De profesión, relojera


Hace dos semanas, desde que se puso de moda crear con una herramienta de IA las versiones propias en estilo Studio Ghibli, comenzó una discusión pública al respecto que, hasta hace poco, no era tan visible. La cantidad de agua dulce que usa la IA, los territorios donde se disputan esos consumos, el daño medioambiental que significa, los dilemas éticos sobre los datos personales que entregamos y sobre la convivencia con las máquinas en el quehacer cotidiano. En esta nota, la ilustradora Pilar Emitxin comparte algunas reflexiones desde su profesión.
Por Pilar Emitxin para La tinta
Hace unos dos años, digo en broma que soy, de profesión, relojera, parte de un gremio en extinción, el del trabajo creativo.
Vengo pensando cómo ordenar pensamientos y dolores en el cuerpo con este asunto de la IA. Y creo que lo único que quiero decir es que, más allá del goce momentáneo, que es una línea directa a la insatisfacción, es necesario pensar en lxs trabajadores cuando hablen, reflexionen y usen las IA «generativas». Porque, más allá de la potencia que traen los saltos tecnológicos, quienes también vemos ocurrir esto frente a nuestros ojos somos trabajadores creativxs reemplazadxs a un ritmo impotente. Nos corren con gusto de la ecuación de producción de valor, nos omiten de cualquier discusión. Somos un bulto molesto.
Leí hace poco al socialista Gareth Watkins que dice mejor que yo lo que pienso y, entonces, lo cito: «La IA es una tecnología cruel. Reemplaza a trabajadores, consume millones de litros de agua, vomita CO2 a la atmósfera, promueve exclusivamente las peores ideologías y llena el mundo de más fealdad y estupidez. La crueldad es el principio central de la ideología de derechas. Está en el corazón de todo lo que hacen. Ahora están dispuestos a perder dinero o, incluso, sus vidas para hacer del mundo un lugar más cruel, y la IA forma parte de esto: una carrera desesperada por crear un dios-máquina que libere al capital del trabajo para siempre”.


Es doloroso y genera dilemas filosóficos, políticos, findelmundistas; contradicciones de la existencia misma. Es doloroso verte cada vez más irrelevante en la rueda de la productividad (cuando mamamos desde siempre su importancia). Ver el tiempo y los “progresos” correr a 2x frente a nuestros ojos, intentar adaptarnos para no quedarnos sin laburo, desplazando los momentos de disfrute por la automatización para llegar con el volumen, versatilidad, velocidad. Tenés que ser diseñadorx, community manager, saber animación y mil cosas más.
Y, después, lo concreto, lo más concreto de lo concreto. Desde diciembre que he tenido un solo pedido de ilustración: literal, una ilustración. Quienes me conocen saben que vivo tapada de trabajo, que lo disfruto enormemente y que estoy dedicada de cuerpo y corazón. Estoy entrenada para no quejarme públicamente cuando no hay trabajo porque se siente como una derrota. Pero sin sindicato y siendo un problema colectivo, acá estoy.
Están expulsando a lxs trabajadores (y, con ellxs, a la humanidad como potencia creadora) de la creación de subjetividad. Están uniformando el consumo, el deseo y la producción artística de una manera que se siente cada vez más irreversible. ¿Ustedes lo sienten también? Las redes nos vomitan que es patético expresar la impotencia, el odio, la bronca. Que sonrías, agarres la cámara, bailes una pelotudez y hagas de cuenta que la rueda sigue girando feliz. Cómo cuesta no entrar en esa.
El deseo máximo del capital, de terminar de separar el fruto de nuestro trabajo de las manos que lo crean, se ha transformado hoy en un deseo un poco de todxs o, al menos, en parte.
El arte no va a desaparecer, porque la necesidad de hacer arte va a seguir ardiendo en los corazones del pueblo. Me refiero al arte como trabajo, a la posibilidad de que el quehacer artístico no sea un lujo (ni un prompt). En fin, nada que no se haya dicho antes, solo que con poca teoría, mucho corazón roto y pensando si algún día volveremos a disfrutar de llamar trabajo a la ilustración y el arte en general.
*Por Pilar Emitxin para La tinta / Imagen de portada: Pilar Emitxin.
