“La noche más larga”: ¿qué pasa cuando filma el patriarcado?

“La noche más larga”: ¿qué pasa cuando filma el patriarcado?
9 marzo, 2021 por Ana Medero

La película que narra la historia del violador serial de Córdoba no solo fue el primer estreno nacional con la vuelta de los cines tras la pandemia, sino también un ejemplo de cómo no se tienen que narrar las situaciones de violencia de género.

Por Ana Medero y Julieta Pollo para La tinta

Existe una dificultad para narrar cómo es ser mujer en este mundo. Tal es aquella complejidad que muchas veces no alcanza solo con tener perspectiva de género para contar historias sobre las violencias que ejercen los hombres y las instituciones sobre las feminidades día a día. Es un ejercicio en permanente construcción donde más que fórmulas, hay abordajes que tensionan sentidos, manifiestan contradicciones y generan nuevas preguntas. 

El 21 de enero se estrenó La noche más larga, película que llevó a los cines argentinos la historia del violador serial Marcelo Sajen, un desafortunado hito de la violencia machista en la historia de Córdoba. Entre 1985 y 2004, raptó y atacó a más de 93 mujeres en la ciudad de Córdoba (aunque se calcula que fueron más del doble) bajo el manto de inoperancia e inacción de la policía y el poder político de ese momento. Las mismas pibas que vivieron el horror, fueron quienes denunciaron lo que estaba pasando, visibilizaron la situación en los medios, aportaron datos clave para encauzar la investigación y presionaron al poder para que tomara acciones reales para atrapar a Sajen.   

Publicamos estas líneas después de que la película estuviera siete semanas en cartelera, porque a veces la curiosidad termina engrosando la taquilla y el machismo. Lejos de la «cancelación», este 8 de marzo -en el que no queremos que nos tiren flores, sino vivir con igualdad, respeto, justicia, libertad y derechos- nos parece interesante que reflexionemos sobre los sentidos que construimos a través del cine. 

Ante esta nueva ola de películas que tienen como conflicto principal la violencia patriarcal y en un país que nos arranca a una mujer cada 29 horas por femicidio, nos preguntamos: ¿Existe perspectiva feminista en el cine que pone en escena estas problemáticas? ¿Puede el pretexto estético primar por sobre las lecturas ético-políticas? ¿Cuáles son los sentidos que construyen los abordajes elegidos? ¿De qué modo deconstruyen o refuerzan la cultura de la violación? ¿Qué se pondera y que se recorta, delimitando el mensaje? 

¿A quién le habla La noche más larga?

En pocas palabras, salimos del cine asqueadas. Pero no solo por el horror propio de esta historia, sino por el desatinado tratamiento argumental y ético. Esperábamos un abordaje menos básico (con básico decimos usual… y usual por no decir complaciente a la cultura machista).  

noche-mas-larga-sajen-cine-2La noche más larga se mueve entre géneros de manera desconcertante, un vaivén confuso que no deja clara la intención del film. Por un lado, aclara que está inspirada en hechos reales y en la extensa investigación periodística del caso plasmada en el libro La marca de la bestia, de Dante Leguizamón y Claudio Gleser (aunque no parece, ya que el enfoque de la película se despega bastante del propuesto en el libro, como han manifestado ambos autores en distintos medios). Incluye recortes periodísticos de entonces que muestran cómo los medios abordaron el caso, testimonios policiales y hasta material de archivo de movilizaciones organizadas por mujeres en la ciudad de Córdoba, algunas de la época y otras de las marchas Ni Una Menos que ocurrieron años después. 

Pero lo que parece una crónica periodística se entremezcla con un enfoque escabroso de los crímenes. Los títulos son fotomontajes sangrientos y macabros de las personajes que luego serán violadas por Sajen. Planos cortos, montaje rápido y un sonido estridente y aplastante que logran dar un clima de suspenso y terror propio de la ficción hollywoodense. Escenas de violación innecesariamente explícitas y extensas, poniendo el foco en detalles morbosos y sádicos, con un abordaje hiperrealista que coquetea con el gore. En estas escenas, los planos se acercan a los de una película pornográfica heteronormada y la cámara se posiciona como si fuera cómplice de Sajen. ¿Cuál es la intención de mostrar un falo prominente siendo enterrado a la fuerza en la cara de una mujer hasta que la gota de semen corre por su rostro? Si la violación es ante todo un acto de violencia de género, ¿a qué contribuye este abordaje que estetiza el morbo y lo repite de manera obsesiva? Si la apuesta estética estaba centrada en mostrar el horror y el desagrado para crear una especie de conciencia social sobre la violencia de género, no estábamos de racha. 

