“El liderazgo venezolano se ha conformado con administrar el statu quo”
El intelectual y ex ministro venezolano Reinaldo Iturriza López hace un balance de las últimas elecciones regionales en el país y el devenir de la Revolución Bolivariana.
Por Santiago Mayor para Jacobin América Latina
El pasado 21 de noviembre, se llevaron a cabo las elecciones regionales de Venezuela para renovar el total de las gobernaciones y alcaldías del país. Por primera vez en varios años, y producto de distintos factores, la mayoría de los partidos opositores -incluidos aquellos que intentaron derrocar al presidente Nicolás Maduro por la fuerza y paralelizar su gobierno- presentaron candidaturas.
El oficialismo se alzó con un triunfo contundente, al ganar 20 de los 23 estados y la Alcaldía del Municipio Libertador (Caracas, la capital). Sin embargo, a nivel nacional obtuvo menos votos que los partidos antichavistas, en unos comicios marcados por la baja participación para los estándares venezolanos, con apenas un 42 por ciento.
Para el sociólogo y escritor Reinaldo Iturriza López, esto se debe al proceso de “desafiliación política” que vive el país desde hace años. El ex ministro de Comunas (2013-2014) y Cultura (2014-2016) de Venezuela asegura que “muchísima gente no se reconoce en ninguna de las dos grandes identidades políticas”, por eso la polarización “ya no es tanto chavismo-antichavismo, sino que es fundamentalmente la gente desafiliada versus la clase política”.
—¿Cuál es el primer balance que hacés de estas elecciones? ¿Esperaban un resultado así a nivel nacional?
—El balance general es positivo, fue una jornada que transcurrió sin mayores inconvenientes. Sin duda alguna, una de las mejores cosas que pasaron en esta oportunidad fue que participó casi en pleno la oposición.
Hay que recordar que la oposición, insólitamente después de su importante victoria electoral en diciembre de 2015, cuando ganó las elecciones parlamentarias, lanzó en 2017 oleadas de violencia antichavista. Fue un momento en Venezuela en el que estuvimos al borde de la guerra civil. Suena como una cosa exagerada, un recurso retórico, pero no es el caso. Estuvimos literalmente al borde de la guerra civil.
Ese fantasma del enfrentamiento fratricida lo logramos despegar con la Asamblea Nacional Constituyente que se eligió ese año. Pero después, en 2019, vino el experimento fallido de la ficción del gobierno interino y otra vez estuvimos a las puertas de un conflicto mucho mayor, con amenazas de intervención extranjera.
Entonces, se trató de todo un período, 2016-2021, de larguísimos cinco años en los que la situación económica se agravó mucho más y es la gran preocupación de la inmensa mayoría de la gente en Venezuela. Fueron cinco años de tácticas violentas y destituyentes.
En parte, a partir de la evaluación de que eso ha sido incorrecto, o al menos fracasado, y como expresión de las negociaciones que tienen lugar en México y la evaluación que sobre el asunto hará el gobierno de Estados Unidos (que lamentablemente tiene mucha influencia en las decisiones de la clase política antichavista), decidieron participar de las elecciones. Sin embargo, fueron divididos y aunque sacaron mayor cantidad de votos que el chavismo, ganaron solo tres gobernaciones. Mientras que el chavismo ganó, a pesar de todo lo que pasó durante los últimos años y que el gobierno acusa un desgaste brutal, en 20 Estados.
Un dato muy relevante de esta contienda es que, por primera vez en unas elecciones regionales, el conjunto de fuerzas que compiten contra las candidaturas oficiales del chavismo sacaron más votos. Es decir que, a pesar de que el chavismo ha vuelto a ganar en la mayor cantidad de estados, es la primera vez que saca menos votos que la oposición.
Hay una parte de la oposición, su gran mayoría, que es antichavista, pero la misma idea de oposición está cambiando en Venezuela.
—Si bien el triunfo fue claro y se presentaron todos los principales partidos políticos de la oposición, la participación electoral fue una de las más bajas de las últimas dos décadas. ¿A qué se debe esto?
—Los niveles de participación fueron bajos para los estándares venezolanos. Pero esperábamos más o menos eso. Entre compañeros y compañeras, antes de las elecciones, hablábamos que iba a estar entre el 40 y el 50 por ciento. Yo pensaba que iba a estar más cerca del 50 por ciento, pero finalmente quedó en 42.
Hay dos razones que explican este comportamiento. Una, tiene que ver con lo que se podría llamar el “voto ausente”, es decir la gente que está registrada para votar, pero no está en Venezuela. Esto tiene que ver con el tema migratorio.
