Trabajar sin derechos ni remuneración: las trabajadoras sociocomunitarias en Córdoba capital

Trabajar sin derechos ni remuneración: las trabajadoras sociocomunitarias en Córdoba capital
12 junio, 2024 por Redacción La tinta

En la ciudad de Córdoba, casi el 90% de las personas encuestadas en 51 comedores y merenderos son mujeres, quienes les dedican a ese trabajo entre 5,5 y 7 horas diarias, sin recibir un salario ni protecciones de seguridad social. Las tareas de cuidado comunitario, históricamente feminizadas e invisibilizadas, son el trabajo esencial sobre el que se monta la economía argentina para funcionar. Si no fuera por este trabajo ―sí, trabajo―, no sería posible la acumulación de riquezas, mucho menos, la sostenibilidad de la vida. 

Por Sara Smart para La tinta*

Mucho más que parar la olla 

El relevamiento cuantitativo y cualitativo de un proyecto de investigación de la Facultad de Ciencias Sociales de la UNC, (Re)Mapear las respuestas contra el hambre. Procesos y condiciones de trabajo en comedores y merenderos desde una perspectiva de género en la ciudad de Córdoba, permite reconocer que las tareas desplegadas en esos espacios tienen una centralidad en la provisión de bienestar de las comunidades. Frente a la precariedad de los territorios que habitan, este trabajo brinda formas complementarias a la subsistencia familiar y barrial. 


Según los datos, el 98% de los comedores y merenderos desarrollan actividades sociocomunitarias adicionales al servicio alimentario. El 64% moviliza posibilidades de trabajo remunerado, generando espacios productivos bajo formas asociativas y cooperativas (manufactura de alimentos, producción textil, ferias, huertas comunitarias, entre otras). Además, llevan adelante numerosas actividades de cuidados o socioculturales: apoyo escolar, actividades recreativas, promoción de la salud, acompañamiento en situaciones de violencia por motivos de género, consumos problemáticos, entre otras. En el 47% de los casos, las actividades se desarrollan en una casa de familia; solo el 39% tiene un espacio de uso exclusivo.


Mucho más que llenar las panzas donde el hambre duele, las trabajadoras, que le dedican a ese trabajo entre 20 y 30 horas semanales de manera regular, despliegan formas particulares de resolución de problemas complejos de una manera integral y situada, desde una experiencia que, en algunos casos, remonta a dos o tres décadas. Así, el trabajo sociocomunitario desborda lo alimentario y permite la reproducción social ampliada de los territorios, en tanto involucra trabajos afectivos de subjetivación y de cuidados, junto a distintas formas de aprovisionamiento, atención e interacción que producen, sostienen y hacen posibles los vínculos sociales. 

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Ni vagas ni planeras, mujeres trabajadoras sociocomunitarias

Las trabajadoras sociocomunitarias cumplen un rol central en la sostenibilidad de la vida y el bienestar de amplias mayorías urbanas, donde la gestión de las urgencias de las necesidades se entreteje con una precariedad sostenida a lo largo del tiempo. Son mujeres en plena edad productiva, en su mayoría, tienen entre 25 y 45 años, y son residentes en el barrio donde se encuentran los espacios sociocomunitarios, cuyos hogares a cargo están principalmente integrados por infancias y adolescentes o jóvenes. Ellas se enfrentan a lo que se denomina una triple jornada laboral, donde articulan un rol (re)productivo y de gestión comunitaria. A las jornadas de trabajo remunerado y no remunerado (fuera y dentro de sus hogares), suman la multiplicidad de tareas desarrolladas en los comedores y merenderos que garantizan la reproducción ampliada de la vida comunitaria. Esta tríada de actividades se solapan en tiempo y espacio.

Siguiendo los datos relevados en el Informe Técnico n.° 1 del proyecto (Re)Mapear, la mitad de las mujeres encuestadas indicó combinar su trabajo sociocomunitario con otro, principalmente de la economía popular y vinculado a tareas altamente feminizadas. Así, 9 de cada 10 realizan algún aporte económico a su núcleo familiar a partir de su trabajo y 4 de cada 10 dijeron ser quienes mayores aportes generaban. Además, 5 de cada 10 del total de mujeres encuestadas trabajan exclusivamente en los espacios sociocomunitarios. Y, de ellas, el 80% realiza algún aporte económico a su hogar; donde 3 de cada 10 realizan el mayor aporte familiar, 3 de cada 10 son las únicas adultas aportantes en familias compuestas por 1 a 3 infancias y 2 de cada 10 hacen un aporte equivalente a otro miembro/a de la familia. 

Con una significativa dedicación horaria regular y rutinaria, junto a una antigüedad promedio de 5 años en la actividad sociocomunitaria, el trabajo de estas mujeres se apoya sobre un saber hacer construido a partir de experiencias personales y comunitarias, vínculos familiares y redes colectivas. En los espacios sociocomunitarios, el trabajo reproductivo asignado a las mujeres e históricamente confinado a la esfera privada se resignifica y problematiza en el espacio público de manera colectiva. 

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Imagen: Sara Smart / Investigación (Re)Mapear las respuestas contra el hambre

Cuando el hambre vuelve a ser la única necesidad y urgencia

En solo seis meses de gestión libertaria, la situación de los comedores y merenderos comunitarios en Argentina es sumamente crítica. Las políticas económicas en búsqueda del superávit fiscal, impulsadas por el ministro Caputo, generaron (otra vez) una profunda pérdida del poder adquisitivo ―entre diciembre y mayo, la inflación acumulada es de 118%―, caída de la actividad económica, exacerbados aumentos en los servicios públicos, la energía y el transporte, así como sustantivamente en los alimentos. 


