¿Hacia un nuevo socialismo con “características cubanas”?
En Cuba, se lleva adelante el octavo Congreso del Partido Comunista, instancia que ya dejó varios hechos de suma importancia, como la salida de la dirección de la organización de Raúl Castro.
Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta
Por primera vez en los últimos 60 años, no será alguien de apellido Castro quien se encuentre al frente del Partido Comunista de Cuba (PCC). La semana pasada, el ex presidente del país y ya ex presidente del PC cubano, Raúl Castro, hermano del histórico líder de la Revolución, Fidel Castro, abandonó su cargo en la cabeza de la organización. Esto se da en un contexto extremadamente complejo y de grandes cambios que vienen atravesando la política y la sociedad cubana. Tras la finalización del Congreso de comunistas cubanos, “fuerza superior dirigente de la sociedad y el Estado”, se proclamó presidente del partido al mandatario de la isla, Miguel Díaz-Canel. El ex gobernador de Santa Clara ya había sido elegido por Raúl para sucederlo en el gobierno nacional, el 10 de octubre de 2019.
Por ahora, una de las deudas del PCC sigue siendo la falta de presencia femenina en los cargos de decisión: de entre los 14 miembros del Buró Político, solo tres son mujeres y ninguna se encuentra en el Secretariado. No obstante, muchas son las transformaciones a las que se enfrenta no sólo el PCC, sino toda la sociedad cubana. Si bien al comienzo de la presidencia de Díaz-Canel ya se habían empezado a realizar algunos tímidos cambios para favorecer la iniciativa privada, la gran mayoría de los cubanos y las cubanas lo consideraba insuficiente. El plan de transformaciones anunciado ahora es el más grande desde, por lo menos, los tiempos del “período especial”. Tiene varios puntos a destacar y algunas coincidencias, al menos en los planteos principales, con las reformas llevadas a cabo en la República Popular China a finales de la década de 1970: se buscará la creación de riqueza para luego repartirla, como se hizo en el gigante asiático.
Las últimas décadas, Cuba vivió con una realidad monetaria fácilmente palpable para cualquiera que haya tenido la oportunidad de visitar la isla. Hasta hace algunos días, coexistían dos monedas: el CUC (peso cubano convertible) y el peso cubano. El CUC se utilizaba para el turismo y equivalía prácticamente a un dólar, mientras que el peso cubano era la moneda de cambio para la amplia mayoría de la población. Esto generaba fuertes desigualdades entre quienes se dedicaban al turismo (y, por lo tanto, recibían CUC) y los que no tenían ninguna cercanía a ese sector, ya que percibían sus ingresos en pesos cubanos. A partir de ahora, existirá una sola moneda, el peso cubano, sin más “uno a uno”. Con 24 pesos cubanos, se podrá comprar un dólar. Esto impactará fuertemente en la vida cotidiana debido a la considerable devaluación que conllevará en una primera instancia. Al mismo tiempo, también servirá para favorecer una industria nacional muy debilitada debido a los costos de producción e importación.
Para ejemplificar: un par de zapatos importado de Córdoba por 100 dólares iba a la contabilidad de la empresa como 100 pesos cubanos; mientras que uno fabricado en La Habana podía llegar a valer hasta 500 pesos cubanos, es decir, la empresa se ahorraba 400 pesos importando en lugar de fabricarlo en el país, solo por la tasa de cambio. Tras la reforma monetaria, exportar un par de zapatos argentinos costaría 2.400 pesos cubanos. Por ello, sería más barato fabricarlo en el país, favoreciendo la industria nacional. Al mismo tiempo, los dólares ingresados desde el extranjero por el turismo también se multiplicarán por 24. Por ello, el gobierno anunció una fuerte suba salarial para afrontar el aumento inevitable de los precios de los productos. En un escenario de dualidad cambiaria, el principal problema de la economía cubana era la falta de divisas, por eso, se buscará favorecer las exportaciones del país para que ingresen más dólares que los que ya entran por el turismo.
Debido a la crisis provocada por la COVID-19, la economía cubana se contrajo un 11 por ciento en 2020. El gobierno, además, aseguró que estas reformas implicarán la “eliminación gradual de subsidios excesivos y gratuidades indebidas” para eliminar distorsiones de la economía. No será un proceso sencillo. De hecho, el presidente Díaz-Canel afirmó que seguirán “con interés y respeto” las preocupaciones de la población, y que se revisará lo que haya que revisar. Por ejemplo, tras el aumento de hasta cinco veces del servicio de electricidad, el gobierno debió dar marcha atrás debido al visible descontento de la población. Los cubanos temen que los aumentos salariales y a las pensiones anunciados por el ministerio de Economía no sean suficientes para paliar la devaluación y los incrementos en los alimentos, los servicios y los productos de primera necesidad. Todo esto, en un clima de protestas juveniles claramente apoyadas y financiadas por los sectores exiliados en Estados Unidos, los “marielitos”.
Las transformaciones eran necesarias para sacar al país del estancamiento. Ya sin Raúl Castro al frente del PCC, quizás estos cambios se aceleren y se profundicen. En medio de un panorama tan complejo como adverso, Díaz-Canel demostró la audacia que muchos le exigían. A pesar de la pandemia, que afectó como nunca el movimiento turístico internacional, y del bloqueo, que continúa dañando fuertemente las posibilidades de crecimiento de la economía cubana, la isla resiste. Cuba ya logró sobrevivir primero a la caída de la Unión Soviética, su principal sostén hasta 1989, y a la crisis que atraviesa Venezuela, uno de sus socios más importantes. No hay motivos para creer que no podrá superar estos tiempos convulsos. Especialmente, si cuenta con el apoyo de los chinos y si las reformas económicas tan esperadas finalmente van en ese sentido. Así como los chinos, tras las reformas de Deng Xiaoping, comenzaron a hablar del “socialismo con características chinas”, Cuba puede referirse a uno con “características cubanas”.
*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Foto de portada: MININT