Inventar el futuro en medio de un tiempo hostil

Inventar el futuro en medio de un tiempo hostil
21 junio, 2022 por Gonzalo Fiore Viani

Los extremismos de derecha y los movimientos antisistema crecen en distintos países, y no es casual que algo similar suceda en Argentina. Si hay algo común en el mundo y en la región, es el profundo descontento y malestar que existe con el establishment político. A diferencia de la derecha tradicional, estos nuevos movimientos de extrema derecha aseguran que vienen a romper, más que a conservar, lo que ya existe.         

Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta

En un contexto global de profundo descontento, malestar e incertidumbre, los movimientos de derecha y antisistemas aprovechan una suerte de vacío: uno de los principales problemas que muestra hoy la izquierda, el progresismo o los movimientos nacional-populares es la falta de imaginación para crear nuevos proyectos o representaciones políticas. Básicamente, la falta de audacia para buscar una alternativa a un sistema que, al decir del papa Francisco, “ya no se aguanta”. Si bien esta frustración ya existía desde antes, la pandemia fue un catalizador que aceleró los procesos. Ningún oficialismo logró ganar una elección nacional en América Latina luego de marzo de 2020. No solo eso, en muchos países latinoamericanos, quienes llegaron a la segunda vuelta o resultaron triunfadores ni siquiera pertenecen a ninguno de los partidos tradicionales que históricamente se repartieron el poder.

Las últimas dos elecciones importantes en la región fueron las de Chile y Colombia. En ambas, llegaron al ballotage dos hombres ajenos al establishment político y contrarios abiertamente a los partidos tradicionales de sus respectivos países. En ninguno de los dos ejemplos el oficialismo se metió en la segunda vuelta. En el caso de Chile, la salida de la crisis terminó siendo por izquierda. Todavía no está claro qué es lo que sucederá en el país cafetero, sin embargo, cualquiera de los dos candidatos rechaza de manera tajante el sistema político imperante desde finales de los años 50 hasta hoy. La contracara de esto puede ser Brasil, donde se espera que el experimento bolsonarista finalmente concluya a manos de Lula Da Silva. 

Paradójicamente, o no, Washington hoy parece sentirse más cómodo ante un posible regreso del líder del Partido de los Trabajadores, acompañado de políticos tradicionales, que con un Bolsonaro a quien consideran una especie de Trump latinoamericano. De hecho, la Casa Blanca teme que el presidente brasileño intente alguna movida similar a la que hizo el expresidente estadounidense cuando no reconoció los resultados de los comicios, desembocando en la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021.

Si bien existen ciertos puntos en común de esta nueva derecha con el fascismo italiano o los nacionalismos de los años 20 y 30, surgidos tras la crisis económica provocada por el crack del 29, este fenómeno tiene características propias que lo hacen algo totalmente nuevo. Solo puede ser explicado a partir del rechazo a la profundización del proceso de globalización de las últimas décadas. Líderes de la ultraderecha europea, como Viktor Orban o Le Pen, comparten el rechazo a lo que consideran “las élites” que impulsan la globalización que “destruye las culturas nacionales”, a la Unión Europea y a los políticos tradicionales, de quienes dicen han traicionado a sus pueblos para defender “intereses ocultos”. A diferencia de lo que sucede con el fenómeno en América Latina, los populismos de ultraderecha europeos se consideran proteccionistas en lo económico. Creen que se debe controlar al capital, asegurar los derechos laborales y recortar en todos los campos, excepto en lo social; se declaran “enemigos de las finanzas”, como ha dicho Le Pen. En su discurso, hay un fuerte desprecio por la troika, el euro como moneda única y todo lo que tiene que ver con la integración regional, la cooperación y el multilateralismo. Previo a la invasión de Ucrania, se miraban en el espejo de Putin, algo que les ha pasado factura en los últimos meses. En lo social, son muy conservadores, cayendo en expresiones homofóbicas y misóginas, en contraposición a liberales como Macron, que ha hecho de las cuestiones de género una bandera de su presidencia.

El fenómeno libertario en Argentina no es ajeno al resto del mundo en general o a la región en particular. Con sus características propias, se replica lo que sucede en otras partes del mundo. A nivel internacional, las referencias libertarias son variopintas. Oscilan entre la extrema derecha denominada populista, como Donald Trump o Jair Bolsonaro, y los neoliberales clásicos de la década de los 80. Tanto Ronald Reagan como Margaret Thatcher son referentes políticos ineludibles para las juventudes más informadas de este sector que asegura ser la nueva política. No deja de resultar curioso cómo la derecha tradicional-liberal argentina, por momentos, no sabe muy bien qué hacer con un fenómeno como el libertario. Por un lado, reivindican gran parte de sus ideas, pero, al mismo tiempo, se muestran incómodos, generando ruidos y rispideces hacia adentro de la coalición opositora de Juntos por el Cambio. Las constantes diatribas de los principales referentes libertarios contra los radicales, a quienes señalan como socialistas, no ayudan, claro. 


La extrema derecha mundial parece haber logrado construir las claves de un movimiento político exitoso a nivel electoral: un relato aglutinador, con símbolos potentes y un aura de “rebeldía e incorrección” que atrae a jóvenes. Incluso toman conceptos gramscianos como el de “batalla cultural”. 


Curiosamente, no dejan de ser características extremadamente populistas dentro de un movimiento cuya autopercibida razón de ser es combatir al populismo. Por lo pronto, la alt-right o “derecha alternativa” está edificando un nuevo “sentido común” que genera casi tantas adhesiones como alertas. No es la primera vez en la historia de la humanidad que movimientos extremistas o con vocación totalitaria buscan hegemonizar el debate público a nivel global. Sin la construcción de Estados de bienestar eficientes para establecer políticas igualitarias que superen la lógica electoral, la dirigencia continúa su camino de deslegitimación. 

Francisco es uno de los principales enemigos de estos movimientos tanto en Europa como en América Latina, quizás porque es uno de los pocos que se anima a desarrollar una alternativa real. Como él mismo ha dicho, la solución al sistema actual “no es precisamente más individualismo, sino lo contrario, una política de fraternidad, arraigada en la vida del pueblo”. La política deberá recuperar la capacidad de llevar adelante proyectos políticos transformadores, con capacidad de solucionar los problemas concretos de los ciudadanos de a pie. Aunque hoy parezca extremadamente difícil siquiera imaginarlo, al decir de Mark Fisher: “Hay que inventar el futuro”.

*Por Gonzalo Fiore Viani para La tinta / Imagen de portada: El Orden Mundial.

Palabras claves: América Latina, derecha

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