30 años de Católicas por el Derecho a Decidir: una historia de amor
Católicas por el Derecho a Decidir (CDD) cumple 30 años de activismo, fe y feminismo popular. Conversamos con Pate Palero, su directora ejecutiva, sobre la historia de la organización, sus acciones en estas tres décadas, los retos en el contexto actual y el amor como apuesta política.
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La historia de Católicas por el Derecho a Decidir – Argentina (CDD) empieza con un encuentro. En la década de los 90, Marta Alanís, su fundadora y activista de larga trayectoria, trabajaba en comedores populares en un contexto de avanzada neoliberal y empobrecimiento brutal. Desde ahí, se vinculó con la organización de la Iglesia Católica Cáritas, encargada de gestionar y monitorear toda la ayuda social del Gobierno nacional. La invitaron a un taller donde conoció a la teóloga Ivone Gebara y escuchó por primera vez la relación de los derechos de las mujeres y el aborto como primera autonomía, sin contradicciones con los textos bíblicos. En ese encuentro, estaba también Cristina Grela, de Uruguay, que ya participaba en un espacio de católicas. “Empiezan a enredarse en esa red de teólogas feministas con otras católicas de Latinoamérica -narra Pate Palero, directora ejecutiva de CDD-. Marta decide que en Argentina también tenía que haber un espacio así y empezaron a concebir la organización”.
Fue entonces que en 1993, cuando todavía no existía siquiera una ley que garantizara el acceso a los métodos anticonceptivos, un grupo de personas católicas y feministas conformó este movimiento autónomo en defensa de los derechos de las mujeres y de la comunidad LGBTIQ+. “Hubo muchos cuestionamientos desde la jerarquía eclesiástica, incluso hubo presentaciones de Jorge Scala y Aurelio García Elorrio a inspecciones jurídicas para objetar la asociación civil, porque en los estatutos se explicita la importancia de luchar para lograr los derechos sexuales y reproductivos, y el aborto en especial. La primera vez que yo escuché que una organización hablaba del derecho al aborto fue con Católicas”, sigue Pate.
—Católicas por el Derecho a decidir fue una de las impulsoras de la Campaña por el Aborto Legal, Libre y Gratuito, pero además tienen otros ejes de trabajo. ¿Cuáles fueron las principales acciones que realizaron en estos años y cómo se transformó la práctica con la aprobación de la Ley de Interrupción Voluntaria y Legal del Embarazo?
—El eje es aborto, pero hay otra serie de temas que lo van acompañando, como el Estado laico, que es un eje fundamental de trabajo y de promoción, o el trabajo de identificar los discursos de los fundamentalismos religiosos, su coherencia y su carácter internacional y articulado. Hay una definición metodológica y política que es la incidencia. Nosotras no brindamos el servicio de aborto, no somos socorristas, pero sí trabajamos en la argumentación, en la incidencia y en el trabajo con tomadoras de decisión en distintos niveles. La otra definición es la consolidación de redes de sociedad civil, trabajamos con sectores académicos generando seminarios, cursos y alianzas con universidades, con gremios, con periodistas, con docentes, con la Red de Profesionales de Salud. Espacios que Católicas fue facilitando y alentando su conformación.
En estos 30 años, la organización creció a nivel institucional y se fortaleció. Somos casi 20 personas y hemos definido más claramente las áreas de trabajo. Hay una que se dedica a capacitar al sector salud, coordinada por Ana Morillo; un área que se especializa en litigios estratégicos, identificando dónde hay obstáculos legales y van encontrando casos que puedan ser testigo para dejar sentada jurisprudencia. Ellas han conformado la Guardia Feminista de Abogadas. Tenemos un área ecuménica, que son jóvenes que tienen una práctica de la fe regular, compañeras que son catequistas o tienen pertenencia a alguna comunidad religiosa y hacen un trabajo de alianzas interreligiosas con compañeras de otros credos, siempre desde una mirada progresista de la fe. Trabajan temas como la erradicación de las violencias eclesiásticas y la paridad de las mujeres en las iglesias. Está el área de cabildeo, que es incidencia política y articulaciones con distintos niveles del Estado, y que en los últimos tiempos hizo foco en poblaciones indígenas articulando con el Ministerio de Salud y con los distintos programas. Ahora las propias compañeras de las comunidades en catorce provincias están haciendo un relevamiento sobre el acceso al aborto. Marta (Alanís) hace las relaciones institucionales, el diálogo con otras instituciones a nivel internacional y es parte del Consejo del Ministerio de Salud y del Ministerio de Mujeres. Después están las áreas transversales: comunicación, administrativa, dirección y gestión de proyectos.
Sobre la aprobación de la ley, tenemos claro que, por sí sola, no alcanza y mucho más en un tema que tiene tantos estigmas, prejuicios, barreras y en un país de tantas desigualdades. El trabajo con comunidades indígenas tiene que ver con democratizar esa ley, que pueda llegar en las mismas condiciones de igualdad en todos los territorios. En algunos casos, el Área de Salud ha hecho monitoreos en distintas provincias que registran que, a medida que hay mayores desigualdades estructurales, hay menos acceso a información, a métodos, a recursos, a equipos profesionales, etcétera. Particularmente en las comunidades indígenas, había un vacío muy grande de todos estos temas y, en algunos feminismos, también había cierto prejuicio de que eran lugares donde los feminismos no llegaban o que no había posibilidad de diálogo, pero nosotras venimos haciendo un trabajo hace tres años, que además es muy particular porque es otra cosmovisión.
