No hay dios que quepa en tu cuerpo
Diego Maradona en pedazos es tan parcial como incompleto. Diego como unidad absoluta es tan irreal como inabarcable. Creemos saber tanto de Maradona que no podemos ser indiferentes. Lo despedazamos y damos testimonio de su existencia exhibiendo sus partes. Quizá con su muerte podamos juntar algunos pedazos. Contextualizar y humanizar al mito nos hará ver que ningún dios cabe en un cuerpo.
Por Gonzalo Reyes para La tinta
El fenómeno Diego Maradona es tan complejo como sinuoso. Como sus gambetas. Intentar un recorrido lineal en cualquier dirección con el objetivo de descifrarlo es un error. Fraccionarlo en pedazos, en versiones, en épocas, será siempre insuficiente.
¿Qué decir de Diego Maradona entonces? Como fenómeno deportivo, social y cultural, merece ser contado, ¿no? Pero eso no es nuevo, porque vivió siendo contado. De Diego Maradona sabemos su relato, eso que contaron y contamos de él. Eso que hemos hecho con él. Y hemos hecho y dicho tanto de él, que creemos que abunda material como para ser indiferentes.
¿Qué hemos hecho de Maradona? Mi madre, por ejemplo, lo hizo un ejemplo de mal padre y un prototipo de drogadicto. Yo lo hice un héroe sucio, poético y casi real. En las redes, veo que algunos hicieron una caravana para perseguir su féretro anoche. Otros hicieron fila en Casa Rosada para verlo por última (y quizás única) vez.
Así cada uno hizo algo con Diego Maradona, antes y ahora. Lo suficiente como para reaccionar a su muerte. Algunos leyeron un artículo como este, otros enviaron un mensaje a un amigo, opinaron en un posteo, lloraron, discutieron, brindaron, prendieron o apagaron la computadora por un rato.
¿Qué hacemos con Maradona? Ya nos hicimos esa pregunta en LT el año pasado cuando lo imposible sucedió: Diego volvió a la Argentina. Diego entre nosotros. Diego DT. Diego y sus contradicciones. Diego y nuestras contradicciones. Nos paralizó ver al gigante. ¿Qué hacemos con Diego?, le preguntamos a Darío Sztajnszrajber, oportuno hincha de Estudiantes de La Plata: “Sería fundamental que no haya una continuidad de criterios en todo lo que hacemos. Porque, si no, una de nuestras facetas de esa multiplicidad de fragmentos que nos constituyen se terminaría imponiendo sobre el resto”.
Pero siempre lo hicimos al revés, Darío. Cada uno creó su relato sobre Diego Maradona. Un relato lineal, coherente, sin matices, cerrado, entendible y aceptable de punta a punta. D10S. Maradroga. El que nunca nos abandonó. El padre negador. Diegol. Maradona S.A. Elija su propio Maradona.
Hemos hablado tanto de Maradona, hemos querido saber tanto de él, que se nos hizo muy complejo. Lo hicimos historia, lo hicimos cultura. Lo hicimos parte de una explicación de lo que somos. Lo hicimos un fenómeno social.
A Diego lo despedazamos. Cada quien tomó una parte y corrió a hacer algo con ella: algunos un Dios, otros un Demonio. Muchos apenas hicieron un boceto y lo guardaron como archivo en alguna memoria RAM de su vida. Pero la palabra “Maradona” está indexada en alguna parte de nuestra conciencia. Diego Maradona en pedazos es tan inentendible como incompleto. Diego como unidad absoluta es tan irreal como inabarcable.
Maradona no fue un Dios, Maradona no tiene una sola lectura. Diego fue una persona que se empoderó y se ahogó en todas las versiones que hicimos de él. Ya no hay más pedazos que elegir, solo nos queda lo que dejó.
Quizá sea hora de desprendernos de esos fragmentos, abrir la mirada, reescribir los relatos, juntar algunos pedazos y armar algo más parecido a un ser humano. A un cuerpo humano hecho de sus partes. Posiblemente nunca nos pongamos de acuerdo en quién fue, pero le daremos humanidad.
Porque si hay algo que nos deja su partida, es un único féretro. Y si se asoman y se fijan bien, ningún dios cabe en ese cuerpo.
*Por Gonzalo Reyes para La tinta / Imagen de tapa: Germán Adrasti