La primavera del pueblo kurdo
Por David Melro, desde Rojava, para La tinta
En el equinoccio de primavera, los pueblos del Zagros celebran una tradición milenaria, que tiene su origen en la antigua religión del zoroastrismo. El Newroz es celebrado por diferentes pueblos, pero, en particular, por los pueblos persa y kurdo. Aquí, en Kurdistán, la palabra Newroz significa “nuevo día” y marca la transición a un nuevo ciclo, un nuevo año. Y debido a la larga historia de masacres, genocidio y sufrimiento, esta tradición ha adquirido un significado de resistencia y afirmación de la cultura propia del pueblo kurdo.
El origen de la milenaria leyenda cuenta que, hace mucho tiempo, en el territorio de los montes Zagros, un rey llamado Duhok gobernaba cruelmente, aterrorizando y oprimiendo a los pueblos de la región. Este rey tenía dos serpientes en sus hombros, que le daban poder a cambio de que les entregara el cerebro de jóvenes como alimento. Un día, la hija del herrero Kawa fue elegida para ser sacrificada. Kawa pasó toda la noche en su fragua pensando en cómo podría salvar a su hija. Al día siguiente, fue al castillo y entregó al rey una cesta con un cerebro de una oveja. De este modo, salvó a su hija. Inspirados por la idea de Kawa, el resto de la comunidad imitó la hazaña.
Los niños y las niñas, sin embargo, tuvieron que irse a vivir a las montañas, donde nadie pudiera alcanzarlos. En las montañas, aprendieron a subsistir a través de una vida comunitaria. Fueron estos niños y niñas los que más tarde crearon, junto con Kawa y la gente de la región, un ejército que puso fin al reinado de Duhok. Cuando el tirano murió, Kawa subió a la cima de una montaña y encendió una gran hoguera para anunciar la muerte del rey. De pronto, se encendieron las hogueras por todo el territorio para difundir el mensaje. Así, el pueblo de Kawa consiguió salvar a sus hijos e hijas.
Esta leyenda tiene un gran significado en la identidad kurda, que se ha construido a lo largo de los siglos sobre la base de una lucha por la propia existencia contra la asimilación y el genocidio, pero también por la resistencia que demostró el pueblo. Esta tradición ha sido fuertemente perseguida y reprimida por los Estados que ocupan el territorio kurdo (Turquía, Siria, Irak e Irán). En Bakûr (Kurdistán ocupado por el Estado turco), las fiestas siempre fueron violentamente reprimidas e ilegalizadas. El día del equinoccio, el encendido de una simple hoguera como celebración era justificación suficiente para la represión violenta.
Con la formación del Movimiento de Liberación de Kurdistán en la década de 1970, celebrar el Newroz se convirtió en una acción de rebelión contra el colonialismo y de reafirmación de la propia identidad, así como en el nacimiento del propio movimiento. Durante varias décadas y hasta nuestros días, se han sucedido las revueltas y los enfrentamientos con el Estado. Hoy en día, en el Newroz, es costumbre en la sociedad kurda hacer regalos a las madres. Esta tradición nació de la violencia que han sufrido las familias kurdas y del sufrimiento que padecieron las yadês (madres) con la muerte o desaparición de sus hijos a manos del Estado.
El Newroz es una celebración de la resistencia y también un día de unidad, de comunidad. En esas horas, se encienden hogueras en los campos, en las montañas, en medio de las calles, en los patios traseros de las familias. En ese día, las aldeas, los pueblos y las ciudades salen al campo y, allí, en espíritu de comunidad, bailan, cantan y comparten la comida.
En el fuego del Newroz, las y los kurdos esperan tiempos mejores para su comunidad de las cuatro partes del Kurdistán, afectadas por los terremotos, las constantes guerras y los regímenes dictatoriales. En Rojava, desde 2012, año de la revolución, la comunidad kurda festeja con sus ropas típicas, cantos y bailes, porque hoy nada de eso está prohibido. Luego de un largo proceso de reaprendizaje, el kurdo es el idioma más hablado en la región. Y las mujeres llevan adelante la vanguardia de una revolución que cada primavera encuentra nuevos motivos para luchar.
*Por David Melro para La tinta / Imagen de portada: Mauricio Centurión, desde Rojava.