Con miedo, torero: comentarios sobre la adaptación de la novela de Lemebel
Por Matías Mondaca para La Raza Cómica
“Yo le pongo color, le pongo cine, le pongo imagen y poesía”.
Pedro Lemebel en una entrevista en Radio Tierra
Quiero aclarar que, si bien hay “apreciaciones estéticas” de la película, esto es una opinión personal. Como mucha gente, quiero mucho a la Pedro, su vida y su obra entera me han atravesado el alma. Significa mucho para mí y para gente que aprecio. Lo aclaro porque, con su partida, como cuando parten las bacanas del pueblo, aparece la amenaza de la apropiación: artistas y gestores culturales que teniendo los presupuestos y la visibilidad se suben al carro de su mito. Y Lemebel es Mitológica, legendaria en serio.
Parto con decir que Alfredo Castro es un actor total: domina el oficio y su trabajo es comprometido y jugado, tanto como intérprete como director. Se mete en diversos mundos, apaña el trabajo de la gente que está comenzando y no es amiguito de discursos oficialistas. Ingresa a este proyecto conjurado por Lemebel en vida, hace años, cuando estaba involucrado en la producción. Durante una reunión privada, en un café del centro, Lemebel le pide que sea La Loca. De la anécdota, Alfredo Castro cuenta, además, dos cosas: que Lemebel, en cierta crítica escrita para una revista, lo habría funado por cuico y que en su funeral alguien le invitó a ponerse en el féretro, pero se negó señalando que, si bien le admiraba y respetaba, no eran cercanos. Su interpretación en la película me parece bella y vibrante, pero considero que esta recae en sus espaldas, si no estuviera ahí su encarnación de la Loca, la historia sería infumable. Pienso esto porque se siente un trabajo de dirección que va en desmedro: hay una mirada de lástima por La Loca, no hay complicidad con su mundo o de su química con la vida. Se siente estereotípica en su inocencia, reduce su “feminidad” a responder con una rutina de baile o un llanto, una identidad construida en base a la caricatura de una travesti superficial e indefensa.
Cuando comenté la película con mi tía Verónica, que ama a Lemebel y que le encantó el libro (me decía que lo leyó dos veces), me compartió una apreciación clave: se presenta a la Loca como una enamorada abnegada de un desconocido, no están presentes las otras aristas de su vida, no está su mundo travesti.
La vida de travas viejas en dictadura es brevemente dibujada, poco se muestran sus vínculos más íntimos y su emocionalidad, de alguna manera, la película “achata” al personaje.
Sobre ese achatamiento, es interesante pensar como el director expresó, previo al estreno de la película, que su personaje era la Loca del Frente y no Pedro Lemebel, cuando en ella se percibe una intención por difuminar esa distancia a través de líneas que son citas famosas suyas. Creo que abrir esa pestaña densifica todo, porque si la película se va construir en torno a ese mito, entregado en avances del filme, pero termina reduciéndola una imagen arquetípica, estamos en presencia de un burdo gancho publicitario.
También decir que Amparo Noguera, igual de virtuosa que Castro, pero con menos minutos, hace un personaje que dan ganas de ver. Solo con su gesticulación en un par de planos, despierta el interés por esta vecina, la señora del negocio. Capísima actriz. En la misma línea, señalar la aparición de Paulina Urrutia, otra gran caracterización que deja gusto a poco. Si bien su personaje no es “central” en la novela, sí es el puente directo con el infierno impune de la dictadura que en ella se representa. Desde aquí, se desprende la gran pregunta que no ha sido aclarada: ¿Por qué la decisión de borrar la trama paralela del tirano con la vieja Lucía? Toda esa grotesca putrefacción que eriza los pelos y que le da contexto a esta historia, esas tramas paralelas que se juntan cuando la Loca va a dejar el mantel al barrio alto y que en la película es reducida a una escena casi anecdótica, a un impulso arbitrario, anulando uno de los momentos más intensos de la novela. Me surge la curiosidad por saber cómo llega la producción a no querer integrar la trama que presenta al sórdido matrimonio Pinochet. Anular dicha trama le ahorra a la producción adentrarse en que se está hablando del atentado armado para ajusticiar a un dictador. Él no aparece en la película.
Para terminar de comentar el elenco, quiero rescatar la impresión de Catalina, con quien vi la película: “¡Basta de Luis Gnecco! Hueón de verdad, sale en todas la películas, se viste de progre y es un cuico culiao levantado de raja”. Lo que abre otra pestaña problemática del cine chileno y las coproducciones: la plusvalía de rostros conocidos y las exigencias de contratos, cosa que muchas veces ocurre sin considerar realmente a quiénes van a interpretar. Paso a referirme a Carlos: en esta versión, al ser propuesto como mexicano (más allá de la nacionalidad del actor), cae en lagunas que no exploran su origen extranjero. Del mismo modo, se pierden algunos elementos significativos de la relación que planteaba la novela. La película no se preocupa de insertar a este Carlos-cosmopolita en la precariedad de La Loca. El guerrillero del libro es un cabro poblacional, cuya realidad es similar en varios aspectos a la de ella. Es precisamente el encuentro de esa marginalidad lo que posibilita la complicidad que construyen. Citando nuevamente a Catalina: “No. ¿Este mexicano que viene de Cuba, pero está en Chile?» Posible, pero innecesaria la vuelta.
