Daniel Feierstein: «La categoría genocidio rompe con la equivalencia de los dos demonios»


El sociólogo y doctor en Ciencias Sociales, Daniel Feierstein, visitó Córdoba y dio una conferencia en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba sobre memoria y fascismo. En esta entrega, el último tramo de la entrevista en exclusiva para La tinta, de la mano de Lucas Crisafulli.
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―Has mencionado en varias ocasiones que el proceso de juzgamiento en Argentina de los crímenes cometidos durante la dictadura es único en el mundo. Aquí se utilizó el derecho vigente y tribunales ya constituidos. ¿Qué elementos de la cultura política argentina permitieron que esto fuera posible? Y sobre el momento actual: ¿qué factores contribuyen hoy a que sea tan fuerte la mirada negacionista?
―Está buena la pregunta, pero es larga. Son dos. Vamos con la primera. Efectivamente, el proceso argentino, a nivel judicial, es muy estudiado en el mundo porque es muy único por muchas características, pero resaltaría dos. Primero, como decías, porque fue llevado a cabo por los tribunales naturales, lo cual es lo menos común, pues, en otros países, se hicieron cámaras especiales para juzgar procesos genocidas o justicia transicional con negociaciones con los responsables. En Argentina, opera la justicia común, tribunales preexistentes, que son los que deben operar. En segundo lugar, aquí se planteó juzgar a todos los responsables. No hay una delimitación. En todo caso, todos tienen que someterse a la Justicia, luego, serán condenados o absueltos según la prueba que exista, pero todos pueden ser condenados. Esto fue tremendamente único. ¿Qué es lo que lo explica? Creo que hay muchos elementos y los más importantes me parecen dos.
Una, la potencia y originalidad del movimiento de derechos humanos, sobre todo, durante los 20/25 años de lucha, un fenómeno muy único, muy tremendo en cuanto a que cada año se hacía algo distinto: juicios en el exterior, los escraches, la aparición de H.I.J.O.S., el rol propio de las Madres en su momento, aparición con vida, teatro por la identidad, teatro abierto al final de la dictadura, los «Juicios por la Verdad», acciones ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos. Todo un arsenal de cosas con mucha originalidad y esa originalidad tenía mucha potencia. El segundo punto fue la transformación de la Corte Suprema de Justicia de la Nación. Soy muy crítico de un montón de cosas del kirchnerismo, pero esto es algo que hizo bien. La decisión de modificar la Corte Suprema, no colonizarla, sino abrirla a juristas de mucho relieve, que son los que ingresan en ese momento. Relacionado con ello, la decisión de no digitar el proceso de juzgamiento. No sé si fue algo intencional, pero salió así y se hizo muy bien. La presidencia no bajó un modo de hacer los juicios, sino que lo único que se hizo fue eliminar los obstáculos para lograr el juzgamiento. Y, entonces, lo que va a pasar es que cada tribunal va a hacer lo que le parece. Lo cual siempre genera mayor riqueza, porque, entonces, este tribunal va por acá, aquel tribunal va por allá. Por supuesto, no nos gusta nada lo que hacen algunos, pero no importa, hay libertad e independencia de cada tribunal. Alguno cajonean expedientes, otros los trabajan, algunos califican de crimen de lesa humanidad, otros de genocidio. Toda esa discusión pudo emerger. Eso genera una potencia extraordinaria.
Para la segunda parte de tu pregunta, que se vincula con las condiciones que generaron la potencia de los negacionismos, creo que pasó lo contrario. Ese proceso comenzó a degradarse. Por un lado, la destrucción de la autonomía del movimiento de derechos humanos, su cooptación y colusión con el funcionamiento estatal. El intento de comenzar a dirigir ese proceso, la idea de que las políticas estatales de memoria implican imponer una línea en lugar de abrir un debate. Del lado del campo propio, hay un olvido de aquello que llevó al movimiento a tantos éxitos e, incluso, una pérdida de memoria. Por eso, fue tan interesante lo que pasó con la película 1985, porque, de pronto, se reactivó algo que estaba totalmente escondido y olvidado: los años 80 y 90 en el discurso kirchnerista, que había sido negado. Existe una especie de salto de los 70 al 2003, lo cual resultó muy negativo para el propio kirchnerismo, porque no pudo comprender las condiciones de su surgimiento.
El kirchnerismo es heredero de la crisis de 2001, que fue el resultado de 20 años de luchas en los 80 y 90. Al borrar esos años de lucha, se vuelve incomprensible lo que ocurrió en 2001 y 2003. La idea que se instaló es que la gente, un día, quién sabe por qué, tal vez porque sufría mucho, votó de manera «correcta». El movimiento comenzó a perder potencia, sobre todo, a partir de 2009, 2010 y 2011. Y, al mismo tiempo, mientras nos olvidábamos de lo que el movimiento de derechos humanos había hecho bien, la derecha, cómplice de los genocidas o cercana al poder, hizo el aprendizaje contrario. Mientras nosotros hacíamos un desaprendizaje, la derecha comprendió el motivo de sus fracasos en estas luchas y que la memoria nunca se construye de arriba hacia abajo, sino de abajo hacia arriba. Y, entonces, empezó toda una política que no era de legitimación de los genocidas, sino de lo que he llamado la versión recargada de los dos demonios, que es comenzar a construir una crítica inteligente al discurso oficial estatal. Esto le dio mucha potencia y construyó casi en espejo lo que había hecho el movimiento de derechos humanos.
