Trabajadoras de casas particulares: «El último orejón del tarro»
Las trabajadoras del sector se organizan para seguir ampliando derechos y mejorar su salario, uno de los más bajos del empleo registrado. Ana Altamirano, Secretaria General del Sindicato de Personal de Casas de Familia (SinPeCaF), nos cuenta sus demandas y las problemáticas que atraviesan.
Por Anabella Antonelli y Nadya Scherbovsky para La tinta
“Nuestro trabajo es poco reconocido, poco valorado, poco visibilizado. Esto tiene que ver con una cuestión histórica: las tareas de cuidado están invisibilizadas o son romantizadas, tomadas como una cuestión de amor; por eso, es difícil ver su valor”, cuenta Ana Altamirano, Secretaria General en el Sindicato de Personal de Casas de Familia (SinPeCaF), en conversación con La tinta.
Recientemente, el Ministerio de Trabajo de la Nación y la Comisión Nacional de Trabajo en Casas Particulares acordaron un incremento salarial del 27%, de manera escalonada en tres tramos: el 14% en abril, el 7% en mayo y el 6% en junio. Los aumentos no serán acumulativos, realizándose sobre la base de marzo. De esta forma, la categoría más baja del escalafón se encuentra por debajo del Salario Mínimo Vital y Móvil.
Ana Altamirano asumió el cargo este año, aunque participa desde hace casi diez años. Comenzó en el sector heredando el trabajo de su mamá: “Por salud, tuvo que dejar su trabajo y no había sido registrada, entonces, no podía acceder a la jubilación. Se me ocurrió reemplazarla y que ella pueda administrar ese sueldo para los gastos de su enfermedad”.
Cuando su madre pudo jubilarse, Ana decidió seguir trabajando como cuidadora en casa de familia. Se formó y se acercó al sindicato en 2014, un año después de sancionada la Ley n.° 26.844, que establece el régimen de Contrato de Trabajo para el Personal de Casas Particulares. Un grupo de mujeres la recibieron y le informaron sus derechos. Desde ese día, es parte del gremio, ubicado en Sucre 466. “Hacía horario cortado, entonces, de 13 a 16:30 horas, iba a colaborar al sindicato porque me daba no sé qué que esas mujeres, la mayoría adultas mayores, estuvieran luchando, defendiendo nuestros derechos y yo no pudiera aportar”. Hasta ahora, junto con otras compañeras, sostienen ad honorem el gremio con “mucho cuerpo, mucha energía, mucho amor por la lucha y por lograr mejores salarios, más derechos para nuestras compañeras y para nosotras mismas”.
—Hace unos días, se conoció la nueva escala salarial, ¿cómo evalúan la paritaria de las trabajadoras de casas particulares?
—La cuestión paritaria para nosotras es compleja al momento de discutir un aumento de sueldo, porque no es lo mismo como con una empresa o una fábrica que produce y genera réditos. Muchas trabajamos para trabajadores, entonces, es difícil al momento paritario poder dar una discusión proponiendo un muy buen aumento de sueldo, que mejoraría muchísimo nuestra calidad de vida, porque muchos de nuestros empleadores son jubilados, docentes, enfermeros, comerciantes. A su vez, hay gran cantidad de despidos, es difícil sostener el empleo. Ahora, ha aparecido esta figura que se daba muy poco antes, que es la de reducción horaria. Quienes trabajaban ocho horas, por una cuestión económica de sus empleadores o empleadoras, redujeron a seis o a cuatro horas, entonces, se está perdiendo el recurso económico de esas compañeras y tienen que buscar otros empleos y trabajar en jornada parcial para lograr un salario digno a final de mes.
En relación al Estado, se propuso el programa Registradas, un acompañamiento al sector empleador para que registre a las trabajadoras, subsidiando hasta un 50% de su salario, dependiendo del sueldo que perciba ese empleador. Además, aunque estén registradas, pueden percibir el beneficio de la Asignación Universal por Hijo, la Asignación por Embarazo y es totalmente compatible con todos los programas, salvo con la pensión de madre de siete hijos, las no contributivas o las pensiones por discapacidad.
