El estrés es un problema colectivo
Las técnicas empresariales de gestión del estrés hacen hincapié en las soluciones individualizadas a nuestras ansiedades y tensiones. Pero cuando una sociedad está plagada de personas con estrés el problema se resuelve de forma colectiva, no individual.
Por Colette Shade para Jacobin Lat
Seguí recibiendo facturas. Había una del hospital y otra de Labcorp, y juntas decían que debía 700 dólares por una revisión rutinaria y una prueba diagnóstica. Acababa de empezar un nuevo trabajo —el primero que obtenía luego de mi posgrado— y aún no había recibido mi primer sueldo. Estaba agotada de ver a mis nuevos pacientes de terapia, de conocer a mis nuevos compañeros de trabajo y de acostumbrarme a mis nuevas tareas. Ni qué decir tiene que las facturas sorpresa no llegaron en un buen momento.
Sabía que mi seguro cubría tanto el chequeo como la prueba. Así que hice lo que tenía que hacer: llamé al hospital para tratar de llegar al fondo del asunto. Después de una espera, me comunicaron, pero me dijeron que el problema era con el contratante, no con el proveedor. Así que llamé a mi compañía de seguros. Pero me dijeron lo contrario: que tenía que llamar al proveedor. Así que volví a llamar al hospital. Pero me volvieron a decir que el problema era mi compañía de seguros. Y así sucesivamente. Hubo largas esperas. Me pasaron de un departamento a otro.
Desgraciadamente, todas estas oficinas tenían un horario de trabajo, que era casi idéntico al que yo tenía. Así que me las apañaba para llamar antes y después del trabajo, a menudo mientras esquivaba el tráfico de la hora punta en la autopista. O llamaba durante la pausa del almuerzo, o cuando uno de mis pacientes cancelaba. El proceso se alargó durante días, que se convirtieron en semanas. Mientras tanto, las facturas seguían llegando, ahora selladas en rojo con avisos de «Vencido». Mi mente se agitaba. ¿Me enviarían a una agencia de cobros? ¿Dañarían estas facturas mi crédito? No era culpa mía que el hospital cometiera un error y que yo no pudiera pasar a arreglarlo. Tal vez debería pagarla y acabar con ella.
Fue en esta época cuando empecé a extraviar las llaves, lo que para mí no es un comportamiento típico. Me iba al trabajo sin mi teléfono y tenía que volver a casa para cogerlo. Aparcaba en la calle equivocada a la hora equivocada y me ponían una multa a pesar de que lo sabía. En un momento dado, perdí mi tarjeta del seguro médico y tuve que pedir otra, algo nada fácil con las constantes retenciones y traslados de departamento. De forma acumulada, mi vida se volvía cada vez más estresante, una espiral descendente.
Finalmente, después de semanas, resolví el problema. Poco después, empecé a sentirme más yo misma. En otras palabras, dejé de perder las llaves.
Cuento esta historia no para hablar de la política sanitaria de Estados Unidos (aunque es terrible), ni para ilustrar la trampa de la pobreza (un problema de liquidez temporal no es lo mismo que la pobreza) o los problemas de la recaudación regresiva de los ingresos municipales basada en multas y tasas. Aporto esta anécdota personal para explicar, concretamente, el modo en que el estrés perjudica la función cognitiva a corto plazo.
Según la Asociación Americana de Psicología, la función cognitiva es «la realización de los procesos mentales de percepción, aprendizaje, memoria, comprensión, conciencia, razonamiento, juicio, intuición y lenguaje».
«El estrés psicológico puede afectar a la función cognitiva a corto plazo (por ejemplo, como cuando los pensamientos de un individuo están ocupados con una discusión que ocurrió antes en el día, lo que resulta en una capacidad reducida para prestar atención, seguir o recordar los pasos de la tarea en cuestión)», según un artículo de 2015 en la revista BMC Psychiatry. «A corto plazo, los estresores diarios menores pueden producir efectos transitorios en la cognición al reducir la cantidad de recursos atencionales disponibles para el procesamiento de la información».
Pero toda una vida de estrés acumulado también puede tener efectos perjudiciales a largo plazo (en particular, cuando se trata de envejecimiento). «Quienes experimentan estrés crónico muestran un deterioro cognitivo acelerado en comparación con sus compañeros menos estresados de la misma edad», decía el artículo.
Ese estudio y otros han sugerido incluso una relación entre el aumento del estrés y la enfermedad de Alzheimer. «La gestión del estrés puede reducir los problemas de salud relacionados con el estrés, entre los que se encuentran los problemas cognitivos y un mayor riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer y la demencia», dice un artículo del blog Harvard Health.
El artículo sugiere «proteger el cerebro» de estos problemas reduciendo el estrés: durmiendo bien, haciendo una lista de tareas y buscando ayuda y apoyo. Todas estas ideas son estupendas y las pongo en práctica en mi propia vida y las sugiero a mis pacientes que se sienten abrumados por los problemas diarios.
Pero estas soluciones para el manejo del estrés siempre se sentirán como nadar a contracorriente en una sociedad que está comprometida, en palabras de Mark Fisher, en «la vasta privatización del estrés». ¿Por qué, exactamente, la gestión del estrés causado por los servicios públicos austeros, las condiciones laborales opresivas y el racismo, el sexismo y otras intolerancias recae en el individuo?
Explico la privatización del estrés a los pacientes después de hablar del sueño, de las listas de tareas y de pedir ayuda. Les digo que no se castiguen, sobre todo porque el problema es sistémico. Pero incluso eso es insuficiente. En la terapia, trabajamos para identificar soluciones reales a los problemas de los pacientes. Así que hablamos de cómo las cosas podrían ser diferentes.
¿Y si la gestión del estrés consistiera realmente en hacer que la sociedad funcione de forma menos estresante para todos? Podríamos reducir la carga administrativa que soportan los individuos contratando a más personas y facilitando el uso de los servicios (esto es válido tanto para los servicios públicos como para los privados). El gobierno podría financiar totalmente un transporte eficiente. El gobierno podría imponer salarios más altos, más seguridad laboral y más tiempo libre remunerado, para que la gente pudiera cuidarse y relajarse.
La reducción del estrés debería tratarse como un problema serio de salud pública. También es una cuestión de equidad. Como ocurre con cualquier enfermedad social, las personas más pobres son las más expuestas y las que tienen peores resultados. Si realmente queremos reducir el estrés, la única solución es un sistema construido para servir a las personas, y no al revés.
*Por Colette Shade para Jacobin Lat / Imagen de portada: Anh Nguyen / Unsplash.