Santiago San Paulo Lasheras: reinventar el lenguaje independiente

Santiago San Paulo Lasheras: reinventar el lenguaje independiente
Anabella Antonelli
29 diciembre, 2020 por Anabella Antonelli

El arte y les artistas en cuarentena, los proyectos que ligan una historia que es presente, la reescritura desde lo local, el vínculo entre el teatro, el arte y la política, las acciones desde las redes colectivas. Santiago comparte la experiencia de un año que escapa al totalitarismo pandémico.

Por Anabella Antonelli para La tinta

Antes de llamarlo, traté de recordar cuándo fue que comencé a cruzarlo en diversísimos espacios. No podría precisarlo, tal vez porque es una persona movediza que parece habitar, en un mismo tiempo, distintos lugares rusbankinfo. Comienza a hablar y me confirma su don de lo simultáneo: proyectos, redes, participaciones, acciones, solidaridades, escrituras, actuaciones, colectivos, webbankir.

Santiago es laburante de las artes en vivo, oficio vapuleado también en los esquemas del Aislamiento Social, Preventivo y Obligatorio. “El teatro es una actividad esencial, primero, por una cuestión interna, no puedo vivir sin pensar en esos términos, pero también por un lugar de trabajo y de ingreso económico”, afirma.

—Los meses de cuarentena supusieron un tiempo difícil para el arte, sobre todo, para las artes en vivo. ¿Cómo vivieron y sobrevivieron les artistas durante el aislamiento?

—Muches somos trabajadores del teatro y el arte sin relación de dependencia ni otro trabajo estable, y el parate vinculado a las artes en vivo nos pegó muy fuerte. Desde la imposibilidad de juntarnos para sentirnos cuerpo a cuerpo hasta no tener ingreso monetario.

Otras personas están esperando a que pase este momento, porque encuentran la sala como única manera de hacer teatro. El teatro independiente es un lenguaje contestatario que se institucionalizó en Argentina cuando se dictó la Ley de Teatro Independiente, que brinda apoyo económico para que las salas sean tan lindas en todo el país y, particularmente, en Córdoba. Pero, al quedar ligadas al Estado en términos económicos y de supervivencia, deben regirse también por lo que se plantea en términos culturales, en este caso, no poder abrir. Entonces, quedaron muy limitadas.

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La pandemia también es esperanzadora para el teatro, porque, de algún modo, provocó que muches no siguieran esto que se proponía, de fluir hasta que termine la cuarentena, y se han podido investigar otras formas teatrales mucho más intensamente, pensando el teatro como un oficio. El lenguaje que una vez fue contestatario se transformó en una actividad secundaria, de poco flujo de personas o, como le gusta decir al empresario del teatro Carlos Rotemberg, kirchnerista y políticamente correcto, “hay que valorar el teatro independiente porque es un semillero del teatro comercial, sería nocivo transformarlo en una industria cultural”. Esos planteos parecen lindos, pero nos dejan teniendo que dedicarnos a otras cosas, no le da fuerza a que el lenguaje independiente se reinvente cada vez.


Hay que pensar el teatro por fuera de los espacios donde el lenguaje independiente está cristalizado, pensar cómo retornar a las calles, a las plazas, a los barrios.

Pensar cómo podemos articularnos con organizaciones y en las comunidades para que el teatro sea una actividad esencial, y poder tener nuestro propio circuito dentro de una pequeña fábrica contracultural, que podamos investigar al teatro en el hacer y dejar de hablar tanto, y que el arte vuelva a salir del museo. Que nos agarren y nos vuelvan a poner en el museo, pero que veamos siempre cómo podemos escaparnos de ahí. 

—Entre los distintos proyectos en los que participaste, está la escritura de la obra La Ilusión del Rubio del Pasaje, ¿qué te movió a hacerla?

—Cuando arrancó el año, el Instituto Nacional del Teatro seleccionó la obra Procedimiento Kafka de la Compañía Teatro de Ilusiones Animadas, para formar parte de su catálogo de obras, algo atípico para el grupo, pero no pudimos hacer ninguna función por la pandemia. En marzo, empecé a salir en bicicleta por el barrio. Sabía que se venía un virus, que era real y muy despiadado, un enemigo invisible que, sobre todo, te llena de miedo. En esos recorridos, percibía cómo estaba la gente en barrios cercanos de donde vivo. Se me ocurrió salir con un stencil de la cara de Kafka y me encontré con otro rostro, el de Facundo Rivera Alegre, en la plaza donde él jugaba, camino a San Vicente. 

Decidí estar con él un rato y salió el concurso del Teatro Cervantes que elegirían y montarían 21 obras. Me pareció algo alocado porque tengo experiencia, pero es una competencia muy exigente. Saqué algunos escritos que tenía sobre el Rubio, por conocer a Viviana Alegre, y me puse a escribir mucho más. Fue un monólogo con el deseo de hacerlo aparecer, pensando en que el Estado no quiso hacerlo, pero el teatro sí podía. Diez días antes, me puse a seleccionar el material y ahí salió la obra que quedó seleccionada. 

