#MareaPlateada: nada detiene la revolución de las viejas
Más de mil mujeres de todo el país participaron este sábado del «Primer Encuentro Nacional de la Revolución de las Viejas». Derechos sexuales, muerte digna, lucha contra el edadismo y autonomía de los cuerpos fueron algunos de los temas abordados. Se debatió la necesidad de una Ley contra la Discriminación por Edad. Uno de los ejes fue el de las viviendas colaborativas: se compartieron proyectos cooperativistas, mutualistas y experiencias de cohousing. El movimiento no para de crecer.
Por Alba Piotto para Nuestras Voces
Desmuteadas. Con voz propia y deseosas de este presente y del mañana que se empezó a construir. Con sueños grandes y con las mismas utopías, pero con la certeza de que, esta vez, llegó el momento y nada ni nadie va a expropiarles ningún propósito. Mucho menos, el disfrute de sí y de la vida que queda por transitar.
Así transcurrió el Primer Encuentro Nacional de la Revolución de las Viejas, del que participaron unas mil mujeres de todo el país, de manera virtual como marcan estos tiempos. Y precisamente, gozar, disfrutar, decidir, crear, fueron los verbos recurrentes y conjugados en varios momentos de toda la jornada, en los distintos círculos de debate.
Ya nada parará esta marea que tiene unas 30 mil mujeres que se fueron uniendo a través de Facebook en tiempo casi récord: lo que hasta ahora duró el aislamiento social y preventivo. Y cómo se va a detener “si estamos más fuertes, más sororas, más deconstruidas y con tantas ganas de hacer cosas”, saludó la diputada nacional Gabriela Cerruti en la apertura, recorriendo el camino que comenzó en el verano, cuando un video convocaba a repensar la forma en que queremos vivir los próximos años. Eso incluye en la discusión los derechos sexuales, la educación sexual para adultas mayores, el aborto legal seguro y gratuito para las hijas, la “muerte digna”, los cuidados paliativos, la autonomía sobre los cuerpos. Y también una Ley contra la Discriminación por Edad, las estrategias necesarias para combatir el edadismo y el viejismo, sea en los medios de comunicación, el trabajo y en la ciencia. Lo que hay por decir y dar pelea en cuanto a la ecología, la vida sustentable y el buen vivir, frente a un modelo de producción que va destruyendo ecosistemas y por una soberanía alimentaria más sana y saludable. Y el ambicioso proyecto de viviendas colaborativas que significa no solo dónde vivir las vejeces, sino cómo y con quién o quiénes proyectar ese tiempo.
No en vano, la Revolución de las Viejas la está dando la generación que creció bajo la última dictadura; que salió a acompañar el reclamo por el divorcio y la tenencia compartida de sus madres, y el aborto legal, seguro y gratuito para sus hijas. Una generación que ganó la calle, luchando o acompañando la luchas de otras y otros. Una generación que dio (casi) todas las peleas no se va a quedar en su casa. Son las viejas que siguen intentando cambiar el mundo con las mismas ganas que tenían cuando eran adolescentes y jóvenes.
La vida se alarga
El mundo envejece. Es paradójico que ese alargue de la vida, el mismo sistema, lo torne pasivo. Vale preguntarse: ¿prolongar la vida para qué? O también: ¿Quién decide a qué edad se es vieja o viejo, y por qué? En una cultura que abraza lo joven, ser viejo es ser descartado e invisibilizado. Entonces, ¿cómo vivir, cómo decidir sobre los cuerpos (incluso, cuando llega el momento de decidir cómo morir), cómo ser autónomos, cómo gozar sexualmente en la edad que la cultura dice “cancelar”…?
“Cuando era joven y estaba casada, yo creía que tenía deberes, no derechos. Cuando salí a la calle a buscar a mi hijo Gustavo y me encontré con otras mujeres, me di cuenta que siempre había tenido obligaciones. Tengo 90 años y, cuando salga de la pandemia, tendré 91, ¿y qué? Hay mucho por hacer todavía. Entre todos, todas y todes, tenemos que terminar esta crisis de humanidad en la que nos dejó la mala política”, resumió Nora Cortiñas cerrando el Encuentro, junto a Dora Barrancos, Claudia Piñeiro y Mirta Busnelli.
Habitar las vejeces
Habitar y cuidar. Habitarse. Son términos que están siendo resignificados. Porque no solo se trata de un techo donde vivir –y en medio de la crisis habitacional existente–, sino también es mirar lo que nos rodea. El cuidado se extiende como concepto ecológico, un componente muy presente en esta revolución.
Una interesante participación se dio en el circulo de las “Viviendas colaborativas, cuidados y otras estrategias para un envejecimiento activo”, del que se compartieron proyectos cooperativistas y mutualistas. Fueron parte de las demandas que se plantearon en las primeras reuniones del verano. Con el paso de los meses, pandemia mediante, vía Zoom, los encuentros fueron dándole forma y fondo a la cuestión. Las viviendas, el lugar donde habitar, serán “una herramienta de cambio en el pleno ejercicio de los derechos de las personas adultas mayores, como una construcción colectiva y democrática”, sostuvieron.
