilancia, buscan el orden, utilizan el castigo y se sirven de la recompensa. En consonancia con la creencia de “ser nuestro propio jefe”, hoy nos autoadministramos la vigilancia y el control, internalizamos los procesos de sujeción acorde a la gubernamentalidad neoliberal, al tiempo que iniciamos, sostenemos y reproducimos los procesos de monitoreo orientados a la optimización. Son mecanismos de poder “blandos” y sutiles que asumimos voluntariamente en la gestión de nuestras vidas.
¿Somos capaces de escapar, incluso desafiar, a las tecnologías que se presentan como herramientas amables que vienen a simplificar nuestras vidas y facilitar nuestros objetivos? ¿Cómo hackear el imperativo del rendimiento? Quizás la verdadera alerta por inactividad sea no estar cuestionando y seguir reproduciendo las lógicas del quantified-self (Lupton, 2016), sosteniéndolo de forma ingenua como un movimiento ideado para promover el autoconocimiento a través de los números. Tal vez, en una planificación distinta del futuro, suspender, apagar o cerrar sesión se vuelvan actos de resistencia y se transformen en micropolíticas de desestabilización que nos liberen de definirnos por nuestro nivel de productividad.
*Por Nemesia Hijós para Revista Plaza / Imagen de portada: Mercedes Ruggiero.