“Conan es cordobés”, una crónica curiosa entre votantes de Milei
La Libertad Avanza tuvo varios cierres de campaña, el último fue hace unas horas en Córdoba capital. Instaló su escenario en el límite entre el centro y Nueva Córdoba, conocido por sus edificios y residencias estudiantiles, el barrio de la universidad pública, mi barrio también. Con ojos de extrañamiento y auténtica curiosidad, pero también consciente de todo lo que representa para mí, fui a ver lo que pasaba allí, en la calurosa tarde del jueves.
Por M Esteve para La tinta
Cuando se difundió la convocatoria del cierre de campaña del candidato Javier Milei, el flyer tenía mal la dirección, bautizando “Obispo Tejedor” a la calle Obispo Trejo, la intersección donde está el histórico edificio del Arzobispado. Edificio que vio más de una marcha feminista, pero que también se encontró con distintas manifestaciones desde las antivacunas y antiderechos hasta los festejos mundialistas. La equivocación remarcó el carácter porteño de la política argentina, como dice un jingle con la música del Potro Rodrigo: «Llegó a ganar en provincias a las cuales nunca fue».
Desde las 10 de la mañana, se cortó la Yrigoyen entre las cuadras de la convocatoria, poca gente circula por las calles, pero en la siesta empezaron a verse grupos de varones musculosos con alusiones a leones, remeras de algodón nuevo, negro impoluto que contrasta con el amarillo del logo. Son los Pumas Libertarios, están esperando, mirando atentos lo que pasa a su alrededor. Algunas motosierras de cartón también esperan bajo la sombra de un edificio de la avenida en cuyos balcones cuelgan dos banderas gigantes: “Milei Presidente”. Al mismo tiempo, en las esquinas de siempre están los puestos de siempre, repletos de banderas argentinas. Los mismos vendedores que el sábado pasado tenían los colores del orgullo y la semana anterior estaban pintados de azul y oro. La convocatoria pide que lleven banderas argentinas, ¿acaso el significado de los símbolos patrios no está en constante disputa?
Pienso en cómo vestirme para disimular que no soy una simpatizante, abrazando el anonimato que siento puede protegerme. Pienso en los esfuerzos de las ciencias sociales por trabajar el lugar del investigadorx y, a partir de y no a pesar de, construir conocimiento. ¿Qué espero encontrar en esta esquina? ¿Qué palabras, pancartas, olores? ¿Qué comen si odian el choripán? ¿Qué cantan si no es la marcha peronista? ¿Cómo se abrazan si lo que les une es el odio?
Cerca de las 18, los Pumas Libertarios empiezan a diluirse entre la gente y la participación se vuelve más heterogénea. Circulan cosplayers caracterizados “del peluca”, personajes de animé, familias tipo con niñes que ondean banderitas argentinas, señoras teñidas de rubio, repartidores de Pedidos Ya con sus mochilas a cuestas, parejas heterosexuales que estudian en la universidad, grupos de pibas jóvenes, de esas que podrían haber sido parte de la marea verde. Algún cartel por ahí dice “Feministas con Milei”, otros dicen “Milei o Ezeiza”.
Luna tiene 12 años y me cuenta: “Vengo por Milei, me gustan las respuestas como candidato nuevo, no como los otros que desde antes que ya sabemos la historia de cada uno. Es mi primer acto político. Me entusiasma la dolarización, que va a mejorar la Argentina”. La experiencia primeriza atraviesa a quienes están presentes y se nota en los movimientos de la gente, el cántico más escuchado es “la casta tiene miedo”, pero cada tanto se cuela a destiempo un “sí se puede” y es que la Córdoba macrista está latente. La Yrigoyen va poblándose de puestos que venden peluches, stickers con la cara de Milei, puestos de choripán, conos de papas fritas o cervezas “por un dólar”. Desde una esquina, veo la gente pasar por la empinada avenida como si intentaran llegar a un recital, muches recién bañades y con notorio perfume, hay quienes están recién salides del laburo; llevan banderas argentinas en los hombros como mantos o capas de superhéroes. Unos pibes a mi lado comentan que se nota la falta de partidos y organizaciones políticas, y eso les infla el pecho de orgullo, toman Monster mientras repasan sus propias genealogías: Espert, Macri, Milei.
