Ken Loach: «El mundo llegará al caos en dos o tres generaciones»
El más importante de los cineastas británicos estrena aquí Yo, Daniel Blake, donde acompaña al personaje del título –un carpintero de mediana edad obligado a recurrir a la asistencia social– para construir un retrato demoledor del modelo de bienestar de su país.
Ken Loach tiene 80 años; lleva 50 de ellos observando con compasión las luchas que la clase obrera se ve obligada a librar para contrarrestar los abusos del sistema de su país; y hace dos, tras completar Jimmy’s Hall (2014), decidió que se retiraba. Pero poco después el guionista Paul Laverty le enseñó el guión de Yo, Daniel Blake, y el más importante de los cineastas británicos actuales no pudo resistirse a volver a ponerse tras la cámara. El éxito cosechado desde entonces -hace unos meses ganó la Palma de Oro del Festival de Cannes por segunda vez en su carrera- demuestra que hizo lo correcto.
Lleva medio siglo luchando por la justicia social con sus películas. ¿Diría que para usted es una forma de hacer política?
Todo el cine es político. Incluso esas películas de superhéroes son increíblemente políticas: defienden la idea de Estados Unidos como una nación heroica, y defienden la jerarquía social dominante. Dicho esto, yo no hago política, solo cuento historias que reflejan la sociedad que me rodea.
¿Cómo explicaría la evolución que ha experimentado la sociedad desde que empezó a contarlas?
En pocas palabras, después de 1945 en casi toda Europa se extendió un sentido de deber social y solidaridad. Mi país en concreto había sido devastado por las bombas, y la gente entendía que la unidad era vital para combatir el fascismo. Pero en 1980 llegó Margaret Thatcher y dijo que hay que cuidar de uno mismo e ignorar al vecino; que la competición es más importante que la colaboración. Y destruyó el Estado del Bienestar, forzando con ello a millones de ciudadanos a vivir en la pobreza. Y desde entonces la idea del bien común se ha ido destruyendo gradualmente.
Mucha gente, en todo caso, tiene un sentido del deber social.
La gente sí, los políticos no. Lo que reflejo en Yo, Daniel Blake es algo que está pasando en toda Europa. Gran Bretaña es el país que aplica los preceptos del neoliberalismo de forma más agresiva, desde que Thatcher puso en marcha la privatización de la industria y los servicios públicos; pero hoy en día es la Unión Europea en su conjunto quien está impulsando resoluciones que favorecen a las grandes corporaciones.
Tal y como la retrata Yo, Daniel Blake, es como si la Seguridad Social británica tratara de impedir que los ciudadanos se beneficien de las prestaciones sociales.
Piense usted que el sistema del bienestar en mi país surgió en un momento en el que el capitalismo iba viento en popa. Había mucho trabajo de reconstrucción que hacer y, por tanto, trabajo para todos. Pero con el tiempo creció el desempleo, y la mano de obra se fue abaratando, porque si tú no aceptabas un trabajo lo aceptaría tu vecino. La brecha entre el sistema y el individuo se ha ido abriendo cada vez más. Y sí, el procedimiento de solicitud de prestaciones sociales está tan burocratizado que la gente que recurre a él queda atrapada en el papeleo y acaba tirando la toalla.
¿Es una estrategia administrativa para ahorrar dinero?
Sí, pero también es una cuestión ideológica. Para que el proyecto neoliberal avance, para que las grandes corporaciones sigan ganando poder económico y político, los trabajadores tienen que ser frágiles y así aceptarán sueldos bajos y trabajos basura. Y para que el trabajador siga siendo frágil hay que hacerle creer que la culpa de lo que le pasa es suya. Las penurias de la gente son usadas como arma coercitiva.
Durante la preparación de Yo, Daniel Blake debió de ser testigo de muchas de esas penurias.
Muchísimas. Verdaderas historias de terror. Gente discapacitada que ha perdido sus prestaciones, gente enferma obligada a buscar trabajo, bancos de alimentos que no dan abasto. Con Paul [Laverty, guionista habitual de Loach] fuimos a Nuneaton, mi ciudad natal, y allí conocimos a un joven que hacía pequeños trabajos para sobrevivir. Vivía en una pequeña habitación, financiado por una organización benéfica. Su único mobiliario era un colchón en el suelo y una vieja nevera. Cuando la abrimos, vimos que estaba vacía. El chico llevaba cuatro días sin comer. Tenía 19 años, podría haber sido mi propio hijo. Pero de esa gente los medios no hablan.