A la película le sobra media hora de violaciones. Redunda en hostigamiento y violación sin aportar nada distintivo y sin otorgar espacio al plano humano. No sabemos quiénes son estas mujeres ni qué sienten, desconocemos cómo atravesaron esta situación y las estrategias que trazaron para hacer frente al violador. No hay rastros de resiliencia ni de su proceso de organización y denuncia pública tanto para presionar al gobierno hacia una búsqueda efectiva, como para tejer redes de cuidado mutuo y alertar a otras sobre lo que estaba pasando en las calles. ¿Dónde está Milena, única querellante de los más de cien abusos de Sajen entre los que se cuenta el suyo?

En La noche más larga, los personajes de las chicas son mostrados como víctimas sometidas que reducen su aparición a casi el mismo itinerario: caminan, son acechadas, son raptadas, son violadas. Frágiles, indefensas y acotadas al momento del ataque. Mostrar los cuerpos de las actrices como si fueran objetos de uso y descarte, ¿qué tan servil es a la cultura de la violación? Más allá de una voz en off usada como hilo conductor, las mujeres son representadas como un cuerpo donde proyectar los deseos masculinos, peligrosa síntesis de violencia simbólica y legitimación de la violencia física. 

¿A quién le habla La noche más larga? ¿Cuál es la subjetividad predominante en la película? 

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Otro punto que generó ruido fue la hipersexualización en la elección del vestuario de las actrices: las polleras cortas y los tops ajustados se alejan de la realidad, ya que la mayoría de las jóvenes fueron interceptadas por Sajen cuando salían de trabajar o volvían de estudiar. Si bien cómo nos vestimos es intrascendente frente a un ataque machista, Sajen es posicionado como un outsider entre una multitud de “jovencitas provocativas” -tal la imagen que desde los medios de comunicación se difundió de ellas-. La película no logra superar este recorte machista y desliza detalles que podrían sugerir una desafortunada culpabilización que evidencia la falta de perspectiva de género: elocuente es el paneo que muestra casi en paralelo a una chica que está estudiando en su casa y a otra preparándose para salir por la noche -y que luego sería atacada por Sajen-. La imagen latente de la violación como castigo refuerza el adocrinamiento de nuestros cuerpos. Las mujeres estudiamos y también salimos a bailar. Y también nos violan. 

Salimos del cine y nos preguntamos: ¿Cuál fue el proceso de investigación que hizo Moroco Colman, director y guionista de la película, y su equipo para escribir la película? ¿En qué abordajes teóricos se apoyaron? ¿Conversaron con las pibas que vivieron esto para tomar noción de todo lo que transitaron durante y después de haber sido violadas? ¿Se adentraron en las experiencias de otras y otres que hayan atravesado una situación similar? ¿Se pusieron en contacto con alguna colectiva de cine feminista? Finalmente, ¿qué aporte cultural hacemos cuando la perspectiva de género no se incluye de manera integral en las producciones cinematográficas? 

Silencios que aturden 

La construcción del personaje de Sajen también es bastante hueca: un ser monstruoso que acecha en la ciudad, infalible para someter, del cual no sabemos casi nada. Una caricatura cordobesa que omite el lado humano y social de este personaje, ya que las pocas escenas destinadas a mostrarlo en su entorno familiar o amistoso dejan un sabor bastante alegórico. Lo interesante de la figura de Sajen -retratado en profundidad en el libro La marca de la bestia– es que confirma que los violadores no son monstruos explícitos y reconocibles, sino personas con una astucia inusitada para la doble vida, capaces de camuflar su misoginia bajo la figura de padre ejemplar, esposo adorado, amante fiel y vecino respetado. Hasta en sus pasos por la cárcel (omitidos en la película) Sajen supo construir una figura de ladrón con códigos que aborrecía la violación. 

Estos abordajes sobre la figura de un violador pueden resultar un recurso útil para el patriarcado al invisibilizar la violencia de los «hombres normales», de quienes tenemos al lado, del amigo, el colega, el familiar. Sajen no es un monstruo sino el hijo más sano del patriarcado en una sociedad que favorece y alienta el machismo, la cosificación de las mujeres y la violencia sobre nuestros cuerpos. 