—¿Qué otras dificultades y problemáticas tienen como sector?
—La falta de registro. Es muy difícil que las empleadoras registren, que se reconozca el trabajo en casas de familia como trabajo. Muchas veces, para ahorrarse ese gasto, pagan por encima de la hora básica, pero sin registrar. El daño colateral es que no tenés contribuciones, no te vas a poder jubilar, excepto que compres un paquete de contribuciones más adelante. Tampoco tenés obra social, lo que complica un poco el acceso a la salud.
Otra cuestión es la brecha digital, muchas trabajadoras no tienen o no manejan el correo electrónico, las redes sociales o no saben usar el WhatsApp, que puede ser un nexo de contacto para informarse y, aún en 2023, tenemos muchas compañeras que no están alfabetizadas. Además, muchas son migrantes y a veces les es más difícil. En muchos casos, llegan a Córdoba sin familiares ni nadie con quien contar y entran a trabajar sin retiro, lo que antes se decía cama adentro, y al no tener dónde ir el fin de semana, se tienen que quedar en el lugar donde trabajan. Eso implica que terminan trabajando el fin de semana, que sería su día de descanso, y, en algunos casos, el empleador entiende que, porque te da techo el fin de semana, no tendría que pagar esos días de trabajo.
Algo muy importante es informar para no dejarse engañar con el monotributo, que atrasa y precariza nuestro trabajo. De pronto, aparecen cámaras de cuidado gerontológicos, cámaras de cuidado de las infancias que buscan que las cuidadoras se cooperativicen o trabajen bajo la figura del monotributo, pero los cuidados en casa de familia ya tienen una reglamentación que es la Ley 26.844, que nos da muchísimos derechos y dice que tenemos que trabajar en relación de dependencia.
—¿La escasez de registro debilita mucho al órgano gremial?
—Por supuesto. Acá tenemos cuota sindical voluntaria y, a diferencia de otros gremios, no tenemos descuento por planilla o por recibo de sueldo, las compañeras van al sindicato y ellas se afilian, y, cuando pasan, pagan la cuota. Obviamente que es difícil sostener la institución, las que estamos ahí donamos nuestro tiempo, todas trabajamos en el sector y hemos designado días para trabajar y días para brindar el asesoramiento sobre los derechos a nuestras compañeras y compañeros. También hacemos otras cosas: en el gremio, funciona una escuela de nivel primario y una de nivel secundario, con tutores y de manera modular. Tenemos cursos de capacitación; en unos días, quizás, tenemos la formación en cocina saludable, el curso de confección de prendas y estamos intentando instalar el de mucamería y el de alfabetización informática.
—Siendo un sector fuertemente feminizado, ¿cuáles son las demandas específicas en relación a las identidades feminizadas y disidentes que representa el gremio?
—Tratamos de hacer acciones para erradicar la violencia en los espacios de trabajo. Entendemos que la no registración podría ser también un acto violento. Tratamos de acompañar toda la lucha que se pueda desde la institución para que no sucedan más feminicidios y evitar cualquier tipo de violencia hacia las mujeres y disidencias. Es momento de mirarnos todos, todas, todes y entender que el simple hecho de ser personas nos da derecho y nos tiene que ayudar para acompañarnos en las diferentes luchas, entonces, nosotros también abrazamos la diversidad y les acompañamos. Muches también trabajan en cuidado y quizás para elles también es un poco más difícil que para nosotras en cuanto al trato, al respeto y al salario.
“Es complicado estar en un lugar como el gremio cuando es difícil conseguir el recurso económico para pagar el alquiler, para vestir a tus hijes, para mandarlos al cole, para la medicación. Por ahí, es difícil designar unas horas de tu día para no producir”, cuenta Ana y concluye: “Nosotros elegimos este camino, estoy muy orgullosa del equipo que formamos y esperamos que más compañeras y compañeros se sumen a acompañarnos en este transitar y en esta búsqueda de más reconocimiento y visibilización”.
*Por Anabella Antonelli y Nadya Scherbovsky para La tinta / Imagen de portada: La tinta.