El caso “Chano” y lo policializable
Por Lucas Crisafulli para La tinta
El episodio entre un policía de la provincia de Buenos Aires y Santiago “Chano” Moreno Charpentier ha producido una enorme cantidad de eruditos sobre lo que la policía puede o no puede hacer, y sobre cómo tratar a una persona con un episodio crítico de salud mental.
Creo que existen dos citas sumamente útiles para comprender lo que sucedió. La primera frase pertenece a Dominique Monjardet, quien utiliza la metáfora del martillo para dar una explicación posible de lo que es/hace la policía:
“Si bien se admite comúnmente que un martillo sirve sobre todo para clavar clavos, sabemos que, resguardado en una pequeña caja roja fijada a la pared de un vagón o un autocar, sirve para ‘romper la ventanilla’ para escaparse en caso de que un accidente vuelva inaccesible las puertas […] Seguramente, no es la suma infinita de las utilidades posibles del martillo lo que puedan definirlo, sino la dimensión común a todos sus usos, que consiste en aplicar fuerza sobre un objeto”. (Lo que hace la Policía; Editorial Prometeo; 2010, p. 22)
Al igual que el martillo, la policía tiene variadas funciones y roles sociales, pero la dimensión común a todos ellos es la utilización de la fuerza –real o potencial– como el hilván que hacen de las variadas situaciones objeto de intervención. Es decir, la policía es una institución para usar la fuerza. Por supuesto que de la mano política que guía el martillo dependerá que esa fuerza sea utilizada para salvar vidas o para quitarlas, o, como sucede en la mayor parte de las policías de América Latina, para ambos fines.
La segunda frase pertenece al psicólogo humanista Abraham Maslow, quien, en su libro The Psychology of Science (1966), escribió la famosa frase del Martillo de Oro: “Supongo que es tentador pensar que, si la única herramienta que tienes es un martillo, puedes tratar cualquier cosa como si fuera un clavo”.
La potencia explicativa que tienen ambas frases en conjunto es fantástica. Cuando un martillo advierte que está frente a un tornillo, no puede transformarse en destornillador. Solo puede ser martillo y, como tal, solo puede aplicar fuerza para hacer que el tornillo ingrese. Para tal caso, sería mucho más adecuado y sensato utilizar un destornillador, pero, como dice Maslow, solo tenemos martillos y eso hace que al tornillo lo pensemos como un clavo, y, en vez de girarlo para ponerlo, le demos varios martillazos hasta que ingrese, a pesar de que ello puede romper la rosca, la cabeza del tornillo o, incluso, la pared en la que se intenta colocar.
La primera respuesta que salió frente a lo de Chano es la falta de capacitación que tiene la policía o, en otros términos, que el martillo debía ser formado para actuar como destornillador. En cuestiones securitarias, siempre se fetichiza la formación y capacitación de los agentes policiales, como suponiendo que los problemas graves de violencia institucional, de violencia de género y de corrupción podrían ser resueltos con un curso o un seminario. Ese optimismo pedagógico, no exclusivo de las agencias del sistema penal, obtura poder entender el problema desde otras perspectivas.
En los últimos años, las situaciones policializables son cada vez mayores. Baste con observar los grupos de WhatsApp de los barrios para advertir que los vecinos exigen la presencia de la policía en situaciones que no se vinculan con delitos o contravenciones. Falta de alumbrado, el colectivo que no pasa o episodios agudos de salud mental son algunos ejemplos de lo que se reclama en esos grupos.
Cuando pensamos en la falta de alumbrado público, nos resulta más sencillo entender que el problema no puede reducirse a capacitar a la policía en cambiar focos de luz o reparar tendidos eléctricos. Sin embargo, cuando se trata de salud mental, seguimos creyendo que el problema es del martillo que no actúa como destornillador.
Son múltiples las situaciones en las que actúa la policía que nada tienen que ver con la fuerza. Por ejemplo, que los bomberos profesionales deban ser policías y tener jerarquía policial es parte del mismo problema.
El panorama se complejiza en el contexto latinoamericano, pues uno de los objetivos de la aplicación de las políticas neoliberales fue el retraimiento del Estado de su arena social y la sobrerrepresentación en materia penal. En otras palabras, el espacio que dejó vacante la retirada del Estado Social fue rápidamente ocupado por el Estado Penal. Eso quiere decir que aumentaron la cantidad de policías al tiempo que disminuyeron las de médicos o maestros; se compraron más balas y menos tizas, más cámaras de vigilancia y menos respiradores. Por ello, si el Estado solo ofrece policía, no parece descabellado pensar que, ante una situación que requiere atención médica, se piense en la policía.
El desafío de las políticas de seguridad, antes que capacitar a la policía para una serie de actividades que nada tienen que ver con sus funciones, es despolicializar los aspectos de la vida que no requieren el uso real o potencial de la fuerza. Pensar en qué otras instituciones pueden cumplir mejor con los objetivos de proteger los derechos.
No se trata tampoco de comprar pistolas eléctricas como las Taser, de las cuales el propio fabricante aseguró que pueden causar severas lesiones o la muerte en personas que estén bajo efectos de sustancias o víctimas de padecimientos mentales. Se trata de pensar en qué otras instituciones pueden actuar.
Cuando el Estado solo ofrece martillos, transformamos los tornillos en clavos y le aplicamos la fuerza. Quizás haya que pensar en destornilladores, buscapolos, pinzas, cinceles, serruchos y en toda una serie de herramientas que nos ayuden a proteger derechos.
*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: Diario UNO.