Y lo segundo es que esta contienda electoral se produce en un contexto donde viene ganando mucha fuerza, en estos últimos años, un fenómeno que yo he llamado de “desafiliación política”. Muchísima gente, la mayoría del país, está desafiliada políticamente. No se reconoce en ninguna de las dos grandes identidades políticas.
Creo que la polarización en Venezuela ya no es tanto chavismo-antichavismo, sino que es, fundamentalmente, la gente desafiliada versus la clase política, tanto chavista como antichavista. Ambas fuerzas lograron movilizar a lo que podría considerarse su base dura. El antichavismo incluso movilizó más. Pero son fuerzas políticas que han menguado durante los últimos años.
Entre ambas, representan un poquito más del 40 por ciento del registro electoral permanente. Eso que nosotros pudiéramos tener como un índice de afiliación política. Es tremendo dato. Si tu revisas el histórico, te das cuenta que en 2008 -tomando como referencia solo las elecciones regionales- entre las dos fuerzas representaban más del 60 por ciento de la población. Son fuerzas que se movilizaron, pero ya no convocan a la mayoría de la sociedad venezolana.
En unas elecciones presidenciales, donde por supuesto va a votar más gente, va a ocurrir que mucha gente desafiliada, al final, va a decidir por una u otra candidatura. Obviamente, la oposición lleva las de ganar, porque el desafiliado difícilmente vote por quien está en el gobierno.
—¿Qué expectativas tenés respecto a los diálogos en México con la oposición? ¿Pueden lograr algo? ¿Es posible alejarlos así de la estrategia golpista?
—La oposición ahorita está atravesando un momento difícil, está muy fracturada. En cualquier otra circunstancia, uno se sentaría a observar el espectáculo y disfrutarlo. Pero en esta ocasión no, es preocupante.
Creo que hay suficientes evidencias de que, por lo menos de 2013 para adelante, la oposición, o algunas facciones, se han ido a las calles a manifestarse violentamente, en parte porque se están disputando el liderazgo a lo interno. Estas oleadas de violencia que tuvimos en 2014, 2017 y, en alguna medida, lo que vivimos en 2019 con el gobierno paralelo, son expresiones de eso.
Había algunas facciones que son las más fachas, que estaban tratando de hacerse con el control de la oposición. Y digamos que esa era su manera de tratar de prevalecer en esa disputa interna. Eventualmente, todas las facciones se plegaron a la violencia, aunque no terminaron de comprometerse. Pero esa era la decisión del gobierno estadounidense y eso pesa mucho en la clase política antichavista. En 2020, algunas facciones manifestaron su intención de participar en las elecciones parlamentarias, y bueno, el gobierno estadounidense literalmente los amenazó. Que si participaban iban a ser sancionados.
Viniendo de esos antecedentes, preocupa que estén fracturados. Estoy completamente seguro de que estas mismas facciones violentas, fachas, que casi rayan la anti-política, podrían estar aprovechando estas circunstancias de que sacan una ínfima cantidad de gobernaciones y alcaldías para decir que ahí está la demostración de que no se puede por la vía electoral. E imagino que están tratando de imponerse las otras facciones que plantean que pierden, aunque sacan más votos, porque están desunidos.
En lo particular, tengo más expectativa con eso en el corto plazo que con las negociaciones en México que, por supuesto, ojalá se retomen.
—Dejando de lado el proceso electoral, ¿cómo ves esta etapa de la Revolución Bolivariana? ¿Cuáles son los principales desafíos del momento?
—Esta es una etapa sumamente compleja. Me parece que no hay manera de responder esto de manera concisa.
Ya el hecho mismo de este fenómeno de la desafiliación política me parece un desafío enorme. Porque, bueno, como fuerza y liderazgo político, tienes un margen de maniobra y puedes hacer cosas para tratar de revertir ese proceso. Puedes crear las condiciones, trabajar para hacer política, construir hegemonía y, en el caso venezolano, reconstituir el bloque histórico que está fracturado.
El problema es que para hacer eso, hay que hacer política chavista: pensando en las mayorías populares, con vocación de construir hegemonía en términos gramscianos. Como decía Chávez: no es suficiente con triunfar electoralmente, no solamente hay que vencer, sino convencer.
Creo que nuestro liderazgo político no está convencido de eso. Se ha conformado con administrar el statu quo y demostró que podía hacerlo. Después de una derrota como la de 2015, en 2017, 2018 y 2020 ganó con una oposición dividida, votando un porcentaje menor a lo que era el histórico de participación de Venezuela. O sea, está convencida que basta con la famosa maquinaria electoral del PSUV.
Es un liderazgo político que apela excesivamente al clientelismo y al asistencialismo como método para tratar de sumar y captar voluntades. Una cosa que es de la política más tradicional. Y, finalmente, lleva a cabo una política económica que implicó un recorte de la inversión social brutal y que, en general, hace que toda la crisis recaiga en la espalda de los trabajadores y trabajadoras.
Una cosa que es innegable son las agresiones externas, el asedio a la economía nacional, las sanciones a la industria petrolera en particular, que son inaceptables e intolerables. Pero una cosa distinta es lo que tú haces para hacerle frente a eso. En Venezuela, alguien tiene que ser demasiado obcecado para no reconocer que hay una agresión, pero no todos estamos pagando las consecuencias de la misma forma.
Eso se expresa de dos maneras. Por una parte, tú no ves al liderazgo político pasando trabajo -como decimos aquí-; más bien, todo lo contrario. O esa, es la posición general que tiene la gente. Y por otra parte, los salarios no tienen prácticamente ningún valor. Entonces bueno, sí, estamos atravesando circunstancias difíciles, pero el tema es qué hacemos para enfrentar la agresión. A quién ponemos en la primera línea, a quién sacrificamos y a quién no.
¿Tenemos que sacrificar a la mayoría de la población venezolana? ¿Por qué no nos amarramos los cinturones todos? ¿Por qué una minoría privilegiada no lo hace? ¿Por qué se hacen tantos acuerdos con sectores de la burguesía? Yo no digo que no haya que hacerlo, hay que actuar pragmáticamente… pero creo que se les ha ido la mano.
En gran medida, la orientación estratégica y programática de la Revolución Bolivariana está comprometida. Todo eso quiere decir, en resumen, que la revolución atraviesa un momento sumamente difícil, con un grado avanzado de desdibujamiento y una fuerza política bastante menguada.
—En relación al punto anterior, ¿qué rol tienen para cumplir las comunas en el proceso revolucionario y cuál es su estado de desarrollo actual?
—El movimiento comunero constituye, en buena medida, lo más avanzado del sujeto popular chavista. No solamente por su lucidez, sino por su audacia política y todo lo que implica la apuesta por el autogobierno popular.
Dicho esto, hay que destacar siempre que las comunas en Venezuela, en las condiciones particulares que tuvo la revolución, nunca fueron concebidas como experimentos autárquicos o completamente autónomos; o como pequeñas repúblicas que tenían la obligación de nacer y multiplicarse.
No: las comunas siempre fueron concebidas como parte de un esfuerzo del Estado. Es decir, desde arriba, para hacer la revolución desde abajo. Es decir que tenían que tener acompañamiento del Estado, porque este estaba dirigido por un liderazgo que apostaba a la creación de una nueva institucionalidad, a transformar el propio Estado. Y esa institucionalidad tenía que crearse de nuevo, desde abajo. Su expresión era el autogobierno popular, los Consejos Comunales y las Comunas.
Eso es clave, porque si no se comprende eso, uno escucha o lee cosas aquí que dicen que la gente que se dice comunera es un problema, porque está todo el tiempo pidiéndole al Estado. Para que el experimento comunero se fortalezca en Venezuela tiene que tener necesariamente el acompañamiento del Estado. Y este debe acompañar esas experiencias sin pretensión de tutelarlas, como ha ocurrido históricamente. Hay una tensión muy fuerte.
Más que tutela, recientemente lo que ha habido es un desacompañamiento. No sé si esa palabra existe. Ha habido cada vez menos apoyo, a pesar de que, de vez en cuando, están en la boca de los líderes de la revolución. Pero, en la práctica, el apoyo ha estado menguado, el apoyo económico es muy poco.
Aquí hay como esa idea de que, por ejemplo, a la hora de producir, transferir recursos a las comunas, es mucho más riesgoso que hacer algún acuerdo con un agente económico privado capitalista. Hay una desconfianza bastante grande en la gente.
Hay un número de comunas constituidas formalmente. Francamente, desde hace unos cuantos años no tengo noción de cuántas realmente existen y están funcionando. Pero sí tengo contacto con varias de estas experiencias y me consta que están luchando por que prevalezca la apuesta comunal.
Además, estas experiencias están dispersas por todo el país. Es decir, que no hemos llegado a un punto donde tengamos que decir que quedan algunas puntuales. No es ese el caso. Pero, bueno, cuentan con muy poco apoyo político y económico, van luchando a contracorriente.
*Por Santiago Mayor para Jacobin América Latina / Foto de portada: EFE.