La decisión estética de mostrar tanta violencia sobre las chicas abusadas -los cuerpos maltratados, el semen sobre las caras, las lágrimas, la mugre sobre ellas-, no está al retratar la muerte del violador. ¿Por qué se decidió no filmar la bala que termina con la vida de Sajen, acorralado por la policía? ¿Se les olvidó ficcionalizar esa parte o no les pareció tan importante? ¿Les habrá parecido muy “violento”? 

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Otra omisión inexplicable es la inacción de la policía de Córdoba para proteger a las mujeres y para dar con el violador. Más allá de una escena donde se muestra la tristemente usual revictimización de una joven que acaba de ser violada e intenta denunciarlo ante una catarata de comentarios que ponen en cuestión su credibilidad, la película omite el grado de inoperancia de las fuerzas policiales que posibilitó, por omisión, el accionar del violador durante mucho tiempo. Literalmente, no tenían idea de lo que estaban buscando. Primero lo ocultaron a los medios, luego comenzaron a hablar de tres violadores en simultáneo sin hilar cabos de que todos los testimonios respondían a un patrón común. Difundieron el identikit de una persona que en nada se parecía a Sajen -y que personificaba la estigmatización de una sociedad racista- y encerraron a una persona inocente durante un tiempo.

Detrás de esta la omisión policial se esconde una mayor: la del poder político de Córdoba. El cordobesismo de De la Sota -entonces gobernador de la provincia- que primero se hizo el desentendido y después, cuando lo que estaba pasando ya era inocultable, se autoproclamó comprometido justiciero. Veinte años más tarde, con el gobierno del mismo color en manos de Schiaretti, existen las mismas falencias para frenar la violencia de género. Políticas que maquillan un problema estructural, recubiertas por un manto de silencio e inacción. La violencia patriarcal emana de las instituciones que dicen protegernos -policial, judicial, política, mediática-, e individualizar la violencia sin echar luz a la trama del pacto machista es, en sí, violento.  

Nosotras como sujetos políticos

Existe un riesgo al representar la violación en el cine y es que puede contribuir a fortalecerla y sustentarla, ahí la importancia de la perspectiva de género en todos los temas que podamos tratar a través de la cultura, más aún si pretendemos escenificar la violencia machista. El camino para concientizar sobre la gravedad de la violación no es una representación violenta y morbosa al servicio del espectáculo para el voyerismo masculino. Violación no es erotismo: es violencia. 

Es necesario retratar a las mujeres como sujetos políticos y no meras víctimas: ¿cuáles son sus experiencias después de un ataque brutal? ¿Para quién estamos retratando una violación si no mostramos esta experiencia en toda su complejidad y pluralidad? ¿De qué manera se teje la resiliencia, el empoderamiento colectivo y la lucha por la justicia? 

También es necesario dejar de representar al machismo como algo patológico o monstruoso: es el orden patriarcal el que posibilita múltiples vulneraciones cotidianas sobre nuestros cuerpos e identidades. Es necesario rever el funcionamiento de las instituciones para que no se pierdan en la burocracia o en la revictimización quienes acuden a ellas para pedir ayuda. En este camino, es crucial adoptar una perspectiva feminista para no profundizar la cultura de la violación y comenzar a construir otros sentidos en torno a la violencia de género. 

En un contexto marcado por la creciente violencia sobre nuestros cuerpos a la vez que por el avance enorme del movimiento feminista, esta película es irresponsable y desacertada. ¿Cómo nos sentimos las espectadoras al salir del cine? ¿Empoderadas o asqueadas por la violencia de género exhibida como espectáculo? Esa es la punta del hilo para comenzar a tejer otro cine y, en definitiva, otra cultura.  

La noche más larga | Director: Moroco Colman | Guion: Moroco Colman | Producción: Más Allá Productora | Duración: 80 minutos | Elenco: Daniel Aráoz, Camila Murias, Sabrina Núñez, Paula Halaban, Constanza Villarruel, Romina Arietti, Sofía Bono Prado, Carolina Godoy, Rocío Figueroa Sobrero, Vanina Bonelli, Pablo Tolosa | Estreno: enero de 2021

*Por Ana Medero y Julieta Pollo para La tinta.

Palabras claves: Cine, feminismo, Marcelo Sajen, Violación

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