Claudia Huergo: “Si uno puede tener entre manos una inutilidad para la vida, tiene que darse por hecho”
La Huergo es una poeta cordobesa nacida en Villa Dolores. En esta conversación, hablamos sobre la escritura, la influencia de los locos de la familia, sus preguntas en torno a la actualidad del movimiento feminista y el nuevo libro que se trae entre manos.
Entrevistar a Claudia Huergo fue muy fácil: en su claro gusto por la conversación, las palabras le brotan con lucidez. Nos reunimos en el Cafecito del Volcán, en el primer piso del Volcán Azul. Las preguntas que llevé se ramificaron, me entregué a ese ejercicio con la tranquilidad de estar con alguien que hace que el diálogo y el desborde parezcan artes simples.
—¿Cómo te presentarías ante alguien que no sabe quién sos?
—En general, cuando me presento, no agarro por el lado de la profesión, a mí me gustan las charlas que surgen por algún punto, donde uno está hablando de otra cosa. Si no, si tengo que decir algo, digo: soy profe en la UNC, soy psicoanalista, escribo, soy poeta. Pero me parecen marcas fuertes para otro tipo de circulación de la palabra. Me gusta hablar de cosas terceras porque podemos hablar, aflojar ahí.
—Con mis amigas, cuando te nombramos, lo hacemos como si fueras una vedette: no decimos Claudia Huergo, es La Huergo.
—No sé qué tengo que ver con eso, pero yo leía en mi vieja un gesto muy soberano. Era pobre, hizo hasta el quinto grado, laburó siempre, desde sus doce años, pero ella tenía una cierta marca soberana y a mí me llamaba mucho la atención. Entonces, a lo mejor le copié algo, a lo mejor me entró esa marca por algún lado. Fue peluquera muchos años de su vida y vendía ropa. Y por ahí, digo, la gente loca tiene una cierta distinción, que no se sabe qué es y es locura.
—Todas cosas que tenían que ver con hablar, con la palabra.
—Sí. Crecer en una peluquería era como un laboratorio de intimidad, porque yo estaba ahí y las mujeres, en general, hablaban, ignoraban que había niños. Para mí era el lugar donde me interesaba escuchar, donde me enteraba de cosas, por ejemplo, que Papá Noel no existe. Para mí ese era un lugar perfecto donde yo pasaba desapercibida y lo que hacía era escuchar.
—¿Y la escritura te llega desde ese lugar de la escucha? ¿O cómo llega?
—Tenía mucho apasionamiento con leer. No había bibliotecas ni grandes libros en mi casa, pero había revistas o enciclopedias, y la lectura realmente era una pasión. La escritura aparece después, sobre todo con las cartas porque, en esa época, una amiga vivía más cerca de Córdoba, yo vivía en Traslasierra y nos veíamos en los veranos. Entonces, todo el año, la relación seguía por correspondencia, hablando de lo que íbamos a jugar, imaginando pequeñas dramaturgias. Me parece que está muy ligado al gusto por el relato, por que te cuenten cosas, al gusto de la conversación también. Ese tiempo siento que es un tesoro, donde había una cuestión de mucha curiosidad y mucha inquietud con respecto a charlar e imaginar cosas, otras vidas. Pessoa decía algo así como que la literatura existe porque la vida no alcanza. Y me parece muy bonito porque no importa que la vida haya sido buena o mala, sino que no alcanza. Y la literatura viene a corregir algo de eso, viene a decir la vida también es otra cosa.
—¿Y la poesía cómo llega? No digo que este intercambio no haya sido poético, pero imagino que no tenía el formato de un poema.
—En el 2008, empiezo a escribir un blog con un grupo de amigos entre los que estaba el Carlitos Busqued, la Alejandra Zurita. Y eran notas en forma de microrrelato, de cosas que nos pasaban, pero que siempre estaban de algún modo en continuidad con lo que escribía el otro, aunque ese hilo no fuera tan explícito. Lo que pasaba por esa escritura era algo de la vida que hasta incluso podía tener más interés que la anécdota en sí. Ese fue un rato de mucha escritura, ahí en el blog, y para mí, en ese momento, eso ya tenía como una función de público, no me imaginaba publicando otras cosas.
En un momento, empecé a corregir y en la corrección me daba cuenta de que no me interesaba tanto el microrrelato, que era más para el lado de las imágenes poéticas. Ahí empecé a transformar, a hacer un pasaje a la poesía. Por eso las primeras, en general, son muy breves. Entonces, no es que yo hubiera entrado por la poesía, en general leo mucho menos poesía que narrativa o que otras cosas. Empezó con la corrección, el volver a la imagen a ver qué quería sacar de ahí, qué quedaba, qué me interesaba intensificar. Me parece que el trabajo de la corrección es la verdadera escritura, lo otro es como decir fluye y escribo, pero no me interesa tanto, ni siquiera en términos de inspiración, sino el trabajo que viene después.
—Como escritora, ¿sos constante o más errática con ese ejercicio?
—No sé qué es lo que quiero hacer con la escritura. Cuando no se me ocurre qué escribir o no tengo ganas de escribir, estoy muy tranquila. La lectura sí es algo que sostengo siempre, pero la escritura son momentos puntuales en los que siento que hay algo, que es eso y ahí sí, encuentro el tiempo para estar con eso, porque realmente me parece que es uno de los estados más privilegiados que uno tiene en la vida, donde vos podés decir estoy en una con eso y hay un mundo ahí en el que te dan ganas de vivir. Después, cuando eso pasa, no sigo haciendo el gesto de escribir hasta que aparezca algo, descanso. Cuando aparece esa pulsión, es muy precisa, es hacer algo con eso y no es otra cosa. Y es el tiempo mejor invertido y los días mejores invertidos. Lo que sí trato es de acomodar mi trabajo para empezar más cerca del mediodía porque la mañana es el rato más lúcido para leer o para escribir.
—Para vos, ¿hay algún cruce entre el ejercicio de la escritura y el ejercicio como psicoanalista?
—Pienso que a lo mejor sí tiene que ver con un tipo de escucha, al detalle, a lo singular. Se me ocurre que puede haber sí algo con el modo de puntuar, algo con los efectos de sentido también. Las puntuaciones cambian todo el sentido de algo. En líneas más generales, me parece que son trabajos que tienen que ver con algo del transformarse. Uno sufre neuróticamente por narrativas y, en análisis, empieza a trabajar sobre esa narrativa, la desarma, la reversiona. En eso, me parece que la transformación es algo que podría conectar las dos cosas. Yo, en ese punto, siento que respecto a la escritura hay algo que se está trabajando en mí, hay algo que se está transformando, algo que está buscando otra pista, otra salida.
—En tus poemas, hay imágenes muy fuertes vinculadas a la animalidad y también al humor. ¿Qué de eso te convoca, qué es lo que ves ahí?
—Me parece que el humor y la ironía me vienen mucho del contacto de vida con mis tíos locos en mi infancia. Ellos tenían una forma de armar salidas a situaciones sin salida, insólitas, por el lado de la ironía. Una situación que está por reventar de la tensión y, de repente, alguien hace un movimiento, encuentra una salida. Es la inteligencia de los débiles. Voces que a través del sarcasmo mostraban algo de ese filo, de ese brillo. Y después no, eran flashes. Hay algo de eso que para mí fue muy vital, un aprendizaje. Y también reírme de mí misma, de mi propia tontera y mi propia debilidad. Tiene demasiado precio encima puesto el yo, entonces hay que desarmarlo un poco. Me interesa esa operación de bajarles el precio a algunas figuras, a algunas imágenes.
—En ese sentido, ¿cuánta importancia le das a las palabras?
—A veces está la palabra justa y a veces está la palabra con la que uno abandona, donde se pone un punto. Me parece que eso de la palabra justa son hallazgos, a veces, donde es eso y no otra cosa. Ahora que estoy escribiendo más narrativa, cuentos y relatos, es otra historia. Si bien hay imágenes poéticas y no van a dejar de estar, la obsesión con la palabra no tiene sentido. Me pasa, a veces, que escribo tres veces la historia porque no se trata de que haya una palabra que no funciona, es que algo se tiene que dar vuelta hasta que aparece el cuento y vos decís: ¿ya cuatro veces escribí esto? Si uno puede tener entre manos alguna inutilidad de esas para la vida, tiene que darse por hecho.
—¿Es un proyecto de libro? ¿Lo leeremos pronto?
—Está ya con cierto número de cuentos, en vísperas de entrar a trabajo editorial, que me pone muy contenta. Había algunas escenas y algunas historias que estaban rondando y que requerían otro tratamiento distinto que no era el de la poesía. Y darme cuenta de que podría aprender, de que no todo va a salir, me puso muy contenta. ¡Hay cosas que te las explican, las practicás y las aprendés!
—Sí, está buenísimo darse el espacio de siempre estar aprendiendo. A mí me parece muy vital asumir un desconocimiento de las cosas porque, si no, es una responsabilidad muy grande.
—Claro, es que, si no, no podés hablar. Si no te podés equivocar, si no podés no saber, entonces te quedás muda. Entonces sí, para mí es muy vital, incluso lo incómodo que es el contacto con otros. Necesitamos algo de esa incomodidad. Es la diferencia entre quedar repitiéndonos y que algo tenga el valor de entrar, desarmar y patear algo, y llevarnos para otro lado que no teníamos pensado ir.
—A veces visitás la crónica, ¿cuáles son los problemas sobre los que te interesa pensar en ese formato?
—Tengo una dificultad con eso y es que me asusta el tema de «el tema». El Amador Fernández Savater dice algo que me gusta mucho y es que lo político no está en el contenido o en las ideas o en el tema, sino que está en la forma en la que uno trata eso. Yo ando alrededor de temas muy variados: traumas, sensibilidad, odio, amor. A veces encuentro la forma porque me interesa extraer la politicidad de lo que tenga por decir. Trato de hacer un hibridaje, una mezcolanza. Siento que en las discusiones se están armando cuestiones mayoritarias y hay que bajarle sentido, ¿no? Me preocupo bastante respecto a lo que fue una vitalidad fuerte en el movimiento feminista, que se ha ido vaciando de vitalidad y que han quedado estructuras funcionando, temas, agendas, pero hay algo de la vitalidad que se fue, que anda por otra parte, probablemente sin encontrar un nombre. Se vació esa inquietud por preguntarlo todo, por interrogarlo todo, por no suponer nada. Cuando eso, aparte de ser potencia, empieza a generar una disputa de poder en ciertos lugares, es muy difícil tocarlo porque, ¿cómo vas a cuestionar a las feministas? ¿Cómo vas a cuestionar a los progresistas? A mí ese tipo de problemas me interesa mucho.
—De toda esta vitalidad quedó una cáscara, que no sé cuándo la vamos a sacar un poco del medio, que es el juicio, la cancelación, una dificultad de poder problematizar para seguir errando mientras se piensa. Y asumir ese abismo desde la escritura es complejo, porque lo escrito queda ahí.
—Entrando en el tema de las cancelaciones, del abuso, a veces en pos de la visibilidad de algo que evidentemente está en el plano de lo desigualado, de la injusticia, retrocedemos de poder pensar los conflictos y las relaciones humanas. Freud decía que el genuino motor del aparato psíquico es el conflicto, que es lo que lleva a que algo tenga que complejizarse, que transformarse, que enriquecerse. Imaginate si todos nosotros buscamos no estar en conflicto con algo. Bueno, no, mejor soltemos este porque no fluye, toda esta narrativa del buen encuentro, de los tips, de los checklist para llegar a una relación. Es algo que nos está estallando en la cara porque son todas fórmulas, ¿y qué hacés con eso? Si todo lo que puedo hacer es repudiar, ¿cómo estoy, cómo vivo en medio de eso? Hay que asumir que el conflicto va a ser lo dado de inicio y no una perturbación indeseable porque somos todos tan piolas y tan buenos.
—Hablando de esto de pensarse y de los debates, vos armabas un ciclo de cine, ¿no?
—Tanto el ciclo de cine como un programa de radio que hicimos un año y medio en el España Córdoba, fue muy en relación al grupo de estudio Emosido Engañado, donde no estamos en tanto especialistas, sino que estamos curioseando cosas. Y vos decís, ¿programar un ciclo de cine y no saber nada de cine…? Pero había cosas que queríamos charlar a través de lo que nos pasaba con una película. Entonces, desde el 2012 hasta antes de la pandemia, teníamos todo el año una proyección por mes en L’ecole, que era un bar de amigos. Y yo en ese momento circulaba viendo mucho cine, yendo al Festival de Cine en Mar del Plata, y entonces venía de allá con un montón de ideas. Obviamente no conseguía las películas que proyectaban ahí, pero por ahí algún tráfico lográbamos. A veces nos preguntan si lo vamos a seguir haciendo, pero las cosas pasan en un concierto de encuentros y muchas de esas cosas siguen pasando de otra forma, por ahí no tienen ya el formato de ciclo de cine o de un programa de radio que nos encantaba y que fueron derivando en otras cosas. A veces es eso, son potencias insólitas que se traman ahí, que tienen un montón de efectos sobre los que lo hacen, sobre la gente, y después pasan otras cosas. Me parece que hay que confiar en eso, en cómo se va armando. Ahí me parece que hay algo que es del orden de la atención flotante, que no es hacer foco, sino ir captando signos, detalles. Ese es el tipo de atención que me parece que nos interesa en el grupo. De pronto, estamos leyendo a una etóloga que habla de cómo se comunican los pulpos o del amor, y todo nos interesa.
—La curiosidad de la infancia sigue.
—Cuando uno está muy en la certeza, es pesadísimo, porque es como decir ya sé lo que va a pasar, nada nuevo va a venir, esto empieza así, pero termina asá. Pensar que ya sabemos todo es tremendo.
*Por Vir del Mar para La tinta / Imagen de portada: Ana Medero para La tinta.