Seres míticos en la oralidad de Córdoba: ¿a cuáles conocés?
La Madre del Agua, el Dueño de los Animales, el Minerito, el Cerro que Brama, la Bruja o Mujer-Pájaro, el Basilisco, la Viuda o el Viejo Sombrerudo son solamente algunos de los 18 seres que Relatos del Viento recopiló en décadas de trabajo con las tradiciones orales de Córdoba. «Queremos hacer un esfuerzo por desmarcar estos relatos de lo meramente folklórico y evitamos su catalogación: ni mágicos ni sobrenaturales ni fantásticos», subrayan Pablo Rosalía y Patricia Rionda. Lejos de la visión urbana y occidental que ha tendido a despojar a estos relatos de su significado profundo, este libro busca recuperar la dimensión ecológica y comunitaria.
La Asociación Civil y Cultural Relatos del Viento nació en 2005 para salvaguardar, difundir y dinamizar tradiciones orales de Córdoba. Después de décadas de trabajo de campo y revisión documental, los investigadores y divulgadores, Pablo Rosalía y Patricia Rionda ―miembros de la organización―, publicaron Seres míticos en la oralidad de Córdoba, un libro que “con profundo respeto, presenta a 18 seres míticos y mágicos presentes en la cultura serrana, campesina y criolla de Córdoba, evocados a partir de la memoria ancestral de numerosos hombres y mujeres en pequeños pueblos y parajes”, dicen en diálogo con La tinta.
Desde protectores de la naturaleza como la Madre del Agua, el Dueño de los Animales, el Minerito o el Cerro que Brama hasta seres mágicos como la Bruja o Mujer-Pájaro, el Basilisco, la Viuda y el Viejo Sombrerudo, la publicación nos trae estos relatos que perviven “por herencia de nuestros pueblos originarios, pero también de ancestros europeos portadores de antiguas creencias, en la cultura popular”.
El libro no es un compendio de leyendas, es una reflexión profunda sobre los seres que han sido parte de la vida cotidiana en nuestra provincia y es un homenaje a nuestros paisajes e identidad cultural. «No son solo formas, son ideas, conceptos, energías», explica el autor sobre los 18 seres que se presentan en el libro, aunque aclara que existen muchos más.
La publicación de Relatos del Viento ofrece tres niveles de contenido: las ilustraciones (creadas por el muralista y tatuador, Gastón Liberto), una ficha descriptiva con las características de cada ser y un corpus de testimonios de personas que compartieron sus relatos. Estas historias provienen de diversas fuentes, incluyendo la Encuesta Nacional de Folklore de 1921, un valioso material histórico que recogió relatos de toda Argentina, algunos de los cuales se remontan a más de 200 años.
Los autores explican que el origen de este proyecto se debe a un diálogo cercano con las comunidades serranas y campesinas de la región durante más de dos décadas. Según Pablo, fueron las personas mayores, especialmente aquellas de entre 75 y 80 años, quienes le transmitieron la importancia de estos seres míticos, cuya presencia aún sigue viva en el imaginario colectivo. “Nos decían: ‘Ojalá, mijo, que no se pierda esto, que los chicos en la escuela lo vuelvan a saber’”, detallan los autores, reflejando la preocupación por la pérdida de estos conocimientos ancestrales. Pero, además de esta motivación relacionada al resguardo de la memoria, el proyecto también respondió a una demanda creciente de sectores educativos y culturales que pedían un libro que reuniera esto: «¿No tienen un libro que reúna estos seres míticos?», vienen preguntándoles hace tiempo. Sin embargo, los autores se resistían a crear un trabajo que se limitara a lo “folklórico” o “fantástico”. “Nos rehusábamos porque muchos de estos relatos se reducen a historias para contar a los niños o a algo relacionado con lo diabólico, asociado a la religiosidad cristiana».
«Queremos hacer un esfuerzo por desmarcar estos relatos de lo meramente folklórico y evitamos su catalogación: ni mágicos ni sobrenaturales ni fantásticos», subrayan Pablo y Patricia. Uno de los objetivos centrales del libro es, precisamente, hacer un esfuerzo consciente por correr a estos relatos de las categorías tradicionales que los reducen a lo anecdótico: “Las creencias tejen afectos poderosos y duraderos, siendo superadoras de la relación biológica/ecológica/moderna. Algunos cazadores, por ejemplo, en Córdoba, todavía creen que, si cazan en exceso, el ‘dueño del animal’ aparecerá y les castigará”, dice Rosalía, recordando cómo estos seres siguen ejerciendo influencia en la relación de las personas con la naturaleza. Las creencias, muchas veces asociadas a territorios y paisajes específicos, son mucho más que historias para contar. Son parte de un sistema de valores que regula la relación de la comunidad con el entorno, especialmente, en un contexto donde el avance del capitalismo ha buscado eliminar cualquier resistencia cultural que interfiera con el progreso.
Lejos de la visión urbana y occidental que ha tendido a despojar a estos relatos de su significado profundo, este libro busca recuperar la dimensión ecológica y comunitaria: «Estamos rodeados y hemos crecido con libros que nos hablan de seres míticos en este tono muy occidental, como cosas que cuentan los viejos de antes, historias fantásticas para entretener a los chicos y absolutamente desnaturalizadas del medio, disecadas de estas funciones tan maravillosas, ecológicas, culturales, identitarias de valores comunitarias. Al fin y al cabo, la occidentalidad y la urbanidad así necesitaba presentarlo, porque todos estos seres están asociados al territorio y al paisaje, y es necesario que el progreso combata a estos seres, a estas creencias para, justamente, poder avanzar sobre los territorios”, afirma el autor. El libro también incluye códigos QR para acceder a las ilustraciones y a testimonios en audio, donde se puede escuchar a las personas de las comunidades contar sus relatos de viva voz.
Algunos de los seres míticos en la oralidad de Córdoba
Les pedimos a los autores que elijan a tres de los 18 seres presentes, con mayor o menor frecuencia, en la cultura criolla-campesina de Córdoba. Acá van:
La Madre del Agua
“Dicha mujer la llamaban la Madre del Agua y todos los que la llegasen a ver debían hincarse y permanecer así hasta que ella se volviese a entrar. Y si alguien le daba muerte, el río se secaría para siempre, por lo tanto, había que adorarla”.
Félix Bazán, Río de Jaime, 1921.
Otras denominaciones: Madre del Río, Sirena, Yacumama, Mayumama.
Función: Dueña y proveedora de las aguas. Protege las nacientes y/o vertientes, asegurando el equilibrio de todo el entorno acuático.
Representaciones más frecuentes: Se la describe como una atractiva mujer con cola de pez. Se suele hacer hincapié en su desnudez y en una deslumbrante cabellera —negra o rubia— que desenreda con un peine de oro o espinazo de pescado. Ocasionalmente, emite un cautivador silbido o canto, además de mostrarse acunando a un niño entre sus brazos.
Por sus delicados rasgos, es común la comparación —pero no la identificación— con la virgen. Otros la perciben como una neblina o sombra que, de a poco, va tomando forma. Menos frecuente es escuchar que, de la cintura para abajo, sus extremidades se asemejan a la de un animal con pezuñas, característica que sugiere un vínculo con el Toro Astas de Oro, ser mágico relacionado al medio acuático.
Aparición: Se manifiesta allí donde surge el agua, como las nacientes de los ríos, los tramos donde confluye alguna vertiente o los surgentes de las lagunas. En la Córdoba serrana, hay mucha tradición sobre formaciones rocosas singulares que enmascaran a un antiguo personaje femenino, como algunos bloques de granito o arenisca colorada que liberan agua. A veces son lágrimas o lloritos que brotan de la roca y la humedecen. En otros casos, saltitos que caen desde arriba y, dependiendo su caudal, lograron con el tiempo horadar una profunda hoya.