El movimiento de derechos humanos había angelizado a las víctimas de la dictadura para construir empatía, el CELTYV [Centro de Estudios Legales sobre el Terrorismo y sus Víctimas] de Victoria Villarroel empieza a llamar la atención sobre las víctimas de la insurgencia, pero eligiendo casos igual de angelizados que lo que había hecho el movimiento de derechos humanos. La creación misma de esa entidad, que es un centro profesional de asistencia a las víctimas, es casi un espejo del CELS o de la APDH. Incluso, hasta en el nombre: CELTYV-CELS. Entonces, se va dando el sube y baja: mientras unos se van olvidando de todo lo que hicieron bien, otros van aprendiendo de todo lo que habían hecho mal y esto hace cambiar el ciclo. Ese largo ciclo ascendente en la lucha por los derechos humanos, que había empezado al final de la dictadura, se empieza a agotar hacia la primera década de los 2000 y comienza un ciclo descendente.
Estamos en pleno momento de ese ciclo en el que se dan las mayores conquistas de las lógicas negacionistas, minimizadoras, relativizadoras, por su propia capacidad de desarrollo, pero también, y sobre todo, por nuestra incapacidad para poder confrontarlas.
―Sí, de hecho, está el caso ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre el asesinato del capitán Humberto Viola y su hija, y el reconocimiento por parte del Estado argentino de esa muerte como una violación a los derechos humanos y como un delito de lesa humanidad.
―Sí, claro, podríamos decir que casi el espejo de las soluciones amistosas que llevaron a los Juicios por la Verdad.
―Me resulta muy interesante pensar que, hoy, lo que está en disputa no es “derechos humanos sí” o “derechos humanos no”, sino el contenido que le damos a la categoría de derechos humanos. Porque aquellos que violaron los derechos humanos están utilizando mecanismos propios de los derechos humanos, como el Sistema Interamericano de Derechos Humanos, pero para otros fines.
―Por eso, digo que hubo un aprendizaje en espejo impresionante, justo en el momento en que había un desaprendizaje en el campo popular. Y, en la medida en que no revirtamos eso, el ciclo de los negacionistas seguirá ascendiendo. Yo siempre me planteo que lo que podemos cambiar es lo que nosotros hacemos. Lo que aprendió la derecha ya lo aprendió y lo va a utilizar. La pregunta es si somos capaces de recuperar nuestra propia historia, de distinguir lo que hicimos bien y lo que hicimos mal, y de cambiar. Yo digo: si no somos capaces de hacer esas tres cosas, no hay ninguna posibilidad de revertir la situación.

―¿Cuál creés que es la potencia de la categoría «genocidio» para referirse a los crímenes de la última dictadura en relación con otras categorías como «terrorismo de Estado», como «delito de lesa humanidad»?
―Yo creo que la categoría genocidio tiene varias ventajas. Apareció muy temprano en el movimiento popular, casi como una reacción vinculada al peso que tuvo la experiencia del nazismo en Argentina, una experiencia muy única en América Latina. Es el único país que tiene esa vinculación por varios motivos, pero yo diría que uno de los principales es que tenemos una comunidad judía muy grande, algo que otros países de América Latina no tienen. Esto genera un lazo más cercano. También porque llegaron muchos nazis a la Argentina. Se articuló de tal manera que generó varios elementos de potencia. Todos los conceptos son problemáticos, pero la categoría genocidio generó una enorme potencia.
La primera ventaja es que arma un mapa de debate que rompe la dualidad. Eso ya es fundamental. ¿Por qué? Porque la trampa en la disputa por el sentido es la equivalencia. Veamos el núcleo del video oficial que presentó el gobierno el último 24 de marzo, pero que ya estaba en la teoría de los dos demonios en su versión recargada, que es la equivalencia entre insurgencia y acción estatal: la condena de ambas o de ninguna. El núcleo está puesto ahí. Genocidio rompe esa equivalencia, porque, cuando hablamos de genocidio, estamos hablando de un solo actor: el Estado. Lo otro pertenece a otra discusión. Ni el más cercano a los genocidas plantea que la insurgencia haya cometido genocidio en Argentina. Nadie lo plantea, ni el más negacionista de los negacionistas. Lo que dicen, en todo caso, es que no hubo ningún genocidio. El debate que abre la categoría genocidio ya apunta al aparato estatal, no a la insurgencia. Discutiremos lo que hizo o no hizo la insurgencia, si estuvo bien o mal, si cometió errores o acciones criminales, todo lo que quieran, pero la discusión sobre genocidio es otra. La categoría genocidio quiebra la equivalencia, porque, si uno puede ser discutido como genocidio y el otro no, significa que no son iguales. Ese es un primer punto muy rico.