Ana, de 21 años, también habla del expresidente: “A mí me gustaría que haya un cambio así sea con Milei o con otro que no sea del peronismo, la verdad es que sí me gustaría verlo, se intentó con Macri y no se pudo, pero me gustaría que Milei haga algún cambio positivo”. Aparece ese común denominador del cambio fundamentalmente antikirchnerista, como dijo Graciela, de 53: “Estoy acá porque me cansé del kirchnerismo y quiero que sepa que estoy con él. Me gustan todas sus propuestas, ideas de renovación que tiene de crecer, trae cosas nuevas y piensa en el pueblo. Con que haga el 10% de lo que dijo que iba a hacer, yo estoy feliz, porque sé que los K no van a hacer nada”.
La dicotomía de los bandos aparece en las charlas durante toda la espera: “Acá estamos los inteligentes”, escucho por ahí, o “esto es ladrones contra honestos”, y quien lo dice me mira a los ojos porque me sabe ajena a ese espacio, habla y me mira, poniéndome la piel de gallina. Una sensación que me recorrió por varios momentos. Una pareja de dos pibas cruzan por Obispo Trejo de la mano, entrelazan sus dedos que se ven apretados y se dicen: “Hay que tratar de ignorar a la gente”. Hay algo de ese temor que es compartido. Cuando le dije a mis amigues que me metía en esta pequeña cruzada cuasi etnográfica, me dijeron que me cuidara, que no fuera sola porque, como dijo Noe Gall hace unos días, estamos frente a un “festival del horror”. El afecto del miedo a veces nos impide entender que el fascismo está a nuestro lado más de lo que pensamos y que coexistimos.
A las 19:10, alguien se asoma al micrófono y anuncia que dentro de poco llega Milei. Todo se agita un poco, por la esquina de Independencia pasa caminando veloz Victoria Villarruel entre sus custodios. No entendemos nada, todo es muy rápido, “aguante peluca” es el grito más descarnado que solo es tapado por una motosierra que se agita en el aire, nos aturdimos. Las pibas que tengo atrás se encargan de avisarme que no era Javier, sino “Victoria”, una figura que despierta posiciones encontradas, como la de Mica, de 19 años, que dice: “Villarruel no me gusta, lo que sale a decir en la televisión. Me parece que está muy alejada de la realidad, lo del aborto, lo de los desaparecidos que salió a decir, muchas veces ya pidieron perdón, pero igual si lo decís de un principio porque lo pensaste, lo propusiste. Pero igual lo voy a votar”. Luciana de 23, en cambio, dice: “La vicepresidenta que tiene con él es excelente, dentro de las personas que lo rodean, para mí, la persona más sensata y la persona más coherente se anima a decir cosas que todos pensamos y que nadie se anima a decir. No romantiza el choreo de las Madres de Plaza de Mayo, por más que la criminalicen, para mí, tiene razón en todo lo que dice”. Spoiler alert: Villarruel fue ovacionada en el escenario.
Pasadas las 20, sobre Obispo Trejo, entran Milei y Karina subidos a una camioneta solo con dos camarógrafos que les respiran en la nuca. La gente se amontona con los celulares en el aire y vuelve a sentirse un recital o la entrada de los novios a un casamiento. La policía que custodia al Arzobispado quiere filmar también, ser parte. Las camperas de siempre se sacuden al ritmo de La Renga, ambos agitan los brazos, saludan, tocan las banderas que les pasan cerca -incluso una bandera venezolana que Javier levanta por unos minutos-.
Desfilan hasta llegar al escenario donde lo primero que dice, después del cántico de Panic Show, es que va a hacer “un aviso parroquial” pro cordobesismo. Es que entre las declaraciones anticuarteto y el protagonismo que cobró el voto cordobés en estas últimas semanas, todes quieren tocar el corazón cuartetero con referencias a lo que entienden sensibiliza a esta república. “¡Avísenle al panqueque que Conan es cordobés!”, y la gente ovaciona mientras presenta a quienes lo acompañan en el escenario, diputados, Marra, Laje, Bullrich y “El Jefe”. A mi lado, un padre con su hijo en brazos comenta al resto: “El Jefe es la hermana”.
Mi vecino octogenario también está parado entre la muchedumbre, esquivando banderas con la cabeza que, por momentos, parecen látigos agitándose en el aire. Está quieto, estoico, pero sus ojos brillan cuando se anuncia la oradora (no tan) sorpresa, Patricia Bullrich, “invitada de lujo” a la que le Milei pide “unas palabras”. Entonces, mi vecino aplaude, como muches alrededor, que retoman el “Sí se puede” por un rato. Su discurso habla a quienes “votaron por el cambio”, pide que “con el corazón, con el alma y con el cerebro” acompañen para no seguir en “esta Argentina de las mafias y los privilegios”, remarcando las ideas de la casta sin nombrarla como tal porque “los ciudadanos son más importantes que las estructuras burocráticas del Estado”. Una Argentina que espera termine el 19 porque “con patriotismo te acompañamos, Javier”. Algunos varones cercanos empiezan a corear: “Que se vayan todos, que no quede ni uno solo”, eso ya lo escuchamos, pero ¿que se vayan quiénes?
Javier agradece a Patricia, a Macri, quiere “dar vuelta la elección”. Habla de los fiscales, de “la elección más importante de los últimos 100 años”, que la pobreza, la inflación y que no hay tal salto al vacío cuando el camino en que estamos es “hacia el infierno”. Las metáforas pedófilas o cinéfilas no aparecen, dejando lugar a remarcar el “cambio liberal” en frases cortas y muy gritadas donde el lugar de los cordobeses es el de acompañar las ideas de la libertad de Alberdi -ovaciones-. Retoma esas ideas con base histórica más que dudosa, de los rankings de riqueza entre países, las disputas Urquiza-Rosas, estadísticas que comparan países “más libres y más reprimidos”; el hombre de las cavernas que tenía segura la muerte y proyecciones de miseria o esperanza. Termina sin grandes frases pegadoras para twittear, fueron 18 minutos de un discurso bastante repetido.
A las 22, ya no queda nadie más que los puestos de comida, aún hay muchos choris en las parrillas, quizás esperaban más gente o quizás las multitudes libertarias no comen choripán. Los escenarios fueron desmontados rápidamente, las banderas también, aunque por la calle circulan autos agitando los pañuelos amarillos, qué color perdido.
Mañana voy a volver a transitar estas calles, que volverán a ver marchas del orgullo y vigilias en el Museo de Antropologías. Flavia Dezzutto escribió hace unos días que Milei vino a cerrar la campaña acá para agitar un odio que tiene historia, una trayectoria situada con protagonismo en las peleas entre la presidencia y los gobernadores de la provincia. También advierten Flavia y Noe que “sucumbir a la retórica que inscribe a Córdoba como la única ciudad que sostiene el caudal de votos de la derecha es arrancarle a nuestro territorio sus imaginarios revolucionarios, como el Cordobazo o la Reforma Universitaria”.
Entonces, de nuevo, el escenario es de coexistencias. Ese odio agitado se sintió en la calle, compartiendo con muchos otros afectos, diversos y que se volvían incomprensibles por momentos. Pero también nos queda la certeza de que, como dice Sara Ahmed, los afectos se pegan a las cosas, pero también se transforman y ese carácter móvil permite que se disputen. ¿Qué motiva a quienes odian con la excusa del cansancio? ¿Qué moviliza los enfrentamientos, los discursos y los votos? Conocer nos permite alimentar las micromilitancias que tocan las fibras de la sensibilidad cordobesa, construyendo otras genealogías que nos quiten ese destino que parece muchas veces inevitable de la Córdoba gorila.
*Por M Esteve para La tinta / Imagen de portada: Ezequiel Luque.