Sobre estos mogotes —que, en algunas ocasiones, contienen alero, cueva u otra seña geológica sugerente—, suele verse a la Madre del Agua quien, ante la inesperada presencia humana, no duda en sumergirse rápidamente. Los remolinos o remansos de las hoyas son una manifestación de su presencia en las profundidades. Por ello, se aconseja a los jóvenes no asomarse, so riesgo de ser atraídos trágicamente por la Sirena.
La siesta, el ocaso y las noches con luna llena parecieran ser los momentos preferidos por la Madre del Agua para emerger, evitando siempre la presencia humana. En el caso de algún encontronazo, la tradición indica bajar la mirada y retirarse para respetar su intimidad.
Relación con el ser humano: Nuestros pueblos originarios le rinden culto mediante diferentes ritos, según sea la situación. Se le agradece por el agua y se le suplica ante la falta de ella, se le pide que cese las inundaciones y que calme la bravura de la laguna, siendo estos últimos ejemplos manifestaciones de su ira ante el incumplimiento del ritual o alguna falta. Por esto mismo, antes de realizar cualquier actividad sobre sus dominios (pescar, construir tomas, extraer áridos, vegetales, etc.), se le debe pedir permiso para que, además, la acción sea propicia. Próximas a muchas vertientes y/o nacimientos de ríos en Córdoba, podemos encontrar expresiones de la cultura material (como morteros y petroglifos) que podrían guardar relación con los antiguos rituales, al igual que los numerosos relatos que asocian al sitio con la Madre del Agua.
El Viejo Petiso
“Al frente, cuando miro así, venía uno todo de traje negro y la camisa blanca. Era como un enano. Y yo venía caminando y pasó. No dijo nada él ni yo tampoco. Y yo, por curioso, me doy vuelta y desapareció”.
Claudio Lescano, Sauce Punco, 2010.
Otras denominaciones : El Petiso, Duende Sombrerudo, el Diablo, el Enano.
Función: Amedrentar con su aparición a quien anda con malas intenciones, pensamientos oscuros o ebrio.
Representaciones: Hombre de pequeña estatura y piel morena. Con su vestimenta y ademanes, aparenta una persona rica, aristocrática y arrogante. Porta sombrero de copa negro y alas generosas. Generalmente, viste traje oscuro, zapatos lustrosos y camisa clara. A veces, pañuelo al cuello, anillos de oro y un reluciente bastón para acompañar su andar pretencioso. También luce al estilo de un gaucho rico, con exquisitos atuendos.
El Viejo Petiso es un agente o un desdoblamiento del diablo cristiano. Su representación es herencia europea: el diablo de la tentación, el que facilita la riqueza mal habida. Para lograr tal fin, el interesado debe venderle su propia alma y/o la de un ser querido, pagando no solo con sus muertes, sino con un rosario de desgracias personales y familiares que deberá soportar durante el resto de su vida. Ese tipo de pacto es simbólico y extensible a otras situaciones. Por ejemplo, en la ruralidad, se considera que cuando un productor acapara ilegal o irregularmente una importante cantidad de hectáreas (en perjuicio de familias campesinas) o devasta grandes extensiones con el objetivo de lograr una fortuna (desmontes y fumigaciones en detrimento de la naturaleza), lo hace con la venia del maligno. Lo mismo para aquellas grandes haciendas y/o caballares que se constituyeron con la ayuda de «la mano del diablo».
Guarda similitudes con el Duende Criollo, con lo cual la identificación y descripción de ambos puede resultar compleja y arbitraria. Sin embargo, es el Petiso quien pareciera estar más próximo al diablo cristiano, quizá el mismo que se domicilia en La Salamanca, guardando, en todo caso, una relación más estrecha con el Minerito.
Aparición: Se le presenta a quien lo evoca en clave de desafío y a los que están atravesados por malos pensamientos e intenciones; personas “débiles de espíritu” que, además, suelen estar ebrias. En ocasiones, viene caminando a la distancia, simulando ser una persona cualquiera. Recién al aproximarse, se advierte que se trata del Viejo Petiso. Otras veces, se aparece sin más, como en el rancho de los obrajeros o la habitación de los peones cuando están durmiendo. En todos los casos, lo recomendable es ignorarlo y quedarse tranquilo. Este pacífico encontronazo, aparte de disuadir, se dice que ayuda a “forjar el espíritu”. Aparece también en otros contextos, como en la boca de los montes esperando al cazador dañino o sentado en el asiento del acompañante de los camioneros.
