Bullrich, Fijap, Pistarini: la democratización del miedo
De un lado y del otro, tienen miedo. Los núcleos más dinámicos de la sociedad civil temen la represión estatal. Activistas, dirigentes gubernamentales y parlamentarios que votan oficialismo empezaron a acobardarse por las cada vez más frecuentes manifestaciones públicas de repudio. O ―quizás peor― ante eso desde donde hoy no se vuelve: ser el bufo de memes, como le pasó a Pistarini a través de su tuit boomerang.
Por Sergio Tagle para La tinta
Democracia liberal, apenas
La ocupación de espacios públicos con marchas y movilizaciones es una libertad garantizada en el artículo 37 de la Constitución Nacional. Es la democracia que transcurre entre cada elección. La delegación de poder que supone el voto tiene ese “recurso de segunda instancia” para señalar incumplimientos de promesas electorales, para exigir demandas no ofertadas en las campañas previas a los comicios, inexistentes o negadas por las fuerzas gubernamentales. Estamos reseñando, apenas, procedimientos habituales en las democracias liberales representativas.
Iliberalismo, lo nuevo.
El presidente Javier Milei, entre tantas novedades, introdujo al “iliberalismo” en el sistema político argentino, régimen cuya legitimidad electoral de origen es el único argumento para justificar la vulneración de la separación de poderes, para restringir libertades civiles y ―en general― gobernar con dispositivos propios de un “estado de excepción”: decretos que eluden el debate legislativo, vetos que anulan consensos alcanzados en la institucionalidad liberal. Liberalismo económico (más o menos exacerbado, según los casos) sin correlato en libertades cívicas; en el respeto de garantías individuales y sin inhibiciones para desplazarse hacia el autoritarismo político explícito, prurito que tenía (a veces) la derecha republicana que lo precede en el tiempo.
La Libertad Avanza y sus aliados optaron por el iliberalismo y desmejoran su ya de por sí escasa calidad republicana con represión lisa y llana, dirigida a lastimar los cuerpos de quienes desean manifestar públicamente sus discrepancias con el rumbo gubernamental.
La represión pedagógica
Una pregunta retórica se reitera en comentarios opositores: ¿por qué el pueblo argentino no reacciona ante el mayor ajuste de la historia de la humanidad, como sí lo hizo frente a programas económicos (en comparación) menos asfixiantes, destructivos? Se ensayan respuestas culturalistas: asistiríamos a un cambio de paradigma. Los principios colectivos de comprensión ahora son otros, se dice. Viva la libertad de mercado, carajo, caiga quien caiga, sería el nuevo consenso popular.
Puede ser. Pero se omite una razón que debiera ser obvia: el miedo a ser víctima del gas pimienta, de apaleos, a perder la vista por balas de goma, inhibe la participación en protestas. Esta es, por lo menos, una razón (y no menor) que explica la inmovilidad social, que quiere salir de su letargo, pero acusa recibo de la dimensión pedagógica que supone la inclemencia represiva de la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich. Protestar tiene esas consecuencias.
Entonces, la decisión de asistir a la plaza, a la marcha, no es fácil. Si una persona fue blanco directo de armas y municiones policiales, de Gendarmería o Prefectura, la segunda vez, no va. Y todos saben de qué se trata a través de la televisión y las redes, que amplifican la represión en todos sus detalles, con iguales fines educativos.
¿Quiénes corren?
El youtuber Fran Fijap fue el primer activista digital mileísta en comprobar que los zurdos pueden ser corridos de las estructuras del Estado, de las aulas, del CONICET y aun de la vida civil, y que también lo pueden hacer arriando su propia carrera hasta la casa de empanadas que lo asiló. Fijap presentó lo suyo como un drama que estuvo al borde de la tragedia (“quisieron asesinarme”), aunque fue cómico.
Pistarini fue víctima de una comedia autoinflingida que impactó en el entrecejo del orgullo macho paleolibertario que, se supone, porta huevos en exceso y repudia a los cagones. El activista en redes no midió la distancia entre el mundo virtual y el analógico (pocos asientos de avión) y, por lo tanto, tampoco sus consecuencias: la viralización del video de Dillom que lo muestra capitulando en forma incondicional y sin disparar ni un solo tiro; su salto a la fama convertido en cientos de memes cuya calidad agravan la escena humillante para la agenda antiwoke. «Lo de Pistarini preocupa porque es un soldado de la primera hora, ahora todos tienen miedo de que quede en evidencia que, detrás de las cuentas, hay virgos”, dijeron desde La Libertad Avanza al portal La Política Online.
Rodrigo de Loredo inició la serie. Fue la primera expresión del poder en conocer las consecuencias extrainstitucionales de sus actos. Advirtió que una cosa es el palacio, la rosca de la casta, y otra la calle; que, además de lo intangible mostrado por el celular, existen cosas y personas físicas que se pueden ver sin intermediaciones tecnológicas. Y escuchar. Ocurrió cuando un colectivero le recordó, en voz alta y de malos modos, cuál era y cuál debía ser su desempeño legislativo, todo transmitido en tiempo real por la televisión. Situaciones análogas vivieron después Rodrigo Marra, Sandra Pettovello y José Luis Espert. Hubo cacerolazos y huevazos en el acto de Karina Milei y Martín Menem en La Plata. Son cada vez más frecuentes los empujones y las piedras que, por su pequeño tamaño (todavía), son más simbólicas que reales. Agresiones de distinto tipo a militantes libertarios que ostentan su condición. Sus equivalentes periodísticos en televisión, hasta ahora, no tienen inconvenientes al salir de sus respectivos canales.
¿Qué violencia?
El oficialismo mediático señala estas imágenes con el dedo y dice “violencia”. Es probable. Pero, si lo es, apenas se trata de una violencia defensiva. Y está claro quién tiró la primera piedra. Una antigua certeza insurgente afirmaba que la violencia de abajo era causada por la violencia de arriba, ejercida a través de condiciones sociales de opresión y del aparato represivo del Estado. Este principio (físico y político-militar) “acción-reacción”, hoy, no se verifica en respuestas populares acordes a las agresiones recibidas desde las alturas gubernamentales.
Sí empiezan a temer salir a la calle legisladores que apoyaron el veto a jubilados o a la universidad pública. También quienes celebran desde redes estas medidas, aplaudiendo despidos masivos o promesas de vandalizar espacios de la memoria o sitios y organismos no rentables del patrimonio cultural argentino; burlándose de los guillotinados por su revolución anarcocapitalista.
El espacio público tiende a convertirse en un campo de batalla no cultural, físico. Primero, los comunes quisieron ocuparlo para manifestar sus pareceres y sus oponentes les hicieron conocer su poder de fuego. La trinchera popular se defiende como puede. Apenas tornando hostil a calles y veredas por donde transitan quienes se comportan como una fuerza de ocupación.
Las cosas tienden a equilibrarse. Democracia no idílica, pero democracia al fin de cuentas. Una potencial redistribución más equitativa del miedo.
*Por Sergio Tagle para La tinta / Imagen de portada: A/D.