Día de la Amistad en Covilandia
Somos la generación desertora de los parentescos biológicos como únicos y obligados para sentirnos en familia. Les amigues son nuestra casa, es un lema persistente y real. Es el segundo día de la amistad en pandemia y, ya con un año y medio encima, podemos blanquear que las amistades también se trastocaron junto con nosotres y el mundo. Agridulce, esa es la palabra que podría cuajar con algo de lo que nos viene pasando. ¿Cómo construir parentesco en un mundo en ruinas?
Por Verónika Ferrucci para La tinta
“La Amistad, se construye con un pie en lo privado y el corazón,
y el otro, en lo público político del pensar… del pensar juntas.
Con todo lo que esta dimensión conlleva de valores
y de responsabilidades sociales y humanas”.
Margarita Pisano
A comienzos de mayo, la Mili -una de las tinteras- tuitió: “Desde mediados del año pasado que estoy con esa sensación angustiante de casi no haber generado vínculos nuevos, de perder cotidianeidad con ciertas personas, de que se frenó en seco la construcción de amistades”. A partir de ahí, empecé a prestar atención a otros posteos y charlas. Me acordé de que, hacía unos meses, la Sole -otra tintera- mandó a uno de los tantos grupos donde pensamos la agenda una nota sobre los vínculos esenciales que nos sostienen durante las diferentes olas y etapas de la cuarentena/pandemia.
Desde mediados del año pasado que estoy con esa sensación angustiante de casi no haber generado vínculos nuevos, de perder cotidianidad con ciertas personas, de que se frenó en seco la construcción de amistades.
Recomiendo esta nota de @lmarajofsky 👇 https://t.co/5w5hAPZyGj
— Emilia Agostina 💚 (@milipioletti) May 4, 2021
Real, la pandemia trastocó toda la vida, ya hasta es un cliché decirlo. Y, bueno, las amistades no son la excepción y ya es tiempo de blanquearlo. Sin ánimos de ser aguafiesta, en el tan afamado día de les amigues, negar no nos ayuda en nada; ya tú sabes. Los círculos sociales se redujeron a burbujas pequeñas -descontemos la gente que se caga en todo y mete clandes a lo loco-.
Al comienzo de la pandemia, armamos burbujas basadas en las restricciones para circular, nos veíamos con les amigues que estaban más cerca. A la par, entrelazábamos el amor a través de pantallas. Inventamos planes, nos bombardeamos con memes y stickers para no bajonear. Hicimos alguna nueva amistad, con alguien del depto del lado, una vecina del barrio con la que solo cruzabas algún saludito. En medio de la cuarentena, tendimos sogas: una charla entre balcones, un puchito en la vereda, una caminata por el barrio con el solcito en la cara.
Los rituales semanales con amigues se esfumaron, el fulbito, la peña, la juntada fija, la birrita, la rosca en la orga, intermitentemente volvemos, en otros ni cerca. La primavera y el verano fueron un alivio, aunque nunca como antes. Nos siguen faltando las fiestas, los asados, las juntadas, los eventos, las calles, las marchas. Están quienes se mudaron de ciudad, se volvieron a las casas de sus familias. La falta de cuerpo nos distancia también de las amistades satelitales, con las que pasábamos “el rato”, que veíamos en la casa de alguien, en un evento. Hay vínculos que quedaron en espera, en suspenso, “cuando nos veamos”: promesa de pandemia mil. Los vínculos en los trabajos se reducen, quedan pocos espacios para compartir, hay poca energía que optimizar.
Se nos achica el círculo, a la vez que conectamos y desconectamos. La pandemia nos hace más selectives en las vinculaciones, una especie de grupos esenciales. Los criterios pueden ser muchos y han variado a lo largo de este tiempo, la proximidad y la disponibilidad re cuentan, pero quizá debemos preguntarnos: ¿qué más cuenta?
«Un amigo me regaló Valium
y soñé con vos toda la noche.
Le dije que me había dado un superpoder
me respondió para eso estamos
los amigos».
Consuelo Iturraspe, “Acaricio Perros”.
Ahora, y más en nuestra provincia que viene en picos de casos y pack anti-cuarentena/vacuna -no importa cuándo leas esto-, hacemos picnic en una plaza, nos juntamos en un lugar ventilado, hacemos caminata y el plan más osado es ir a un bar. Un poco entre risas y un poco real, decimos con amigas que, cuando nos vemos, es como estar de pasti o en un cumpleañito, como cuando éramos niñes y nos la dábamos en la pera comiendo chizitos y tomando coca. Cada juntada es la mezcla del agotamiento y la felicidad del encuentro. La intersección del miedo, la alegría, la incertidumbre al contacto estrecho, el distanciamiento y el deseo del encuentro. Sí, un montón.
