El Duna de Vicentin
Por Soledad Sgarella para La tinta
Hace unos días, la investigadora de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC, Eva Da Porta, hizo un posteo que impactó a varixs. Es que, en una reflexión corta para redes, la docente supo sintetizar varios interrogantes que (nos) caben a una buena parte del mundo “progre”.
“La imagen del auto pobre adhiriendo a la causa Vicentin es inquietante y, por eso, nos obliga a pensar. Más me inquieta que, en lugar de intentar comprender ¿qué hace? ¿por qué lo hace?, nos burlemos de quien sale a defender la ‘propiedad privada’, la ‘libertad’ y que, quizás, su única propiedad privada y ‘su libertad’ sea ese auto viejo.
Hay algo que nos perdemos o algo que no comprendemos. Esa familia no salió a defender ‘el vaciamiento de Vicentin’, la ‘estafa al Estado nacional y a los acreedores’, ‘la fuga de dinero’. Hay una pedagogía muy potente que trabaja a la luz del día, que da motivos para vivir, que explica el mundo, que interpela y da sentido a la vida, que va educando el deseo, la pasión, la sensibilidad, la razón.
Hace varios años, Stuart Hall lo dijo claramente ‘no hay ninguna ley que garantice que la ideología de una clase sea dada inequívocamente dentro de la posición que la clase ocupa en las relaciones económicas de la producción capitalista o se corresponda con ella. Sin garantías, eso es el capitalismo. Hay una disputa que hay que dar por cómo se nombran las cosas y por el modo de decirlas. Hay un modo de trabajo de la ideología que se nos pasa de largo entre mensajes burlones que leemos entre nosotres”, publicó Da Porta.
El Duna es ese auto popular y viejo. En la foto, no está en sus mejores condiciones, tal vez, como quienes lo manejan. El Duna, con el cartel escrito a mano de “Todos somos Vicentin”, está abollado y picado. Es evidente que no es el auto de lxs dueñxs de uno de los conglomerados agroindustriales más grandes del país que le debe millones al Estado. Todxs entendemos que quienes manejan ese Duna no tienen la vida licenciosa y fácil que tienen los empresarios. Frente a esa imagen, en esta semana que pasó, las burlas y las ironías fueron tendencia en las redes.
Entonces, con la publicación de Da Porta como disparador, nos preguntamos: ¿qué función tienen la burla y la ironía como recursos? Tradicionalmente, han sido usadas como arma, tanto ofensivas como defensivas. Lo que sigue es preguntarnos de quién y por qué nos burlamos, o a quién y por qué atacamos.
Da Porta cita a Stuart Hall, un teórico cultural y sociólogo jamaiquino. El intelectual fue una de las figuras más destacadas de la Nueva Izquierda en Inglaterra y el fundador del campo transdisciplinario de los estudios culturales. Para Karina Bidaseca, del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO), Hall “legó el pensar contextualmente, el rechazo por cualquier postura universalista, considerando los contextos como relaciones complejas de múltiples fuerzas, determinaciones y contradicciones”.
En 1996, el jamaiquino publicó que el concepto de identidad no es esencialista, sino estratégico y posicional. Las identidades nunca son singulares, “sino construidas de múltiples maneras a través de discursos, prácticas y posiciones diferentes, a menudo cruzados y antagónicos”, provienen de la historia y están sujetas “al juego continuo de la historia, la cultura y el poder”.
En esa línea, si queremos complejizar nuestras miradas acerca de los autos pobres con carteles en contra de la expropiación de Vicentin, y otras imágenes similares, no podemos no detenernos en esta forma de mirar a lxs otrxs: quiénes se identifican con quiénes.
Por su parte, Nélida B. Zubillaga, también integrante de CLACSO, afirma que la producción de Hall nos posibilita una lectura de las complejidades de nuestro presente y es una “caja de herramientas que disloca la política tradicional apuntando a nuevas formas de comprendernos a nosotros mismos y al marco social del que formamos parte. Tal como planteara Amín Maalouf, la defensa de identidades en sentido fuerte lleva siempre, cuando las circunstancias lo propician, a la guerra y a la aniquilación de ‘los otros’ que no son ‘los nuestros’, lleva a la afirmación de identidades asesinas: la concepción que denuncio, la que reduce la identidad a la pertenencia a una sola cosa, instala a los hombres en una actitud parcial, sectaria, intolerante, dominadora, a veces suicida, y los transforma a menudo en gentes que matan o en partidarios de los que lo hacen” .
Volviendo aquí, la burla es usada contra lxs dueñxs del Duna convirtiéndolos en objeto de ridiculización. Nuevamente, la clase trabajadora, del lado en que esté, contra la clase trabajadora. Así, cierto sector del progresismo indignado se pregunta: ¿Son acaso tan bobxs que no pueden darse cuenta de que se están identificando con el bando equivocado? ¿Son personas ignorantes, walkings deads, “desclasadxs”? ¿No entienden la verdad de todo esto?
Entonces, ¿cómo operan la burla y la ironía en este caso? Da Porta, en diálogo con La tinta, agrega que la ironía puede ser “un recurso de resistencia frente a un discurso dominante, muy hegemónico, pero, a veces, obtura una mirada más crítica, más comprensiva de lo que nos pasa”. La humillación entra a jugar y la burla refuerza los prejuicios que no queremos afianzar. ¿Desde dónde nos burlamos de esxs que creemos que no entienden nada? ¿Qué no ven ellxs, qué no vemos nosotrxs? ¿Cómo ellxs llegaron a esas conclusiones y nosotrxs a otras?
Sin posibilidades de arriesgar respuestas o conclusiones cerradas por ahora, volvemos a lo que dice la docente en su publicación de Facebook: «Hay una disputa que hay que dar por cómo se nombran las cosas y por el modo de decirlas. Hay un modo de trabajo de la ideología que se nos pasa de largo entre mensajes burlones que leemos entre nosotres«. Para adelante, pensar y repensar lo que alimentamos cuando decimos, y cómo hacemos para que, en la disputa diaria, el sentido común del capitalismo no siga saliendo ganador.
* Por Soledad Sgarella para La tinta