—A menos de un mes de las elecciones nacionales y en un escenario bastante preocupante, ¿qué lectura vienen haciendo y cuáles son los desafíos para Católicas?
—Antes de las elecciones, veíamos la exacerbación de las confrontaciones. Quizás por un ejercicio de diálogo y escucha que hemos tenido por estar dentro de un paradigma y una serie de valores que tiene el cristianismo de apostar a la palabra, al diálogo, de poder navegar en las tensiones entre el feminismo y el catolicismo, porque el feminismo te mira con desconfianza y dice: “No son tan feministas”. O la iglesia que te dice: “No son tan católicas”. En esa tensión, fuimos encontrando un modo de escucha y de entender que tenemos mucho más en común como personas que lo que tenemos para confrontar.
Entendimos que a veces tenía que ver con que no lo habíamos podido comunicar bien, quizás en la urgencia o en la cantidad de vulneraciones que hemos sufrido, y nos parecía que era una ocasión para invitar a la comunidad, a la sociedad, a sumarse de otra manera a estos conocimientos y a esta experiencia. Una vez que ocurrieron las elecciones, es cierto que se cristalizan algunos temores y fantasmas de esa reactividad, pero también es una reactividad que veníamos esperando. Sabemos que después de los avances siempre hay una reacción, un backlash.
Si bien es cierto que los discursos son peligrosos, que hemos visto ataques, que hay una persecución, sobre todo en redes sociales, y que ha habido también ataques físicos y concretos en algunos lugares a lo que tiene que ver con los feminismos y las diversidades, también somos muy conscientes de la potencia del movimiento y de una generación que ha tenido más de 20 años de ampliación de derechos, y ahí yo creo que hay una subjetividad que va a prevalecer. Quizás el desafío sea que esa ampliación de derechos pueda ser traducida a términos colectivos porque este neoliberalismo nos puede haber ganado terreno en vivir estos derechos como prerrogativas personales y eso puede ser una debilidad.
El neoliberalismo y el patriarcado se reinventan, y tienen una plasticidad que a veces nos cuesta seguir el ritmo, pero más allá de lo que la derecha quiere imponer, nosotras también vamos a jugar y vamos a ver si van a poder bajar los derechos, y vamos a ver si pueden vaciar el presupuesto, ahí estaremos nosotras para reclamar. Cuando vamos a los territorios, no vemos que la marea verde se haya desactivado, yo las encuentro a todas en los territorios sosteniendo, trabajando y, sobre todo, cubriendo en muchos casos los baches en donde el Estado no ha llegado a responder. Apuesto a esa potencia que quizás no está en la calle porque no ha sido necesario, pero que está en los territorios. Hay mucha necesidad de volver a encontrarse, volver a hablar, volver a contarse, de superar las fragmentaciones. Mucha necesidad del cara a cara, de decirse, de mirarse, de tocarse. Seguimos sosteniendo las banderas y somos el movimiento más federal, más horizontal y más popular que tiene este país.
—Por los 30 años, lanzaron la Campaña “Una historia de amor”, alentando a construir la historia de Católicas desde distintas voces, experiencias y miradas. ¿Por qué volver sobre el amor y qué relatos les llegaron?
—Cuando empezamos a trabajar en el aniversario, empezamos a hacer una evaluación medio intuitiva de estos 30 años que coinciden con los 40 de la democracia. Insistíamos con la necesidad de hablarle a otros públicos, porque sentimos que a veces nos hablamos a las mismas y que lo que construimos y vivimos no era solamente para los feminismos, ni siquiera sólo para las mujeres y la diversidad, sino que los aportes que ha hecho este movimiento mejoran la democracia de toda la sociedad. Queremos salir a contar eso y cuando repasábamos esta historia, cuando compartíamos lo que nos pasa cuando vamos a otras provincias, es impresionante. La gente nos dice: “Ay, ustedes, cuando me trajeron este libro…”, “cuando me contaron que eran católicas y podían ser feministas…”. Lo recurrente es esa sensación de alivio.
Fuimos a Jujuy a acompañar a las compañeras en los cortes y se acerca un varón de mi edad y me dice: “Ustedes son de Católicas, yo en los 90 estaba en Cáritas y había una señora, Marta Alanís, que nos invitó a que hiciéramos un taller de masculinidades”. ¡En la década del 90, que ni existían esas palabras! Una visionaria Marta. Te vas encontrando hilitos de una gran tela de araña. Después fui a una biblioteca y estaba una señora que me dijo: “A mí me cambió la vida conocerlas, me invitaron a un encuentro en Chile y yo venía de la lucha por los derechos humanos, y esto me abrió un montón la mirada a otra forma de pensar los derechos humanos”. O en Paraná se acordaban que una vez, hace un montón, habían hecho una charla que se llamaba: “Derechos sexuales desde la perspectiva de Católica por el Derecho de Decidir”, y que se le llenó de gente anti-derechos, que no saben bien si no entendieron bien o si fueron a pelear, pero que estaba invitada Marta y se mataban de risa acordándose cómo los atendió a uno por uno y que era un griterío.
Donde voy, hay un relato. Es tan amoroso, nos emocionamos, se nos pone la piel de gallina. Entonces, pensando en los 30 años, conversamos que estas son historias de amor y que nosotras tenemos que contarlo así, porque el feminismo es una historia de amor que fortalece la democracia.
¿Y a vos, cómo te cambió la vida esta historia de amor? Si querés formar parte, contá acá tus experiencias vinculadas a la defensa de derechos o la libertad de decidir que cambiaron tu vida.
*Por Anabella Antonelli y Nadya Scherbovsky para La tinta / Imagen de portada: Ana Medero para La tinta.