El fin de la orgullosa sordera
Por Diego Sztulwark para Lobo Suelto
Los triunfadores de ayer corean: “Qué se vayan todos!”. Un canto de impugnación nacido de una revuelta y luego marginalizado como “anti-política”. El orgullo de la “política” posterior creyó poder olvidar ese “anti”. Ese olvido orgulloso esterilizó el discurso progresista. Se quiso creer que ese “anti” era el pasado, la derecha, la reacción. Todo lo que la política no quería revisar caía en la oscuridad de lo “anti”. En esa zona opaca, creció una economía informal, una pasionalidad mal vista, una vivencia carente de articulación institucional y un lenguaje despolitizado. Ahí, bajo la alfombra de la política, se depositó todo el deshecho de un modo de existir auto-percibido como político (del liberalismo al progresismo pasando por el populismo). Todas las verdades que maduraron contra esa sordera alimentaron el lenguaje soez de las derechas de red social y grandes medios.
Que se vayan todxs fue un “¡ya basta!” en 2001. Recorrió territorios desocupados, piqueteros, asamblearios. 2001 era la destitución del modo en que los discursos de la democracia de la derrota se inscribían en la realidad. 2001 era un balance negativo -activamente negativo- de los términos neoliberales de la democracia. Hoy, es la consigna de un balance oscuro de los 40 años que nos separan del 83. Es un grito de desprecio y descrédito, de desesperación escenificada, de conciencia del empobrecimiento, de revancha entregada, de rebelión puesta al servicio del orden, de humillación humillada.
Tras cada elección, los derrotados hablan de “escuchar” al pueblo. Bien, pero, ¿qué hay que escuchar en el día de la “soberanía” en que se anuncian las primeras privatizaciones (YPF) del nuevo gobierno?
El candidato vencedor, Milei, ganó con dos escarbadientes a casi todo el sistema político. ¿Se puede seguir “escuchando” desde esta idea de lo que conocimos como la política? ¿No es precisamente esta escucha la que aquí ha sido refutada?
Podemos aferrarnos de la memoria de los resistentes del pasado, de las madres, de aquel 2001. Pero al hacerlo, deberíamos recordar en primer lugar que esa historia fue la de otra experiencia de escucha. Si resistir fue siempre escuchar como propia la desesperación ajena, habrá que tomar nota de la bancarrota como una relación con el lenguaje que pudo escuchar nada. Que dejó de escuchar y cada vez escuchó menos. Mientras, se nos informa que lo que viene es una devaluación, un incremento sobre la inflación, un golpe sobre los ingresos ya golpeados. Y que la vicepresidente negacionista, Victoria Villarruel, asumirá de modo unificado defensa y seguridad. No podemos menos que imaginar cómo habremos de pasar de la mudez al grito -un grito que nos destape los oídos- y nos permita participar sin eufemismos de lo que se nos vino encima.
*Por Diego Sztulwark para Lobo Suelto / Imagen de portada: Reuters / Agustín Marcarian.