Barrios populares: entre el aumento de demanda y la falta de fondos, se viene el estallido

Barrios populares: entre el aumento de demanda y la falta de fondos, se viene el estallido
Anabella Antonelli
25 abril, 2024 por Anabella Antonelli

Por Anabella Antonelli y Ezequiel Luque para La tinta

La gestión Milei lleva apenas unos meses. Un gobierno obsesionado con el superávit fiscal, que pide sacrificios, ajusta a laburantes, recorta comida en comedores barriales, despide trabajadores y achica el Estado, mientras agranda las cifras de pobres (que nunca son sólo cifras) y promete bondades a 45 años.

En las barriadas populares de Córdoba ―¿podríamos hacerlo extensible al resto del país?―, la crisis se hace sentir de múltiples y simultáneas maneras: cada vez más gente va a los comedores y copas de leche, donde ya casi no hay comida; aumenta la violencia urbana y la violencia de género; crecen los hechos delictivos entre vecinos y el consumo problemático, mientras el miedo a protestar se choca de frente con la inacción del Estado.

comedores-populares-emergencia-alimentaria
(Imagen: UTEP)

«Cada vez nos ayudan menos»

Saliendo por avenida Sabattini, cruzando Circunvalación, en el límite sur de la ciudad de Córdoba, doblamos a la derecha en una calle improbable. Pasando las vías del tren, se abre un barrio nuevísimo de construcciones diversas: algunas viviendas de ladrillo block, otras de madera, otras con revoque reciente. La calle zigzaguea esquivando un árbol añejo, formas barriales que no resistirían los modernos diseños de paisaje.

A dos cuadras, en medio de la calle, Miriam ya nos espera para indicarnos que estacionemos en una angosta vereda afuera de su casa. Vivienda de por medio, se alza un salón comunitario con ventanas tapiadas que aguarda que le coloquen el cartel con el nombre del espacio y el de la organización en la que participa: «De la tierra somos» – Encuentro de Organizaciones (EO). “Es que acá hay tierra nomás”, bromea.

Miriam es una mujer fornida, de unos 45 años. Hace tres que vive en el barrio que llamaron Anexo Ferreyra. Ella fue una de las primeras vecinas en levantar su casa en lo que antes era un desarmadero lleno de basura.

Cansada de la violencia de su expareja, en el 2017, se fue a vivir con su hija más chica a la casa de acogida del EO, donde empezó a participar. Esa separación le costó el trabajo en una pizzería que tenía en su casa y la aparición de tres hernias de disco que la incapacitaron.

Después de mucho andar y apoyada en sus compañeras, consiguió un subsidio de alquiler del Polo de la Mujer. Cuando estaba por vencerse, una vecina le habló de unos terrenos que se estaban ocupando por el lado de Ferreyra. Lo pensó un par de veces. Nunca había vivido en un barrio popular, pero tampoco sabía a dónde ir con su hija. Violencia y empobrecimiento, un binomio que atraviesan miles de mujeres.

Al llegar, todo era entre campo y baldío. “Me imaginé la casa en muchos lados. Mi hijo me decía que parecía un topo porque cavo cimientos por todos lados (…) No pasó ni una semana que nos llaman por teléfono porque estaba viniendo un montón de gente a agarrar terrenos. Así que me subí a la moto y me vine”.

Miriam cree que tiene una coraza que la hace aparentar ser fuerte, “porque si no, acá, sos chori”, dice. Llegó a los terrenos y empezó a hablar con la gente que estaba tomando. Hacía un tiempo que trabajaba con la Secretaría de Integración Sociourbana como relevadora de barrios populares. “Me capacité, sabía cómo hacerlo. Lo primero que hicimos fue una asamblea”, narra. Llamó a la gente y les dijo cuáles eran sus terrenos. La gente se corrió y acomodó, había lugar. Ahí mismo, aprovechó y les dijo: “Tomemos nuestros terrenos, pero siempre y cuando todos sean iguales; dejemos los anchos de calle correspondientes y no queremos cables cruzados por las casas; acá vamos a comprar entre todos postes y cables para que sea un barrio, humilde, pero un barrio, nada de villa, porque las villas se erradican, vuelan”. Todos estuvieron de acuerdo.

comedores-populares-eo-cordoba2

A un costado del comedor de su casa, hay un estante con apenas unos paquetes de fideos que, entendemos, son para el comedor popular que organiza.