Queda un sabor raro con la película, termina siendo la ocupación de fragmentos de una historia sin considerar que parte de su potencia brota en cómo se compone en su totalidad. Se produce una reducción más que una adaptación: redujeron a La Loca del Frente a un personaje abnegado al amor solo por ser loca, pobre y vieja.
Y tal vez lo peor: la película no se involucra con la mirada de Lemebel, con su posicionamiento artístico ni político, como mucha gente ha opinado, no tiene ni la fuerza ni la ternura que tiene la novela.
Personalmente, creo que, para adaptar en una película un relato intenso como este, es fundamental involucrar escénicamente el punto de vista de la cámara. La obra de Lemebel posee una forma tan única de describir espacios, contextos, intenciones, acciones e interacciones con esa intimidad de ternura oculta, de allegamiento periférico, de violencia sufrida, de tristeza de niñx, de destape clandestino, de pelambre cola y de palabreo popular, de travestismo. La cámara de esta versión no se involucra con esa intensidad, con ese atrevimiento y con esa combinatoria de referentes, músicas y territorialidades. Tampoco lo hace con los personajes ni con los entornos. Elige, en cambio, ser una cámara bella, pero correcta y pulcra, dando uso a la ya manida cámara documental como recurso realista y a planos hermosos, pero con poca sustancia y lejos de la pirueta floral melodramática, melancólica y sensible que logró crear la Pedro. No sé si puedo decir qué elementos del cine definen una buena adaptación, pero sí es lo que define para mí el universo visual, sonoro y cinematográfico del libro. La cámara es pudorosa, logra ser elegante, pero no hay atrevimiento. ¿Se puede ver la mirada de la Loca en tanto plano abierto? ¿Ver sus gestos internos? ¿La química con Carlos? Poco y nada. Los grandes decorados no son la única herramienta para recrear una época, que sea inmersiva para quien la ve, que sea creíble y que aporte densidad al relato, que nos tome. Ejemplos de eso existen.
¿Será la escena del cajón del Maipo, aunque aparezca dentro de los primeros treinta minutos de la película, una de las que logra ese espíritu? La cámara ahí se la juega, y de la mano del sonido, abarca esa intensidad que traspasa Lemebel en su narración de La Loca dichosa por esta única cita. También al inicio, en el plano de la Loca invitando a Carlos a entrar a su casa, mirándolo desde el marco de su puerta protegida por la oscuridad de su barrio, la cámara no se adentra en esa complicidad, solo la sugiere. Otra es el hermoso plano secuencia de las mujeres lavando la ropa de cama al sol con La Loca que mira por la ventana o cuando la luz del sol en el lente genera destellos sobre La Loca triste, ahí se comunican los espacios y el trayecto de la cámara les da sentido relacionándolas, las hace conversar. La puesta en escena de La Loca atravesando la manifestación es muy poderosa y simbólica, así también la escena final, pero esto no es un trailer.
Hay una decisión clara de no entrar en los múltiples elementos que la novela entrega para entender los vínculos de los personajes, la visualidad con la que se narra. Al final, queda una película que efectivamente emociona, pero con un clima triste, de personajes ingenuos, de locas que solo viven en países inventados. Es palpable que quienes hicieron esta película están muy lejos del contexto donde Lemebel creó su obra. Parece que están más cerca de donde se le censuró, se le persiguió y se le trató de poca cosa. Donde se le trató de “maricón culiao” por hablar del amor de cuerpxs invisibilizados en espacios marginales. Aunque tal vez lo mejor, el gesto más performático, es que la obra de Lemebel está y estará siempre lejos de ellos, de sus visiones cuicas y chatas.
Pésimo es también que la película no se involucre con la representatividad de la novela. Tengo claro que no estoy descubriendo nada, pero esta película no puede desligarse del relato de cuerpxs disidentes, de identidades no-heteronormadas contrarias a la burguesía. Negar la aparición de dichxs sujetxs en una historia que surge precisamente de esas resistencias y que narra sus vidas es pésimo. En la película, aparecen poco y casi como adorno de fiesta. No soy la persona indicada para denunciar esto, pero es importante instalar una discusión por esta película (y por otras producciones) que visibilice la opinión y memoria de las personas trans y travestis. Negar ese espacio, o reducirlo nuevamente a algo bonito y triste, es sumar a esa industria cinematográfica chilena que lanza películas pintorescas del subdesarrollo para ser premiadas en el simulacro de justicia simbólica de los festivales del primer mundo.
Para finalizar, quiero dejar dos ideas en la retina del lector: primero, que la película está por ahí circulando para descargarla de forma ilegal, así que véanla que también algo se reivindica en la piratería de esta “avant-premiere”. Segundo, que poco se ha hablado de que Lemebel escribió un guión para la película de esta “crónica larga”, como la llamó. Ojalá algún día se publique y sepamos cómo es esa otra película, su película.
*Por Matías Mondaca para La Raza Cómica.