Difunta Correa: la madre del desierto
Hoy y mañana en el Cuenco, serán las últimas funciones de “La Madre del Desierto”, que pone en la escena local el mito de la Difunta Correa. En esta nota, conversamos con la directora Mery Palacios, la actriz Carolina Britos, que encarna a La Deolinda, y Juan Iñaki, que participa como músico en vivo, acerca de este mito que construye nuestra historia y cultura popular desde hace casi 200 años.
Es viernes de este agosto eterno, hace viento y frío. Tengo la boca seca y las ojeras de una semana con de todo. Pero el teatro es el teatro y ahí voy. La cita es en El Cuenco.
Dan sala. Más bien, nos conducen a una inmersión, entramos por un altar. Entramos a un altar. Velas, botellas, lazos rojos, latas y el humo presente. Los sahumos y la sonoridad invitan a un adentro bien distinto, bien singular. Lejos quedó el viento frío, la calidez del amarillo tiñe todo color desierto. El teatro es ritual y aquí ya estamos en eso. El teatro es mito y aquí se va a desplegar uno de los más importantes de nuestra cultura popular.
La Difunta Correa fue una mujer sanjuanina. Deolinda Correa caminó hacia La Rioja con su bebé en brazos, en búsqueda de su marido que fue reclutado para la guerra en la época de los conflictos entre unitarios y federales. Murió de sed en el camino y su hijo vivió milagrosamente mamando de su pecho. En ese lugar, se construyó un santuario que se replica por toda Argentina y países vecinos. Las muestras de fe son enormes y se sostienen desde hace casi 200 años. Los poderes de esta santa popular son muy amplios: curadora de enfermos, patrona de arrieros y viajeros, abogada de lo perdido, defensora de novios y matrimonios, protectora de viviendas.
«Una madre carga a su hijo a través del llano sanjuanino. Deolinda Correa es la amada, disimulada, pero luego honrada Difunta Correa. El mito es excusa para indagar y amplificar poéticamente en el teatro la siempre vigente pregunta por la identidad nacional», explican desde la producción en el dossier de prensa de la obra.
En «La Madre del Desierto», una mujer se lanza tras su deseo. Hay en escena una madre que quiere, que anhela. Hay una mujer con las tetas afuera. De esta manera, se corre a la Difunta de su rasgo de madre abnegada o, más bien, le agrega lo deseante, lo turgente, lo amante. El bebo le cuelga, le chupa, la estruja y ella logra conjugar muy bien en cuerpo y alma la madre y la mujer. Da la teta con devoción por el hijo, alimenta con su sangre, con su leche, a la vez que camina a encontrarse con su amor.
Conversamos con Carolina Britos, quien encarna a La Deolinda y su historia. Aquella mujer que se transforma en deidad popular sin reconocimiento institucional de la iglesia que la mira de reojo, pero no puede negar su legitimidad como santa venerada por su sacrificio maternal.
«En esta obra en particular, se rescata sobre todo su deseo como mina. A mí eso me pareció muy potente. Ella se arroja al desierto buscando encontrarse con su compañero y por liberarse de quienes las estaban acosando en el pueblo cuando se queda sola. Rescatar por sobre todas las cosas el deseo de esta mujer que la mueve a semejante asunto me parece hacerle honor a su historia más allá del sacrificio maternal por el que se la conoce”, reflexiona la actriz.
La directora de la obra, Mery Palacios, en comunicación con La tinta, comparte algunas reflexiones sobre la historia, la puesta y el proceso creativo que llevaron a cabo con todo el equipo:
«La obra me conmueve fundamentalmente en esto de que asienta el mito desde múltiples lugares. Desde el lenguaje de nuestra idiosincrasia histórica, cultural y de creencias. Es un mito que nos lleva a conectarnos con una historia que tiene que ver con lo popular de estar tejiendo una red que sostiene una creencia que sostiene una ofrenda y una oración. Que sostiene otra cosa que no tiene que ver con lo palpable. Eso me emociona y nos hace rito, nos hace hábito», dice y explica que, teatralmente, la historia «me dio imagen y pulso, me dio acción. Cuando leí el texto, me asaltaron un montón de deseos por ver cómo eso se derramaba en una materialidad posible, en un lenguaje concreto. Fue un desafío pensar en una puesta en escena y, desde el trabajo colectivo, qué es lo que hace mover la palabra y cómo se puede acompañar eso rítmicamente, cómo se puede acompañar una forma de decir ese texto, que es lo que hace mover la palabra y cómo”.
En «La Madre del Desierto», el trabajo vocal y la atmósfera sonora montada sobre géneros criollos, como la chaya, el malambo y la vidala, conmueven y acompañan al espectador durante toda la obra. En este punto, Juan Iñaki cuenta que, inicialmente, tuvo el trabajo de dar con una sonoridad y que en ese proceso reconoce dos momentos: «El primero fue previo al estreno: el de la composición y decidir con qué materiales trabajar. En los ensayos, fui dándome cuenta de que me seducía más la idea de trabajar y llegar a sonoridades de la naturaleza con la voz. Grabando y filtrando con ese material que es el cuerpo. Frente a la idea del vacío y soledad que el desierto propone, me parecía que era acertado pensar en resolver desde el cuerpo y desde la sed. Y el resto de la composición de la atmósfera de la sonoridad fue sucediendo en las funciones cuando las fichas terminaron de encastrar».
Lejos de la tragedia y aunque todos conozcamos el final, la obra convida un clima vital con elementos que conmueven, divierten y narran con ternura la relación madre-hijo en el solitario e inmenso desierto. En esta producción, se despliega el mito y el rito teatral en un trabajo de sonoridad exquisito, con la historia argentina y el humor haciéndole guiño a la coyuntura actual.
Hoy y mañana, últimas funciones de «Difunta Correa: La Madre del Desierto«. A las 21 h en El Cuenco Teatro (Mendoza 2063).
En escena: Carolina Britos y Adrián Azaceta. Musicalización en vivo: Juan Iñaki y Jenny Nager. Diseño de vestuario y escenográfico: Agustín Betbeder. Diseño lumínico y escenográfico: Mercedes Chiodi. Dirección: Mery Palacios. Dramaturgia: Ignacio Bartolone. Fotografía: Mery Palacios. Diseño gráfico: Jolpher Campos.
*Por Inés Domínguez Cuaglia para La tinta / Imagen de portada: «La Madre del Desierto».