¿Qué siente usted generalmente al ver los noticiarios?
A mi edad tengo que ir con cuidado para no perder los nervios. Pero es una locura. Una madre roba comida en un supermercado y va a la cárcel, y mientras todos esos señores de traje roban millones y salen impunes. Y los medios culpan de todo a los inmigrantes. Me temo que, en dos o tres generaciones, el mundo llegará al colapso.
¿Cree en las soluciones políticas? ¿Cree que una izquierda fuerte podría cambiar las cosas?
¿Qué izquierda? Porque los socialdemócratas no son de izquierdas. Para ellos la primera prioridad es que los patronos obtengan beneficios. Tanto Tony Blair ayer como François Hollande hoy se pavonean diciendo que son de izquierdas pero se olvidan de luchar por mejorar las condiciones de la gente, por unos impuestos tan más bajos como sea posible, y en cambio solo estimulan el desempleo masivo, pobreza, una indignante desigualdad y la destrucción del medio ambiente. La verdadera izquierda debe centrarse en la defensa de los trabajadores, en ayudar a que todos tengamos una vida decente ; que tengamos acceso a la vivienda, la sanidad, la educación y la tecnología; que podamos contribuir activamente a la sociedad.
¿Qué opina de partidos como Podemos en España?
Los sigo con interés. Durante un tiempo, hasta no hace mucho, sentí que podían contribuir a atacar el liderazgo de Angela Merkel y François Hollande. Pero se han encontrado con demasiados obstáculos, entre ellos la tendencia natural de la izquierda al conflicto interno. Es lo mismo que pasa ahora en el seno de los laboristas británicos. Jeremy Corbyn sin duda tiene potencial, pero se le está saboteando desde dentro del partido.
Hablando de Gran Bretaña, ¿qué espera de la nueva primera ministra?
Nada de nada. Theresa May siempre ha estado del lado del capital y así seguirá. Es David Cameron con falda y tacones.
¿Cree que el ‘brexit’ es el principio del fin para Europa?
Espero que no. Ahora bien, yo soy partidario de Europa pero de una Europa diferente a la actual, una en la que el poder recaiga en los gobiernos y en la gente, y no en las multinacionales.
Señor Loach, gracias a Yo, Daniel Blake ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes hace unos meses. Es uno de los cineastas con más prestigio internacional del mundo. ¿Cómo le tratan en su país?
Me siento respetado, pero a veces la prensa puede llegar a ser muy hostil conmigo. Cuando dirigí El viento que agita la cebada muchos críticos la odiaron. Uno de ellos incluso me comparó con Leni Riefenstahl, la propagandista nazi. Y leí una crítica de ‘Yo, Daniel Blake’ cuya frase final dice: «Esta película debería mostrarse varias veces a los inmigrantes antes de que decidan venir a nuestro país». En otras palabras: no os queremos. Es terrible.
¿Va a ser Yo, Daniel Blake su última película?
No me atrevo a contestar porque podría volver a contradecirme. Mi anterior película, Jimmy’s Hall, tuvo un rodaje dificilísimo y me dejó exhausto. Al acabarla, no me vi con fuerzas de seguir. Pero cuando uno está en casa y piensa en los rodajes, solo se acuerda de lo bueno. Así que cuando Paul [Laverty] me habló de este guion no lo dudé ni un momento. No sé si me quedan energías para mucho más, pero algo me hace volver a ponerme una y otra vez tras la cámara.
¿Cree que su cine puede cambiar algo?
No lo sé. Soy muy consciente de que mi capacidad es limitada. Solo soy una pequeña voz en medio de un coro enorme. En todo caso siento que hay historias que merece la pena ser contadas, historias que me enfurecen. Soy optimista respecto a la capacidad de la gente para luchar, pero por otra parte hay mucho por hacer y poca gente para hacerlo: hay que establecer controles democráticos, empezar a producir en base a la necesidad y no el beneficio, proporcionar a todo el mundo una vida digna y segura, y escapar de la tiranía de las grandes corporaciones. Está claro que yo no estaré aquí para ver esos cambios, eso le corresponderá a las nuevas generaciones. Pero si mis películas logran ayudar a la gente a articular su rabia, a focalizar su descontento, me doy por satisfecho.
(*) Por Nando Salvá para El Periódico