—Otro proyecto fue OKICHI, Aquí Pantera, un libro que se editó este año y que, sobre un texto clásico, actualiza las garras del patriarcado desde una historia cordobesa, ¿cómo llegaste ahí?

—En el año 2018, hice una reescritura del texto clásico La Judith de Shimoda, de Bertold Brech y Hella Woulijoki, escritora finlandesa. Brech recaló en la casa de Hella por el exilio y se encontró con los manuscritos de la obra La triste historia de Okichi, del autor japonés Yamamoto Yuzo, que ella estaba traduciendo al inglés. Se trataba de un texto teatral sobre el famoso mito de la geisha Okichi de la ciudad de Shimoda, en Japón. Ellos reescribieron esa obra que no fue conocida, porque quedó en la casa de ella, y como pasó con tantas mujeres artistas, no hubo una investigación profunda sobre su producción. Recién en el 2006, un grupo de investigadoras encontraron el texto y lo dieron a conocer. Nunca se había montado hasta el 2018, cuando con un grupo de cinco personas más presentamos un proyecto en el Elenco Municipal de Danza Teatro para reescribirla y montarla. 

En ese momento, se dio el caso de Brenda Micaela Barattini en Córdoba, condenada a trece años de prisión por lastimar los genitales de Sergio Fernández, cantante de la Coca Fernández, quien la doblaba en edad y había hecho públicos videos íntimos con ella. Ella, cansada de la situación, lo lastima y, aunque él no pierde ninguna de sus funciones vitales, la condenan desproporcionadamente por intento de homicidio, después de esperar el juicio en prisión preventiva.

Esto era muy parecido a la historia de Okichi, sobre todo, por la condena social. Lo vinculamos con ese caso y salió OKICHI, Aquí Pantera. Nos acompañaron en el proceso de trabajo las mujeres de su familia y visitamos varias veces a Micky en la cárcel. La obra se montó y se hicieron funciones, y después el Elenco decidió bajarla.

La Editorial Funda/Mental Ediciones me invitó a publicar este texto y, en marzo de 2020, tuvimos el libro, con prólogo de Noe Gall y postfacio de Mag De Santo, que empezamos a distribuir por librerías del país, llegando a una librería en Comodoro Rivadavia de la tía de Micky.

—Es evidente tu compromiso afectivo y emocional con los proyectos que encarás, poniendo el cuerpo desde ese lugar. ¿Cómo pensás la relación entre el teatro y la política?

—Está bueno seguir vinculando lo político y lo teatral, sobre todo, en un contexto social en que la ficción está tan perfectamente instalada por los sectores de poder. Trato de escuchar las cuestiones internas, pero también las que me van llegando por esta serendipia del andar.

Vivimos en un campo minado de ficciones, entonces, la pregunta es con qué ficciones vamos a entrar a ese campo. Qué trajes nos vamos a poner, con qué personas nos vamos a vincular, qué lugares vamos a frecuentar, cómo son nuestras casas y nuestras elecciones de vida. No es ser consecuente, porque esa es una exigencia demasiado patriarcal que cansa mucho, pero, dentro de lo que vamos pudiendo, elegir cómo vivir, cómo nos relacionamos. Se abrieron, por ejemplo, muchas redes de solidaridad con la pandemia entre artistes y compañeres.

Lo político tiene que ver con la actitud y con el vínculo con el afuera, y no menospreciar el interés de nuestro contexto social.


Hay algo del lenguaje independiente que siempre está contra el teatro popular y, de esto, las instituciones de enseñanza de lo teatral son muy responsables porque enseñan un lenguaje encriptado que violenta al espectador común y que lo aleja. Esto me recuerda a Antonine Artaud: la vida se le aleja al teatro, pero porque primero se alejó el teatro de la vida.


—En tus acciones, se nota una fuerte apuesta por lo colectivo. ¿Qué se pudo tramar en pandemia o qué se tuvo que tramar a causa de esta?

—En cuarentena, comenzamos a montar con Teatro de Ilusiones Animadas y otres artistas invitades, como Diego Trejo en iluminación y Cruz Zorrilla en música, el cuento Los Ahogados de María Teresa Andruetto, una obra que acabamos de terminar de armar y que pensamos estrenarla oficialmente el año próximo.

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A su vez, en el Estudio Escénico La Potosí, no pudimos hacer las actividades que se hacían, entonces, para el pago del alquiler y los servicios, montamos en video y en vivo cuentos populares latinoamericanos con personajes de la noche, como el vampiro, el lobizón y la momia, conectando lo popular con lo intelectual, algo que nos preocupa. Paramos por el fallecimiento de Mariela Font, una artista que es una
madrina para mí. Esto nos golpeó de cerca por la red de familiaridad que uno se arma por fuera de los vínculos sanguíneos.