El segundo punto es el que va al corazón del debate causal, que también es importante porque esa equivalencia se monta sobre una idea de causalidad. La equivalencia dice que, primero, vino la insurgencia y, luego, el Estado reprimió esa insurgencia. Sabato decía que fue infinitamente peor y, así, se igualan. ¿Por qué? Porque uno empezó y eso fue peor, y el otro, al responder, fue peor que el que empezó, lo cual los iguala. La mirada de genocidio lo que dice es: «No, la insurgencia no es relevante para entender el golpe y el genocidio». El golpe y el genocidio vinieron a transformar la sociedad argentina, siguiendo la idea de Lemkin: transformar la identidad de los oprimidos para imponerles la identidad del opresor. Que el Estado pudiera usar a la insurgencia como excusa es tangencial. La causalidad es otra. Es la transformación de la estructura económica y social de Argentina. Así, la categoría genocidio te saca de la dualidad y te introduce un esquema causal diferente.
Y, en tercer lugar, algo que no estaba en las primeras formulaciones a finales de la dictadura, sino que aparece a partir de los juicios en España en los años 90. Para mí, este es el elemento más potente de la categoría de genocidio: al plantear que, en Argentina, el genocidio no sería el aniquilamiento de grupos políticos —aunque se hayan aniquilado grupos políticos—, sino que la base de la fundación es que fue un intento de destrucción parcial del grupo nacional, te obliga a mirar las consecuencias del genocidio en cada uno de nosotros. Algo que ningún otro concepto ni teoría te permite. Siempre parece que estamos hablando de lo que le pasó a los que estuvieron en los campos de concentración y de lo que les pasó a los militares. Si planteamos que los militares que fueron víctimas de acciones de la insurgencia son equivalentes a los militantes que estuvieron en los campos de concentración, seguimos siempre en el terreno de la dualidad, en el que el conjunto de la sociedad queda afuera, mirando y viendo con quién se alinea.
El genocidio, entendido como la destrucción parcial del grupo nacional argentino, rompe esa lógica porque nos involucra a todos. Si el proyecto fue la transformación de la identidad argentina, todos somos argentinos, todos sufrimos ese proceso de transformación. Incluso, los torturadores, pero no por lo que les hayan podido hacer los insurgentes, sino por lo que les hizo el genocidio: transformarlos en torturadores.
Eso también tiene consecuencias, costos identitarios, costos familiares. En este sentido, es riquísimo lo que aparece en Historias Desobedientes, con familiares de torturadores que militan por la memoria y la justicia, que dicen: «Miren lo que le hicieron a nuestra familia, miren lo que le hicieron a nuestros padres, a nuestros abuelos, a nuestros tíos, a nuestros maridos. El genocidio los transformó en torturadores”. Me parece que tiene una potencia tremenda porque permite el trabajo de elaboración y de interpelación de toda la sociedad. Los conceptos no son neutrales y, sobre todo, abren debates distintos.
Lo más interesante del genocidio no es si estamos de acuerdo con si hubo genocidio o no, sino que ya la discusión sobre genocidio es infinitamente más rica que la discusión sobre terrorismo, crímenes de lesa humanidad o guerra. Porque son otras las cosas que tenemos que discutir. Incluso, si sostuviéramos que no hubo genocidio, porque para decir que no hubo un genocidio habría que plantear, por ejemplo, que las víctimas que se buscó destruir no eran el grupo nacional, sino el grupo político. Esa discusión es infinitamente más potente que la discusión sobre si las acciones de la insurgencia son o no comparables a las acciones del actor militar.
―Sí, y la definición de genocidio como destrucción parcial del grupo nacional, además, permite el encuadre dentro del marco de la Convención Internacional para la Prevención y Sanción del Delito de Genocidio de la ONU, que excluye la destrucción de grupos políticos en su definición.
―Es que de ahí surgió. Fíjate cómo esa carencia de grupo político en la Convención habilitó una potencia, por eso, digo que la historia a veces es muy paradójica. Si los grupos políticos hubiesen estado incluidos en la Convención, esta potencia nunca la hubiésemos tenido. Porque hubiésemos dicho grupos políticos y a nadie se le hubiese ocurrido grupo nacional, que es infinitamente más preciso, interesante y potente, pero quizás no se nos hubiese ocurrido. Y se nos ocurrió, ¿por qué? Porque la Convención excluyó a los grupos políticos de la definición de genocidio.
Aunque mañana Naciones Unidas cambiara la Convención e incorporara en su definición a los grupos políticos, yo insistiría en los juicios que se trató de la destrucción parcial de un grupo nacional, porque es más preciso y correcto. La idea de «grupo político» se queda corta en relación a las víctimas. No es cierto que, en la Argentina, solamente se destruyeron determinados grupos políticos; esa concepción recorta lo que realmente sucedió. Ahora bien, no habríamos podido descubrir esto sin la deficiencia de la Convención. A veces, los errores permiten potencias y conquistas que no hubiéramos imaginado.
*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: La Retaguardia.