La Prestación Alimentar (antes “Tarjeta Alimentar”) ―transferencia de ingresos a beneficiarias/os de la Asignación Universal por Hijo con menores de 14 años a cargo― vio fulminado su poder de compra en un 24%. Entre noviembre del 2023 y mayo del 2024, pasó de cubrir 63 litros de leche fluida a 37 litros. 


El plan “motosierra” también incluyó a las políticas alimentarias. Desde el Ministerio de Capital Humano, no se han ejecutado las partidas presupuestarias correspondientes, se han hecho recortes y se suspenden fondos e insumos para la elaboración de alimentos. Con una lógica que pretende desarticular las redes comunitarias de asistencia alimentaria, la actual ministra Sandra Pettovello aseguró que recibiría “una por una” a las personas que “tienen hambre” y no a los referentes de las organizaciones sociales. Luego, reemplazó el rol de estas por instituciones religiosas, a fines de garantizar una “ayuda directa y sin intermediarios”. Bajo una pedagogía del hambre y la miseria, funcionarios de La Libertad Avanza confirmaron tener casi 6 millones de kilos de comida ―comprados por la gestión anterior― sin entregar y próximos a vencerse en los galpones del ex Ministerio de Desarrollo Social. 


En ese hostil y complejo escenario, las mujeres trabajadoras de los espacios sociocomunitarios intensificaron sus jornadas laborales procurando conseguir recursos y atender la emergencia alimentaria, al tiempo que muchos espacios han tenido que reducir sus actividades por la imposibilidad de conseguir insumos y, en el peor de los casos, cerrar sus puertas. 


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Imagen: Sara Smart / Investigación (Re)Mapear las respuestas contra el hambre

Reforma legal para la desigualdad social

En abril, el proyecto “Bases y Puntos de Partida para la Libertad de los Argentinos” ―conocido como “Ley Bases”― consiguió la media sanción en la Cámara de Diputados de la Nación. De aprobarse en la Cámara Alta, irá en detrimento ―aún mayor― de las condiciones laborales, un retroceso de los derechos de las y los trabajadores, incluyendo a quienes desarrollan sus tareas en los comedores y merenderos comunitarios. En particular, aquí se mencionan brevemente tres aprobaciones que afectan directamente a las trabajadoras sociocomunitarias:

La derogación de la Ley 27.705, Plan de Pagos de Deuda Previsional. La normativa permite que las personas que no cumplen con 30 años de aportes accedan a una modalidad de pago para completar los años que les faltan y así poder jubilarse. Las mujeres que realizan trabajos de cuidados en los hogares han sido unas de las principales beneficiarias de esta política. Sin embargo, ahora las y los representantes están finalizando un debate que busca imposibilitar la jubilación, centralmente para las mujeres entre los 60 y los 64 años: 9 de cada 10 quedarían excluidas de las moratorias previsionales y solo podrán acceder a la Pensión Universal para el Adulto Mayor (PUAM), que equivale al 80% de la jubilación mínima.

La reforma fiscal y con ello, la eliminación del monotributo social: permitía que trabajadoras y trabajadores de la economía popular puedan facturar, hacer aportes jubilatorios y tener acceso a una obra social. 

La reforma laboral, la cual propone incentivos para la tercerización laboral sin ningún tipo de control ni penalidad para el empleador que incumpla con la obligación de registrar a las personas que trabajan. De convertirse en ley, podrá arrojar a miles de trabajadoras y trabajadores a la informalidad y profundizar ―todavía más― la precariedad del mundo del trabajo. Nuevamente, la política neoliberal perjudica principalmente a las mujeres: las que trabajan en casas particulares y aún más, las que combinan actividades mercantiles y de la economía popular, entre las que se encuentran las comunitarias. 

El informe (Re)Mapear advierte que el 51% de las trabajadoras sociocomunitarias tiene otra ocupación por fuera de los comedores y merenderos (concentrados en servicios de limpieza, cuidados y producción de alimentos). Al interior de este universo de trabajadoras pluriactivas, 4 de cada 10 se encuentran en relación de dependencia y de ellas, el 59% no está registrada, es decir que no se le reconocen los derechos laborales ni cuenta con aportes a la seguridad social. Un tercio de las mujeres indicaron trabajar de manera independiente y autogestiva (de forma permanente), y otro tercio expresó realizar trabajos eventuales. 

En un presente con la crueldad, el odio y la violencia como política de Estado, el trabajo sociocomunitario se hace fundamental, una vez más, para seguir asegurando el sostenimiento de la vida en territorios signados por el despojo. Hasta que la dignidad se haga costumbre, seguiremos repitiendo: la tareas sociocomunitarias que realizan las mujeres son TRABAJO que debe ser reconocido con retribución estable y protecciones sociales. 

*Por Sara Smart para La tinta / Imagen de portada: Sara Smart.

*Elaboración en el marco del proyecto de investigación (Re)mapear las respuestas contra el hambre. Procesos y condiciones de trabajo en comedores y merenderos desde una perspectiva de género en la ciudad de Córdoba. Facultad de Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Córdoba.

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Palabras claves: Comedores barriales, trabajadoras

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