Enfermedades, maltrato y canibalismo en la industria porcina española
La superexplotación de cerdos en España se encuentra descontrolada. A través de Factoría, un proyecto de investigación y registro fotográfico, se revelan detalles escabrosos de esta forma de producción.
Por Kamchatka
El fotoperiodista Aitor Garmendia, de Tras los Muros, presenta Factoría, un extenso trabajo de investigación desarrollado junto a un grupo de colaboradores durante 2019 y 2020, sobre la explotación industrial de cerdos en España. El equipo ha tenido acceso a 32 explotaciones de cerdos ubicadas en Castilla y León, Aragón y Castilla-La Mancha, que forman parte de la mayor industria productora de cerdos vivos de la Unión Europea (UE), con más de 30 millones de animales.
Factoría ha recopilado documentación y material gráfico captado en el interior de granjas y mataderos, mediante investigaciones encubiertas, cámaras ocultas y filtraciones de trabajadores, para denunciar la violencia estructural que sufren los animales, en contraposición a la edulcorada imagen pública que transmite el sector ganadero gracias a su posición de privilegio entre los medios de comunicación y los más influyentes poderes públicos. Así ocurrió en 2016, cuando la patronal recurrió a una agencia de comunicación para poner en marcha una campaña de desinformación, con la que pretendía contrarrestar un informe de la Organización Mundial de la Salud (OMS) sobre la relación entre el consumo de carne y el cáncer colorrectal. Y volvió a suceder en 2018, cuando Isabel García Tejerina, a la sazón Ministra de Agricultura y Pesca, salió en defensa de la industria tras la emisión de un programa de televisión donde se mostraban las condiciones de maltrato animal de unas granjas propiedad de la empresa murciana El Pozo. Recientemente, en junio de este mismo año, ha tenido lugar el lanzamiento de la campaña Let’s Talk About Pork From Europe, financiado con seis millones de euros de la UE, y que tiene como objetivo desmontar los supuestos bulos que sobrevuelan el sector.
Todas estas iniciativas están acompañadas de una serie de medidas coercitivas con las que se pretende interferir en los principios básicos de cualquier Estado democrático: el escrutinio de los poderes públicos y privados, y el derecho a la información. En este sentido, el Departamento de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentación de la Generalitat de Catalunya amenazó con multas de hasta 100.000 euros a quienes accedan, sin permiso, a explotaciones ganaderas. Las autoridades argumentan que deben garantizar el cumplimiento de la Ley de Bienestar Animal, pero resulta llamativo que las sanciones coincidieran en el tiempo con una serie de ocupaciones en granjas y mataderos llevadas a cabo por activistas. Y más aún: que la repentina preocupación por el buen estado de los animales no se viera reflejada en las inspecciones a explotaciones ganaderas, que, en 2013, solo realizó visitas a 1.825 de las 22.616 localizadas en Cataluña.
El apoyo de las autoridades a la industria ha sido directamente proporcional al crecimiento de un negocio que, en los últimos años, ha convertido a España en el principal país exportador de carne de cerdo y derivados, con una facturación superior a los 15.000 millones de euros. En la actualidad, se envían al matadero 15 millones más de cerdos que hace dos décadas y, según las cifras del último informe del Banco de Datos de Referencia del Porcino Español (BDPorc), el número de cerdas presentes en las explotaciones adscritas a su sistema se ha multiplicado por cuatro. Más del 95 por ciento de la carne de cerdo que se consume en España proviene de sistemas de crías intensivas, donde los animales son estabulados para el engorde.
Factoría denuncia las condiciones de insalubridad y hacinamiento que sufren los cerdos, a lo que hay que añadir unas altas temperaturas que les obliga a revolcarse en sus propios excrementos para aliviar el calor. El aire que respiran es insalubre, debido a la suma de polvo y humedad, y a los vapores que producen las heces y orines acumulados bajo el suelo, que también es perjudicial para la salud de los trabajadores. Muchos cerdos mueren a causa de las condiciones de explotación, lo que, en ocasiones, provoca episodios de canibalismo.
Durante el desarrollo de la investigación, el equipo de Factoría ha encontrado animales “en estado moribundo -temblando y con convulsiones, gravemente heridos o con problemas respiratorios- y cadáveres en las áreas de maternidad, de transición y de engorde. Algunos llevaban días o semanas, y se hallaban en estado de descomposición”.