Ya hay más de 400 mujeres trabajando en distintos grupos. “Somos y fuimos hijas cuidadoras de padres, fuimos cuidadoras de hijos, ya es hora de independizarnos, de construir nuestra realidad presente y futuro”, dijo Virginia, del Movimiento de Viviendas Colaborativas de la Red de la Revolución de las Viejas.
Por supuesto, el gran debate que se plantea es cómo avanzar en la financiación, sin acceso al crédito, con poca o nula capacidad de ahorro, y con una población de jubilados que apenas si subsisten con sus magros beneficios.
Sin embargo, hay experiencias que sirven de referencia. Roxana Arellano, de la Cooperativa el Caracol, compartió las viviendas que se pudieron hacer en el marco de la ley 341 de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que no contempla límites de edad y dio la posibilidad de que mujeres de 65, 75 años tuvieran sus viviendas. Se trata de un crédito autogestivo a 30 años. “Se otorgaron 1.000 viviendas. No parece mucho, pero autogestivas y hechas por mujeres es un montón. Y ha otorgado derechos”. Pero claro, hoy esa ley está desfinanciada por el gobierno de la Ciudad que, en los últimos 12 años, intentó desmantelarla.
“No es un sueño ni asistencia social, es un movimiento económico con mucha fuerza, mucho más ahora, a la luz de la pandemia que puso en relieve las falencias de la economía actual –dijo Adriana Kreiman, de El Hogar Obrero–. El 97% de viviendas que se construyen no son accesibles para quienes realmente las necesitan, objeto de especulación. Ante este panorama, aparece el cohousing, que combina soluciones arquitectónicas con otros valores”.
A su vez, Nahum Mirad, del Instituto Nacional de Asociativismo y Economía Social (INAES), puso en números la importancia del asociativismo: en el mundo, hay entre 1.500 y 1.600 millones de asociaciones sin fines de lucro, que representan una tasa de asociativismo del 16% a nivel mundial. Argentina tiene un 40% de esa tasa: hay unos 28 millones de asociaciones mutuales y cooperativas. Hay un fuerte arraigo en el país de cooperativismo.
“No pensamos solo en el techo, también en el hábitat, que es un concepto más complejo porque incluye lo que necesitamos para poder vivir: la salud, el acompañamiento, vida comunitaria, sentirnos parte de un espacio social. Hay que construir este primer requisito pensando en lo productivo y lo recreativo, en el buen vivir como centro del proyecto”, sostuvo Mirad.
Una articulación entre el INAES y el Ministerio de Hábitat y Vivienda podría ser un camino.
Pamela Ares, subsecretaria en el Ministerio de Trabajo de la Nación, dijo que llevará la propuesta a la Comisión Tripartita de Igualdad de Oportunidades, de la que forma parte, junto al sector privado, sindical y al Estado, con el objetivo de crear un espacio para trabajar el cohousing. “La revolución de las Viejas lo es, sin dudas, porque tienen los vínculos por encima del capital, donde otros ven descarte. Plantearnos la vejez y dónde queremos vivir es, sin dudas, cambiar la historia, plantear un proyecto revolucionario”.
Productoras y reproductoras
En la apertura del Encuentro, Victoria Donda, titular del INADI, reflexionó acerca del rol que el sistema productivo le da a la mujer. “Cuando el capitalismo irrumpe como sistema social y productivo, nos convertimos en productoras y reproductoras de la mano de obra. Y de la exclusión de la sociedad cuando ya no podemos cumplir con ese rol”. Y agregó: “Hay que ser transformadoras. Esta generación no está dispuesta a irse a la casa y dejar de luchar contra las injusticias”.
Por su parte, Luana Volnovich, titular del PAMI, sostuvo que esta revolución es algo inédito. “Es empujar algo que no existe, preguntarnos, buscar referencias, construir cosas nuevas. En términos históricos, lo que está sucediendo hoy, en plena pandemia con las mujeres y las vejeces, tiene especial relevancia”.
De hecho, la pandemia dejó en evidencia el aspecto que las sociedades esconden debajo de la alfombra. “Las nuevas formas de vida y las tecnologías, también en la salud, construyen esto que en la etapa de la adultez mayor es más larga. Y a su vez, son lo que la humanidad desprecia y terminan siendo descarte por no ser ese patrón estético de la mujer cosificada, del modelo hegemónico, productivo, joven, que genera una discriminación extraña: discriminamos algo que es masivo, no a una minoría”, reflexionó.
El sexo, la vida, los deseos, las oportunidades, la creación. Si la vejez se define por esa etapa en que la mujer ya no reproduce ni produce mano de obra, entonces, esa potencialidad hoy se vio que está muy vívida en su centralidad, en su propio ser. Y en eso están. Nadie las va a parar.
*Por Alba Piotto para Nuestras Voces.