¿Qué significa la libertad para los libertarios?
“La libertad para los libertarios es la libertad de lobos y ovejas en un mismo corral, en la que el lobo tiene la libertad de comerse a la oveja y la oveja la libertad de vender sus propios órganos para subsistir, aunque ni siquiera tenga libertad para decidir sobre su cuerpo o casarse con quien le venga en ganas”, reflexiona en esta nota el abogado y docente, Lucas Crisafulli. Una breve historización para revisar cómo la dictadura del mercado somete a la población -e, incluso, a los propios Estados- al capricho de un puñado de personas y su relación con los gobiernos de facto en Latinoamérica.
Por Lucas Crisafulli para La tinta
Friedrich von Hayek, padre del neoliberalismo, sostiene en su best seller Camino de Servidumbre, de 1944, que toda forma de economía planificada o de intervención del Estado en los mercados lleva indefectiblemente al totalitarismo. Es decir, cualquier medida que los Estados tomen para modificar el rumbo de los mercados (desde subsidios a empresas para evitar que quiebren hasta hospitales públicos) es el camino a la servidumbre. En palabras del propio Hayek: “Esto no sólo es el camino hacia el totalitarismo, sino también el camino hacia la destrucción de nuestra civilización y, ciertamente, la mejor manera de bloquear el progreso”.
Sin embargo, ese amor a la libertad que Hayek decía profesar en el libro adquiría otros sentidos cuando apoyaba a gobiernos en América Latina. Cuando el diario chileno El Mercurio le preguntó sobre los supuestos logros de las reformas neoliberales encaradas por el dictador Augusto Pinochet, Hayek admitió estar dispuesto a sacrificar por un tiempo indefinido la democracia a cambio de la libertad de los mercados. Es decir, la desaparición forzada de personas y la existencia de campos de concentración y exterminio no eran obstáculo alguno para obtener la libertad que nos alejara de los totalitarismos. En esa misma entrevista, espetó: “Mi preferencia personal se inclina a una dictadura liberal y no a un gobierno democrático donde todo liberalismo esté ausente”.
En América Latina, la primera ola del neoliberalismo fue aplicada por dictaduras militares utilizando el aniquilamiento y exterminio de grupos políticos como medio para la implementación de las medidas económicas de menos Estado social, apertura a las importaciones y flexibilización laboral. Es decir, las ideas de supuesta libertad económica fueron implementadas mediante un genocidio planificado.
Podríamos mencionar otros casos de vinculación entre sangrientas dictaduras y neoliberales, como el caso de Manuel Ayau, el político y empresario guatemalteco, discípulo de Friedrich von Hayek y fundador de la Universidad Francisco Marroquín en 1971. Al mismo tiempo, Ayau fue diputado del Movimiento Nacional de Liberación, partido de extrema derecha que apoyaba al militar Carlos Arana Osorio, presidente de Guatemala que impuso el estado de sitio por el cual se sucedieron secuestros, torturas, desapariciones forzadas y ejecuciones extrajudiciales de opositores.
La relación entre neoliberalismo (ahora autodenominados libertarios) y dictaduras es bastante más extensa y digna de todo un libro. Baste nomás mencionar estos casos a título de ejemplo para entender los sentidos que se abren cada vez que un neoliberal menciona la palabra libertad. Cuando una persona no puede llevar adelante sus cuatro comidas diarias, no tiene ninguna posibilidad de elegir. Ahí no hay libertad. Tampoco hay elección ni libertad en los centros clandestinos de detención que las dictaduras de la seguridad nacional abrieron en América Latina durante los años 70 y buena parte de los 80 para implementar las ideas neoliberales.
Cuando los libertarios hablan de libertad, se refieren a la posibilidad de acumulación infinita de recursos económicos y poder en mano de un puñado de personas. Por eso, cualquier intento de los Estados de regular esa libertad es vista por neoliberales como el camino a la servidumbre o al comunismo, se trate de cuarentena para salvar vidas o de un pequeño impuesto a las grandes fortunas.
No es casual que los libertarios sean profundamente antiliberales. Están en contra del matrimonio igualitario y del aborto, y a favor de la pena de muerte, de penalizar a los meros tenedores de estupefacientes y de la hiperutilización del poder punitivo como forma de gestionar delitos menores cometidos por pobres. También defienden la venta de órganos humanos en el mercado, como si las partes del cuerpo fueran bananas o autopartes.
La libertad para los libertarios es la libertad de lobos y ovejas en un mismo corral, en la que el lobo tiene la libertad de comerse a la oveja y la oveja la libertad de vender sus propios órganos para subsistir, aunque ni siquiera tenga libertad para decidir sobre su cuerpo o casarse con quien le venga en ganas.
Paradójicamente –o no tanto–, la supuesta libertad pregonada por neoliberales termina construyendo una dictadura del mercado que somete a la población e, incluso, a los propios Estados al capricho de un puñado de personas.
*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Imagen de portada: Marcos Brindicci – Reuters.