Cada vez tienen menos comida. Desde que asumió el gobierno de La Libertad Avanza, no volvió a llegar mercadería por parte de Nación. El Gobierno provincial hace cinco meses que no entrega el dinero para la mercadería y la Municipalidad deposita mensualmente la Tarjeta Alimentar, que se la comió la inflación: son $15.000 para cada comedor.


“Lo más cercano que tiene la gente, como institución, son los comedores, entonces, acá es donde se está generando malestar (…) A las chicas que trabajan acá les dicen: ‘Eh, a ustedes le pagan $300.000 que se lo reparten entre ustedes y a la gente no le dan la comida’. Somos la cara del comedor y somos quienes vemos a las vecinas todas las semanas. No me quedó otra que salir a hablar con los vecinos para ir explicando que no es como ellos creen. La Municipalidad paga 15.000, no 300.000. ¿Qué comés con eso? ¿Qué comprás? Nada. Hicimos marchas por los comedores, pero todavía nada”, explica Miriam.

Hace casi tres años que está funcionando el comedor. Está acompañado por el Encuentro de Organizaciones y trabajan allí seis mujeres: Miriam, sus dos hijas y tres vecinas más.

“Hace mucho venía pensando el tema del comedor. Empecé a conocer chicas con problemas de situación de violencia, otra señora que en pleno verano no tenía heladera y así (…) Al principio, había un poco más de mercadería, tenía más opciones de comida porque te daban verduras. Ahora ya no hay verduras. Eso fue el anteaño pasado. La gente se empezó a sumar y no dábamos abasto. Si no teníamos para todos, les dábamos un puré de tomate y un paquete de fideos, o si quedaba salsa preparada, le dábamos un paquete de fideos y la salsa. Ahora no nos queda ni medio fideo, nada. Se usan 20 paquetes de fideos para cada comida, que alcanza para 160 raciones. Una vez por semana, jornada completa: merienda y cena. Cuando llega el frío, es a la mañana, almuerzo y merienda (…) Hay un montón de cosas que hay que ir cubriendo además de la comida, como el flete y el gas, y no nos está dando por ningún lado”.


Hace unos días, corrió la noticia de que, pese al fuerte aumento en el precio y la caída del salario real, el consumo de yerba mate creció al ritmo de la profundización de la crisis. El mate reemplaza las comidas, eso lo dicen las vecinas de cualquier barrio popular. En Argentina, ya se come salteado. Sin mercadería en los comedores, muchas personas se quedan sin el único alimento que ingieren en el día.


“Una cosa es que haya dicho lo que iba a hacer y que la gente lo haya votado igual, y otra cosa es vivirlo ―reflexiona sobre la gestión del presidente Javier Milei―. Van pasando los días y yo creo que esto se va a agravar y va a terminar mal. Acá muchas vecinas cobran el (programa) Potenciar y lo congelaron cuando las cosas no están congeladas… Ayer fui a comprar para hacer la merienda. No podía creer que un sobrecito de levadura que pagamos hace tres meses $350, me la hayan querido cobrar $3.070. Tengo que tener casi 7.000 pesos, contando las harinas que necesito, para hacer algo para la merienda”.

La inflación en el boleto de transporte urbano de pasajeros dificulta también las cosas. “Yo plata no tengo para boleto, me manejo en moto y voy hasta donde me permita ir la moto, porque dejé de pagar el seguro. También tuve que bajar el abono del teléfono”, cuenta.