Las fases de la explotación
Desde el momento en que comienza el proceso de cría y hasta que la carne llega al consumidor, los cerdos atraviesan por una serie de fases en consonancia a las necesidades productivas. El equipo de Aitor Garmendia ha logrado documentar cada una de ellas, pero no ha podido conseguir material gráfico del trabajo de los operarios. Además, en todas las explotaciones donde solicitaron permiso para asistir a las prácticas de la castración, el corte de rabo, el corte de colmillos o la inseminación, les fue denegado el acceso.
Las granjas en las que sí han podido entrar, “sin permiso y en ejercicio del derecho de acceso a la información”, fueron seleccionadas de forma aleatoria y las irregularidades descubiertas, enfatizan en Factoría, “corresponden solo a estas granjas y no a otras”.
El proceso de cría comienza en las salas de gestación, donde las cerdas son inseminadas y encerradas en jaulas durante periodos intermitentes de varias semanas, sobre superficies que no están acondicionadas. La primera inseminación se realiza dentro de una jaula individual, hacia los ocho meses de edad. Si la cubrición es efectiva, permanece en ella las cuatro semanas que permite la ley. De lo contrario, el animal continuará encerrado hasta que se vuelva a repetir la inseminación. Pocos días después del destete de los lechones, comienza de nuevo a girar una rueda que se repite durante toda la vida productiva de la cerda, hasta que haya perdido su capacidad reproductiva y sea enviada al matadero.
Las jaulas tienen unas medidas aproximadas de dos metros de largo y sesenta centímetros de ancho, y provocan lesiones en prácticamente todo el cuerpo, además de acarrear problemas cardiovasculares y respiratorios. Otro factor que incide en la salud es la falta de higiene, debido a la acumulación de las heces y las consecuencias que ello tiene en las infecciones urinarias. Las cerdas son tendientes por naturaleza a establecer jerarquías y el hacinamiento en grandes grupos provoca agresiones a los ejemplares más jóvenes.
Según los resultados obtenidos mediante el programa de gestión de datos PigCHAMP, durante 2007, la tasa de mortalidad de las cerdas reproductoras en granjas españolas fue del 9,9 por ciento, un porcentaje que se multiplica durante las épocas de calor.
En el área de maternidad, las cerdas continúan encerradas hasta que finaliza el periodo de lactancia (entre 21 a 28 días), junto a una zona para los lechones desde donde tienen acceso a las ubres de la madre. Los lechones requieren una temperatura ambiental superior y cada recinto cuenta con una lámpara de calor o suelo radiante para prevenir la hipotermia y alcanzar así mayores cotas de producción. Pese a todo, denuncia el informe, “en algunas explotaciones hemos encontrado lámparas estropeadas y lechones temblando”.
La mortalidad de las crías durante la fase de lactancia oscila entre el 15 y el 19 por ciento, según los datos del sistema BDporc y la Red Nacional de Granjas Típicas (RENGRATI). Cuando mueren, aseguran los investigadores, los cadáveres no son retirados inmediatamente: “Durante nuestras incursiones a áreas de maternidad, hemos visto cadáveres de cerdos tirados en los pasillos, acumulados en una esquina, en cubos de plástico, en carretillas e, incluso, dentro de los propios recintos, junto a animales vivos. Algunos cuerpos mostraban signos de llevar días allí o de haber sido devorados probablemente por gatos o roedores”.
Las camadas más grandes generan mayores beneficios y, con tal fin, la industria ha desarrollado avances en técnicas de reproducción porcina que infieren negativamente en la salud de las cerdas. En la fase de maternidad, se llevan a cabo un conjunto de procedimientos que ponen en riesgo el bienestar físico y psicológico de los animales, tales como el destete a la fuerza, a las pocos semanas del nacimiento; la mutilación de genitales, rabos y dientes, que la ley permite realizarse sin anestesia antes del séptimo día de vida, y el marcado e identificación, con un proceso doloroso donde se perfora la oreja y se tatúa la piel con la incisión de unos punzones presionados por medio de unas tenazas.
Tras el destete, los lechones se trasladan al área de transición, donde entran con un peso de entre 6 y 8 kilos, y salen, pasados una media de 40 días, con 20 kilos y rumbo al área de cebo. La dieta que reciben durante esta fase es administrada mediante un programa de alimentación dirigido a desarrollar todo su potencial de crecimiento.
Uno de los eventos más estresantes tiene lugar tras la mezcla de cerdos provenientes de diferentes camadas en un mismo recinto. La disputa por una nueva jerarquía grupal se resuelve mediante agresiones que comprometen el bienestar de los animales, una situación que se agrava por la falta de espacio y las condiciones de hacinamiento. La normativa establece que los cerdos de 20 kilos deben disponer de una superficie mínima de 0,20 metros cuadrados cada uno, lo que corresponde a un área inferior a la superficie que suman cuatro folios.
Todos estos factores inciden en la salud de los cerdos, en su sistema inmunitario y los predispone a nuevas enfermedades. Las bacterias Streptococcus suis y Haemophilus parasuis se encuentran entre las causas más frecuentes de enfermedades en lechones destetados. En 2018, y solo en España, más de un millón y medio de cerdos murieron durante la fase de transición.
La última etapa de la explotación se produce en el área de cebo, en la que los animales pasan alrededor de 140 días hasta que son llevados al matadero. Están ubicadas en grandes naves, con poca luz natural, y en las últimas semanas, cuando los cerdos están a punto de alcanzar su peso máximo, las condiciones higiénicas son inexistentes por la acumulación de excrementos y orines, y la aparición de poblaciones de cucarachas y roedores. En esta fase, los cerdos sufren todo tipo de problemas de salud, desde heridas en la piel, en ocasiones necrosadas, y afecciones oculares, hasta problemas respiratorios y patologías como el prolapso rectal, consistente en la salida de una o más capas del recto a través del ano debido al incremento de la presión abdominal y al debilitamiento del esfínter y los tejidos anales. En el área de cebo, los investigadores de Factoría también han podido documentar episodios de canibalismo.
Falta de control institucional
Según las últimas cifras facilitadas por el gobierno español, el número de inspecciones realizadas en materia de bienestar animal durante 2017 fue de 11.195, de un total de 364.430 explotaciones ganaderas. Se encontraron incumplimientos en el 19,38 por ciento de ellas. Si se asumen estos porcentajes como representativos del total de granjas, el número de explotaciones que incumplieron la normativa y no fueron inspeccionadas fue superior a 59.000.
El informe denuncia que la calidad de las inspecciones es insuficiente e incapaz de detectar todas las irregularidades. Los investigadores han podido observar cadáveres de animales muertos en diferentes recintos, que meses después, durante una segunda incursión, seguían en la misma posición. Otro episodio que revela la dejadez de los organismos públicos ocurrió meses antes del inicio del proyecto Factoría, cuando Aitor Garmendia, junto a la periodista y documentalista Linas Korta, encontraron en la entrada de una granja un contenedor lleno de cuerpos de animales. En el fondo, relata Garmendia, hallaron “un cerdo tembloroso y en estado agónico con apenas unas semanas de vida, que murió horas después en la consulta de un veterinario”.
Todas las deficiencias descritas a lo largo del informe constatan la pasividad de las autoridades en lo referente a los derechos de los animales y ponen en cuestión el hecho mismo de que las llamadas medidas de bienestar animal hayan sido pensadas para tal fin.
Algunas de las prácticas relatadas a lo largo de estas líneas, que bien podrían calificarse como torturas, tales como el destete forzoso, la mutilación de genitales, el encierro en jaulas o golpear con una tubería metálica a un lechón enfermo, están amparadas por las directrices europeas y la legislación española. Es más, sin la complicidad de las autoridades, no podrían llevarse a cabo, por lo que la responsabilidad debe ser compartida entre una industria depredadora y unos poderes públicos que anteponen los beneficios económicos al bienestar de los animales. Sin olvidar a los consumidores, nosotros, conocedores de la mala praxis que se repite de forma sistemática en las explotaciones ganaderas, pero que preferimos obviar para evitar cuestionarnos nuestro orden de privilegios.
El informe concluye con una frase extraída de una revista ganadera de los años 1970 que resulta representativa de la industria: “Olvidemos que el cerdo es un animal. Tratémoslo como a cualquier otra máquina de la fábrica”.
*Por Kamchatka / Foto de portada: Aitor Garmendia