El hambre oculto en Marruecos
Aunque las estadísticas oficiales sugieren que el país norafricano no padece hambre, la realidad es otra, encubierta por la falta de datos fiables y el estigma social.
Por Red Global
El hambre está tan presente en el imaginario marroquí como en la realidad. A lo largo de la historia, el pueblo de Marruecos ha sufrido sequías cíclicas, marginación, exclusión, y el robo sistemático de sus riquezas y cosechas por parte del Mahkzen, el régimen político dirigido por la monarquía.
El sector agrícola del país emplea al 40 por ciento de la mano de obra y contribuye al 15 por ciento del PBI, por lo que la economía del país y la situación económica de su población son muy vulnerables a los cambios del mercado mundial y al cambio climático.
Además de los retos que presenta la pandemia de la COVID-19, el país sufrió una grave sequía en 2019 y 2020. La capacidad de las presas que abastecen el vasto sistema de riego del país en el sur y el este se redujo al 37 por ciento a nivel nacional en octubre de 2020, mientras que el déficit de agua superficial alcanzó un récord del 94 por ciento, según Abdelhamid Aslikh, el jefe de la agencia de reservas de agua de la región de Agadir. Esto afectó, en gran medida, a la producción de cereales. Esta producción en 2020 fue un 39 por ciento inferior a la de 2019, mientras que las importaciones de trigo aumentaron un 46,3 por ciento.
La última sequía tuvo un fuerte impacto en los sectores rural y agrícola, que llevan décadas sufriendo el aumento de las sequías y la desigualdad consagrada por el dominio del Mahkzen. Este impacto es claro en el hambre generalizada en Marruecos.
Según el Mapa del Hambre de las Naciones Unidas y el Índice Global del Hambre (IGH), el problema no es una preocupación importante en el país. El IGH clasificó a Marruecos en el puesto 44 de los 107 países evaluados, con una calificación de hambre “baja”, y la ONU evaluó igualmente que un pequeño porcentaje de la población sufre desnutrición.
Los activistas de Marruecos que ven la realidad sobre el terreno tienen poca fe en estas cifras oficiales. Atribuyen una subestimación sustancial y la falta de voluntad del gobierno para informar con precisión sobre la situación, lo que es posible gracias al control del sistema monárquico. Además, los activistas señalan que el inmenso estigma social, asociado al “hambre” en el país, hace que muchas personas no admitan su situación.
Las cifras son especialmente difíciles de creer si se tiene en cuenta que la tasa nacional de pobreza multidimensional entre los niños es del 39,7 por ciento y que en las zonas rurales esta cifra llega al 68,7 por ciento. La pobreza multidimensional considera factores como el acceso a la educación, la atención sanitaria, el agua, la higiene, la vivienda y la alimentación y nutrición.
Hambre en el granero
Mohammed, un niño de la aldea de Ouled al-Saghir, en la provincia de Settat, a pocas horas de Casablanca, es un rostro humano de esta pobreza multidimensional. El niño que corre por los campos, persiguiendo a un perro y a un rebaño de ovejas, está a punto de cumplir siete años. Sin embargo, su aspecto sugiere que tiene tres o cuatro.
Mohammed no fue a la escuela, a pesar de todos los programas educativos del Estado. Su esforzado padre, que trabaja todo el día pastoreando ovejas y vacas para una familia adinerada, nunca tuvo la oportunidad de pensar en la educación de su hijo. Lleva años trabajando sin un salario adecuado. Solo ha podido conseguir un alojamiento básico para su familia, ya que la promesa de una remuneración de 150 dólares al mes nunca se cumplió.
Mohammed acompaña a su padre en el pastoreo de las ovejas y a su madre cuando ordeña las vacas, y ayuda en el trabajo. No tiene tiempo para jugar con otros niños y, en su lugar, ha hecho amigos con unos muñecos rotos que encontró abandonados en el patio trasero de la casa.
La alimentación de Mohamed se limita a dos comidas al día, con el pan y el té como ingredientes principales. El pan tiene un enorme simbolismo en la cultura popular marroquí y constituye un elemento esencial en la mayoría de los platos populares. De hecho, los marroquíes se refieren a su trabajo o empleo como “la punta del pan”, o simplemente “el pan”. Otros expresan su orgullo por haber crecido a base de “pan y té”. El pan se considera tan sagrado que las sobras no se mezclan ni se tiran con otros restos de la comida. En Marruecos, algunas personas besan el pan si cae al suelo y lo consideran una de las más importantes bendiciones de Dios.
Sin embargo, esta reverencia por el pan esconde una larga historia de malnutrición y el miedo inherente de millones de personas, marginadas al hambre o a la pérdida de sus medios de vida.
La madre de Mohammed dice que su cuerpo no ha crecido en los últimos tres años y que es posible que sufra una enfermedad. Le han aconsejado que lo lleve a un sacerdote, aunque ella duda, con la esperanza de que su hijo pueda curarse por voluntad divina. Es posible que Mohammed sufra de desnutrición o de alguna de las enfermedades que prevalecen en estas zonas, pero los residentes saben muy poco sobre el hospital más cercano, salvo que está muy lejos. Lo más lejos que van es el mercado semanal, a unos cuantos kilómetros de distancia.