A una amiga se le murió su papá por COVID, seguro cada quien tiene una historia de duelo cercana atada a este tiempo. No estar cerca en ese momento, no poder abrazarla, llorar juntas o pensar rituales de despedida nos deja cerca a la cara más desoladora de esta realidad. ¿Cómo hacer llegar la ternura del abrazo por una pantalla?
Las instancias virtuales se agotan. Llevamos año y medio, y aunque le pongas todo el amor del mundo, la party en Zoom, la Bresh en vivo, el plan veamos juntes algo online, etc., es una fatiga real. Es la fucking dependencia de la vida en pantallas para todo: estás muteada, te congelaste, tenés mala conexión, no se te escuchó, me quedé sin datos. Todes hablando a la vez, coordinar horario, el chat grupal y las confusiones de lo que se quiso decir. Reiniciar. Ghostear. Desconectar. Putearse. ¿Ami, estás ahí? Transitar lo agridulce, la contracara de cuidarnos del COVID como gesto colectivo.
“Lamentar la pérdida de ciertos modos de construir y sostener la amistad es penar solo un pequeño espectro de toda esa cartografía de afectos, complicidades y sostenes que se construyen a distancia de las lógicas hogareñas y familiaristas. Es innegable que la amistad es un territorio codificado, normalizado, capitalizado y no exento de sus propios libretos culturales”, escribió Vir Cano en Revista Anfibia, reflexionando sobre amistades.
Cambiamos, para mejor o para peor, hacemos lo que podemos. Nos pasaron cosas buenas y muchas malas en lo personal y en lo colectivo. Los duelos nunca son fáciles. Anclamos esperanzas en que, al menos en la herida y el dolor colectivo, no tenemos la sensación de tanta soledad. Hay quienes sienten ansiedad de estar quedándose afuera de grupos, quienes sienten culpa de no ver a algunas personas, la angustia por las amistades que nos quedan y por las que parecen haberse borrado del mapa de nuestros afectos. Ustedes también se preguntan: ¿a quién extraño?
Aprendimos, a la fuerza, que sostener vínculos por obligación no es un buen plan. Es cierto que entre amigues nos apoyamos y nos salvamos, pero todes estamos haciendo malabares con nuestra salud mental y chuparle energía a tus amigues no está tan bueno. Seguro sea mejor ir a terapia. Ponernos límites a tiempo, claros, con ternura, crear nuevas intersecciones emocionales con los recursos disponibles para construir mejores parentescos, más profundos y sinceros.
«Amiga,
¿Vamos a envejecer mirando la misma planta?
por este patio
pasaron todos nuestros amigos
sus cigarrillos están en las macetas
hace años
nos dimos un beso perfecto
Hoy
la casa está vacía
las columnas son fuertes
Todavía
no se cayó el techo
pero una piedra sobre otra piedra
no dice
nada del amor».
Amiga, Malena Saito.
En un grupo de Whatsapp, nos pasamos fotos pre-pandémicas y una de las pibas dijo: “Basta de vivir de recuerdos, no nos hace bien, me genera ansiedad a la vez que esperanza. No sé cómo lidiar con ese dúo de emociones”. Pusimos mil stickers alusivos, para no afrontar todo lo que extrañamos la cercanía de los mates, chupar birra del pico, pasarnos el porro, abrazarnos. Y si bien podemos ir zafando con un poco de negación, duelar ese tiempo seguramente nos alivie.
El cuerpo de quien amas se vuelve una amenaza, un fantasma que siempre está más o menos latente: el contagio. Necesitamos ligar la experiencia corporal a nuevas formas de afectarnos a la vez que nos cuidamos. Nos estamos vacunando, primeras dosis de alivio mientras anhelamos el fin de la pandemia. En joda, decimos que extrañamos un pogo con el olor a chivo ajeno, los cuerpos pegoteados, hay promesas de orgías, de un nuevo despertar sexual, caravana de fiestas. Bueno, falta un poco más. Y sí, es agridulce lo que nos pasa, porque estamos acá mientras anhelamos otra realidad, a la par que duelamos la vida que teníamos antes de marzo del 2020. Sí, es un montón.
Lo agridulce también es la constatación de que con las amistades nos salvamos y que transitar la versatilidad de las mismas, navegar en lo agridulce del amor, es asumir las fragilidades de este tiempo para reinventar nuevas texturas de la amistad, ese parentesco que elegimos y es nuestro lugar de calma y descanso. Aunque las cartografías de los vínculos cambien y se muevan, nos tenemos, la potencia de la amistad siempre es semilla para las próximas primaveras.
*Por Verónika Ferrucci para La tinta / Imagen de portada: Belén Fragueiro.