Etiopía: el Estado más antiguo del mundo al borde de la desintegración
Una nación multiétnica atraviesa una profunda crisis política y humanitaria. Rebeldes, un gobierno cuestionado y las potencias mundiales acechan a una población a la que nadie le permite la paz.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
Etiopía es el segundo país más poblado de África. Cuenta con 116 millones de habitantes y más de 80 grupos étnicos, muchos de ellos con reclamos soberanistas. Es un país con una cultura tan rica como compleja, conocida como la cuna de la humanidad y considerado también por muchos como el Estado más antiguo del mundo.
Esto se debe a que en su territorio se encontraba el Reino de Aksum, que entre los siglos I y VII después de Cristo (d.C.) se expandió desde la actual región de Tigray hasta gran parte del norte de la actual Etiopía, incluyendo regiones fronterizas de Sudán, casi todo Eritrea y parte de la costa occidental de la península arábiga. Se lo suele confundir con el Reino de Saba, mencionado en el Antiguo Testamento como una región muy rica, cuya capital se encontraba en la actual Addis Abeba.
A su vez, fue sede del imperio etíope, conocido también como Abisinia. Heredero del Reino de Aksum, comprendía los actuales territorios de Eritrea y Etiopía. Pero además llegó a abarcar los actuales Yibutí, el norte de Somalia, el sur de Egipto, el oeste de Yemen, el este de Sudán y una parte suroccidental de Arabia Saudita. Se extendió por 705 años, desde 1270 hasta la abolición de la monarquía, en 1975, tras el derrocamiento por parte de un golpe de Estado de inspiración comunista del mítico rastafari, Haile Selassie I.
A partir del golpe de Estado del teniente coronel Mengistu Haile Mariam, se fundó en 1975 la República Democrática Popular de Etiopía. Se trató de un Estado comunista, apoyado por la Unión Soviética (URSS) y Cuba, que duró hasta el derrocamiento del mismo Mengistu, en 1991. Durante esos años, se produjo una brutal guerra civil entre distintos movimientos guerrilleros y el Estado etíope. Si bien muchos se integraron a la vida democrática al final de la guerra, otros continuaron sus actividades armadas.
Más allá de su milenaria y rica historia, cultura y tradición, el país solo es noticia debido a la inestabilidad que atraviesa desde hace muchas décadas. En la actual Etiopía, existe nuevamente una crisis política y de gobernabilidad que, lamentablemente, no es poco común en la región, pero que en los últimos días ha escalado hacia una tensión de compleja resolución. Por ello, el foco de la comunidad internacional está puesto por estos días en Addis Abeba.
El primer ministro etíope, Ahmed Abiy, de 45 años, fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz en 2019, tras consolidar la paz con Eritrea luego de la guerra que enfrentó a ambos países vecinos entre 1998 y 2000, cuando se produjo la separación. Al momento de asumir, en 2018, era visto como una promesa joven, con aires liberalizadores y modernistas. Perteneciente a la etnia oromo, su objetivo fue fortalecer al gobierno nacional, con características unitarias en un país profundamente fragmentado.
Abiy comenzó su gobierno siendo apoyado fervientemente por Occidente y generando esperanzas en un amplio sector del país respecto de un cambio pacífico. Su política de alianzas fue virando rápidamente, acercándose más a Rusia y a China, dándole de a poco la espalda a Washington. La guerra civil etíope, además, tiene ecos internacionales, ya que, además de los vecinos Eritrea y Sudán, están involucrados -en mayor o menor medida- tanto Moscú como Beijing, pero también Irán, Emiratos Árabes Unidos (EAU) y Turquía. Ante el avance de las tropas rebeldes, ayer la Casa Blanca ordenó el retiro de sus representantes diplomáticos de Addis Abeba.
Actualmente, a Abiy se lo acusa de perseguir a la minoría étnica tigrayana, de impulsar la guerra civil para mantenerse en el poder y, en el camino, de perpetrar distintos crímenes de lesa humanidad. La disputa se profundizó cuando en la región de Tigray se convocaron elecciones durante la pandemia sin la autorización del gobierno central. Esa zona es gobernada por el Frente Popular de Liberación del Tigray (FPLT), un grupo rebelde contrario a las autoridades de Addis Abeba.
Los sectores nacionalistas, tanto de los tigray como de los oromo, rechazan la autoridad del primer ministro y del gobierno del Estado nacional, por lo que los enfrentamientos se han recrudecido en las últimas semanas. Se ha llegado al punto de que los rebeldes se encuentran rodeando la capital del país, en un avance que hace peligrar la estabilidad de las autoridades nacionales. Los tigray acusan al gobierno, además, de haber bombardeado su región, atacando poblaciones civiles en Mekele.
Etiopía reconoce el derecho a la autodeterminación, incluyendo el de la “secesión” de “las naciones, nacionalidades y pueblos” que la componen. Sin embargo, Abiy y sus seguidores afirman que ni los tigray ni los oromo están siguiendo el camino legal, sino que directamente se han levantado en armas contra el gobierno federal, por lo que tiene derecho a reprimirlos mediante el uso de la fuerza.
Ya son nueve los grupos rebeldes de distintas etnias que se unificaron con un solo objetivo en común: en principio, derrocar al gobierno de Abiy; entre ellos, está el FPLT, que se encuentra a las puertas de la capital. El nuevo grupo se conoce como Frente Unido de Fuerzas Federales y Confederales Etiopes (FUFFCE), e incluye al Ejército de Liberación Oromo (ELO) y a siete fuerzas más procedentes de distintas regiones del país, como Benishangul, Gambela, Afar o Somali, o etnias como las sidama, qemant o agaw.
De acuerdo con los expertos, el gobierno encabezado por Ahmed Abiy corre peligro de desmoronarse como un castillo de naipes. Sin embargo, eso sería apenas el comienzo de un colapso integral del sistema federal del Estado multiétnico de Etiopía. El temor es que esto pueda desembocar en el surgimiento de nuevos estados, sumando aún más inestabilidad a una región donde florecen los grupos extremistas yihadistas.
Por ahora, el Estado más antiguo del mundo parece correr serio peligro de desaparecer. En la actualidad, más de la mitad de Etiopía se encuentra devastada por una guerra civil cuyo final, a corto o mediano plazo, está lejos de avizorarse. El fracaso de Occidente en apoyar las reformas de Abiy y una supuesta “normalización” del país se suma a la reciente debacle de la OTÁN en Afganistán. Mientras al segundo país más grande de África parece esperarle solo la balcanización, las potencias occidentales deberán revisar su estrategia y modos de actuar en el escenario geopolítico. Caso contrario, seguirán contribuyendo a la producción de catástrofes humanitarias con consecuencias impredecibles.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: Reuters