Pero no son solo los niños como Mohammed los que soportan el peso de la pobreza multidimensional. Las mujeres también sufren el peso de la vida rural y de una marginación aplastante que lleva a muchas a emigrar a las ciudades para buscar cualquier trabajo disponible, bajo cualquier circunstancia, con el fin de garantizar una vida mejor para sus hijos. Esta elección es recibida con escepticismo por las generaciones mayores, pero a muchas mujeres jóvenes ya no les importa esta actitud conservadora.
La madre de Mohammed no se atreve a viajar a la ciudad, porque ha oído historias de horror sobre el sufrimiento de los pobres en las fábricas y los asentamientos. Está decidida a que su hijo no caiga en el trabajo doméstico infantil ni sea víctima de la trata de personas. Prefiere vivir en la región semiárida, afectada por la sequía y la falta de programas adecuados de desarrollo rural antes que convertirse en uno de los residentes de los barrios pobres aplastados bajo la rueda del “Plan de Emergencia Económica” de la ciudad.
El hambre sigue a la gente a las periferias urbanas
Ninguna ciudad simboliza la “gloria” económica de Marruecos como Casablanca. Es el principal centro económico, su eje industrial y la puerta del reino al mundo. Con su gran puerto y aeropuerto, contribuye a un tercio del PBI nacional del país. Sin embargo, sus 3,7 millones de habitantes sufren enormes desigualdades sociales, y muchas personas siguen gimiendo bajo el peso del hambre, que se ha agravado con la pandemia de la COVID-19.
El centro de la ciudad es una imagen de prosperidad y desarrollo, con sus rascacielos, sedes corporativas, hoteles y puntos de venta de marcas mundiales. En cada esquina, la gente espera los distintos medios de transporte y no faltan los vehículos privados. Este es el “centro útil” de Marruecos, a diferencia de las regiones que las antiguas autoridades coloniales francesas tildaban de “Marruecos inútil”. Cualquiera que pasee por esta parte de la ciudad, no creería que está en un país del “tercer mundo”, en “vías del desarrollo”.
Sin embargo, más allá de estas calles acomodadas y de sus habitantes, surge una imagen drásticamente diferente, que contradice por completo la propaganda del régimen y de sus medios de comunicación cooptados.
Entre el sector invisible de los trabajadores de la ciudad, están los “Mikhala”, que se ganan la vida recogiendo basura y restos de comida, botellas de cerveza vacías o electrodomésticos rotos. Pasan las noches corriendo detrás de los camiones de basura para recoger todo lo que puedan vender a las fábricas de reciclaje.
Los Mikhala suelen estar confinados en los asentamientos y zonas marginales. Se reúnen al final del día en cementerios y lugares desiertos para tomar una copa o algo que pueda darles calor. Pasan el resto de la noche bebiendo cualquier cosa que puedan comprar con sus limitados medios.
Un trabajador de la sanidad pública dijo que los servicios de urgencias del hospital suelen recibir cada día a muchas de estas personas con problemas de salud críticos. Muchas de ellas caen enfermas tras comer alimentos podridos o consumir alcohol tóxico. A veces, las mujeres embarazadas acuden para dar a luz y acaban abandonando al bebé o intentando deshacerse de él. Muchos de ellos padecen VIH, sífilis y hepatitis o enfermedades contagiosas.
La mayoría de los Mikhala viven en “Al-Karyanat”, que son barrios de ocupantes ilegales, construidos principalmente por campesinos pobres llegados de diferentes regiones del país solo para ser explotados en complejos industriales, puertos y servicios diversos, que forman parte de lo que los medios de comunicación llaman “Plan de Emergencia Económica”.
Los programas industriales de la ciudad necesitan mano de obra barata y no cualificada. No tienen contratos de trabajo ni derechos básicos. Los trabajadores pasan largas horas retribuidas con salarios insostenibles y normalmente se ven obligados a construir pequeñas chozas para alojar a sus familias. Normalmente, estos asentamientos no cumplen las normas mínimas elementales de habitabilidad y carecen de agua, electricidad y desagües.
Con la transformación de Casablanca en la mayor ciudad económica de Marruecos, el número de estos trabajadores aumentó a cientos de miles y los asentamientos se convirtieron en poblados rodeados de vallas para ocultar la magnitud de la tragedia.
Al mismo tiempo, la mafia inmobiliaria ha puesto sus ojos en los terrenos en los que se asientan estos barrios. Se intenta aprobar proyectos de ley y sentencias que expulsen a estos residentes. Los que tengan suerte, podrán recibir una compensación mínima. Muchos otros no. En lugar de los asentamientos, se levantarán centros comerciales, hoteles y proyectos inmobiliarios de lujo.
Cabe destacar que los 14 jóvenes que perpetraron los atentados terroristas del 16 de mayo de 2003 en Casablanca procedían del corazón de estas barriadas, de las mencionadas franjas de miseria. El karyan o barrio del que procedían se llama “Karyan Touma”. Se criaron en la miseria y se nutrieron de ideas fundamentalistas mucho antes de que decidieran atentar con explosivos contra dos restaurantes turísticos y otras zonas. El olor del hambre se extendió a partir de este acto terrorista, además de una larga marginación.