También entré en la agrupación Circo en Escena el año pasado. A partir del cierre de Bataclana, muches nos encontramos ahí limpiando, pintando, acomodando, sacando cosas que fueron destinadas a diferentes espacios. Eso nos llevó a pensar en un “Cortejo de la cultura en emergencia”. Marchamos por la calle convocando a todas las personas vinculadas a las artes en vivo que no estábamos teniendo ningún tipo de atención, ni por la municipalidad ni por la provincia. Después, decidimos hacer una varieté en la Plaza Lavalle de San Vicente, junto a la Biblioteca Popular Julio Cortázar y la Radio Comunitaria La Quinta Pata. A falta de protocolo para actividades en vivo en las plazas, la hicimos de pecho, hubo radio abierta y feria de libros, y se acercó mucha gente del barrio.

—Pienso en este “de pecho” y en la agudización del control social de los cuerpos como una marca de este tiempo, ¿cómo se pone en juego esto y qué desafíos presenta para las artes en vivo?

Si bien, al principio, me generó cierta resistencia o negación la cuestión de lo virtual y cómo se manifiesta la estética de lo virtual en la estética corporal, después, hubo algo del cyborg con lo que me amigué. También nos sirve como herramienta a quienes nos dedicamos a atacar la cultura, porque, si forma parte del cotidiano y de la cultura, el arte no puede no tener en cuenta esa arma con que la cultura construye o se reinventa para poder romper algunos patrones y dispararle a la tradición.

Hay algo de la virtualidad o de la virtualidad en el cuerpo que por una pirueta creo que nos acerca a lo natural, a lo no binario, a la vida sin patrón. Me parece que hay algo de eso que nos puede devolver un vínculo con lo natural, con la tierra, con las culturas originarias y sus formas comunitarias. Estoy un poco esperanzado. Porque, además, durante la cuarentena, lo primero que nos metieron fue el miedo que paraliza, pero, al mismo tiempo, abre preguntas, entonces, hay algo superador que el miedo posibilita. Son debilidades del sistema, porque siempre hay gente que se va haciendo más fuerte para resistir.

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—En las obras de Zeppelin Teatro, por ejemplo, te vimos representando fragmentos de una historia reciente que se actualiza, pero que está en un lugar más alejado. En cambio, OKICHI y La Ilusión del Rubio del Pasaje están en tiempo presente, hoy, Micky está presa, hoy, Viviana busca a su hijo. ¿Cómo es trabajar con materiales de historias tan cercanas?

—Nací en democracia y, si bien está ligada a la dictadura y así hasta llegar a la represión de las culturas originarias, no es algo que me ataque los nervios. Me interesa estudiarlo para entender esto que sí me ataca los nervios. Me resulta más cercano vincularme con personas que compartí, que vi, que olí, que están acá. La democracia representativa como está planteada, para mí, es el recinto donde suceden todas estas ficciones culturales, un recinto viciado y fundado sobre el mito de que el pueblo gobierna a partir de los partidos políticos. Eso ya me parece una mentira.

Yo nací en Río Cuarto y vine a Córdoba a estudiar abogacía. Cuando estaba en quinto año, dejé la carrera y me metí al teatro. Lo veía como que me había desviado y que est
aba bueno, pero encontré también en el ámbito del teatro independiente muchas cosas que se repetían y por las que yo me había ido de abogacía. Entonces, empecé a pensarme más integrado, entendiendo que lo viciado no tenía que ver con un solo lado y, de alguna forma, volví a casa, es decir, a mí. Comencé a vincularme con tomas de tierra, con organizaciones sociales para llevar el teatro ahí. 

Entonces acercarme a Micky, a la Vivi, a Eugenia Aravena, es ligarme a personas que están en la realidad y de quienes nos demoramos mucho en hablar. Tenemos que esperar que pasen diez años o se mueran. La ficción, el teatro, el arte me dan ánimo para meterme con temas con los que me puedo vincular desde un lugar subjetivo y emocional para bucear ahí a ver qué tenemos, no qué tuvimos. 

Este año, empecé a frecuentar la Casa de la Memoria Imprenta del Pueblo Roberto Mattews en Barrio Observatorio, un espacio recientemente recuperado por familiares descendientes de la familia que habitaba la imprenta. Ahí escuché a les sobrevivientes cansades del martirio de pertenecer a esa generación, de las situaciones de guerra, de la tristeza, de lo gris. Siempre pensamos en los desaparecidos, en los juicios, le damos mucho protagonismo a los militares. Cristina, una ex militante del Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT), que estuvo en la fuga del Buen Pastor, decía que esos habían sido los mejores años de su vida. Era también una forma alegre, donde la muerte estaba asumida. Eso me hace pensar dónde está nuestra alegría hoy, nuestra esperanza, la felicidad, qué queremos construir. La construcción de estos relatos más cercanos en la historia tiene que ver con valorizar lo que hemos construido y seguir apostando a esa construcción.

*Por Anabella Antonelli para La tinta.

Palabras claves: Facundo Rivera Alegre, Santiago San Paulo, Teatro

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