Los 12 castigos | Kropotkin: el antilombroso

Los 12 castigos | Kropotkin: el antilombroso
Lucas Crisafulli
28 febrero, 2023 por Lucas Crisafulli

¿Por qué desempolvar del baúl de los recuerdos lo que doce criminólogxs propusieron para tratar el delito? Algunxs nos ayudan a pensar problemas actuales vinculados al crimen y su control, a repensar soluciones y alternativas a la violencia estatal como respuesta a la violencia social. Otrxs nos enseñan todo lo que no debemos hacer. ¿Logran las cárceles impedir el acto antisocial y, a su vez, reformar al infractor?

Por Lucas Crisafulli para La tinta

“¡Señor Borodín, príncipe Kropotkin, quedáis detenido!”. Hizo seña a los guardias, que tanto abundan en las principales calles de San Petersburgo, y al mismo tiempo saltó a mi coche y me mostró un papel con el sello de la policía de la capital, diciendo al mismo tiempo: “Tengo orden de conduciros ante el gobernador general para que deis una explicación”.

Piotr Alekséyevich Kropotkin, con el título de príncipe que había rechazado para abrazar la causa anarquista, fue detenido y encarcelado en 1873 en San Petersburgo por considerarlo una amenaza al régimen zarista. Kropotkin no solo era un militante, sino un prestigioso científico y, sobre todo, un traidor a la nobleza. Fue alojado en la Fortaleza de San Pedro y San Pablo, en una celda solitaria y húmeda, pero con acceso a libros gracias a la intervención de los notables de la Sociedad Geográfica.

Fue transferido a la cárcel de San Petersburgo en 1875, en donde su estado de salud empeoró debido a las condiciones de detención, por lo que lo trasladaron al hospital militar contiguo a la cárcel. En 1876, se montó un plan secreto para su fuga y, mientras hacía ejercicios en el patio del hospital, salió corriendo a toda velocidad hasta un carruaje que lo esperaba fuera.

Cuenta Kropotkin en sus memorias: “Vi con terror que el carruaje se hallaba ocupado por un hombre vestido de paisano y con gorra militar, que estaba sentado sin volver la cabeza hacia mí. Mi primera impresión fue que había sido vendido. Los compañeros me decían en su última carta: ‘Una vez en la calle, no os entreguéis; no os faltarán amigos que os defiendan en caso de necesidad’. Yo no quería saltar al coche si estaba ocupado por un enemigo; pero al acercarme a aquel, noté que el individuo tenía patillas rubias muy parecidas a las de uno de mis mejores amigos que, aunque no pertenecía a nuestro círculo, me profesaba verdadera amistad, a la que yo correspondía, y en más de una ocasión pude apreciar su valor admirable y hasta qué punto se volvían hercúleas sus fuerzas en los momentos de peligro. ¿Será posible -decía yo- que sea él? Y estaba a punto de pronunciar su nombre cuando, conteniéndome a tiempo, toqué las palmas, sin dejar de correr, para llamarle la atención. Entonces, se volvió hacia mí y supe quién era. ‘¡Subid, subid pronto!’ -gritó con voz terrible y, después, dirigiéndose al cochero, revólver en mano, añadió-: ‘¡Al galope, al galope, u os salto la tapa de los sesos!’. El caballo, que era un excelente animal, comprado expresamente para el caso, salió en el acto galopando. Una multitud de voces resonaban a nuestra espalda, gritando: ‘¡Paradlos! ¡Detenedlos!’, en tanto que mi amigo me ayudaba a ponerme un elegante abrigo y un claque”.

El expríncipe logró escapar al Reino Unido y vivió un tiempo en Edimburgo y, luego, en Londres, donde estuvo exiliado durante cuarenta años. Kropotkin era un anarquista perteneciente a la corriente clásica, gran seguidor de Bakunin y crítico de las ideas de Tolstoi y de Proudhon, a quienes consideraba unos idealistas. Es por ello que defendía la utilización de la violencia como herramienta política, aunque legó valores vinculados a la ayuda mutua, la comprensión, la solidaridad, la libertad individual por cooperación libre como base de toda la vida social.

¿Kropotkin criminólogo?

¿Por qué estamos hablando de Piort Kropotkin como un criminólogo? En ningún manual de criminología, ni los positivistas ni los críticos, encontramos siquiera una mención a Kropotkin, que era geógrafo y militante anarquista. Ni siquiera Thomas Matiensen, Nils Christie o Louk Hulsman, autores del abolicionismo penal, lo mencionan. Un año después de su fuga de la cárcel de San Petersburgo y de que Cesare Lombroso publicara El hombre Delincuente, más exactamente el 20 de diciembre de 1877, Kropotkin dictó una conferencia en París, titulada “Las cárceles y su influencia moral sobre los presos”, ante un gran público obrero que se congregó a escucharlo. La conferencia fue editada en formato folleto y es una de las publicaciones más conocidas del libertario.


En español, han llegado dos versiones de ese texto: una traducción de la editorial Valencia, realizada por Eusebio las Heras -en la que se dificulta muchísimo la lectura-, y una fabulosa traducción realizada en 1977 por José Manuel Álvarez Flores y Ángela Pérez para la editorial Tusquets. Lamentablemente, la versión más conocida es la primera.


Seis años después de dicha conferencia, es encarcelado nuevamente, ahora en París, acusado de pertenecer a la Internacional. En 1886, es indultado, pese a las presiones del gobierno zarista ruso para impedir su liberación. De su experiencia con las prisiones rusas y francesas, más sus estudios realizados para la conferencia de 1877, Kropotkin publicó en Londres, en 1887, un libro poco conocido llamado In Russian and French prisons. Dicho libro jamás fue traducido y es una joya de la criminología crítica, setenta años antes de que existiera la criminología crítica.

La mirada criminológica de Kropotkin

Kropotkin comienza sus reflexiones criminológicas con una pregunta que nos haríamos también en la actualidad: ¿logran las cárceles impedir el acto antisocial y, a su vez, reformar al infractor? Rápidamente, se contesta que no, que las prisiones son escuelas del delito con altísimas tasas de reincidencia.

Entre las principales ideas, Kropotkin sostiene:

—Separación entre infracción y sistema penal. Para el príncipe anarquista, la forma de castigar no incide en lo más mínimo en la cantidad de delitos que se producen: “En Rusia, se han abolido la flagelación y, en Italia, la pena de muerte, sin que variara el número de crímenes. La crueldad de los jueces puede aumentar o disminuir, la crueldad del sistema penal puede cambiar, pero el número de actos considerados delitos se mantiene constante”.

Idea muy novedosa, trabajada luego por criminólogos posteriores, pero, al momento en que lo planteó, fue una novedad absoluta, porque siempre se pensó que el castigo (sea en el patíbulo, en la horca o en el cadalso) influía en la cantidad de delitos que se cometían. Sigue siendo una hipótesis muy interesante para pensar los sistemas penales en la actualidad y una potente crítica contra quienes sostienen que, endureciendo las leyes penales, se puede lograr reducir el delito.

—Selectividad del sistema penal. Muchísimo antes de que la criminología mencionara que el sistema penal es selectivo y no atrapa a todas las personas por igual, Kropotkin nos advierte que los líderes de las grandes empresas financieras arrebatan los ahorros a las personas pobres, pero jamás van a prisión: “En palabras de los presos, desde San Francisco a Kamchatka: los mayores ladrones son los que nos tienen aquí, no nosotros”.

—Cuerpos dóciles. Adelantándose cien años al concepto de tecnologías de poder de Michel Foucault y la función que cumple el disciplinamiento en las prisiones, Kropotkin entiende que la prisión modifica la subjetividad de las personas detenidas, porque elimina todo margen de decisión. De esta manera, el objetivo de la prisión es transformarlas en “dóciles instrumentos de los que lo controlan”. Por ello, plantea que la esencia del sistema penitenciario es la supresión de la voluntad del individuo moldeando el carácter a través de la constante humillación.

—Utopías administrativas. Esta maravillosa categoría utiliza Kropotkin para referirse a la ilusión de que existan cárceles buenas. Ni una cárcel dirigida por Pestalozzi podría educar a los presos, sostiene. Por eso, podemos definir utopía administrativa como la creencia de que las malas instituciones pueden mejorar con reformas.

—Antilombroso. Si bien Kropotkin es, en muchos aspectos, un crítico del sistema penal, no es ajeno al contexto del positivismo criminológico del momento y es por ello que insiste en las causas del delito. Sin embargo, se atreve a cuestionar al criminólogo estrella del momento: le advierte a Lombroso su error metodológico al haber estudiado solo el cráneo de los que estaban presos, sin contrastarlo con el cráneo de quienes están fuera de la cárcel. Asimismo, Kropotkin le da preeminencia a las causas sociales, haciendo responsable a la sociedad de los delitos que se cometen: “Es la sociedad en su conjunto la responsable de los actos antisociales que se cometen en ella. Igual que participamos de la gloria de nuestros héroes y genios, compartimos los actos de nuestros asesinos. Nosotros les hicimos lo que son, a unos y otros”.

—Desmanicomialización. Kropotkin también era un férreo crítico de los manicomios, pues eran, para él, una forma de cárcel. No creía tampoco que las cárceles debieran transformarse en hospitales para curar el delito, como planteaban varios positivistas.

—Crítica a la función judicial. Para Kropotkin, los jueces pueden emitir sentencia solo porque no son los verdugos de sus condenados. “No queremos a la aristocracia del tribunal junto a la plebe del cadalso”. Propone que quien emita una sentencia debe ser el mismo que la ejecuta. Solo así habrá igualdad y se evitará la terciarización del castigo en un verdugo o en un carcelero asalariado.

—Abolicionismo penal. Kropotkin plantea que no existe deber más urgente para un revolucionario que el de abolir la prisión. No es muy claro sobre qué debe hacerse con quienes cometen una infracción, pero confía en que la abolición del Estado y la autoridad hará disminuir la cantidad de delitos.

Ideas del futuro

Piotr Kropotkin aporta planteos completamente novedosos para el momento en que son realizados. Cuarenta años antes de las críticas criminológicas al positivismo lombrosiano, setenta años antes de los planteos sobre la selectividad del sistema penal y unos cien años antes de que se esbozara el disciplinamiento de los cuerpos como tecnología de poder en las prisiones, el príncipe anarquista elabora un conjunto de ideas que, si bien no conforman lo que podríamos denominar hoy como teoría, son de una absoluta originalidad.

Cada vez que se critica a un autor del pasado, es común que la crítica de la crítica apunte a que debe contextualizarse la obra y el pensamiento del autor. Así, parecería imposible, ciento cincuenta años después, cuestionar a Lombroso porque debe situarse en su contexto epocal. Kropotkin es el autor que, coetáneo al médico italiano, hizo implosionar sus ideas. Por eso, es el antilombroso por excelencia. Si bien es un autor prestigioso para el anarquismo, es completamente desconocido para la criminología, a pesar de ser un enorme criminólogo crítico del siglo XIX al que debemos redescubrir.

Kropotkin volvió a Rusia en 1917, luego de la revolución bolchevique, aunque fue un duro crítico de Lenin y de la dictadura del proletariado. Murió en una humilde casa en Dmítrov, en 1921. Sus amigos anarquistas rechazaron el funeral oficial ofrecido por el Estado por considerarlo contrario a sus principios. Durante ocho kilómetros, cien mil personas acompañaron el cortejo fúnebre, entre científicos, estudiantes, militantes, anarquistas y campesinos. En su alegato frente al tribunal francés que lo condenó, el libertario espetó: “Nosotros no cesamos de trabajar y de estudiar, y en vez de discutir nuestras ideas, nos condenan porque defendemos utopías; utopías que serán las verdades de mañana”.

*Por Lucas Crisafulli para La tinta / Foto de portada: A/D.

Palabras claves: criminalización, Discriminación, Kropotkin, Los 12 castigos

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