Pobreza y hambre en los barrios marginales
En una de las zonas de la “Ciudad Blanca” de Casablanca, concertamos una cita con activistas de la Asociación Marroquí de Derechos Humanos y nos trasladamos a un douar, una comunidad residencial no estructurada, en Ain Sebaa, al norte de Casablanca.
El objetivo es examinar el estado de algunas personas después de que las autoridades demolieran varias casillas en Karyan Touma. Varias familias del barrio se habían negado a que se destruyeran sus casas, por la falta de confianza en las promesas de que obtendrían viviendas “decentes” dentro del Programa de Vivienda Social, e insistieron en obtener documentos oficiales que lo demostraran.
Nada más llegar a Karyan Touma, nos encontramos con vastas zonas llenas de escombros de casas que habían sido demolidas. Salpicando el paisaje, estaban las chozas de decenas de familias que se habían opuesto a la demolición. Alrededor del douar, asoman torres de hormigón gris. “Es como Gaza”, dice uno de los residentes que nos recibe, burlándose de la escena.
Las aguas residuales fluyen abiertamente, su olor acre es imposible de ignorar. Cerca hay un enorme contenedor de basura. Al margen, pero no fuera del recinto, el cadáver de un burro muerto yace en una gran fosa cerca de las casas de los residentes. “La zona está infestada de ratas que entran en nuestras casas todo el tiempo”, dice un joven que nos saluda.
Hablamos con Abdul Ali, que vive en el mismo barrio y trabaja como guardia de seguridad. Está casado y tiene una hija. Uno de sus hermanos también trabaja como guardia de seguridad y tiene seis hijos, mientras que otro hermano tiene cuatro niños y trabaja estacionando autos. Todos viven en el mismo recinto con sus dos hermanas viudas.
Para Abdul Ali, la pandemia fue una larga lucha contra el hambre: “Durante los días de la pandemia, la situación era trágica. Una persona salía a la calle para sacar adelante a los niños, mientras que otras se quedaban en el ‘parking’, un lugar donde la gente espera hasta que un contratista les ofrece trabajo por un mísero salario. Casi todo el mundo perdió su trabajo. Durante la cuarentena, comíamos lo que nos proporcionaban los grupos de caridad y las asociaciones, y todo el mundo estaba endeudado. Algunos pasaron el último Eid al-Adha sin un sacrificio”.
El Eid al-Adha es de gran importancia para los musulmanes y en la sociedad marroquí se considera una desgracia si una familia no puede permitirse un sacrificio. En muchos casos, las familias, especialmente las madres, juegan al “escondite” con el hambre. Una mujer cuenta cómo intenta romper la monotonía de la dieta de “pan y té” con lo que tiene a mano. Una “comida” en su casa es a veces una mezcla de dos tipos de verduras y especias en lugar del famoso tagine o una mezcla de harina barata en “cuscús”, sin tener los componentes mínimos de estos famosos platos. “Lo más importante es mantener a los niños tranquilos”, dice la mujer.
Cuando el hambre se vuelve negociable
La gravedad del hambre es una oportunidad para los políticos, señalan los activistas de derechos humanos. El ejemplo más destacado es el del designado primer ministro Aziz Akhannouch. Akhannouch, el hombre más rico de Marruecos y el duodécimo más rico de África, era también ministro de Agricultura, Pesca, Desarrollo Rural, Agua y Bosques, y, por tanto, responsable de la gestión de las sequías que causaron estragos en el país.
Su fundación benéfica distribuyó alimentos, a los que pronto siguieron tarjetas que invitaban a la gente a unirse a su partido, la Agrupación Nacional de Independientes. Esta fundación benéfica es un arquetipo clásico de las instituciones que comercian con el hambre y la miseria de la gente para obtener beneficios electorales, afirman los activistas bajo condición de anonimato. Estas prácticas son habituales entre los partidos conocidos como “majzanos”, leales al Al-Makhzan, el régimen monárquico de Marruecos. Parece que le ha funcionado a Akhannouch, cuyo partido se ha convertido en el más importante en las recientes elecciones.
El hambre en Marruecos se manifiesta en la ausencia de soberanía alimentaria. El hambre acecha los sueños de los pobres y desposeídos en Marruecos, tanto en las zonas rurales remotas como en el corazón de la metrópoli. Los dolores del hambre son manipulados por los gobernantes: los hambrientos son movilizados como votantes y utilizados para crear una falsa legitimidad para el régimen.
El hambre es también el arma clave de la represión si los pobres no se comportan. En 1981, la gente salió a las calles de Casablanca y otras ciudades en lo que se conoció como el “Levantamiento del Pan”. Exigían mejores condiciones de vida. El monarca de la época, Hassan II, hizo una declaración infame: “Haz que tu perro se muera de hambre para seguirte”.
*Por Red Global / Foto de portada: Issam Oukhouya – AP