El hambre y la crisis provocan en paralelo otros problemas, que generan un clima de tensa calma: desconfianza entre vecinos, acusaciones cruzadas por la falta de alimentos, consumo problemático, inseguridad y violencias. Los lazos comunitarios se rompen. El estallido parece estar a la vuelta de la esquina.


“Con la crisis, hay mucha más violencia en el barrio en general. Pero, sobre todo, violencia de género”, nos dice preocupada. Miriam asesora a otras mujeres para que puedan salir de la violencia y del temor de que les saquen a los hijos. “Los acompañamientos son complicados, yo pasé por lo mismo. Mi vida fue complicada. Yo venía sin madre, sin padre, sin hermano, era sola, a quién le pido ayuda… me la tuve que bancar, encima no tenía laburo, los chicos eran chicos, no voy a llevarlos a la calle, antes no había nada. El Polo de la Mujer me dio una mano, cuando ellos tuvieron ganas”.

comedores-populares-eo-cordoba4

―¿Qué es lo que más te preocupa?
―Sacando lo económico, que es generalizado, esto de que se potencia la inseguridad, empiezan a robar y no les importa a quién, eso es lo que más me preocupa. Yo no puedo salir, si salgo yo, se queda mi hija o al revés, no puedo dejar mi casa. Y esto está pasando ahora. Son pocos los que roban, pero son dañinos y también vienen de otros lados.


Hace tres años, cuando recién llegaron a vivir ahí, era todo descampado. En verano, se quedaban hasta la 1:30 de la mañana sentadas afuera tomando mate. Ahora, la situación cambió. “Acá le han dado todos al pipazo (paco), están quedando todos mal. Hay vecinos que todos los días se escuchan las peleas, los gritos, los insultos, los golpes. Es moneda corriente, todo el tiempo”, sigue Miriam.


El día anterior, había ido a la vuelta de su casa a buscar un limón “y se armó una en dos segundos”, nos dice: «Me parece que la falta, que la gente no tenga para comer bien o lo básico, genera esto (…) ya sea porque la persona consume o porque necesita comer o darle de comer a sus hijos”.

Hace unos meses, cuando había mercadería y el comedor funcionaba lindo, dos por tres suspendían la entrega de comida por enfrentamientos armados entre bandas, que son conocidas en la zona. “Hay una familia que, cuando vino para el barrio, empezó una ola de robos. Antenoche no dormí porque, a las 4 de la mañana, los perros empezaron a ladrar. Sentimos un golpe y me tuve que levantar y abrir la puerta. Tengo miedo por el Comedor, que ya me lo han querido abrir, me han pateado la puerta. Por eso, no puedo llevar nada para allá porque no tengo seguridad, por lo menos, una puerta con rejas hace falta, pero están carísimas. Me asomé y los perros se escuchaban atrás de mi casa. Me acuesto. 4 y 45 de la mañana, empiezan a tocar las manos, me asomo y veo una luz en la calle de atrás. Era la Policía. Acá, por el tema de los botones antipánico, todas las noches a las tres o cuatro de la mañana tocan mi puerta porque marca mal el GPS”, narra.

Entre algunos vecinos, se cuidan y hoy las bandas están tranquilas, o, al menos, hace algunas semanas que no hay enfrentamientos. “Se enfrentaban porque se echaban la culpa de los robos y por el reparto del territorio en la venta de droga. Algo pasó, ahora hay calma”, explica.


En el barrio, hay muchas personas que se organizan para enfrentar comunitariamente las necesidades y problemáticas que se van acentuando en los sectores más empobrecidos. Una práctica ancestral en nuestro territorio, llevada adelante sobre todo por las mujeres, las que tienen el ojo atento y el cuerpo al salto por el cuidado de la vida.

* Por Anabella Antonelli y Ezequiel Luque para La tinta

Palabras claves: Comedores barriales, Encuentro de Organizaciones, Pobreza

Compartir: