Kosovo: ¿autonomía, independencia o reintegración?

Kosovo: ¿autonomía, independencia o reintegración?
28 junio, 2023 por Tercer Mundo

Las elecciones municipales del 24 de abril pasado han provocado una situación de bloqueo institucional y violencia interétnica en el norte del territorio kosovar.

Por Jayro Sánchez para La tinta

En las últimas semanas, las primeras páginas de los principales medios de comunicación “occidentales” se han llenado de interrogantes sobre el desarrollo de la contraofensiva que las tropas del presidente Volodímir Zelenski lanzaron sobre el territorio ucraniano aún ocupado por las fuerzas militares rusas. Parece que el ataque no va tan bien como se esperaba.

Pero, mientras tanto, un segundo fuego comienza a arder en Europa. O, quizás, lo que ocurre es que el incendio causado por el desmembramiento de la antigua Yugoslavia nunca ha terminado de apagarse porque, desde hace casi dos meses, las distintas etnias que habitan la autoproclamada República de Kosovo vuelven a vivir una tensa situación de enfrentamiento.

El 24 de abril pasado, se celebraron elecciones municipales en sus territorios. Las regiones septentrionales registraron una baja participación: solo el 3,5% de sus habitantes votaron. Esto se debe a que la población serbokosovar, más numerosa en esa zona que la de origen albano, no intervino en los comicios por recomendación del partido político Lista Serbia.

A pesar de ello, el primer ministro de Kosovo, Albin Kurti, consideró que los candidatos albanos que resultaron ganadores en los municipios de Zvecan, Zubin-Potok, Mitrovica norte y Leposavic, de mayoría étnica serbia, contaban con el suficiente apoyo popular para liderar sus instituciones. “Estos son alcaldes técnicos que son necesarios para el buen funcionamiento de los municipios. Reconozco que su legitimidad política es baja. Sin embargo, la de otros es nula”, expresó en una velada referencia dirigida a los políticos serbokosovares que no se habían presentado a las elecciones.

Un pulso callejero

La decisión del gobierno de Pristina ha provocado una rápida movilización de la población kosovar con orígenes serbios. Los nuevos ediles no han podido tomar posesión de sus cargos en los ayuntamientos de las localidades citadas con anterioridad, ya que los serbokosovares han rodeado estos edificios y no les dejan entrar.

Las manifestaciones convocadas en protesta por las disposiciones que han tomado Kurti y sus ministros han derivado en choques entre los civiles serbios, los cuerpos de seguridad fieles al Ejecutivo de Kosovo y el destacamento militar multinacional enviado por la OTAN en 1999 para mantener la paz en la zona, la denominada Fuerza Internacional de Seguridad para Kosovo (KFOR).


Las noticias sobre estas batallas campales y las personas que han resultado heridas en ellas han incitado a la comunidad internacional a criticar con dureza tanto a los funcionarios de Pristina como a sus vecinos de Belgrado, los últimos de los cuales han puesto a su Ejército en el máximo nivel de alerta y han retenido a tres policías “pro-albanos”, acusándoles de querer ejecutar un acto terrorista en Serbia.


La Unión Europea (UE) y Estados Unidos culpan al Ejecutivo de Kurti de querer gobernar en el norte de Kosovo sin tener la legitimidad necesaria para hacerlo y le instan a que repita las elecciones. Por otra parte, denuncian al presidente de la República de Serbia, Aleksandar Vucic, y al Gabinete liderado por Ana Brnabić por fomentar la desestabilización entre sus vecinos a través de sus aliados de Lista Serbia.

Tensión internacional

El presidente kosovar ya ha adelantado que no está dispuesto a celebrar unos nuevos comicios hasta que cese “la violencia de las turbas patrocinadas por Belgrado contra los agentes de seguridad”. Mientras tanto, Pristina ha respondido a la detención de sus tres policías prohibiendo la entrada de los camiones con matrícula serbia en Kosovo.

La OTAN ha enviado otros 700 soldados al territorio, por lo que parece posible un aumento de la violencia entre los kosovares “pro-serbios” y “pro-albanos”. El odio que se guardan ambas facciones se remonta en el tiempo hasta la Edad Media.

La primera Serbia

El pueblo serbio desciende de una de las muchas ramas de la etnia eslava. Esta tuvo su origen en la Lusacia alemana y emigró a los Balcanes en tiempos del Imperio Bizantino (395-1453 d. C.) para ayudar a Constantinopla a derrotar a los ávaros, unos nómadas euroasiáticos establecidos en la Panonia romana.

El emperador Heraclio I autorizó su establecimiento en Macedonia, desde donde se trasladó hacia el norte. Allí, se unió a otras tribus con la que conformó el Estado medieval de Rascia, en el año 845 d. C. Dos décadas después, los sacerdotes enviados a la zona por el líder bizantino Basilio I convirtieron a sus integrantes al cristianismo ortodoxo.

En el siglo XI, el caudillo Stefan Numanja anexionó a Rascia los principados de Zeta y Doclea, así como otros territorios adyacentes, configurando el reino de Serbia. Este, a su vez, se convirtió en uno de los imperios más poderosos de la Europa de la época, hasta que los otomanos derrotaron a sus ejércitos en las batallas de Maritsa (1371) y Kosovo (1389).

El juego de poder balcánico

Como buena parte de los Balcanes, Serbia permaneció bajo el poder de los sultanes osmanlíes hasta finales del siglo XIX. Su identidad religiosa ortodoxa chocaba con las creencias católicas de los súbditos del Imperio Austrohúngaro (1867-1918) y las de los musulmanes protegidos por el Imperio Otomano (1299-1922).

La península balcánica se convirtió en un polvorín multicultural carcomido por los choques entre distintas etnias (eslava, helena, albana…), religiones (católica, ortodoxa e islámica) y nacionalismos (serbio, bosnio, croata, montenegrino, macedonio, albano…) durante un periodo temporal comprendido entre el estallido de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la creación de la República Federativa Socialista de Yugoslavia (1945-1992).

La fundación de este Estado representaba el intento de agrupar a los diferentes colectivos balcánicos y de reordenar sus distintos intereses a través de un cierto criterio de igualdad y bajo el marco de una fórmula económica de carácter socialista. La entidad federal yugoslava estaba compuesta por seis repúblicas menores: Bosnia y Herzegovina, Croacia, Eslovenia, Macedonia, Montenegro y Serbia.

Su arquitecto fue Josip Broz Tito, un croata de madre eslovena que lideró a los partisanos comunistas balcánicos en la contienda contra los invasores alemanes durante la Segunda Guerra Mundial (1939-1945).

El “Mariscal” Tito fue el presidente de la República Federativa Socialista yugoslava desde su nacimiento hasta 1980, año en el que falleció. El conocimiento sobre su figura es indispensable si se quiere entender la región, pues supo mantener apaciguadas las tensiones nacionales, étnicas y religiosas de sus conciudadanos dada su propia identidad multinacional.

Yugoslavia: la fallida nación multiétnica

Entre los últimos años de la década de 1980 y los primeros de la de 1990, el régimen yugoslavo entró en decadencia. La falta de líderes con el carisma y la perspicacia de Tito, el malestar económico, la creciente hostilidad de Occidente hacia el país, la implosión de la Unión Soviética (URSS) y el auge de los nacionalismos radicales por toda Europa Oriental acabaron de quebrar la estabilidad y el orden conseguidos en los Balcanes.

Tras la muerte del Mariscal, las seis ramas de la Liga de los Comunistas de Yugoslavia, que estaban adscritas a cada una de las repúblicas que constituían la federación, obtuvieron un mayor grado de autonomía política. De todas ellas, la de Serbia fue la que adquirió más poder e influencia sobre las instituciones federales.


Dentro del partido dirigente serbio, destacaban los nombres de dos cuadros: Ivan Stambolic y Slobodan Milosevic. Ambos eran amigos desde que estudiaron Derecho en la Universidad de Belgrado y el último pronto se convirtió en el pupilo del primero.


Cuando Stambolic se convirtió en el presidente de la República serbia, Milosevic alcanzó la presidencia del Comité Municipal de su misma capital. Uno a uno, fue ocupando los cargos que su protector dejaba vacantes hasta el 24 de abril de 1987.

Kosovo: el núcleo identitario

Para entender lo que ocurrió ese día, antes es necesario mencionar varios acontecimientos importantes de la historia de Kosovo. En el siglo XIV, los habitantes de este territorio fueron testigos de la gran debacle de los generales aristócratas serbios frente a los punteros contingentes militares del Imperio Otomano. De manera previa, los turcos habían invadido Albania y derrotado a los jefes de los clanes locales en la batalla de Savra (1385).

Tras estas conquistas, las nuevas autoridades obligaron a convertirse al islam a todos los kosovares y albanos que quisieron seguir viviendo en sus tierras. Además, ejecutaron una política de feroz represión contra los cristianos ortodoxos. Los albanos se adaptaron con rapidez a la política religiosa otomana y su número y capacidad de influencia aumentaron no solo en la propia Albania, sino también en el vecino Kosovo.

Los serbios fueron el grupo de población mayoritario en esta última zona hasta el siglo XIX, cuando los albanos les superaron en términos cuantitativos. La liberación del territorio se produjo pocos años después, durante la primera guerra de los Balcanes (1912-1913).

Sin embargo, aunque los albaneses lograron la independencia y quisieron anexionarse la región kosovar para llevar a cabo su proyecto político-étnico de unificación de la “Gran Albania”, Kosovo fue repartido entre Serbia y Montenegro. La decisión provocó un conflicto entre los tres países que se prolongaría en el tiempo hasta llegar a nuestros días.

La minoría serbokosovar

En 1987, Milosevic, siendo ya presidente de la Liga de los Comunistas Serbios, realizó un viaje relámpago a Kosovo. Durante el mandato de Tito, el territorio había pasado a ser una provincia autónoma dentro de la federación, porque los habitantes de origen albano no dejaban de acrecentar su poder en él.

Estos se aprovechaban de su preeminencia para abusar de la comunidad serbokosovar, de la que Milosevic se erigió como un defensor indiscutible. El 24 de abril, se dejó rodear de una muchedumbre que pedía a Belgrado que la protegiera de los desmanes y humillaciones que la mayoría albanesa intentaba imponerle.

Y, en vez de cumplir con la tarea de apaciguamiento que Stambolic le había asignado, el líder del partido dirigente serbio decidió insuflar la retórica nacionalista y belicista de su pueblo contra los albanos. Esta acción le granjeó numerosos apoyos, por lo que pudo aislar y derrocar a su antiguo protector, así como a los líderes “pro-albaneses” de las instituciones provinciales kosovares unos meses más tarde.

Uno de los momentos culminantes de su carrera se produjo el 28 de junio de 1989, cuando reunió a más de un millón de serbios en la llanura donde se produjo la batalla de Kosovo, para conmemorar su sexto centenario y reivindicar que la zona era la cuna histórica de Serbia.

El estallido

A principios de 1990, estaba claro que el modelo federal yugoslavo iba a derrumbarse bajo su propio peso. Los eslovenos y los croatas preparaban sus procesos de secesión sin ningún disimulo. Sus anhelos independentistas se fundamentaban en la creencia de que, al haber permanecido durante tanto tiempo bajo la órbita del Imperio Austrohúngaro, eran las naciones menos atrasadas y más europeístas de los Balcanes.

Serbia, por su parte, se mostraba como una potencia regional con reivindicaciones nacionalistas, étnicas y religiosas, basadas en su propia historia política, el eslavismo y el cristianismo ortodoxo. Buena parte de la población montenegrina compartía estas raíces con sus vecinos orientales, por lo que se aliaron con ellos para configurar la “Gran Serbia” a la que debía dar paso la desintegración de Yugoslavia.

El último primer ministro de la República Federativa, el bosniocroata Ante Markovic, intentó mantener al país unido mientras tomaba medidas económicas reformistas parecidas a las promulgadas una década antes en China.

Contando con el apoyo de los nuevos gobiernos democráticos de Bosnia y Macedonia, quiso ganarse la lealtad del Ejército federal antes de que los Balcanes dinamitaran, pero la oficialidad se decantó por Milosevic y sus ultranacionalistas del nuevo Partido Socialista de Serbia (SPS). Estos sabían que serían los más afectados por el proceso de descomposición, así que planeaban obtener numerosas ganancias territoriales a modo de compensación.

Eslovenia, Croacia y Bosnia

Los primeros compases de las cruentas guerras yugoslavas (1991-2001) se dieron en Eslovenia, que rechazó los indecisos ataques del Ejército federal sobre sus tierras y se ganó una gran simpatía internacional en Occidente, presentándose como víctima del nacionalismo serbio.

A Milosevic no le importó demasiado su declaración de independencia, pues era consciente de que el país no contaba con una minoría que le pudiera apoyar en un eventual proyecto de ocupación. Solo mandó tropas para mantener las apariencias, porque sus verdaderas preocupaciones se centraban en Croacia y Bosnia.


En la primera, los herederos filofascistas de los ustachas, que habían colaborado con los alemanes y los italianos durante la Segunda Guerra Mundial, se agruparon en torno a la Unión Democrática Croata y su líder, Franjo Tudman. Serbia y Montenegro aprovecharon las terribles masacres perpetradas por la Ustacha de Ante Pavelic contra la minoría serbocroata para incitar a sus descendientes a crear un régimen separatista conocido como la República de Krajina.


En Bosnia, donde la mayoría de la población era musulmana, ocurrió algo parecido con la República serbobosnia de Srpska. En este escenario del conflicto fue donde ocurrieron algunos de los horrores más conocidos de las guerras, como la masacre propiciada por los serbios contra la población musulmana en el enclave de Srebrenica, el sitio de Sarajevo o la brutal batalla de Mostar, librada por unos circunstanciales aliados bosnios y croatas contra el Ejército yugoslavo en 1992.

Una paz mal alcanzada

Tres años más tarde, tras un lustro en el que los Balcanes se habían visto envueltos en una espiral de genocidios, crímenes de guerra y desplazamientos forzados de enormes masas de población, las partes en liza consiguieron pactar un frágil “armisticio”, mediante los Acuerdos de Dayton (1995).

Sin motivos lógicos, la comunidad internacional reconfigurada tras el fin de la Guerra Fría (1947-1989) y la caída de la Unión Soviética (1991) decidió culpar a la nueva República Federal de Yugoslavia, integrada por Serbia y Montenegro, de todos los daños causados por la explosión del antiguo régimen.

Esta, a su vez, todavía debía ocuparse de una cuestión pendiente: los nacionalistas albaneses en Kosovo. Durante los años en los que se habían producido los enfrentamientos en Eslovenia, Croacia y Bosnia, la oposición albanokosovar había ganado fuerza a través de un movimiento de resistencia pasivo cuyo principal exponente político fue la Liga Democrática de Kosovo, presidida por el crítico literario Ibrahim Rugova.

A pesar de todo, los sueños que sus representantes pudieran tener se diluyeron con rapidez tras el anuncio del pacto al que se había llegado en Dayton, que seguía dejando la región bajo el control de la República de Serbia. Esto hizo que los sectores más radicales del movimiento “pro-albano” se impacientaran y fundaran el Ejército de Liberación de Kosovo (ELK), en 1996.

Terrorismo y contraterrorismo

Los milicianos del ELK se dedicaron a asesinar a policías y granjeros serbios, a los que categorizaban de “colonos”. El colapso del gobierno poscomunista albanés, en 1997, les permitió sustraer armamento de los cuarteles y arsenales militares abandonados en el país vecino.

A raíz de ello, el número y la efectividad de sus operaciones aumentaron con celeridad entre 1997 y 1998. El aparato represivo serbio, conformado por una mezcla de efectivos policiales, paramilitares y castrenses, golpeó con dureza al ELK mediante la ejecución de una ofensiva comprendida entre marzo de 1998 y febrero de 1999. Aun así, no fue capaz de doblegar por completo a los guerrilleros albanos.

El imaginario “occidental” sobre las guerras yugoslavas, que responsabilizaba a Serbia por todo lo ocurrido en los Balcanes durante la década de 1990, impulsó a la OTAN, liderada por Estados Unidos y algunos países de la UE, a bombardear la nueva República yugoslava y a apoyar la estrategia terrorista del ELK sin ningún tipo de justificación legal.

Después de aguantar sanciones económicas y bombardeos indiscriminados durante tres meses, Milosevic observó que el apoyo popular hacia su intervención en territorio kosovar disminuía de forma considerable. De este modo, acabó retirando a sus fuerzas y negociando con los albanos y sus aliados en la ciudad macedonia de Kumanovo, donde se alcanzó un delicado acuerdo de paz en junio de 1999.

Acuerdos frágiles

Los líderes de la OTAN habían acordado con sus enemigos que Kosovo seguiría formando parte de Yugoslavia, pero Estados Unidos y las principales potencias europeas fueron las primeras en reconocer la antigua provincia autónoma como un Estado independiente. Además, se mostraron indiferentes ante las matanzas cometidas por el ELK contra la minoría serbokosovar cuando las tropas yugoslavas se retiraron y la dejaron sin protección.

Milosevic fue derrotado en las elecciones presidenciales celebradas en septiembre del año 2000. Un año más tarde, el Tribunal Penal Internacional para la antigua Yugoslavia solicitó la detención del expresidente a las nuevas autoridades de la República, que la aceptaron con reticencias.

Fue trasladado a las dependencias judiciales de la ciudad holandesa de La Haya para ser acusado con la debida formalidad de cometer crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio. Falleció en su celda en marzo de 2006 sin ser sentenciado.

En 2008, la República Federal de Yugoslavia se escindió en las Repúblicas de Serbia y Montenegro. Ese mismo año, el Parlamento de Kosovo formalizó la declaración de independencia del país, que Belgrado sigue sin reconocer. No obstante, los dos litigantes por la soberanía de Kosovo firmaron el Acuerdo de Bruselas (2013) para normalizar sus relaciones.

El cumplimiento de este pacto supondría, entre otras cuestiones, la disolución de las instituciones gubernamentales serbias en Kosovo y la creación de un órgano autónomo conocido como Comunidad de Municipios Serbios, que otorgaría poderes ejecutivos y jurídicos especiales a las localidades kosovares de mayoría poblacional serbia.

*Por Jayro Sánchez para La tinta / Foto de portada: A/D.

Palabras claves: crisis, Kosovo, Serbia

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