Beirut, ciudad rota
Un diálogo que cruza el océano y tiembla por el dolor de vivir una Beirut destruida, pero que al mismo tiempo ya comienza a ser reconstruida por las manos de lxs más humildes.
Por Carolina Bracco y Rania Rafei para La tinta
El pasado 4 de agosto una explosión destruyó gran parte de la capital libanesa, asesinó a más de 150 personas, dejó miles de heridxs y cientos de miles de personas sin hogar. Unidas por una gran amistad y un profundo amor a Beirut, con Rania Rafei comenzamos un diálogo sobre la ciudad que luego se transformó en un intercambio de escritos, que no casualmente tienen muchos puntos de contacto. Reproduzco algunos fragmentos traducidos de la manera más fiel posible a continuación.
***
¿Puede una ciudad romperse? ¿Puede su contacto con el mar desaparecer en un segundo frente a los ojos de sus habitantes, dejando una estela de vidrios y humo rosado? ¿Puede tragarse de una bocanada las toneladas de trigo de su hambreada población?
Ha tenido que ser Beirut. La ciudad quebrada. La ciudad dividida. La ciudad rota. La ciudad donde los señores de negocios y armas -que al final son los mismos- juegan a la ruleta rusa hace más de medio siglo. La ciudad que ha sido arrebatada a lxs libanesxs, como les han sido arrebatados sus vidas y sus sueños una y otra vez. La ciudad que ha sido despojada de su identidad y es casi un fantasma. La ciudad que ha sido destruida y reconstruida para dividir a su población. A veces lenta y desgarradoramente. A veces en un segundo de horror.
Como la mayoría de las ciudades coloniales, Beirut sufrió un primer proceso de segregación espacial bajo el mandato francés, cuya planificación urbana buscó sostener la dominación sobre la población. De manera similar, luego de la independencia en 1943 los gobiernos locales adoptaron los mismos métodos coloniales y asentaron su poder llevando a cabo grandes proyectos de reestructuración urbana.
Considerada como el centro cosmopolita de Medio Oriente y epicentro de la actividad política y cultural de la región a principios de la década de 1970, la ciudad fue devastada durante la guerra civil libanesa (1975-1990). Los enfrentamientos sectarios la partieron en dos: Beirut occidental bajo control musulmán, y Beirut oriental bajo control cristiano. Ello provocó el desplazamiento forzado de gran parte de la población, así como la cooptación de los servicios públicos y municipales por parte de las milicias.
Al finalizar la guerra, la restauración unificada de Beirut se pensó como una manera, ficticia, de dejar atrás las divisiones. Se demolieron viejos edificios, se construyeron nuevos barrios, se desplazó a más población. Con el deseo de “dejar de lado la mentalidad de la guerra” -como se sostenía desde la clase política en aquel entonces- se despojó a la ciudad de su identidad, su memoria y su patrimonio arquitectónico. La reconstrucción constituyó un monumental negocio inmobiliario llevado adelante por Solidere, compañía privada a la que el primer ministro Rafiq Hariri le confió el proyecto. Tras años de especulación inmobiliaria y privatización de todos los servicios públicos, Beirut se convirtió en un espacio virtualmente prohibido para la mayoría de la población de Líbano, conformada además por miles de refugiadxs palestinxs y sirixs, así como trabajadorxs migrantes con aún menos derecho a la ciudad que lxs libanesxs de a pie.
Sin embargo, el pretendido control del espacio que las élites políticas y económicas han querido instalar, desestimando la presencia de estos grupos marginales, ha estallado por los aires, y son ellxs, lxs marginadxs de todo, lxs que están juntando los restos de un país que se cae a pedazos para construirlo de nuevo. Esta vez, desde abajo.
Carolina Bracco
***
Un millón de pedazos de vidrio en tu casa, bajo tus pies, en tu cama, en tu comida y entre tus ojos. Así fue como se sintió la explosión en Beirut. Esta vez el peligro no estaba en las calles, no era exterior a nosotrxs, estaba en nuestras casas y bajo nuestras sábanas. La explosión nos dice que la opción por la seguridad, el aislamiento y la alienación de la crisis política ya no es posible.
El miedo, el enojo, la soledad, todo tiene que ser llevado a las calles, porque no hay límites entre lo público y lo privado, entre lo que hay adentro y lo que hay afuera. El vidrio se ha convertido en nuestro nuevo enemigo en Beirut y no importa cuán pequeño sea este enemigo: puede atravesar la piel, cortarla y quedarse en tu cuerpo. Así es como la explosión de Beirut se sintió como un millón de enemigos colonizando la ciudad. Barremos todo para minimizar el daño y dormir a salvo en nuestras camas, a pesar de que sabemos que dormir ya no será lo mismo.
¿Cómo llamaremos a nuestra resiliencia? Esta es la pregunta que me parecía ver en la cara de las personas los días siguientes a la explosión. ¿Dónde dejaremos caer nuestro dolor y nuestra tristeza? ¿Cómo superaremos el dolor por los que han muerto, por los que han perdido partes de sus cuerpos, su dignidad y sus hogares, teniendo en cuenta todo lo que significa un hogar?
Dejar caer tu dolor al tiempo que encontrás tu resiliencia lleva a tu cuerpo a hacer gestos contradictorios. Mientras atravesás el dolor, tu cuerpo se sostiene a sí mismo como un niño pequeño que es mecido y reconfortado, y mientras encontrás tu resiliencia tu cuerpo se expande para que puedas ocupar el espacio a tu alrededor y actuar.
Barriendo el piso de un lado a otro, la gente de Beirut quiso ocupar su ciudad nuevamente; quiso preparar el suelo bajo sus pies para empezar de nuevo. ¿Me preguntás cómo me siento? Tengo un pedazo de vidrio entre mis ojos pero estoy barriendo de un lado a otro, estoy preparando el suelo bajo mis pies para poder reconstruir esta ciudad, estoy regando con nuestras lágrimas la vida que pueda crecer de esta explosión de odio e indiferencia.
Rania Rafei
*Por Carolina Bracco (Politóloga. Dra. en Culturas Árabe y Hebrea. Profesora en FFyL-UBA.) y Rania Rafei (Directora de cine libanesa) para La tinta / Foto de portada: RTVE