A veces, se esfuma intempestivamente y, otras veces, al llegar a alguna barranca, socavón o al final de un puente, se arroja transformado en un rústico cuero para rodar cuesta abajo y desaparecer.
Relación con el ser humano: Se dice que a los borrachos les quita el alcohol. Como su función es la de amedrentar con su presencia, sólo se enfrentará a quien se atreva a desafiarlo, propinándole una sobrenatural paliza que lo dejará al borde de la muerte. Nadie puede ganarle al Viejo Petiso. Aun así, no faltan casos en todos los parajes de hombres “corajudos” —generalmente, en estado de ebriedad— que apuestan a enfrentarse a este diablo, al cual evocan mediante alguna frase provocadora.
La Umita
“Yo lo que escuchaba mucho era de la Umita esa… ¡Qué dicen que es una cabeza llena de cintas! (…) Mientras vos no le hagás nada, es una compañía para uno”.
Graciela Quiroga, San Francisco del Chañar, 2013.
Otras denominaciones: Cabeza voladora, Upa. Umita es el diminutivo castellanizado de uma, voz quechua cuyo significado es cabeza.
Función: Alertar y proteger de los peligros del monte.
Representaciones: Pequeña cabeza humana, de larga cabellera, que se traslada suspendida, dando tumbos o vueltas sobre su eje. Los testimonios varían entre una cabeza de mujer (a veces anciana), un angelito (niña o niño fallecido) o la de un adulto sin distinción de sexo. La opinión general es que se trata del alma en pena de una persona que murió de sed.
El relato más popular sobre su origen es el de una mujer fallecida trágicamente en un horno de carbón, en el contexto de un obraje del monte; campamentos temporales para la explotación forestal. También se narra la historia de un matrimonio campesino que, a los pocos días de nacer su hijo o hija, falleció de sed. Una versión de 1921 en Santiago del Estero da cuenta de un mielero que, ante la desesperación por morir de sed, quedó exhausto. Al dormirse, su cabeza se le desprendió del cuerpo para salir a buscar agua. Hay quienes señalan, que la Uma es sólo una sombra.
Dependiendo los testimonios, su larga cabellera puede lucir suelta y enmarañada o peinada a dos simpas, a veces, atadas con cintas rojas. Emite un sonido característico similar a un “up, up, up” (por eso, también le dicen «Upa») que acompasa a cada giro. En ocasiones, el sonido es descripto como un silbido aspirado y/o un quejido. También se la suele escuchar mascando huesitos.
Aparición: Sale a la noche y su presencia se asocia principalmente a los obrajes, aunque también se la escucha en pequeños parajes a orillas del monte. Empujada por la necesidad de agua, se acerca a algunos hogares campesinos. Los relatos se concentran en el extremo norte provincial por influencia de Santiago del Estero.
Relación con el ser humano: En general, se la considera protectora, ya que, con su aparición en el monte, está advirtiendo sobre algún peligro. Por esta razón, quien inicia una travesía y se le aparece la Umita regresa a su hogar. Incluso, cuando se acerca a los perímetros de los hogares, sus moradores le dejan un recipiente con agua para que calme la sed y, de esa manera, ganar su protección. Quienes le temen, para que la Umita no se acostumbre a frecuentarlos, evitan proveerle de agua. Los perros, cuya visión les permite verla con mejor facilidad, la tienen a mal traer y la corren por toda la casa, siendo común que termine acorralada bajo una cama o atrapada entre las fauces del animal. La Uma sólo se enfrenta —con violencia— a quienes se atreven a reparar (imitar) su sonido, al igual que sucede con la mayoría de almas en pena o aparecidos. Por este motivo, el sabio consejo de los antiguos es: «No ande inventando nada. Deje las cosas como están, nada le va a pasar”.
*Por Soledad Sgarella para La tinta / Imagen de portada: Gastón Liberto.