Ir al teatro como un hacer del duelo

Ir al teatro como un hacer del duelo
27 septiembre, 2023 por Noe Gall

¿Cómo se hace un duelo? Sabemos que es un verbo, por lo tanto, se ejecutan acciones, hay un guion social que determina los rituales para la muerte, pero el trabajo que le sigue al tiempo es más bien personal, cada quien lo transita solitariamente y como puede. La obra de teatro Imprenteros me mostró otra manera de hacer algo con todo eso que sentimos ante la muerte. 

Imprenteros -que está cumpliendo 5 años- pasó hace unas semanas por el Sindicato de Maravillas en Córdoba y, ante mis ojos, es el duelo abierto y público de una familia, pero de una hija ante todo. Gracias a la insistencia de la Vero, mi editora -compañera de orfandad paternal-, fui y me predispuse al rito: ¿cómo llega una al teatro? ¿Cómo nos predisponemos ante el acontecimiento? La obra es algo más que un gesto teatral, es duelar con esa familia en escena la muerte del padre, del suyo, del mío, del tuyo.

Las expresiones estéticas en todas sus formas han sido históricamente maneras hermosas y poderosas de duelar. El velo negro (2021), de Anny Duperey, es el primer ejemplo que se me viene a la mente, una escritora, actriz, que devela las fotos de su padre, el fotógrafo Lucien Legras, que murió cuando ella era una bebé. A través de los relatos de otros y de los rituales, reconstruye su historia y, con ella, hace el duelo a través de esas páginas que tan detalladamente supo editar Cielo Invertido. Las fotografías son bellísimas, la traducción es un trabajo artesanal muy cuidado, pero la verdadera potencia que anida allí es la capacidad de narrar el cómo se hace un duelo. Anny construye, peldaño a peldaño, un piso firme donde poder pararse a llorar frente a nosotros.


La obra de teatro documental dirigida por Lorena Vega relata la historia familiar en torno a un oficio y la pasión por ello. Ficcerd era la imprenta de Alfredo, padre de Lorena, Sergio y Federico, imprenteros. Un padre muerto, medios hermanos, las crisis de Argentina, los vínculos familiares y amorosos. Imprenteros también es un libro álbum, publicado por la editorial cordobesa Documenta Escénicas. 


Me he tomado semanas para escribir este texto, en una cruzada conmigo misma. ¿Hablo de lo que realmente sentí? ¿Lxs llevo a ustedes a ese viaje al que me arrojó? ¿O pongo la distancia que el oficio de espectadora y analista me dieron? La distancia nunca es tal, la mirada “objetiva” no existe, el pensamiento es situado y este cuerpo que escribe también atravesó un duelo. 

Duelos colectivos

Hace 5 años, mi hermano murió en un accidente de auto, lo chocó una persona alcoholizada, él manejaba, su amigo que estaba sentado al lado no se hizo ni un rasguño, Carlos murió en el acto. Tenía una empresa y casi toda la familia estaba vinculada con ella. También nos dedicamos al papel, pero no lo fabricamos, lo distribuimos. Trabajo allí desde los 15 años, pasé por varias partes del negocio: sucursales, hacer clientes, aprendí el lenguaje de la calle, a sobrevivir a las crisis, a bailar con la AFIP (que ahora me está pisoteando), a hablar con los bancos, a manejar autos, motos, a recorrer pueblos recónditos. No aprendí un oficio, pero ese trabajo me permitió dedicarme al teatro, hacer una carrera, un doctorado, ser activista. Nada era color de rosa, pero aprendí a reconocer los gestos de amor en medio de los ladridos.

Lorena Vega nos abre la puerta de su casa, nos invita a su fiesta de 15 y nos hace parte de los conflictos, de la ternura, y muestra de manera sublime las complejidades que se trazan en los vínculos familiares cuando la familia es el negocio y el negocio es la familia. Cada hijo o hija de comerciante ha reído y llorado con esa obra, se ha visto ahí en las discusiones, la guita que no alcanza, las deudas, las entregas, la diferencia generacional, el mandato familiar, las expectativas de los padres, la neurosis que desataban las formas de crianza dentro de un negocio. No sos empleadx, sos hijx, pero trabajás como un empleado, pero no te pagan como uno, pero está la promesa de tener “lo propio” en caso de continuar con el negocio, pero no se puede innovar, no se puede realizar nada que altere las maneras en las que ellos crearon el negocio. Y en medio de todo el caos, está el amor y sus formas oblicuas.

imprenteros-obra-teatro
Imagen: César Capasso

En el negocio trabajábamos con mi papá, quien murió de tristeza un año después que mi hermano, un 17 de octubre, antiperonista hasta la muerte. Ambos murieron en octubre, con los lapachos florecidos a más no poder, ambos fueron cremados en el mismo crematorio, las cenizas siguen siendo tema de discusión familiar. Lorena le pregunta a sus hermanos: “¿Te parece importante recuperar las cenizas de papá para tirarlas en el mar, en Mar del Plata, como él quería?”. Ambos le dicen que no. En la obra y en el libro, esa pregunta aparece repetitivamente, insiste con la pregunta, insiste con la ausencia. La entiendo.

El teatro es el único lenguaje que nos puede hacer ver un castillo cuando hay solo una pared negra. El contrato que firmamos como espectadores cuando nos sentamos en la butaca es que vamos a creer lo que nos van a proponer, sabemos que “no es verdad”, que es ficción, pero es real porque lo están haciendo ahí al frente nuestro, ante nuestra mirada. Al tratarse de una obra de teatro “documental” que narra una historia “real”, los cruces son otros. Lorena denuncia a viva voz que sus medios hermanos, luego de la muerte del padre, pusieron un candado al taller y que no les permitieron entrar nunca más. No me imagino mayor acto de crueldad para personas que se han criado entre esas máquinas, en ese patio, no haber podido desarmar la casa. De una manera muy amorosa, lejos de llenarse de dolor y odio -sentimientos más que comprensibles ante la injusticia de negar un duelo-, crea una obra de arte y abre todos los candados, los que les pusieron y los que nos pusimos nosotros ante algún duelo, y reímos con ella. Entramos a la imprenta, conocemos su oficio, su madre, sus hermanos, hasta le tomamos cariño al tío, hermano del padre. La obra desborda de teatralidad, a pesar de ser un documental. Lorena convoca a un grupo de actores a representar a su familia en escena y ella misma los va dirigiendo desde un lugar doble, como la directora teatral que es y la testigo de los gestos y características de sus personajes, que pide respeten tonos de voz, suspiros, gestos.

imprenteros-obra-teatro
Imagen: César Capasso

En mi historia nadie puso un candado, la empresa cambió de gestión y las formas familiares de hacer las cosas fueron desapareciendo, a veces me siento como la última testigo de un tiempo que se desvaneció. Recuerdo en voz alta con quienes se lo permiten de vez en cuando, hasta que la tristeza arremete y retrocedo a algún lugar seguro, como los cuadros. Mi padre supo legarnos a todos el amor por la pintura, en todos lados hay cuadros, hay pinturas que él nos hizo o regaló a cada uno de nosotrxs. En la oficina quedan los cuadros, en mi casa quedan los cuadros. Los objetos con los que unx trabaja y que mira cotidianamente tienen una particularidad, se vuelven especiales. La calculadora, el escritorio, la silla, el pisapapeles, los cuadernos, sus letras, la dislexia de mi hermano, sus números, mis 4 que parecían 9, la caligrafía exquisita de mi padre, cada tanto aparece un papel con la huella y me sacan una sonrisa. 

El papel importa, las cosas importan, es material el afecto, es un cuerpo que quiero tocar. Lo primero que me llamó la atención cuando pagué la entrada es que me dieron un programa de mano, en un papel hermoso, caro para los tiempos que corren, adentro la ficha técnica completa y la imagen de una rosa. Es la tarjeta de quince de Lorena que, en la narración de la obra y del libro, presenta un quiebre en la relación con su padre.

¿Cómo hacer de un archivo familiar una obra de teatro?

Cuando Alfredo, el imprentero, el padre de Sergio, Federico y Lorena, cumplió 60 años, un amigo de Lorena fotografió la imprenta vacía, sin gente. Esas fotos están proyectadas y están también en escena en una pila a la izquierda del escenario, al fondo. Cuando la obra termina, nos invitan a tomarlas y colgarlas con broches. En las fotos, vemos el acto de magia que permite el montaje. Allí donde solo había fotos de las máquinas, César, el fotógrafo, los mete con Photoshop a los hermanos dentro de la imprenta. Y las máquinas ya no están solas, están los tres ahí manipulándolas. Entramos con ellos a esa imprenta de nuevo. Porque antes ya habíamos ingresado a través de Sergio, quien con mucha paciencia y seriedad nos explica detalladamente el oficio del imprentero. Una persona que no es actor está contándome cómo funcionan máquinas que probablemente no vea nunca en mi vida. ¿Por qué no puedo dejar de escucharlo? ¿Por qué no me aburro? ¿Qué de su detalle me atrapa tanto? Es un placer escuchar el arte y el amor por un oficio, un oficio que le devuelve a su padre y que, a la vez, lo empodera, porque hoy él es el imprentero y en ese gesto de escucha atenta que nos pide hay redención, porque, como buen hijo, en un momento también se fue. Sergio, en el libro y en la obra, narra el momento en el que deja de trabajar con su padre y decide hacer su propio camino, abriéndose paso en el mundo de los imprenteros, pero manteniendo viva la memoria de una tradición familiar. 

El año pasado, volví a vivir a la casa paterna después de separarme. Había un galpón de recuerdos y basura acumulados por décadas. Me tocó desarmar el galpón de dos muertos, factureros de empresas pasadas, máquinas de oficios pasados; mi padre tuvo una carpintería, mi hermano un frigorífico. Sellos, lapiceras, una mesa de póquer, sillas de oficina rotas, cartas de amor, fotos viejas con otra familia, otros amores, rastros de una vida antes de mí, apuntes de la facultad de una carrera que se estudió en secreto. No se podía entrar a ese lugar, no sabía por dónde empezar, la tristeza me producía un cansancio devastador, así que hice lo que pude, pedí ayuda, un chatarrero se presentó como un ángel e hizo lo que había que hacer. Se llevó todo, lo vendió o lo tiró. El lugar está vacío y sigo sin poder entrar. Yo soy la que puso los candados, pero no tiré la llave. Quizás algún día vuelva o vuelva a hacer teatro, quizás algún día cuente esta historia de una manera más justa. 

La obra sigue en cartel con funciones en Buenos Aires. Si planean un viaje, pueden verla y, si no, pueden comprar el libro aquí en Córdoba. Su edición logra hacer del libro un objeto, una obra en sí misma, que contiene la obra teatral y su dramaturgia, pero la excede, desborda por todas partes. Se nota que es un libro cosido a varias manos, hay tantas voces como imágenes: el relato de Lorena, la entrevista que le hace Gabriela Halac, la editora, a Sergio, el imprentero; las fotos de César, stickers con las gráficas de Alfredo, agradecimientos que dan cuenta del oficio teatral y sus trazos colectivos, fotos familiares y una historia que contar.

imprenteros-obra-teatro
Imagen: Gonzalo Javier Zapico

Lorena Vega & Hnos. nos cuentan su historia a través de los protagonistas, armando sus relatos como si fueran personajes de un cuento, narrando la propia historia, trabajando la autorrepresentación como forma de agencia política, de reparación al daño, justicia poética, justicia histórica. Es tan teatral el libro que hasta incluye comentarios de algunos espectadores al finalizar la función, que dan cuenta de cómo llegaron a ver la obra, de lo que les generó, de su relación con el teatro y de lo que el amor por un oficio permite poetizar y recrear en la escena política contemporánea. “Un espectador se acerca a Federico y le dice: ‘Está genial tu video, pero vos extrañás a tu viejo más que nadie’”.

El libro cierra con Gabriela Halac entrevistando a Sergio:

G: Estás experimentando lo que sienten los clientes cuando tienen esa emoción después de haber trabajado tanto -por ejemplo, en un libro- y lo que significa la emoción o la ansiedad que genera el proceso de producción gráfica. Se asemeja a un nacimiento, uno ha imaginado, deseado, trabajado tanto para que ese libro exista y sucede la magia. Vos vas a estar de los dos lados, el del proceso y el de la materialización. 

S: Se me vienen imágenes, mirándolo, y digo: «No lo tengo que mirar, no lo tengo que controlar». Y digo: “Pero cómo no lo voy a hacer si es un libro nuestro”. Te hago esas preguntas y respuestas. Me parece que va a ser algo maravilloso, estoy muy contento, me parece también que es el proyecto del momento, fuera de lo que es mi pareja, mi trabajo, mi casa, lo cotidiano, ahora en pandemia, el proyecto es ese, ¡el libro! No tenemos la obra de teatro, por eso, mi proyecto es el libro. 

El libro fue editado durante la pandemia. Pocas veces vi un diálogo tan aceitado entre la escena y el texto, el texto y la escena, como en esta edición. Es un libro objeto, es un libro teatral, que presenta una relación directa con la escena. Cierro la última página, veo que la solapa está suelta, tiene escrito algo: instrucciones para diseñar una etiqueta sin computadora, pero no acaba ahí. Si seguís abriendo la tapa, se convierte en un póster de ellos mirándote de frente, desafiantes, orgullosos, juntos, en la imprenta que los vio crecer. Qué manera más hermosa y potente de hacer un duelo, y de mostrarnos cómo sobrevivió un negocio y un oficio a las distintas embestidas de crisis políticas y económicas que ha enfrentado nuestro país desde el regreso de la democracia. Nos recuerda nuestra condición de sobrevivientes.

*Por Noe Gal para La tinta / Imagen de portada: César Capasso.

Palabras claves: Documenta/Escénicas, Duelo, Teatro

Compartir: